Con estilo y decidida actuación, evidente su proceder, aquel bien posicionado lee, estudia y aprende. Desde lo alto de las posibilidades, el que quiere puede disponer a voluntad, tan solo por ese módico precio, de la llave maestra, la que abre puerta tras puerta; a su vez llave de paso en la dirección correctamente asistida. A buen entendedor pocas palabras bastan y con una imagen sobra.
Carl Spitzweg: Ratón de biblioteca (1850). Museo Georg Schäfer, Schweinfurt.
El rechazo a saber de lo esencial a lo complementario equivale a odiar la historia; en el primer supuesto, el del rechazo, la consecuencia es una aceptación ciega, sorda y muda de cuanto es o pueda venir sin ofrecer la menor interferencia; en el segundo caso, el del odio, el significado es aún más obvio y resumido: la derrota que la historia propina a su enemigo en cada capítulo. En el primer supuesto, ese individuo con tendencia al cero a la izquierda no participa en la realización de un futuro que simplemente y resignado padece: “es lo que hay”, se justifica; en el segundo caso la justificación aireada es un dogma, una consigna y un mandato emitidos por los farsantes que temen las lecciones del pasado.
Triste destino es el de vivir una época ominosa sin ofrecer una oposición reveladora del engaño que envuelve una utopía al gusto, nada disimulado, de los tiranos; una utopía surgida de revolución —no cabía otra manera— cuyo relato desvaído repite su vacuidad en un cerco de atrofia, suma de abulia y desencanto, paradigma de la miseria moral y material dispensada colectivamente.
Desde los peldaños altos de la escalera liberadora se contempla el flujo corrompido, sin ánimo de interpretación benévola o maligna, tan solo asistiendo a la vulgar representación de la tragedia. Perseverante el encumbrado, perseverando los rastreros y arrastrados.