El rey Felipe II designó a Alejandro Farnesio para que sofocara la rebelión de los nobles en Flandes y pacificara ese territorio que tras previa conquista había gobernado el duque de Alba; pero a la orden no se la dotó de más dinero, nuevas tropas y material de puentes y trenes para batir las murallas de la bien fortificada región. Felipe II contaba para alcanzar el éxito con el talento y carisma de Farnesio y los veteranos Tercios de Julián Romero y Pedro de Paz, apoyados por los regimientos alemanes, italianos y valones dirigidos por el maestre de campo y coronel perpetuo Cristóbal de Mondragón.
El fallecimiento de Don Juan de Austria en 1578, ostentando el gobierno de Flandes, impidió continuar la tarea de apaciguamiento y reconquista del territorio declarado en rebeldía. La situación para la Corona española en esa época era mala, con sólo tres de las diecisiete provincias y parte de una cuarta manteniéndose leales. Los rebeldes flamencos contaban para su causa con el apoyo del archiduque Matías de Austria, hermano del emperador Maximiliano II, del duque de Alençon, Francisco de Valois, hermano del rey de Francia, Enrique III, de Juan Casimiro, hijo del elector palatino Federico III el piadoso y la contribución financiera y también militar de Isabel de Inglaterra. Sin olvidar que Guillermo de Orange-Nassau, duque de Orange, ambicionaba la prioridad por derecho de sangre y suelo en ese disputado gobierno.
Esta alianza, no obstante, presentaba un duelo de intereses que encarnaron Juan Casimiro y el duque de Alençon. El francés pretendía el poder tanto como el de Orange entregárselo en calidad de títere a las órdenes de los Estados Generales. Al mando de un ejército que fue incrementando con la incorporación de las facciones rebeldes contrarias a la presencia española, ocupó varias plazas en poder de los españoles y rodeó, en su último acto notorio, el campamento español en las proximidades de Namur. Eran 40.000 infantes y 17.000 caballeros montados asediando a un contingente muy inferior. Sin embargo, los sitiadores no pudieron mantener a tan gran ejército en orden y concierto ante la resistencia de los sitiados, de tal modo que el plan de conquista fracasó retirándose los franceses de Alençon a la par que los alemanes de Juan Casimiro.
La pérdida de efectivos añadida a la desunión entre los numerosos y ambiciosos líderes opuestos al dominio español, impulsó al general y gobernador de Flandes, Alejandro Farnesio, sucesor en el alto cargo de su pariente don Juan de Austria, a emprender una nueva campaña contra todos ellos, demostrando el poderío español.
Asedio y toma de Maastricht (Mastrique)
En su campaña contra Maastricht, acción previa a la toma de Amberes que era el objetivo principal, Alejandro Farnesio organizó un ejército de 15.000 soldados de Infantería y 4.000 de Caballería.
Para garantizar el suministro e impedir los movimientos a los de Maastricht, fueron ocupadas las villas de Kerpen y Erclens. Desde ellas pasó rápidamente a la provincia de Brabante y ofreció batalla al enemigo que esperaba al otro lado del río Mosa. La maniobra de los españoles al cruzar el río excepto el Tercio de Cristóbal de Mondragón, que duró tres días, confundió y acobardó a los aliados, que se creían seguros y dominantes en su posición; aún más velozmente dividieron su ejército para situarlo en el refuerzo de diversas localidades de la región.
Un poco antes de incorporarse al ejército de Farnesio, el Tercio de Francisco Valdés había tomado la ciudad de Vuert.
Una buena parte del ejército rebelde dividido se hallaba en la importante plaza de Tournay y otra no menos considerable, 17.000 soldados alemanes de Juan Casimiro, se posicionó en el cercano refugio de Bois-le-Duc; y al cabo, negociando con los españoles, abandonaron la lucha.
Despejado este camino, los españoles marcharon contra el ejército de 3.000 hombres que el duque de Orange denominaba “sus valientes”, apostados en las proximidades de Amberes, obteniendo una aplastante victoria. De aquí siguieron ruta hacia Maastricht, fijando el campamento a la vista de la ciudad el 8 de marzo de 1579. Dentro de Maastricht aguardaba un ejército de 14.000 hombres al mando de Sebastián Tapino, general de confianza del duque de Orange.
