El Imperio en Europa: Milicia y embajadas de Nápoles a la corte sueca
La película Cristina reina de Suecia, protagonizada en la ficción cinematográfica por la famosa actriz sueca Greta Garbo, refleja a la manera comercial que atrae al público un episodio real, propiamente expresado al tratarse de una reina, a su vez protagonizado en el papel masculino por el militar y embajador español, nacido en la localidad leonesa de Joarilla el año 1602, Antonio Pimentel de Prado y Blanca, caballero de Santiago, Maestre de Campo, sargento general de batalla en Flandes, embajador de Felipe IV ante la corte sueca y enviado con la delegación española en las negociaciones entre España y Francia que culminaron con la firma del Tratado de Paz de los Pirineos.
Antonio Pimentel de Prado
Imagen de Alamy
La vida de servicio exterior a la Corona española de Antonio Pimentel comenzó en Nápoles, desempeñando cargos administrativos en diversos municipios de ese reino español; hombre de buena planta, también en Nápoles contrajo matrimonio con Isabel Aubremont, hija del gobernador de Terramunda.
De las tareas burocráticas acabó cansándose, prefiriendo la carrera de las armas. En el ducado de Milán, de soberanía española, estrenó su destreza militar, prolongada seis años en todos los frentes de batalla que terciaron. A lo largo de los siguientes catorce años fue ascendiendo hasta el empleo de teniente de maestres de campo general, una trayectoria brillante que premió Felipe IV otorgándole el hábito de la Orden de Santiago en 1645.
Corría 1651 cuando el Consejo de Estado español de acuerdo con la corte sueca decidió el envío de un gentilhombre en funciones de embajador. Al año siguiente, con fecha 20 de abril de 1652, fue nombrado Antonio Pimentel para asumir la empresa, demostrando en lo sucesivo una habilidad diplomática de alto rango. El diplomático español debía separar a la impetuosa reina Cristina de los tratos con portugueses afirmando una alianza estratégica con España. Antonio Pimentel causó una favorable impresión en la Corte de Suecia, y aún mejor en la reina, ganando la amistad entre las dos potencias situadas en las antípodas de Europa. Reiteradas honras y singulares agasajos jalonaron sus años de servicio diplomático en la corte de la reina Cristina, entablando ambos una relación que a nadie pasó desapercibida; ni ellos lo pretendieron.
Pero en 1656, de paso por Roma acompañando en embajada a la inseparable Cristina, Antonio Pimentel dio por finalizada aquella empresa inicial que se había teñido de aventura, sin dudar satisfactoria, y así lo comunicó a Felipe IV; además de solicitar del monarca su reincorporación al servicio militar y en Flandes.
Solo dos años consintió el rey la licencia militar de Antonio, pues en el horizonte inmediato asomaba la necesidad de un tratado con Francia, para evitar otra guerra. A ello se dispuso el embajador Pimentel en 1658, y como mandaba el rey de España estampó su rúbrica en el Tratado de los Pirineos o Paz de los Pirineos.
Imagen de iberlibro.com
El resto de la vida de Antonio Pimentel estuvo marcado por las cualidades que forjó su trayectoria al servicio de España.
Su última misión, combinando en una labores militares, gubernativas y diplomáticas, se la encomendó en 1669 el gobernador y capitán general de los Países Bajos, Íñigo Melchor Fernández de Velasco, designándole como sucesor interino.