Suena la Canción de cuna (Wiegenlied) Opus 49, n.º 4, de Johannes Brahms.
Quisiera dormir como un niño. Cuánto me gustaría retornar, aunque solo por un momento, a la época en que el sueño, de por sí una bendición, acudía volando para llevarme a su mundo y para traerme de vuelta con establecida puntualidad.
Hermosas son las alas del sueño, enigmáticos y sorprendentes, en una alternancia mágica, sus paseos. Atractivo vehículo es el sueño para cruzar fronteras, traspasar dimensiones, recorrer territorios y descansar.
Añoro el descanso de aquella vida inmersa en dependencias y aspiraciones efervescentes, tan prontas a la creación como al archivo; de paseo la tranquilidad, loado sea su reinado, con el descanso sobre un muelle transporte.
De mi juicio cabe poca presunción: lo negativamente sentenciado no se convalida fácilmente con un veredicto indulgente, a tenor de la coherencia. Si bueno, bueno, si malo, malo. La dicotomía funciona por instinto: si entra el elogio, sale la reprobación, y viceversa con los sinónimos adecuados.
Quisiera sentirme cerca de la tierna inconsciencia del paseo ensoñado. Me gustaría verme durante el trayecto y, puestos a pedir, en la raya metafórica del límite tal cual soy, reconocible en todas las posiciones de la cámara grabadora, excluido el primer plano por lo mucho que anula la visión de conjunto y los detalles.
Creo yo, quizá tendido en la suposición infantil, que este viaje incógnito, tal vez de incógnito, revela más allá de un estado de ánimo, incluso el que lo propicia y que a fuer de indagación, busca que te busca, impulsa el primer salto. La arriesgada maniobra del despegue es menos trepidante y sacudidora que el aterrizaje; creo yo.
A pie y en vehículo, el equilibrio es una constante distorsionada. Porque existe, el equilibrio, me refiero, pero lo disimula con ganas, jocoso, entretenido. Así se comporta el sueño cuando domina en su ámbito natural.
Visto desde lo alto, el mundo que aporta el sueño es un mosaico; visto a ras de suelo, también a la altura en la que suele mirarse despierto y en paralelo a la superficie que sostiene, el mundo que recrea el sueño es una amalgama de realidades y sensaciones ofrecida según una medida discrecional; visto desde abajo, el mundo que desliza el sueño comprende una idea, voluntariosa o desesperada, del envés de la civilización sostenida por generosos brazos que cumplen la condena del mantenimiento y la conservación. Suplantar los cimientos con discursos, réplicas y debates, es una tarea que en raras ocasiones el sueño del dormido permite acometer en circunstancia turística.
Quisiera independizarme de las correas de sujeción racional que por aquel entonces de infancia y plácido sueño carecían de una definición precisa. La felicidad es ignorante, se pensaba; el ignorante es feliz, se decía. Pensado o dicho, la inefable necesidad de los brazos que izan al pequeño, guían al inexperto y protegen cada uno de los años vividos, ruega para que no deban soltarnos nunca.
La caída sería trompicada, brutal, última, desasidos del amparo.
Despierta si te has dormido en los laureles, escucho. El tiempo surca la vida en dirección única. Despierta, duerme, despierta, es el ciclo de la vida; sube, baja, sube. Un día, a saber cuándo llegará, me sumiré en un sueño absoluto; y ese mismo día, probablemente sin que me dé cuenta, subiré o bajaré en una libertad forzosa.