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Memoria recobrada (1931-1939) XXXIII


Continuación de la entrega XXXII

Plan de resistencia escalonada para la huida
La idea complementaria a la de rendirse equiparando las condiciones de los vencedores y los perdedores, algo impensable en el bando nacional, era entre los todavía aparentemente aliados del Frente Popular la de ir abandonando por etapas defensivas la zona llamada republicana en dirección al puerto de Cartagena, donde embarcarían los principales dirigentes políticos y jefes militares con diferentes rumbos extranjeros.
    El 10 de febrero, a este fin, o por lo menos con tanteo de posibilidades y pareceres, el general Matallana mantuvo conversaciones con los asesores soviéticos, auténticos líderes del Frente Popular y las estrategias inherentes a la guerra y la revolución. Éstos comunicaron al militar que esperaban recibir órdenes de Moscú y que de acuerdo a ellas obrarían en el repliegue, destruyendo a su paso industrias, vías y estaciones de ferrocarril, centrales eléctricas, puentes, depósitos y cuanto pudiera ser de utilidad al enemigo (declarado por el general Matallana a Luis Romero que lo transcribe en El final de la guerra).
    Por su parte, el coronel Casado, jefe del Ejército del Centro, apostaba por esa estrategia de la desaparición escalonada, proyecto que comunicó al anarquista Cipriano Mera antes de la fecha citada. En la reunión, que tuvo lugar en el cuartel general de Mera, Casado manifestó su plan con el suficiente detalle para ser creído, añadiendo, al hilo de lo que deseaban los comunistas, que una resistencia a ultranza lograría enlazar la contienda civil con la inminente que estallaría en el continente europeo; y eso cambiaría la situación agónica del Frente Popular de la República (confesión de Cipriano Mera en su libro de memorias Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista).
    Pronto se descubrirá el doble juego de Casado, resistir por etapas de huida o negociar una capitulación ventajosa, no obstante apoyado por los anarquistas.

La entrevista de Juan Negrín con Segismundo Casado el 12 de febrero
A las once de la mañana del día 12 de febrero de 1939, en el edificio de la Presidencia del Gobierno en Madrid, Juan Negrín llamó a entrevista al coronel Segismundo Casado, máxima autoridad militar en Madrid ante la ausencia de los generales Miaja y Matallana, ambos en Valencia.
    Casado resumió la situación sin escatimar dramatismo: faltaban materias primas para la industria de guerra, armamento, medios de combate, vestuario para la tropa y alimentos en condiciones (salvo el pan), y la población civil demandaba la paz porque estaba harta de guerra y privaciones. Negrón aceptó lo expuesto, pero reiteró su obligación de continuar la guerra: “Estoy de acuerdo con su criterio, pero yo no puedo renunciar a la consigna de resistir” (recogido en las obras biográficas de Segismundo Casado, Así cayó Madrid, y de Ángel María de Lera, Madrid, marzo de 1939. Lo que vi).
    Este mismo día 12 se celebró un Consejo de Ministros a las 17 horas y treinta minutos, con los titulares de las carteras llegados desde Valencia por la mañana; a su término fue expedida la nota siguiente: “O todos nos salvamos o todos nos hundimos en la exterminación y el oprobio. La suerte está echada”.

