Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega y las tres siguientes resumen la guerra intestina entre las organizaciones separatistas y del Frente Popular que tuvo lugar en Cataluña, principalmente en Barcelona, los primeros días de mayo de 1937, y sus consecuencias inmediatas por mandato soviético en el gobierno y los partidos de izquierda.
Los antecedentes de los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona dibujan un panorama de enfrentamiento regional. En Cataluña pugnaban por imponer su estrategia los grupos independentistas de una parte, con la Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en el papel director, más la fuerza revolucionaria de los anarcosindicalistas de CNT-FAI, y de la otra el partido marxista PSUC, controlado por los comunistas, con las organizaciones burguesas sociales y políticas, que sumaban en favor de un apoyo al gobierno del Frente Popular. Separatistas contra centralistas.
También contendía en este mosaico revuelto una facción marxista revolucionaria de carácter antiestalinista, el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), tildados de seguidores de Trotsky, declarado en la Unión Soviética enemigo de Stalin y también a sus seguidores. Los miembros del POUM eran mucho menos numerosos que los contados en el anarcosindicalismo, pero se les consideraba más inteligentes y políticos; por ello más peligrosos. Existían los contactos entre el POUM y la CNT-FAI básicamente para defenderse de los enemigos comunes.
Expone José Manuel Martínez Bande en su Monografía de la Guerra de España n.º 5: “Desde el punto de vista comunista [de obediencia stalinista], y considerando las diferentes características y la distinta potencia de aquellas dos organizaciones [CNT-FAI, anarcosindicalistas, y POUM, trotskistas], la táctica a seguir contra ella [POUM] debía ser diferente. Pues si bien era posible desarticular y destruir al POUM, dado su relativamente exigua nómina de afiliados, no había que pensar en borrar de la escena las organizaciones de la CNT y la FAI de enorme volumen y robustas raíces populares, debiendo aspirarse frente a las mismas sólo a su neutralización efectiva y mejor aúna su anulación política”.
A todo eso, la vida en Cataluña, concretamente en Barcelona, era caótica y desesperada. Escribe Manuel Azaña en el tomo IV de sus Obras completas: “Hay para escribir un libro con el espectáculo que ofrece Cataluña, en plena disolución. Ahí no queda nada; Gobierno, partidos, autoridades, servicios públicos, fuerza armada, nada existe. Es asombroso que Barcelona se despierte cada mañana para ir cada cual a sus ocupaciones. La inercia. Nadie está obligado a nada; nadie quiere ni puede exigirle a otro su obligación. Histeria revolucionaria que pasa de las palabras a los hechos para asesinar y robar, ineptitud de los gobernantes, inmoralidad, cobardía, ladridos y pistoletazos de una sindical contra otra, engreimiento de advenedizos, insolencia de separatistas, deslealtad, disimulo, palabrería de fracasados, explotación de la guerra para enriquecerse, gobiernitos de cabecillas independientes. Debajo de todo eso, la gente común, el vecindario pacífico, suspirando por un general que mande y que se lleve la autonomía, el orden público, la F.A.I. en el mismo escobazo.”
Escribe Rafael Abella en La vida cotidiana durante la guerra civil. La España republicana: “La vida cotidiana de los barceloneses se desenvolvía en aquellos días de abril de 1937 sometida a una psicosis de lucha intestina que admitía los peores augurios”.
Escribe George Orwell en Homenaje a Cataluña: “El uniforme de la milicia y los monos azules casi habían desaparecido”, sustituidos por la corbata, el coche, el comer en un restaurante sin temores mayores y sin pensar en quienes luchaban y morían. “La indiferencia general por la guerra era sorprendente y más bien odiosa”. “Nadie quería perder la guerra pero la mayoría deseaba por encima de todo que terminase”. “Los que tenían mayor conciencia política se preocupaban mucho más por las luchas intestinas entre anarquistas y comunistas que por la lucha contra Franco”.
En el orden político-administrativo, la Generalidad de Cataluña fue tomando desde marzo medidas en detrimento del poder anarcosindicalista y en favor de los comunistas, lo cual avivó los resentimientos, las diferencias y el ansia por conquistar el poder eliminando definitivamente al enemigo.
En noviembre de 1936 los comunistas a la orden de Stalin y el resto de organizaciones integradas en el Frente Popular que aceptaron la dirección soviética en España habían decidido eliminar al POUM. El acuerdo se tomó en la embajada soviética sita en Valencia, estando presentes entre otros el embajador de la URSS Marcel Rosemberg y el chequista llamado Marcos; otros dos chequistas soviéticos, Orlov y Vielayev, fueron los encargados para cumplir la misión. La reunión consta en los libros de Jesús Hernández, Yo, ministro de Stalin en España, y Julián Gorkin, Caníbales políticos. El acuerdo tuvo su ratificación aparatosa en el pleno del Comité Central del Partido Comunista de España, celebrado el 5 de marzo de 1937. Se declaró allí (recogido por Fernando Díaz-Plaja en La guerra): “Hay que luchar para acabar con la tolerancia y la falta de vigilancia de ciertas organizaciones proletarias que establecen lazos de convivencia con el trotskismo contrarrevolucionario, con la banda del P.O.U.M., considerándola como una fracción del movimiento obrero. El trotskismo, nacional e internacional, cúbrase con el disfraz con que se cubra, se ha revelado como una organización contrarrevolucionaria terrorista al servicio del fascismo internacional”.
