Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega complementa el estudio de la actividad criminal llevada a cabo en las checas del Frente Popular.
Los centros represivos de detención, tortura y asesinato, llamados checas por su antecedente soviético con las cárceles y lugares de exterminio, fueron instalados en inmuebles producto de la rapiña expropiadora por cada una de las organizaciones integrantes del Frente Popular. Escribe el anarquista Diego Abad de Santillán (seudónimo del escritor y editor Sinesio García Fernández) en su obra Por qué perdimos la guerra al respecto de la actividad represiva y las checas: “Uno de los aspectos que más nos sublevaba era la introducción de los métodos policiales rusos en nuestra política interior. Las torturas, los asesinatos, las cárceles clandestinas, la ferocidad con las víctimas, inocentes o culpables, estaban a la orden del día. Lo ocurrido en las checas comunistas de la España republicana cuesta trabajo creerlo”. También cuesta un trabajo ímprobo, al estilo del acto de fe, creer que Abad de Santillán ignore las demás checas, las checas donde no operaban los comunistas locales ni los agentes comunistas foráneos; en suma: las checas del PSOE, de la UGT, del Partido Nacionalista Vasco, de la Esquerra Republicana de Cataluña, de otras organizaciones republicanas de izquierda y las dirigidas por anarquistas como él como él militando en la CNT y la FAI.
Si bien es cierto que las checas eran una de las piezas del engranaje comunista ideado y exportado por la Unión Soviética de Stalin y la III Internacional (Comintern), con entusiasmo se adhirieron al plan criminal el resto de las organizaciones frentepopulistas, incluidos los anarquistas ora dentro ora fuera del conjunto según conveniencia. Las checas sirvieron para exterminar al considerado enemigo bien por inercia ideológica, bien por venganza, envidia y rencor de carácter limitado a los autores de los actos criminales.
Técnicas de tortura en las checas
En el artículo Memoria recobrada (1931-1939) IV se exponen los tipos de celda habilitados en las checas. En el presente artículo el protagonismo es para las técnicas de tortura aplicadas a las víctimas de las checas, importadas del comunismo soviético.
El submarino seco. Cubrir toda la cabeza de la víctima con una bolsa de plástico que se ajustaba en el cuello, provocando la asfixia. Otra modalidad era la de estrangular con un cinturón apretado incrementalmente en el cuello.
La banderilla. Inyectar agua mezclada con heces en las manos y pies de la víctima, lo que provocaba abscesos y disfunciones en las zonas infectadas y el resto de las extremidades.
El badajo. Colgada la víctima con las manos atadas en la espalda y las muñecas atadas a una cuerda pasada por una polea, se tiraba de esta segunda cuerda hasta levantar por completo el cuerpo causando la rotura de hombros, clavículas y omóplatos.
Empetao. Atada la víctima en decúbito prono sobre un banco con las piernas abiertas cayendo a cada lado, se le introducía por el recto una botella, lo más adentro posible, para de inmediato extraerla con fuerza provocando el efecto ventosa que succionaba las vísceras; con las mujeres el orificio de entrada y salida elegido era la vagina.
La ratonera. Metida una rata en la cacerola donde la víctima desnuda e inmovilizada, permanecía sentada, con un infiernillo eléctrico se calentaba la olla para que en su afán por escapar la rata desgarrara con dientes y garra cuanto tejido blando tuviera a su alcance.
Collar eléctrico de bolas. Ceñido al cuello de la víctima por el que a través de un cable circulaba la corriente eléctrica a intervalos de intensas descargas.
Ducha fría. En el exterior de un cuarto de dimensiones muy reducidas que encerraba a la víctima desnuda había instalada una manguera que expulsaba agua fría a gran presión.
La argolla. A la víctima desnuda, atada de manos y colgada por un pie en una argolla con la cabeza hacia abajo, se le iba sumergiendo la cabeza en un recipiente con agua o excrementos o una combinación de ambos mientras era azotada.
El gancho. La víctima desnuda con pesas en los pies era atada por las muñecas y colgada de un gancho fijado en el techo, suspendiéndola en el aire y azotándola para favorecer la distensión y rotura de las articulaciones.
El tizón. Tortura similar a la anterior, pero la víctima atada por las muñecas a un gancho en el techo mantenía los pies en el suelo mientras con el ascua de cigarrillos o con una plancha de ropa le causaban quemaduras en el tórax y abdomen.
El pozo. Introducida la víctima en una pequeña estructura de madera provista de una polea oscilando sobre un pozo, se hacía ascender o descender la caja al nivel de la cabeza para que sufriera de ahogos momentáneos.
La goma. Una goma elástica ancha de la que pendía una campanilla circundaba la cabeza de la víctima, impactando contra ella a capricho del torturador.
Quebrantahuesos. Con una tenaza de punta hueca se luxaba sucesivamente la falange, la falangeta y la falangina de cada dedo de la mano de la víctima, y a veces también de los pies. Con un artilugio a propósito se luxaba todas las falanges de la mano a la vez.
El depósito. Cerrada en un habitáculo menudo y a oscuras, utilizado como tanatorio sin condiciones higiénicas, la víctima compartía estancia prolongada con algunos compañeros de infortunio muertos y ya en descomposición.
La bañera. Interrogatorio de la víctima sumergida en una bañera con agua fría jabonosa y trozos de vidrio que laceraban el cuerpo, las manos atadas a la espalda.
Echar a los cerdos. En los patios de algunas checas se criaban cerdos que devoraban viva a la víctima a ellos arrojada con varios cortes profundos de los que manaba sangre.
A este catálogo de horrores se incorporaban las palizas sistemáticas y las violaciones.
La resistencia de algunas víctimas era sobrehumana, de modo que finalizado sin éxito su interrogatorio se la llevaba a una dependencia supuestamente de cura, la falsa enfermería donde se le inyectaba cloruro de cocaína por vía intravenosa, un estimulante que reanimaba a las exhaustas.