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Memoria recobrada (1931-1939) LXIII

Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega, que enlaza con las números IIIV y VII, compendia la deriva revolucionaria de socialistas y comunistas antes y después del pacto del Frente Popular para las elecciones de 1936.

El socialismo dividido

En un mitin celebrado en Madrid el 28 de marzo de 1933, el socialista Julián Besteiro declaró que los socialistas eran demócratas y por consiguiente querían una República burguesa. En un mitin en la localidad asturiana de Mieres el 2 de julio de 1933, el mismo Besteiro preguntará y responderá lo siguiente: “¿Vamos a ser bolcheviques? ¿Y para eso hemos estado tanto tiempo luchando contra el Partido Comunista? Si el intento bolchevique triunfase en España la República sería la más sangrienta de la Historia contemporánea”.

    La réplica a esta declaración de Julián Besteiro llegó en los cursos estivales de la Escuela Socialista de Torrelodones. Recibidos los dirigentes socialistas moderados con una calculada frialdad por los jóvenes socialistas, rayana en el desprecio, el 11 de agosto la lección del aclamado líder socialista radical Francisco Largo Caballero sentó las bases de la acción política en adelante para todos los concurrentes, militantes y simpatizantes: “¿Asustarse de la dictadura del proletariado? ¿Por qué? Yo no acepto ni creo en la evolución política. El sentimiento obrero tiene que estallar inevitablemente y debemos estar preparados”. El denominado Lenin español, Francisco Largo Caballero, recibió las mayores ovaciones de los jóvenes cursillistas; el socialismo en España quedó dividido en dos facciones irreconciliables y enfrentado durante la II República, el gobierno del Frente Popular y la Guerra Civil de 1936 a 1939.

La revolución socialista

En los cursos de Torrelodones impartidos a las juventudes socialistas en el verano de 1933 dio inicio la marcha hacia la violencia. Una vez perdidas las elecciones por la izquierda en su conjunto, de los republicanos burgueses a los socialistas y comunistas, ese año 1933, la marcha hacia la violencia cobró velocidad y determinación.

    El 21 de diciembre de 1933 publicará el diario El Socialista: “La experiencia republicana ha terminado”; el 3 de enero de 1934: “¡Guerra de clases! ¡Odio de muerte a la burguesía criminal! ¡Pase lo que pase, atención al disco rojo!”; y el 13 de enero: “No somos republicanos; no lo hemos sido nunca”.

    Indalecio Prieto, otro de los líderes socialistas de mayor peso —y en continua pugna con Francisco Largo Caballero y Juan Negrín—, en un mitin en Madrid el 4 de febrero de 1934 pedirá: “Hágase cargo el proletariado del poder, y si es preciso verter sangre debe verterse”.

    A partir de marzo y abril de 1934, preparando el octubre revolucionario a imagen y semejanza del soviético, la iniciativa de la violencia fue llevada a cabo por el sindicato socialista Unión General de Trabajadores (UGT) en las ciudades y en los pueblos su filial Frente Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT).

    En abril de 1934 se celebró el 5.º Congreso de la Federación de Juventudes Socialistas, donde se proclamó que la juventud debía impulsarse con “la fuerza organizada de la revolución”. En el discurso de clausura Largo Caballero declaró que los socialistas no se diferenciaban de los comunistas, que era imprescindible crear un ejército revolucionario organizado militarmente para conquistar el poder: el futuro Ejército rojo. Así lo expresaba la resolución del Congreso: “En relación con el problema militar, las Juventudes Socialistas habrán de abarcar un criterio totalitario. En primer lugar, deberán militarizar sus cuadros, dotándolos de una rígida disciplina, tanto más severa por cuanto nace del propio convencimiento y no de una imposición externa. Fuera del Ejército, serán las Juventudes Socialistas la base militar de la actuación del Partido en el orden civil”.

    En mayo de 1934 apareció el primer número de la revista socialista Leviatán, dirigida por Luis Araquistáin; en su editorial publicó: “La República es un accidente porque el socialismo reformista está fracasado. Marx y Engels tenían razón en todo en su teoría de la Historia y del Estado y en su programa de acción”.

    A su vez, la III Internacional, la Internacional Comunista o Comintern, en mayo de 1934 varió su postura en España, y en el resto de Europa, exigiendo la revolución inmediata y por sí misma, máxima e independiente, pasando a la alianza con los grupos más o menos afines para infiltrarse en sus filas y dominarlos o destruirlos desde dentro.

Alianzas revolucionarias y milicias de choque

La gran táctica de los comunistas era la infiltración. Pero fueron los satélites del comunismo oficial, los heterodoxos que purgarían en su momento. Joaquín Maurín con su Bloque Obrero y Campesino (BOC) configuró a lo largo de 1933 en Cataluña la Alianza Obrera Antifascista, a la que se incorporaron la Izquierda Comunista de Andrés Nin, las secciones catalanas del PSOE y la UGT, la Unión de Rabassaires (agrupación de viticultores no propietarios) y los treintistas del anarquista Ángel Pestaña. Los comunistas oficiales partidarios del Frente Único permanecieron al margen de estas alianzas.

    En febrero de 1934 tuvieron varias reuniones Maurín y Largo Caballero, acordando que las Alianzas se extendieran allende Cataluña; en primavera se organizaron en Madrid y en Asturias.

