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Memoria recobrada (1931-1939) LIX

Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. La presente entrega es continuación de la anterior.

4 de mayo

Rotas las negociaciones entre la Generalidad y los anarcosindicalistas a las cinco de la mañana, éstos y los militantes del P.O.U.M. despliegan por toda Barcelona una red de barricadas. Adueñados de los barrios periféricos y una superficie importante del centro urbano, la Generalidad con sus organizaciones afectas dominan las calles del barrio antiguo y los edificios oficiales. Lugares como los cuarteles de milicias, centros políticos y domicilios societarios, quedaron transformados en fortines plenos de armamento y municiones.

    Cuenta Azaña: “El martes día 4 [de mayo], poco antes de las ocho, nos despertó el fuego, se oía un estruendo descomunal de ametralladoras, morteros, fusilería y bombas de mano. En toda la ciudad había fuego”.

    Cuenta Pérez Salas: “Los rebeldes [las juventudes libertarias y los trotskistas], siguiendo un plan preconcebido, intentaron apoderarse de todos los cuarteles de la Guardia Nacional Republicana, sucesora de la Guardia Civil, de las comisarías y de los edificios de Gobernación de la Generalidad, donde se encontraba el presidente Companys. También fue objeto de repetidos ataques la Ciudadela del Parque, donde se hallaba el señor Azaña”.

    La fuerza principal de la Generalidad son los Guardias de Asalto y los individuos exaltados del PSUC, ERC y Estat Catalá. La Guardia Civil (Guardia Nacional Republicana) mantuvo una actitud pasiva. La lucha es generalizada y cruenta.

    Escribe Rafael Abella: “En aquella atmósfera de locura colectiva empezaron a producirse horribles desafueros: algunos guardias heridos fueron rematados por anarquistas, y algunos de éstos fueron despeñados por los guardias. La sangre llamaba más sangre”.

    Dado el cariz de los acontecimientos, el Consejo de Seguridad Interior de Cataluña pidió al Gobierno Central el envío urgente de 1.500 guardias.

    La Generalidad no dominaba la calle, las fuerzas alternaban salidas con encierros para evitar los tiroteos con los paisanos y la impresión de estar en inferioridad, las poblaciones limítrofes y algunas otras distantes de Barcelona también se hallaban revueltas.

    Escribe Azaña: “Toda la noche [del 4 de mayo] estuvieron los revoltosos dueños de la ciudad, levantando barricadas, ocupando edificios y puntos importantes, sin que nadie se lo estorbase. Además se reprodujeron las entradas en las casas y los paseos [detención, saca y asesinato, procedimiento de los chequistas]”.

    Manuel Azaña, presidente de la II República, continúa exiliado en Barcelona y asediado en el Parque de la Ciudadela, sólo puede comunicar telefónicamente con el ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto, quien tratará de rescatarlo con la intervención de los destructores Lepanto y Sánchez Barcáiztegui enviados a Barcelona desde Cartagena, también con el envío de cinco compañías de Aviación de Los Alcázares, en Murcia, que marcharán por carretera, y veinte aviones que desde el citado aeródromo volarán hasta el de Reus, en Tarragona, más una demostración en vuelo rasante sobre Barcelona de aviones provenientes de Lérida.

    El presidente del Gobierno, Francisco Largo Caballero, y su ministro de la Gobernación, Ángel Gallarza, ambos desde Valencia, eran reacios a intervenir, pero les cundía el temor de que Companys y en su conjunto la Generalidad aprovecharan para abundar en su proyecto independentista. Por eso, explica José Manuel Martínez Bande, “antes de enviar los guardias [de Asalto] pedidos [por la Generalidad], decide incautarse de los servicios de orden público”. No obstante, antes de tomar la medida, se instó a Companys a que por iniciativa propia entregara los servicios de orden público al Gobierno central. Ante la demora en responder según lo pedido, el Consejo de Ministros reunido en Valencia acordó que la jefatura de la 4.ª División Orgánica, Cataluña, pasara a la orden del general Sebastián Pozas, y que los servicios de Seguridad pasaran a ser mandados por el coronel Antonio Escobar, de la antigua Guardia Civil, que además será el Delegado de Orden Público, en representación del Gobierno de Cataluña, y jefe de la Policía de Barcelona.

    Otro movimiento hacia Barcelona este día lo protagonizan dos ministros cenetistas, Juan García Oliver y Federica Montseny, el secretario general de la CNT Mariano Rodríguez Vázquez y los miembros de la UGT Carlos Hernández Zancajo y Pascual Tomás, todos ellos en función de mediadores y todos ellos mal recibidos, despreciados y aislados porque, a criterio de las organizaciones catalanas, no pintaban nada en un pleito que era entre catalanes.

    A través de la radio los anarcosindicalistas de Barcelona demandaban ayuda a sus compañeros del frente aragonés en cuanto se les solicitara.

    El día 4 de mayo hubo 75 muertos y más de 200 heridos.