La solución y el estorbo
La República quedó diluida en el magma del Frente Popular y no tardó en precipitarse al vacío y desaparecer. Finalizada la batalla del Ebro, las aparentes estructuras del poder político se desmoronan, y con la caída de Cataluña en realidad no queda instancia política sostenida.
    El año 1939 muestra que la República del Frente Popular, ideada y dirigida por los agentes soviéticos de Stalin, carece de aparato político: no hay presidente ni Cortes ni diputados ni mecanismo administrativo ni, en rigor, organizaciones políticas ni sindicales, sino un batiburrillo de ideologías enfrentadas o apenas coincidentes para suprimir la hegemonía de los comunistas. Lo que permanece en Madrid y en la denominada zona Centro (el territorio aún dominado por el Frente Popular) es una composición netamente militar, con un general en jefe del conjunto de fuerzas de Tierra, Mar y Aire y una estructura adyacente, con el mismo carácter, integrada por los compañeros de armas que eligieron en su momento el otro bando, el que va ganando.
    La idea de una negociación entre militares concebida por los mandos menos comprometidos con el Frente Popular nació en otoño de 1938, inmediata a la derrota en la batalla de Peñarroya. Era un propósito viable en cuanto que desterraba las componendas políticas.
    Pensaban los aspirantes a una paz negociada que el estorbo para alcanzarla era Negrín, defensor aparente de una resistencia a ultranza, político radical amigo de los comunistas y por ellos aupado y mantenido en la presidencia del Consejo de Ministros, quien polarizaba todos los odios de las fuerzas y gentes civiles no exclusivamente suyas.
    El anarcosindicalista Juan López (Una misión sin importancia) refiere en este libro una reunión celebrada en París al cabo de perder Cataluña, a la que asistieron el ministro Segundo Blanco, el secretario general Mariano Rodríguez Vázquez y el exministro Juan García Oliver, los tres anarquistas, en la que expresa que “es suicida pensar en la posibilidad de resistir. Hay que defenderse, pero para ello es preciso terminar con la actual situación política. Negrín no puede volver a la otra zona como gobierno”. En el libro reseña la opinión de García Oliver al respecto de Negrín y el abandono de la lucha: “Puesto que la guerra estaba perdida, no se podía pensar en prolongarla sino en hacer la paz. Pero Negrín no era el hombre de la paz. Encarnó la política de la resistencia desesperada. Al hundirse esa política se hundía Negrín. No era hombre para una política de paz. No era la persona indicada para hacer una liquidación de la guerra. Las democracias le habían retirado el crédito y los facciosos se negarían a entablare relaciones de paz con él”.
    Para los militares del Frente Popular de la República, ahora ya anhelando desasirse de esta obediencia organizada por Stalin y aceptada por Azaña, Prieto, Largo y Negrín, por fases de gobierno e intereses personales, la solución pasaba por las conversaciones entre militares de los bandos enfrentados. Vicente Rojo, que reconocía la victoria de Francisco Franco “porque lo exigía la ciencia militar, el arte de la guerra” (¡Alerta los pueblos!) y Segismundo Casado, la paz tenía que llegar por el acuerdo entre militares.

