La granadina María la Bailaora fue la única mujer que combatió en la Batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, mostrando valor, disciplina y, además, una gran destreza con el arcabuz y la espada. La historia de la presencia de María la recoge el soldado y testigo Marco Antonio Arroyo en su Relación del Progreso de la Armada de la Santa Liga, publicado en Milán el año 1576.
Alistada en el Tercio de Lope de Figueroa, por motivos personales, no llegó a revelar su condición femenina en aras de eludir la prohibición de no embarcar mujeres ni gente inútil que don Juan de Austria había impuesto. Este Tercio formaba la guarnición de la Galera Real, nave capitana portando la insignia del capitán general de la Armada.
Al igual que sus compañeros de fatigas, María disparó las balas de veinte gramos del arcabuz, arma de fuego de un metro y medio de longitud y aproximadamente cinco kilos de peso, y cual era de rigor portaba una espada ropera y una daga titulada de misericordia o de mano izquierda, manejadas con arrojo y pericia en el fragor del combate.
La Galera Real de Don Juan de Austria se enfrentó a la galera capitana de la flota enemiga, la Sultana, mandada por el almirante jefe de la flota Alí Pachá. Ambas naves tenían unas dimensiones parecidas y con una dotación semejante, de Tercios veteranos la cristiana, de jenízaros la otomana.
Al abordaje fueron la una contra la otra. Por dos veces los cristianos alcanzaron el palo mayor de la Sultana y otras tantas tuvieron que retroceder, llegando los turcos a pasar el palo de trinquete a la Real. El equilibrio de fuerzas lo rompió don Álvaro de Bazán con el envío de un oportuno refuerzo. La Galera Sultana fue tomada, capturado el estandarte turco y Ali Pacha vencido y muerto.
María la Bailaora sostuvo combate de principio a fin esa jornada memorable. De ella refiere el improvisado cronista Marco Antonio Arroyo que quien se sabía por todos era mujer “peleó con un arcabuz con tanto esfuerzo y destreza que a muchos turcos costó la vida, y venida a afrontarse con uno de ellos lo mató a cuchilladas. Por lo cual, Don Juan le hizo particularmente merced, le concedió que de allí adelante tuviese plaza entre los soldados, como la tuvo en el tercio de Lope de Figueroa”. Con el sueldo de un arcabucero de por vida.
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