Maastricht está dividida por el río Mosa y unida por un puente de piedra. Alejandro Farnesio hizo lo propio con su ejército, de modo que él mandaba la parte de mayor tamaño mientras el Tercio de Mondragón se ocupaba de la otra parte. Los españoles edificaron seis fortines entre los dos sectores en dos días, dando solidez al cerco. Los cuarenta y seis cañones de la Artillería batieron los primeros muros de la bien fortificada ciudad en escalones. Al tiempo que se batían los muros, se excavó un túnel hasta la primera puerta de la ciudad, duramente castigada; llegado a este punto se continuó avanzando por debajo del foso hasta abrir una bóveda que fue rellenada de pólvora.
El 8 de abril se dispuso el asalto por la puerta de Bois-le-Duc. Participaron los Tercios de Lope de Figueroa, Francisco Valdés, Fernando de Toledo y las banderas borgoñonas, valonas y alemanas al servicio de España. No fue suficiente el arrojo de esta oleada inicial. Farnesio ordenó proseguir las tareas de excavación aumentando el número de túneles y erigiendo dieciséis nuevos fortines unidos por una muralla continua, y cestones en función de plataformas para el depósito de las piezas artilleras. Las obras requirieron de mucha presteza ya que se aproximaba el duque de Orange con un ejército de 20.000 hombres en socorro de la plaza.
Los españoles entretanto tomaron la puerta llamada de Bruselas y allí se fortificaron y dieron comienzo la excavación de nuevos túneles por los zapadores. Tras la explosión de tres minas tomaron la torre de San Hervás y luego, para superar el foso construido por los sitiados, levantaron un puente y por él subieron los cañones a los muros de la puerta. Este combate se prolongó dos horas y permitiendo avanzar a los españoles forzó a los sitiados a emplazarse en su última línea defensiva.
En una descubierta nocturna, un soldado español localizó una grieta en una trinchera enemiga, lugar que facilitó el paso al interior de las murallas dando ocasión al postrer episodio del sitio que condujo a la victoria española. Alejandro Farnesio entró en la ciudad en son de triunfo.
Asedio y toma de Amberes
Alejandro Farnesio había reunido a los Tercios viejos venidos de España para continuar la guerra de reconquista en Flandes, ahora con el objetivo principal en la ciudad de Amberes, y sostener el hostigamiento a otras plazas de Brabante como Gante, Malinas, Terramunda (Termonde), Brujas, Ypres y Villebrove, todas ellas comunicadas por río con Amberes; Ypres y Brujas se entregaron de inmediato.
El cerco de Amberes, una plaza con 100.000 habitantes, entrañaba una dificultad máxima. Al mando de 10.000 infantes y 1.700 a caballo, el plan inicial de Farnesio para la conquista de Amberes era inequívoco: apoderarse de las esclusas del caudaloso río Escalda, a cuyas orillas se asentaba la plaza, impidiendo que el enemigo las rompiese provocando una inundación en el teatro de operaciones, a su vez ocupar las que pudieran anegar el campo enemigo, construir un puente gigantesco de Calloo a Oordam que facilitara el ataque a la plaza de Amberes, foco de la resistencia y nudo de la rebelión; además de fabricar diques que obstaculizar el auxilio por vía marítima a la plaza y contradiques que la circunvalaran con fuertes. Este plan a todas luces extraordinario pretendía suplir con ingenio la escasez de soldados y artillería En cuarenta y ocho horas la tropa española, proverbialmente rápida, aparecía en las inmediaciones de la aldea de Calloo. Un breve descanso y la indispensable organización, destacó al capitán Gamboa con cinco escuadrones hacia las esclusas del Escalda; a Pedro de Paz con sus infantes en dirección a Terramunda; y una parte del ejército de Cristóbal de Mondragón a la plaza de Gante para sitiarla recurriendo a la estrategia más que a un poder bélico mermado.
El cerco a la ciudad de Gante concluyó con la rendición de sus defensores. Los españoles tomaron veintidós navíos, y con estos más los traídos de Dunquerque, Farnesio se propuso taponar el gran hueco central del puente sobre el río.
