Honra que honra.
La admiración por lo bien hecho, que bien parece, por la hermosura en todas sus manifestaciones, originada en la iniciativa de autor divino o humano, el admirativo reconocimiento a la obra magna, sea esta pura en su simplicidad o extraordinaria desde el juicio sensible, deviene manifiesta con la honra que se le tributa.
Una veneración instintiva, un agasajo de memoria, el placentero intercambio, la correspondencia obsequiosa, el alto título, la digna consagración al mérito, la reflexiva loa. Una honra de impulso natural en sus varios niveles de muestra.
Ante el agrado mayúsculo por el genio sobresaliente en la faceta contemplada, surge feliz y espontáneo, docto, cabal y entusiasta, el rendimiento del espectador en principio y siempre beneficiado, que asiste solemne en cuanto devoto a la gala de inscripción en el registro de los portentos. Dando las gracias con sincera efusión a los galardonados, artífices de historia, cuyos nombres reposan en el panteón de los ilustres, universo de dignidad al que accede el apuro honrado y nunca el ensoberbecimiento deshonroso.
A mucha honra la traslación a la recíproca de impresiones.
Francisco Martínez Salamanca y Costa: España honrando a las Bellas Artes (1833). Museo Nacional del Prado