El obstáculo comunista
Según Vicente Rojo y Antonio López Fernández, ayudante del general José Miaja, Juan Negrín y sus adictos habían regresado a España (el 10 de febrero) para cumplir instrucciones de la Unión Soviética: las de pelear hasta el desastre absoluto para esgrimir en su propaganda a posteriori que fueron ellos, los comunistas, únicamente quienes aguantaron hasta el final. Negrín colaboraba con la política soviética de resistir hasta que alcanzar a España la inminente conflagración europea, acentuada en la prensa de la zona frentepopulista por encima de la realidad del conflicto doméstico.
    Serviles con las directrices de Stalin e identificados con Negrín, los comunistas proseguían metódicamente su tarea de controlar el Estado. Expone Luis Araquistáin (en su obra Sobre la guerra civil y la emigración), antaño colaborador de esa misma política, que “los testimonios probatorios de este control del partido comunista, es decir, del Estado soviético, sobre el Estado español, forman una masa inmensa, oral y escrita”. También lo refiere así Indalecio Prieto en su informe ante la Ejecutiva del PSOE tras su caída en 1938 titulado Cómo y por qué salí del Ministerio de Defensa Nacional, intrigas de los rusos en España. Jesús Hernández corrobora la acción confirmando que tras la salida de Jesús Díaz de la secretaría general del PCE, son Palmiro Togliatti, vicepresidente delegado de la Comintern, Stepanov, delegado personal de Stalin, y Dolores Ibárruri, La Pasionaria, correa de transmisión de las directrices soviéticas a sus correligionarios en España, quienes dirigen el partido. Valiéndose del chantaje y la progresiva implantación de los soviéticos, los comunistas habían incorporado a sus filas un conglomerado de oportunistas que al visualizar el declive abandonar la disciplina y comenzaron a renegar de su pasado; nombres como los de Miaja, Burillo y Prada, que desempeñaron mandos militares decisivos al final de la guerra, destacan en esta faceta de cambio y repulsa. Unido a que la anterior y aún presente prepotencia de los comunistas había conseguido despertar rechazo y mucho más en el resto de partidos políticos.
    Así explica el anarcosindicalista José García Pradas (en Teníamos que perder) los motivos de la aversión hacia los comunistas:
Según lo entendía el pueblo, el antifascismo era tan solo la libertad y había que ser muy zote (tanto como los granujas dispuestos a hacerse el tonto) para no darse cuenta de que el partido comunista aspiraba a implantar un despotismo totalitario, absoluto, que bien podía ser llamado el fascismo rojo. Así pues, con sus pillos y sus tontos, sus mentores extranjeros, los reaccionarios que se emboscaron en él, los maulas y paniaguados que a su servicio se pusieron en otros sectores antifascistas, las irritantes tensiones que causó, sus continuos abusos de confianza y de poder, su traicionera actuación en todo, su corrupción de la decadencia militar y civil, su monstruosa política de guerra con fines proselitistas, sus campañas contra toda labor sindical, su permanente encizañamiento, su terrorismo y su tendencia a establecer la más sectaria tiranía, el Partido Comunista fue la clave, el buje, el cubo unificador de los factores que nos hicieron perder la guerra, ya que de ellos se valió para supeditarla a sus propios fines, con los cuales logró identificarla; y como esos fines eran inaceptables, a fuer de ser antiespañoles y esclavistas, no sólo acabó por suscitar la revuelta de todo el antifascismo contra él, sino también por dejar al antifascismo sin su base popular, sin más sustento que el temor al enemigo.
    Manuel Azaña, en sus refugios extranjeros, lavadas las manos cual su costumbre de la responsabilidad que también, y en decisiva medida, partió de él por acción u omisión, por la incidencia de sus decisiones y por la desidia en ejecutar el mando inherente al cargo, refleja en La velada en Benicarló lo que meses antes su presciencia sospechaba iba a ocurrir:
Las ambiciones, divergencias, rivalidades, conflictos e indisciplina que tenían atascado al Frente Popular, lejos de suspenderse durante la guerra se han centuplicado. Todo el mundo ha creído que, merced a la guerra, obtendría por acción directa lo que hubiera obtenido normalmente de los Gobiernos. La granada se ha roto en mil pedazos, precisamente por donde estaban marcadas las fisuras.
    Al respecto de la preponderancia comunista, Julián Zugazagoitia en Guerra y vicisitudes de los españoles, reseña:
Los agentes de Franco se limitarían a soplar en la pasión antisoviética. Resistir, se dice, es interés de Rusia. El anticomunismo deja así de ser un sentimiento oculto para convertirse en una bandera de combate.
El creciente monopolio comunista en las estructuras militares (habiéndose producido en las civiles de igual modo) era el principal motivo para las deserciones de los llamados a filas y la desmoralización en vanguardia y retaguardia, en las individualidades y en los grupos. Durante los meses de febrero y marzo de 1939, periodo objeto de estudio en las presentas entregas documentadas, la Gaceta de la República publica numerosas requisitorias contra oficiales y soldados desertores.
    Un documento fechado en mayo de 1938, conservado en la Dirección General de Seguridad, por aquel entonces de la República frentepopulista, y proveniente de una fuente comunista que refiere la actuación del Partido Comunista dentro de los cuerpos de seguridad, informa que: “En las fuerzas de Seguridad que operan en vanguardia el reclutamiento [para el partido] se ha hecho y se hace en forma organizada [a partir de los representantes del comisariado político], obteniéndose buenos resultados. En las fuerzas de Seguridad de retaguardia el reclutamiento ha sido débil”. Los nuevos militantes comunistas son en un 75% individuos que han ingresado en las fuerzas de Seguridad después de iniciada la guerra, y el ámbito de reclutamiento principal es el denominado Ejército del Centro. El trabajo de proselitismo del comisariado político se lleva a término mediante reuniones periódicas en las compañías de los guardias de Seguridad y Asalto. Continúa el informe dando cuenta de la actividad y número de efectivos socialistas del PSOE, que dispone de una organización fuerte en la Policía, en la Brigada de Extranjeros y demás unidades policiales, y en el SIM cuando lo han dominado.
    El comisariado político era el arma de los comunistas para imponerse coactiva y violentamente entre los militares y soldados de reemplazo y forzosos, un arma que, debido a la competencia entre las diversas organizaciones integradas en el Frente Popular y a los intereses de los respectivos dirigentes que respondían prioritariamente a su ego, en la retaguardia y entre los guardias y población civil no tenía tanta eficacia.


Fuentes
Ricardo de la Cierva y Hoces, La victoria y el caos. Ed. Fénix
José Manuel Martínez Bande, La lucha por la victoria. Vol. II. Monografías de la Guerra de España n.º 18. Servicio Histórico Militar. El final de la Guerra CivilMonografías de la Guerra de España n.º 17. Servicio Histórico Militar.
Luis Suárez Fernández, Franco. Crónica de un tiempo. Tomo. I. Ed. Actas
Pío Moa Rodríguez, Los mitos de la guerra civil. Ed. La esfera de los libros.
César Vidal Manzanares, La guerra que ganó Franco. Ed. Planeta.

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