Alejandro Farnesio convirtió a Calloo en una fábrica y en taller donde, infatigables, laboraban toda clase de artesanos; en las cercanías boscosas, un buen número de leñadores talaban los árboles de mayor tamaño que viajaban río abajo hasta su destino. El plan se hacía realidad: la hidráulica, la hidrostática, las artes de la navegación y la ingeniería colaboraban mientras, también sin descanso, continuaban las escaramuzas para doblegar la resistencia de la plaza de Amberes. Emergieron de la noche a la mañana fortalezas sobre los ríos, minas bajo las ondas, corrientes artificiales al pie de las trincheras, pasadizos a través de los cursos de agua, desecación de los antiguos cauces y la rotura de antiguas presas: en unas zonas la tierra se cubría de mar y en otras el mar era sujetado para ganar tierra. Amberes quedó aislada por mar. En noviembre de 1584 finalizaba el canal de catorce millas que encauzaba el agua de las inundaciones hacia el Escalda a través del riachuelo Lys.
A todo ello se iba construyendo el gigantesco puente que había de tener una anchura equivalente al paso junto de ocho hombres, espacio para dos plazas de armas en su centro y una fortaleza en cada extremo; cada fuerte debía albergar a cincuenta hombres. La obra era colosal y un modelo de arquitectura que permitía la ofensiva sin descuidar la defensa de la instalación, protegida en su estructura superior, tablero y piso del puente por cestones y fajinas y unas cajas llenas de arena por carecer de lienzos, antecedente del saco terrero, que es un invento español.
El asedio a la plaza de Amberes cobraba tributo de sangre y fatiga en los contendientes a uno y otro lado de los muros y dentro o frente al puente de asalto. Los sitiados de Amberes, con su gobernador Marnix de Sainte Ildegonde a la cabeza, idearon un método de liberación a la desesperada que obtuvo ciertos resultados, aunque no plenos: lanzaron brulotes, minas e incendiarios, a los que seguían lanchas con mosqueteros contra la posición de los sitiadores de Farnesio. Un barco repleto de pólvora, un barco-mina, consiguió impactar el 4 de abril de 1585 en la obra provocando muchas víctimas y el natural desconcierto. Pero la acción quedó sólo en episodio, tan aislado como la ciudad, sus habitantes y su guarnición inglesa y flamenca. El hambre azotaba, con casi la misma intensidad que en el extramuros, cosa que ignoraban, y la resistencia flaqueaba, a diferencia de la española muy dotada históricamente de perseverancia, abnegación, habilidad, fe y disciplina.
Siete meses tardó el plan de Farnesio en consumarse: el bloqueo de Amberes era por entonces absoluto.
A los aliados ingleses y flamencos se les ocurrió una última intentona mediante el ataque de la escuadra holandesa al dique recién levantado: si lograban abrir una brecha podrían introducir tropas, armas y alimentos para tomar de revés el campamento de los sitiadores. Por supuesto actuando por sorpresa. La operación dio inicio por la zona del fuerte español de Kowenstein, pillando desprevenida a la guarnición y aprovechando la infraestructura defensiva; al amanecer los aliados habían abierto un boquete en el dique, aunque insuficiente para el acceso de barcos. En ese despuntar del alba con el enemigo dentro, los españoles respondieron a la desesperada. A más desembarcados, mayor escabechina. Los barcos, por no abandonar a los suyos, aguantaron hasta la marea baja y esto fue desastroso; la infantería española los asaltó a nado y degollaron a unas tripulaciones incrédulas de los que caía encima. Por tierra, a la manera convencional de la guerra, y por mar, haciendo gala de esa improvisación temeraria, los españoles abortaron en siete horas la tentativa con tres mil bajas en los atacantes y setecientas entre los defensores. Los españoles tomaron a los aliados veintiocho barcos grandes, sesenta y cinco cañones de bronce y gran cantidad de vituallas.
El 15 de agosto de 1585, festividad de la Ascensión de la Virgen María, entraba victorioso Alejandro Farnesio en la rendida plaza de Amberes.
La derrota de los aliados ingleses y flamencos supuso la rendición en cadena de las ciudades de Malinas, Gante, Amberes y Terramunda, y con ellas el dominio en todas las provincias rebeldes; una gran victoria para el ejército de Alejandro Farnesio, a quien en recompensa por su labor concedió Felipe II el Toisón de Oro.