Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega resume lo acontecido durante las sesiones parlamentarias del 16 de junio y el 1 de julio de 1936.
En la sesión parlamentaria del Congreso el 16 de junio de 1936, el diputado líder del grupo monárquico José Calvo Sotelo y el presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra, Santiago Casares Quiroga, protagonizaron una vehemente disputa oral. Calvo Sotelo exponía sobre los desórdenes de toda índole que sacudían España, alegando en materia económica que la producción nacional estaba por encima de las clases sociales, los partidos políticos y los demás intereses con ellos relacionados. En cuanto al Ejército, Calvo Sotelo abogó por unos militares dispuesto a sacrificar su vida por España en contra de la anarquía.
El presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, advirtió de que tales expresiones pudieran entenderse como una incitación al golpe de estado; a lo que Calvo Sotelo opuso que de sus palabras solo se infería que el gobierno daba un trato preferente a las milicias del Frente Popular frente al Ejército y las Fuerzas de Seguridad.
Al calor de este debate, Casares Quiroga acusó a Calvo Sotelo de simpatizar con los grupos que llamaban al golpe de estado. Los diputados Gil Robles, líder de la CEDA, y Juan Ventosa, líder de la minoría regionalista, incidieron en que el gobierno del Frente Popular carecía de equidad al juzgar a las derechas y a las izquierdas, favoreciendo y protegiendo a estas últimas. Protestaron ruidosamente los grupos socialista, comunista y republicano.
Calvo Sotelo denunció que afirmarle a él como instigador al golpe de estado y máximo responsable de una sublevación eran amenazas proferidas para convertirle en sujeto activo y pasivo de hechos que él desconocía. Aunque, en el acto, aceptó con gusto las responsabilidades que se pudiesen derivar de sus actos, si eran para el bien de su patria y para gloria de España. Con las siguientes palabras:
“Yo tengo, señor Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de su señoría. Me ha convertido su señoría en sujeto, y por tanto no sólo activo, sino pasivo de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, señor Casares Quiroga, repito que mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi patria y para gloria de mi España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: ‘Señor, la vida podéis quitarme pero más no podéis’. Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio”.
La diputada comunista Dolores Ibárruri, alias Pasionaria, refiriéndose a José Calvo Sotelo y Severiano Martínez Anido manifestó que era una vergüenza que en la República todavía no se les hubiese juzgado por sus responsabilidades como ministro de la dictadura de Primo de Rivera y como organizador de la guerra sucia contra el sindicalismo anarquista, respectivamente.
Josep Tarradellas, miembro de Esquerra Republicana de Catalunya, acusó en una entrevista a Dolores Ibárruri de dirigirse aquella jornada a Calvo Sotelo con la frase fatalmente premonitoria: Este hombre ha hablado por última vez. Una frase que no aparece en el Diario de Sesiones correspondiente ni ha sido nunca aceptada por la supuesta autora. Sin embargo, el historiador y parlamentario Salvador de Madariaga sostiene la veracidad de la cita, aunque modificada, que registra en la página 384 de su libro España. Ensayo de historia contemporánea: “Dolores Ibárruri, Pasionaria, del partido comunista de las Cortes, le gritó [a José Calvo Sotelo]: ‘Este es tu último discurso’. Y así fue”.
Al finalizar la intervención de Calvo Sotelo en la sesión parlamentaria del 16 de junio, el socialista Julián Besteiro anunció lacónicamente: “Si el gobierno no cierra el Parlamento hasta que se aquieten las pasiones, seremos nosotros mismos los que desencadenaremos, aquí dentro, la guerra civil”.
En la sesión parlamentaria del 1 de julio de 1936, José Calvo Sotelo tomó la palabra para exponer la a su juicio caótica situación que sufrían las zonas rurales por culpa de que las ciudades vivían a costa del campo y debido también a las medidas de reparto de tierras del gobierno que habían creado explotaciones antieconómicas. Asimismo, achacó la total responsabilidad a la política marxista y a la nefasta influencia de la Unión Soviética. Acto seguido afirmó, envuelto en las descalificantes protestas de la izquierda, que el remedio a los problemas del campo que atravesaban los agricultores, los propietarios rurales, los arrendatarios y los campesinos, no radicaba en el Parlamento ni en el gobierno ni en ningún otro partido, sino en un Estado corporativo.
Ante la inutilidad de las llamadas al orden del presidente de las Cortes, Martínez Barrio, concluyó Calvo Sotelo arropado por la ovación de la parte derecha. Visiblemente molesto, Martínez Barrio advirtió: “Si esos aplausos al señor Calvo Sotelo quieren significar que el momento en que han de terminarse los discursos en la Cámara corresponde señalarlo a sus señorías, de esos aplausos se tendrán sus señorías que arrepentir inmediatamente que recapaciten sobre la forma en que se producen”. La derecha, por boca del diputado Bernardo Aza, de la CEDA, proclamó el valor y la valía de José Calvo Sotelo.
Bernardo Aza fue expulsado del Congreso. José María Gil Robles elevó una protesta formal por la acción de represalia, y tuvo el efecto de obligar a la rectificación de la medida. El diputado Aza volvió a su escaño.
Continuó el debate ahormado en la agresividad de gesto y palabra. Una violencia que para el socialista Ángel Galarza era legítimo emplear contra quien utilizaba el escaño [Gil Robles] “para erigirse en jefe del fascismo y que quiere terminar con el Parlamento y con los partidos […] Pensando en su señoría encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida”.
Elevando en grito su voz entre las voces exaltadas, la comunista Pasionaria mandaba “Hay que arrastrarlos”, según escribió Gil Robles en sus memorias No fue posible la paz.
Intervino conciliador esta vez Martínez Barrio anunciando: “La violencia, señor Galarza, no es legítima en ningún momento ni en ningún sitio; pero si en alguna parte esa ilegitimidad sube de punto es aquí. Desde aquí, desde el Parlamento, no se puede aconsejar la violencia. Las palabras de su señoría en lo que a eso respecta no constarán en el Diario de Sesiones”. A lo que replicó Galarza: “Yo me someto, desde luego, a la decisión de la Presidencia, porque es mi deber, por el respeto que le debo. Ahora, esas palabras, que en el Diario de Sesiones no figurarán, el país las conocerá, y nos dirá a todos si es legítima o no la violencia”.
José Calvo Sotelo participó en diversas votaciones los días 2, 9 y 10 de julio. El día 14 iba a pronunciar un discurso en el debate sobre la situación del orden público. Fue asesinado en la madrugada del 13 de julio de 1936 por elementos de orden público y sicarios adscritos al PSOE.