5 de mayo

Es la jornada más violenta. Participan en la intensa batalla que dura hasta la noche los carros blindados de la FAI.

    El Consejo de la Generalidad dimitió en bloque, quedando apartados de las tareas anteriores Ayguadé y Rodríguez Salas, en lo que parece un gesto hacia los anarcosindicalistas.

    Con los dos destructores venidos de Cartagena en el puerto de Barcelona y las compañías de Aviación transportadas desde Valencia a Reus en avión, mandadas por el teniente coronel Hidalgo de Cisneros, al caer la noche se firmó un pacto entre la CNT y la UGT, las dos grandes sindicales en rivalidad, pidiendo el cese de la lucha; también obrarán de esta guisa representantes de los partidos políticos ERC, PSUC y la facción más política de la CNT. A todo eso, el anarquista Domingo Ascaso morirá en combate y asesinados el socialista Antonio Sesé y el anarquista Camilo Berneri.

    Esa noche, próxima la madrugada del día 6, abandonaron el frente de Aragón contingentes anarquistas y del POUM, fuertemente armados, pretendiendo alcanzar la costa para cortar el camino a las fuerzas enviadas por el Gobierno desde Valencia.

    Esta jornada sumó 55 muertos.

6 de mayo

La lucha tiende a remitir. Los anarcosindicalistas en la calle y con armas fueron desautorizados a partir de entonces por sus jefes, conminándolos a retirarse.

    Cuenta José Manuel Martínez Bande: “Se rinden las fuerzas que ocupaban parte de la Telefónica y, lo que es más importante, las Patrullas de Control se ponen a las órdenes del teniente coronel Arrando, que sustituye al gravemente herido Antonio Escobar, para ayudar al restablecimiento de la normalidad en Barcelona. Algunos dirigentes anarcosindicalistas convencen a las fuerzas movilizadas del frente aragonés en marcha hacia Cataluña para que retrocedan, lo que prácticamente desarticula la maniobra”.

Días 7 y 8 de mayo

El día 7 Manuel Azaña pudo salir de su aislamiento en Barcelona para embarcar rumbo a Valencia. Al anochecer de este día, Barcelona irá recobrando la normalidad. En los lugares donde la lucha adquirió el carácter de batalla, aparecían los escaparates de los establecimientos comerciales destrozados por las balas y la metralla, igual que los cierres metálicos; asimismo quedaron grabadas en las fachadas y persianas de los domicilios particulares los efectos de los proyectiles. Escriben los periodistas que curiosos y transeúntes de vuelta a la normalidad contemplaban las barricadas levantadas por los contendientes.

    A lo largo de la jornada llegaron a Barcelona por tierra y por mar las fuerzas enviadas desde Valencia, aproximadamente 5.400 hombres que de inmediato se desplegaron por toda la ciudad ocupando los centros vitales.

    Otras localidades de Cataluña afectadas por esta guerra intestina fueron las capitales de provincia Tarragona y Lérida y la comarca del Bajo Ebro, ascendiendo las bajas a 216 muertos y 340 heridos, aunque son cifras inferiores a lo que se supone arrojó la lucha y las represalias.

    Capítulo aparte merece la cuestión de los prisioneros. En la facción gubernamental y de la Generalidad había dos clases: los que estaban en cárceles oficiales y los conducidos a las cárceles secretas de la G.P.U. estaliniana (la policía política y servicios de información de obediencia soviética), estilo checa, donde la mayoría sufrió tortura y asesinato. Los presos oficiales eran elementos del anarcosindicalismo y el P.O.U.M. Las medidas adoptadas tras la guerra, en palabras de José Peirats, practicando registros, desarmes y detenciones: “Ciertos registros, con aparatosidad marcial, más bien eran asaltos. El más espectacular tuvo lugar contra el local llamado de los Escolapios, sede que había sido del Comité de Defensa Central de Barcelona. En esta operación las fuerzas gubernamentales movilizaron inclusive cañones y tanques. Sin embargo, los ocupantes del local se defendieron enérgicamente durante varias horas”.

    Pero la presencia de Francisco Largo Caballero al frente del Gobierno central, con cuatro ministros anarcosindicalistas, obstaculizaba la represión que se pretendía llevar a extremo. Este estorbo que era Largo Caballero pronto fue retirado.


Una cifra alrededor de 400 muertos y 1.000 heridos puede considerarse válida como balance de los sucesos de mayo. Y una conclusión también favorable a los comunistas de Stalin, añadida a la eliminación del P.O.U.M. y su principal dirigente, Andrés Nin, que expone Burnett Bolloten en sus obras La gran estafa: la conspiración comunista en la Guerra Civil española y La Guerra Civil española: revolución y contrarrevolución: “El poder de los anarcosindicalistas en Cataluña, ciudadela del movimiento libertario español, había sido aniquilado. Lo que habría parecido inconcebible pocos meses atrás, en el momento de apogeo de la CNT y la FAI, se había hecho realidad ahora, constituyendo la victoria más portentosa conseguida por los comunistas desde el comienzo de la revolución”.

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