En Cataluña, como sucedía en Madrid y, en general, en la zona dominada por el Frente Popular, los principales grupos políticos y revolucionarios disponían de órganos policiales particulares que no respondían a la ley positiva ni a la jurisdicción. El órgano policial del anarcosindicalismo eran las patrullas de control, que tenían cárceles y cementerios clandestinos en los que había detenidos que eran fusilados según la decisión del jefe de patrullas del distrito. El órgano policial del PSUC, los comunistas de Cataluña, aparecía bastante difuminado por la vastedad e imprecisión, no obstante todo ello vinculado a una especie de GPU (policía política soviética) asentada en España bajo la forma de checas.
Denuncia la actividad chequista el historiador David T. Cattell en Los comunistas en la guerra civil española: “El terror de la checa había suscitado la indignación de los anarquistas y el P.O.U.M., y el rigor progresivo de los ataques había alarmado a un gran número de ellos, porque afectaba a la seguridad de toda la izquierda revolucionaria. Las facciones más abiertas que reclamaban la acción para proteger la revolución contra el abuso y la aniquilación comunista y gubernamental fueron las Juventudes Libertarias, un grupo juvenil de la F.A.I., y los Amigos de Durruti, junto con los miembros del P.O.U.M. Estos grupos empezaron a tomar represalias asesinando a elementos comunistas”.
Desde mediados de abril de 1937 menudearon los asesinatos de políticos y sindicalistas causados por las organizaciones políticas y sindicales enfrentadas, y los ataques a las fuerzas del orden de los gobiernos central y catalán, trasladando el terror a todos los ámbitos y no sólo, como hasta entonces, al prioritario de la población civil indefensa. Así hasta el 1 de mayo, cuando el Consejo de la Generalidad, institución reciente que agrupaba discriminadamente la función de orden público, notificó su firme intención para imponer las directrices que considerara oportunas.
Pueden consultarse para conocer en detalle los antecedentes, los sucesos de mayo y sus consecuencias las aportaciones documentales de Francisco Lacruz, El Alzamiento, la revolución y el terror en Barcelona;José Peirats, Los anarquistas en la crisis política española; Manuel Cruells, Mayo sangriento; Jesús Pérez Salas, Guerra en España; Vicente Guarner, Cataluña en la guerra de España; Félix Llaugé, El terror staliniano en la España republicana; John Brademas, Anarcosindicalismo y revolución en España; y Joaquín Almendros, Situaciones españolas 1936-1939. El P.S.U.C. en la guerra civil; además de los ya citados en su momento.
3 de mayo
En tal fecha se produjo el asalto al edificio de la Telefónica, sito en la plaza de Cataluña, que estaba controlado, vigilado y defendido por elementos anarquistas de la C.N.T. y socialistas de la U.G.T. Aunque nominalmente la Telefónica era dirigida por un representante de la Generalidad, de hecho obraba en poder del anarcosindicalismo que lo consideraba un feudo.
A las 15 horas, tres camionetas con guardias de Asalto, a las órdenes del comisario general de Orden Público, Ernesto Rodríguez Salas, socialista y a la par militante del P.S.U.C., a su vez obedeciendo al consejero de Seguridad Interior de la Generalidad, Artemi Ayguadé, al que acompañaba el comandante Emilio Menéndez, tratan de apoderarse del edificio. Avisada del suceso, la masa confederal se moviliza rápidamente y se producen los primeros choques con la fuerza pública en el edificio y en toda la ciudad de Barcelona. Así lo cuenta Francisco Lacruz: “Surgían de todas partes agresiones aislada contra la fuerza pública [dirigida por la Generalidad] y se veían de continuo coches ocupados por elementos de la F.A.I. que marchaban a tomar en la ciudad los puntos que juzgaban de mayor eficacia estratégica. Enseguida se vio que las turbas anarquistas conservaban buena parte de su fuerza y que no iba a ser fácil batirlas, como había creído la Generalidad en un principio”. “Se daba el caso anómalo de que mientras el Comisario General de Orden Público, Rodríguez Salas, se aprestaba con sus fuerzas a mantener la lucha contra los anarquistas, el Jefe de Servicio de Orden Público, Dionisio Eroles, dirigente de la F.A.I., ayudaba a sus compañeros anarcosindicalistas con los grupos de policías que le eran afectos, e informaba con toda diligencia al Comité regional de la C.N.T. de lo que estaba pasando y de lo que se proyectaba en la Comisaría de Orden Público. Con lo que la lucha, que se empezaba a librar en las calles, venía a tener su continuación entre los mismos individuos encargados de acabarla”.
En la Generalidad, con el presidente Companys al frente, se intenta negociar con los representantes anarcosindicalistas una solución de conveniencia, pero es imposible. Nadie quiere renunciar al control de la Telefónica.