    Fracasado el intento de sindicato comunista, Confederación General del Trabajo Unitario (CGTU), las Juventudes Comunistas a pesar de su menguado número organizaron desde 1933 una fuerza de choque callejera llamada Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC) al frente de las cuales se situó el teniente de la Guardia Civil retirado Francisco Galán.

    Por su parte, y de manera autónoma, el socialismo creaba sus milicias, al mando de las cuales figuraba el italiano Fernando de la Rosa acompañado por algunos militares profesionales; entre las que destacaría La Motorizada al servicio de Indalecio Prieto.

La formación del Frente Popular para las elecciones de 1936

El pacto de Frente Popular para concurrir a las elecciones a Cortes de 1936 lo suscribieron los republicanos de izquierda, los socialistas y comunistas más una facción anarquista; no lo firmaron ni la sindical Confederación Nacional del Trabajo (CNT) ni la Federación Anarquista Ibérica (FAI).

    Los componentes del Frente Popular eran: Izquierda Republicana, Unión Republicana, Partido Socialista (PSOE), Partido Comunista (PCE), Partido Sindicalista (pequeño partido desgajado de la CNT y dirigido por Ángel Pestaña), Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM, partido resultante de la unión en 1935 del Bloque Obrero y Campesino de Maurín y de Izquierda Comunista de Nin), la Unión General de Trabajadores y la Federación Nacional de Juventudes Socialistas.

    La propaganda electoral y callejera del Frente Popular anunciaba inequívocamente sus intenciones según se cosechara una derrota o se alcanzara la victoria. La idea de los socialistas, manifestada por Julio Álvarez del Vayo el 2 de enero de 1936 en Málaga era la de instaurar la dictadura del proletariado. En Madrid, el 12 de enero, Francisco Largo Caballero afirmó: “Cuando yo hablo de socialismo, no hablo del socialismo a secas, hablo del socialismo marxista, del socialismo revolucionario”; en la localidad jienense de Linares, el día 19: “A los comunistas no les separa de nosotros ninguna diferencia”; en Madrid, el 21: “No volveremos más a guardar las vidas de nuestros enemigos como el 14 de abril [de 1931]”; en Alicante, el 26: “Si triunfan las derechas no habrá remisión; tendremos que ir forzosamente a la guerra civil declarada”; y en Valencia el 2 de febrero: “La clase trabajadora tiene que hacer su revolución. Si no nos dejan iremos a la guerra civil. Cuando nos lancemos por segunda vez a la calle [la primera fue en octubre de 1934], que no nos hablen de generosidad y que no nos culpen si los excesos de la revolución se extreman hasta el punto de no respetar cosas ni personas”.

La unidad proletaria y el Ejército rojo

En cumplimiento de las consignas dadas por la Unión Soviética de Stalin, vía la III Internacional, la política de infiltración comunista en el socialismo avanzaba imparable; el ala radical socialista de Largo Caballero favorecía esta penetración.

    En carta publicada el 5 de marzo en Mundo Obrero, órgano de propaganda comunista, el Comité Central del Partido Comunista propuso la ruptura con el Frente Popular y la instauración de la dictadura del proletariado en la forma de sóviets.

    La respuesta socialista a esta declaración política y social llegó publicada en el órgano de propaganda de Largo Caballero, Claridad, donde se manifestaba que la revolución proletaria socialista no podía llevarse a cabo reformando el estado social vigente, sino que el único camino posible era el de destruirlo de raíz por cualesquiera medios que fuesen posibles, incluido la supresión del Ejército permanente y el armamento general del pueblo. El documento finalizaba demandaba la unificación del proletariado, en realidad de los Partidos socialista y comunista, habiéndose ya iniciado conversaciones al respecto.

    El proceso, ya cubierto en la órbita sindical, ahora abordaría a las respectivas juventudes. El delegado socialista fue Julio Álvarez del Vayo y el agente de la Comintern Vittorio Codovila, alias Medina; los actores secundarios fueron el secretario de la Federación de Juventudes Socialistas, Santiago Carrillo, y el de la Unión de Juventudes Comunistas, Trifón Medrano. Las reuniones se celebraron en el domicilio de Álvarez del Vayo y tuvieron en Luis Araquistáin un cronista que escribió en El comunismo y la guerra de España: “Fue allí [el domicilio citado] donde se organizó el viaje a la Meca moscovita; y allí donde quedó convenido entregar al comunismo la Juventud Socialista, la nueva generación trabajadora de España”.

    El 4 de abril de 1936 se firmaron las bases generales para la unión de las dos Juventudes, documento publicado en Mundo Obrero. Al día siguiente se celebró un mitin en la Plaza de Toros de Madrid con mezcla de milicianos uniformados y público asistente enfervorizados ante las exaltaciones de la violencia. Largo Caballero confirmó que “la clase obrera marcha a la dictadura del proletariado a pasos de gigante, y lo hará pacíficamente o por encima de todos los obstáculos”.

    Para la lucha era precisa una fuerza revolucionaria, un ejército rojo previamente invocado en octubre de 1934. El afán de disponer una milicia eficaz, aguerrida, bien armada y disciplinada, era acuciante. El 10 de abril de 1936 el comunista José Díaz concretó: “Queremos una sola milicia. Ni camisas rojas ni camisas azules; una sola milicia que sea embrión del Ejército rojo de España”.

    Pero las milicias no se unificaron como los sindicatos y las Juventudes. Los socialistas continuaron con sus milicias y su Motorizada, mientras que los comunistas mantuvieron sus MAOC puesto que ninguno quería debilitar sus grupos. 

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