El primer legionario caído en combate fue el onubense de Minas de Riotinto Baltasar Queija Vega, nacido en 1902.
Sucedió el 7 de enero de 1921. El cabo Queija, de la II Bandera, servía en el puesto atrincherado número 4 en labores de protección del yacimiento de agua situado en el campamento Zoco el Arbaá, de la Cabila de Beni Hassan, en la zona de Tetuán. A medianoche la escuadra sufrió el ataque de los rifeños que perseguía vencer a la guarnición y apoderarse de sus armas, quedando gravemente herido Queija aunque manteniendo firmemente cogido su fusil. Se acercó el enemigo pretendiendo arrebatar el arma a quien parecía muerto, pero como no lo estaba el legionario resistió el intento que acabó en acuchillamiento hasta matarlo.
Cuando sus compañeros hallaron su cadáver se aprestaron al traslado, y después de haberlo depositado en terreno propio descubrieron metido en su camisa una carta con el terrible comunicado del fallecimiento de su novia, y junto a ella una hoja escrita —le adornaba una afición literaria conocida— con unos sentidos versos dedicados para siempre a su novia:
“Por ir a tu lado a verte,
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue ¡mi Bandera!”
La noticia había dejado conmocionado al bravo muchacho, que ya había demostrado su arrojo en el flamante Tercio de Extranjeros. El fundador de la Legión, José Millán-Astray Terreros, advirtió el desconsuelo de aquel bravo, e interesándose por el motivo escuchó el relato de la luctuosa misiva y la resolución aparejada:
“Mi teniente coronel, ¡ojalá que la primera bala que se pierda sea para mí!”
Se le dio cristiana sepultura con honores militares.
Fidel Prado se inspiró en este poema de amor reafirmado para alumbrar el que pronto se convertiría en himno de La Legión, de igual valor que La canción del legionario, titulado El novio de la muerte, musicado por Juan Costa. La composición tuvo su lucido estreno en el malagueño Teatro Vital Aza en julio de 1921, interpretada a ritmo de cuplé por Mercedes Fernández González, de nombre artístico Lola Montes.
Estuvo presente en una de las funciones María del Carmen Angoloti, duquesa de la Victoria, encargada de formar a las enfermeras voluntarias de la Cruz Roja en la Campaña del Rif en Melilla ese año 1921, quien pidió a Lola Montes que acudiera a Melilla a cantar a los soldados tan emotiva y enardecedora pieza. También Millán-Astray propuso que El Novio de la Muerte se convirtiera en un himno para sus legionarios, adaptando la música a la marcialidad correspondiente.
El Novio de la Muerte
I
Nadie en el Tercio sabía,
quien era aquel Legionario
tan audaz y temerario
que en La Legión se alistó.
Nadie sabía su Historia,
más La Legión suponía
que un gran dolor le mordía
como un lobo el corazón.
Mas si alguno quién era le preguntaba,
con dolor y rudeza le contestaba:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tan leal compañera.
II
Cuando más rudo era el fuego
y la pelea más fiera,
defendiendo a su Bandera
el Legionario avanzó.
Y sin temer al empuje
del enemigo exaltado,
supo morir como un bravo,
y la Enseña rescató.
Y al regar con su sangre la tierra ardiente,
murmuró el Legionario con voz doliente:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tan leal compañera.
III
Cuando al fin le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.
Y aquella carta decía:
«…Si Dios un día te llama,
para mí un puesto reclama,
que a buscarte pronto iré».
Y en el último beso que le enviaba,
su postrer despedida le consagraba:
Por ir a tu lado a verte,
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi Bandera.