La eliminación del inconveniente.
A la vista está lo que siempre ha estado visible. Demostrado está, por razones y tiempo, lo que ha sido demostrado siempre. La evidencia es abrumadora, por no decir absoluta. No obstante, y pese al acopio de las reiteradas muestras, los negacionistas de la realidad, confirmada por los hechos, que son los testigos primordiales y auténticamente veraces de lo acaecido en la superficie y en la trastienda, eluden la sentencia del tribunal incuestionable tanto como el diagnóstico del eminente facultativo: esto fue así, esto será así por la causa que lo ha originado.
Los que denuestan el pasado es porque temen su lectura y aún más la comprensión de los documentos en los que se sustenta. El modo de sustraerse a los inconvenientes que preservan y declaran los documentos, las pruebas de lo sucedido, la génesis de lo que sucedió, el plan organizativo de lo que se quiso sucediera, es la incautación forzosa o consentida o negociada de esos testigos insobornables conservados en diversos tipos de formatos y contenedores arquitectónicos. Los que anulan la historia a conveniencia, los que nacen incólumes y precipitados tras cada muerte que ha supuesto un esfuerzo colosal de libración; luego estéril. Pero al empecinamiento se opone la tenacidad y que siga girando la rueda.
No cabe duda de que en un panorama sumido en la niebla del despiste, mentir es sencillo, automático, y engañar pan comido. No hay que ser un maestro en las artes escénicas ni poseer títulos que a otros cuestan un mundo, para jugar con ventaja al contraluz en un decorado a propósito; lo que hace falta es equipo y medios, económicos y materiales; el candidato a prestidigitador, seleccionado por los urdidores de la trama con técnicas primarias, posa y pasa en alas de esa gran y constante ayuda en el ejercicio de la mentira, el engaño y la falsedad: prácticas sinónimas aunque diferenciadas por su utilidad y manifestación. Valiéndose de tales recursos, los hechos ciertos, la verdad documental, el refrendo de los acontecimientos y la revelación del comportamiento cíclico en los objetivos y las maneras, sirve de poco o nada en lo inmediato.
Sabia e intencionadamente se ha estudiado el fenómeno, que no por conocido menos llamativo, por el cual la historia es la víctima y los ignorantes, voluntarios o perversos, de la historia sus cómplices en el crimen.
Una historia sometida a la tergiversación, y asimismo una historia escondida, anulada y borrada, traslada el pasado al presente y el futuro al presente y el presente a un cerco de propaganda que observan, acomodados y sobre seguro, los ideólogos y adláteres del plan. Pero como el pasado continúa latiendo incluso bajo las capas de ocultación, esa falsificación de la historia enfoca y atrapa a quienes la promovieron entonces y a quienes la han adoptado después.
Resulta fácil subirse al carro de la historia sin historia, es decir, del presente expandido al límite de la permisividad de los afectados. Resulta muy fácil, llegado el caso, enmascararse en la duda y la oscuridad acusando a la inercia y la divulgación masiva del linchamiento a la historia indefensa.
La culpa, se sabe, es de terceros, igual que la responsabilidad de las derivas. ¡Pobres humanos simplones!, criaturas de estirpe confusa y deseos transmitidos por los canales adecuados. La culpa es de las influencias, claro está. Y es que la influencia pesa lo suyo y arrastra una barbaridad; y es que darse por convencido trae menos problemas que oponerse a lo que suena inverosímil a la vista de los hechos. Esos hechos que no son, precisamente, los nacidos de rumores, que tienen un notable predicamento, ni esos transmutados por la magia de las muchas seducciones en falsedades de consumo morboso; además, a unos y otros, a los concebidos en el rumor y a los transformados en falsedad, el futuro que acaba por alcanzar a todos los exagera a instancia de parte y en favor del que prescribe.