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Memoria recobrada (1931-1939) LXXVIII

Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega recoge la actividad criminal de la denominada Columna de Hierro, formada con elementos anarquistas, y otros episodios de eliminación de prisioneros antes de que pudieran ser liberados.

La Columna de Hierro anarquista

Los anarquistas no fueron soldados regulares de vanguardia encuadrados en sus unidades y con mandos propios, sino actores represivos en la retaguardia.

    La denominada Columna de Hierro, unidad de milicias anarquista de CNT-FAI (la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo y la política Federación Anarquista Ibérica) formada en gran medida por desertores y presidiarios, se caracterizó por el reguero de sacas y asesinatos que dejaba tras de sí. Desde el inicio de la Guerra Civil, la actividad de los milicianos anarquistas se centró en la persecución de elementos “desafectos a la causa republicana” en la retaguardia de la zona dominada por el Frente Popular.

La Columna de Hierro se formó deprisa en la región valenciana, pasando de los doscientos milicianos la primera semana de agosto a veinte mil al finalizar el año 1936. Entre agosto y diciembre los anarquistas de la columna no sumaron victorias militares ni actuaciones heroicas o al menos dignas de los pocos milicianos situados en la línea de fuego, sino cobardes; cuanto realizaron lejos del frente se inscribió en el terror de las incautaciones violentas de los bienes de la población civil y los asaltos.

    Regresados sin honor del frente de Teruel, los columnistas de hierro vertieron su odio y rabia de fracasados en Castellón de la Plana, forzando una saca de presos el dos de octubre que asesinaron en las tapias de los cementerios de la misma ciudad y de las localidades de Alcora y Almazora. Además de la saca en la prisión, los columnistas asaltaron los juzgados, la oficina del Registro de la Propiedad y la delegación de Hacienda; los archivos de estos lugares fueron quemados con la anuencia de las fuerzas de Orden Público. La siguiente posta represiva llevó a los columnistas a la localidad costera de Vinaroz, al norte de la provincia, donde otra saca terminó en dieciséis asesinatos. La “justicia revolucionaria” había acabado con casi un centenar de “fascistas”; procedía celebrarlo con un banquete en el hotel Suizo de la capital de la provincia.  

    Un día después la Columna de Hierro se trasladó a Valencia capital. El programa de acciones anarquistas registró al asalto una saca de presos de la Prisión Provincial, culminada con el asesinato de los paseados. A continuación, durante varios días, los columnistas siguieron eludiendo la visita al frente de batalla, donde los milicianos correrían riesgos indeseados, para dedicar los esfuerzos conminatorios y represivos por los alrededores de Valencia: más incautaciones, robos y asesinatos.

    Tal era la miserable fama de los columnistas, una fama plenamente justificada, que el comité revolucionario de Benagil, controlado por los comunistas, en el campo del Turia, les plantó cara rechazando su procedimiento criminal y cobarde; hubo lucha entre comunistas y socialistas locales contra los anarquistas invasores, y muertos a tiros.

    La noticia de las correrías en retaguardia de la Columna de Hierro llegó al gobierno del Frente Popular. Más por su ejecutoria anárquica que por el daño ocasionado, el gobierno mandó una escuadrilla de aviones soviéticos para que eliminara a los columnistas. Localizada una facción anarquista de la Columna en sus camiones, fue atacada desde el aire sufriendo numerosas bajas. Pero el grueso de la Columna de Hierro radicaba en Valencia capital, junto con las columnas CNT 13 y Torres Bendito. Con ocasión del funeral multitudinario del dirigente anarquista Tiburcio Ariza, que había sido abatido por agentes policiales, al paso de la comitiva por las inmediaciones de la sede del Partido Comunista, protegida por un batallón de milicianos comunistas con experiencia bélica, uno de los comunistas portando una pistola se abalanzó sobre la cabecera de la marcha y disparó indiscriminadamente. Sin solución de continuidad, desde la calle y desde las ventanas otros comunistas abrieron fuego contra los anarquistas matando a una treintena e hiriendo a una cincuentena.

    A partir de este suceso desaparecieron las columnas anarquistas de Levante.

Quema de presos en la provincia de Badajoz

Los milicianos del Frente Popular se apresuraron a detener, recluir y eliminar a cuantas personas no afectas a su causa pudieran ser liberadas por las columnas nacionales a su paso por Badajoz y en marcha hacia Madrid.

    Seleccionadas las víctimas de la represión, las encerraban en las cárceles, iglesias y otros edificios de culto procediendo a su quema; igual que sucediera en la localidad sevillana de El Arahal. Expuesto el citado crimen en la tercera entrega de la serie Memoria recobrada 1931-39, en la presente se informa de otros cuatro episodios.

En Talavera la Real los milicianos encerraron a una cincuentena de personas en la parroquia y la ermita, que hacían las veces de prisiones. Ante la llegada de las tropas nacionales rociaron con gasolina los dos edificios y lanzaron bombas y granadas de mano para provocar el incendio. Pero como no se había destechado ni la iglesia ni la ermita, error confesado por los milicianos detenidos, la matanza fue menor, aunque la mitad de los encerrados sufrieron heridas graves.

    En Almendralejo el 6 de agosto los cuarenta recluidos en la cárcel local fueron sacados al patio mientras las puertas eran atrancadas para evitar las fugas. A mediodía cayeron al patio las diez bombas arrojadas sobre los reclusos; comprobados los efectos que no habían sido tan demoledores como lo supuesto los milicianos bombearon gasolina desde lo alto del muro y con grandes trozos de algodón prendieron fuego a los heridos e ilesos. Murieron todos.

    En la iglesia de Villafranca de los Barros permanecían encerradas ochenta personas. Los milicianos prendieron fuego al edificio de madera que ardió rápidamente. Quienes intentaron escapar de la quema fueron acribillados por los centinelas apostados en el exterior. donde sus verdugos hacían guardia. Dada la proximidad de las tropas nacionales, los milicianos abandonaron a la carrera el escenario de su crimen dejando tras de sí aproximadamente veinticinco muertos por asfixia.

    En la iglesia de Fuente de Cantos el 3 de agosto un grupo de milicianos tapió las ventanas y puertas encerrando aún más a sesenta personas. A las quince horas la iglesia fue rociada con gasolina y acto seguido prendido fuego. Los que pretendían escapar del edificio en llamas eran tiroteados. Hubo treinta y dos muertos por inhalación de humo, heridas de bala y quemaduras. 

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