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En las antípodas

Qué tiempos aquellos en que desde el círculo interior, o desde el círculo allegado, se recomendaba a un infractor, a un descarriado, a uno que pasado de listo acabó en la absorbente profundidad del laberinto, que en actitud de sincera disculpa trocara las cien veces de color amarillo por la única en colorado, y con ese gesto enmendara o fuera enmendando lo negativo hacia lo positivo.

    Aquellos tiempos quizá vuelvan, pese a lo difícil que es de creer en milagros que ni se solicitan, y renazca de su olvidada ceniza el atractivo de valer por uno mismo y sin coste ajeno, de ganar el pan con el sudor de la propia frente, de aprender para independizarse en el camino que va y sobre la marcha de arneses y débitos de muy largo plazo e interés creciente, y de hacer oídos sordos a la propaganda de humo y baratija.

    Decíase antaño que no casaba el orgullo con la pobreza, sino la dignidad con el empeño noble. Sin embargo hogaño, el enlace impuesto de la vanidad y la tontuna, la marca del tontivano, es un signo distintivo que orla el vacuo currículum del producto de diseño incorporado al trágala y añadido a la conveniencia de los menos, aunque notorios, contra los más, en declive genuflexo para minimizar el daño o, y, para sacar partido de la moda. Ser arrastrado por la corriente está de moda ya que, camarón dormido o apático, en tal lecho conducido llega a la meta del aquí me las traigan todas y me quedo como estoy y como el resto de ceros a la izquierda.

    Qué tiempos aquellos en que las decisiones eran personales, tomadas con esfuerzo responsable y sin perjuicio de terceros, igual que la memoria en su vertiente privada, pues la pública, esa memoria de conjunto, se llama historia y está documentada en su momento. Nostalgia del tiempo en el que la obra caracterizaba al personaje y lo expandía cual universo en vez de asilarlo en el seno del círculo de los mentirosos cuya gracia da pena; y que al encontrar lo imprescindible uno se daba cuenta de que lo había perdido y que lo andaba buscando.

    Aquellos añorados tiempos en que se repudiaba moral y materialmente el engaño, en los que a los adoradores de la mentira, transmisores del contagio patológico, se les castigaba con una merecida reprobación en todos los ámbitos junto a una exigencia de mejora, viajan en la dirección contraria.

    En las postrimerías del siglo XX fue derribado el muro de la vergüenza, pasaje fugaz que visto en perspectiva apenas hubo ocasión de relatarlo por la precipitación de los acontecimientos favorables y desfavorables, con lo que resultó visible en su miseria el paraíso socialista pero no vencido y liquidado. A muro caído, muro erigido; a vergüenza desnudada, desvergüenza de tiranía aireada. Con el advenimiento de un muro superior en cimiento, extensión y amenaza nos envuelve el infierno totalitario.

    Las formas de blanqueo, enfrentamiento y propaganda inducen a unas situaciones de hecho mediáticamente oficializadas, pero que no son ni fondo ni verdad. Las formas deben perfeccionar al fondo y no, como en efecto sucede, corromperlo y extrañarlo. Mantener la inercia gandula y arribista, impulsar la desidia y el conformismo, estimular envidias, rencores y odios, incentivar la necedad, el miedo, la pobreza en cualquier sentido y la incultura, es una práctica simple y llanamente destructiva a corto y largo plazo.

    Aún recuerdo cuando los dependientes eran profesionales de la atención al público o aquellas personas realmente necesitadas de atención, cuidado y esperanza por su enfermedad, y no elementos de cadena dependiendo del precio, la promesa y la prebenda otorgada por el mandante a cambio de un servicio.

    Mucho mal viento ha soplado para invertir los principios por objetivos, los escrúpulos y la conciencia por indiferencia y desprecio. Tanta inclemencia sobrevenida también ha subvertido el orden natural por un caos artificial estrictamente controlado.

    Las antípodas eran entonces un lugar remoto en la geografía del globo terrestre que coincidía con el sitio del observador por el trazado de una línea recta; era precisa la imaginación para cubrir tan extraordinaria distancia.

Museo del Duomi en Modena

 

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