Emprendemos el viaje.
Puede que sea tarde o puede que todavía estemos a tiempo; puede que intervenga la reposición de nuevos factores, vulgo excusas menudeando alrededor de la indecisión, para demorar el proyecto en vez de catapultarlo; puede que la añoranza del pudo haber sido venza en su disputa con el recuerdo del pudimos y lo hicimos. Pronto nos cercioraremos de si el despegue redunda en acierto o en fracaso. Lo más complicado en el proceso de movimiento es tomar la decisión. Tiene su lógica, naturalmente humana, esta aparente discordancia entre el querer y el poder ya que la decisión tomada se había perfeccionada por voluntad del acuerdo.
El movimiento es consustancial a los animales en la Tierra y a la materia sólida y gaseosa en el universo. Los movimientos del corazón mueven la sangre. Por mínimo que sea, el movimiento impulsa.
De la oscuridad surgía la luz en aquel principio creador, desarrollado con entusiasmo y con los inconvenientes relegados al plano de la precaución. Sea mucho o poco lo dicho en el preámbulo al modo tradicional, es comprensible su significado incluso en temporada de cinismo y sofisma donde posverdad y metaverso compiten en resultado óptimo de alienación con la injerencia omnímoda de la inteligencia artificial y el recurso a mano, por si la tecnología es insuficientemente coactiva, de la agitación y la propaganda en un espectáculo ambulante.
El lenguaje que nos complace en el acto de elegir, raíz y principio de nuestra existencia, es el del mar y el viento, adoptado como propio en el decurso del largo y juicioso proyecto. Desconocemos si es un lenguaje global, porque el planeta Tierra es grande para el tamaño humano y posibilista para su mentalidad, y pese al merodeo danzarín de conjeturas y presunciones en las conferencias de los teóricos de la prognosis, su magnitud consigue superar las barreras impuestas. El mejor ejemplo para nosotros.
Lo que vimos y lo que vemos guiados por la observación es una energía de instinto. Lo que vimos y lo que vemos al contemplar el panorama, situados enfrente, notorios en la presencia habitual y convencidos de que nuestro trabajo, calificado por los agentes de la red prog como una enigmática maniobra de oponente peligroso, precisamente así pasa desapercibido; además, y no es un aspecto menor, al hilo de la perturbación fomentada, este desconcierto vierte inseguridad en el organismo controlador de poderes y medios. Por este camino la cosa nos va bien y va mal al negocio prog de arbitrariedad y fundamentalismo.
Sabemos por comprobación directa e incesante que el colonialismo prog está eximido de crítica y juicio por sus obras, a diferencia de los imperios civilizadores que documenta la historia. La elite prog, evocando una aristocracia feudal, juega a su juego con ventaja.
Dos de dos. Ciertamente es una gran ventaja la de jugar con las cartas marcadas y la ausencia de rivales. Pero también sabemos, porque nuestra ignorancia es vencible y no invalidante y porque nos empeñamos contra viento y marea en el estudio y cotejo de las obras humanas, que éstas tienden a imitar las de los considerados seres superiores por su rango o entidad en una apreciación a todas luces inducida. Un grupo social es el espejo de sus gobernantes.
Por mucho ánimo que ponemos, y a fe que es así con los medios a nuestro alcance, resulta muy complicado reconducir la situación.
Enfrentarse a una versión que se ha erigido única en el páramo, donde quedan disculpadoslos desmanes, la tiranía y la corrupción, es una labor titánica si no imposible. No nos engañamos. Sería un error aparentar que la solución caerá por su propio peso y en un plazo redentor.
Cual fruta madura comestible.
Hay que seguir por la ruta de los méritos. Vale la pena.
Seguro que nos merece la pena incluso con un porcentaje en números bajos.
Nos esforzamos por afirmar lo que es posible. Hemos sido capaces de averiguar a base de ahínco, y comprender los límites y las exigencias validando la energía del impulso para romper las barreras.
Al menos para escapar del cerco.
Ambición no falta, ni cuidado.
Cercos y barreras con sus celosos guardianes abundan dondequiera. Cada paso es un obstáculo, cada intento una lección, cada éxito el aliento para no desfallecer o, peor aún, para no dormirse en los laureles.
El tejido con que elaboramos la red explicativa de la causa y el efecto es vigoroso. En el transcurso de la empresa hemos aprendido a creer en nuestra fuerza y a confiar en la determinación que de ella emana. Hemos logrado dar un sentido íntegro a las elecciones personales, y aunque la perfección no exista, suponiéndola una guía deseable, toda iniciativa bien encaminada genera un criterio que al expandirse quiebra la opacidad en un sistema titulado de convivencia.
Una planificación clandestina y a términos del futuro que conduce a la miseria moral y material y es antesala del abismo.
La era de la posverdad y del metaverso, de la inteligencia artificial con sus herramientas coercitivas, de la carestía de inteligencia natural y de un renovado proceso de unificación dirigido desde armazones compactos de poder omnímodo.
Dioses terrenales prefigurados en el imaginario colectivo jugando a una realidad virtual existencialista con peones ensoberbecidos.
Son titiriteros carismáticos según la copiosa y llamativa propaganda que distribuyen. Son los hacedores de mecanismos protésicos y manuales artificiosos que invierten en los crédulos y en los indiferentes la fragilidad del humo en solidez de tesis, ambos grupos habiendo renunciado previa e incondicionalmente a la ética de la superación personal, a la expresión y al valor de lo propio como argumentos indiscutibles ante la violencia de los flujos progresistas.
Divagaciones ufanas en un mundo orbitando una idealización hedonista y de confiada apatía. Nada hay que temer bajo esa protección integral de mando exclusivista, ni necesidad primaria sin atender por esos filántropos prescriptores de itinerarios y dispensadores de gracias.
La gente incrédula, mecida en un escepticismo de comodidad, ante la amenaza gradual del totalitarismo, por esa dejadez en la defensa posicionada en el límite del conformismo, se ha sumado a la facción de los interesados en que nada alerte del avance fundamentalista. Alegan los inquiridos a una respuesta por su actitud pasiva que en la civilización del bienestar donde habitan era impensable que se desatara una furia intimidatoria arrastrando al abismo de la tiranía; un proceso semejante era posible sólo allende los mares y las fronteras de la seguridad democrática, justifican su pasividad.
La inseguridad se había establecido en casa, progresivamente, mientras el sistema democrático abandonaba el Estado de derecho y la parcialidad de la política iba usurpando, apenas subrepticiamente, los mecanismos de control y se arrogaba los poderes, extirpando sus independencias, hasta reunirlos en el poder incuestionable.
El ambiente se tornaba opresor, era obvio, pero con los lubricantes emitidos a ímpetu batiente de la agitación y la propaganda su paso a los espectadores resulta despejado de obstáculos civiles, de esas manifestaciones de toda índole que resbalan en los impermeables o chocan contra la estanqueidad de los compartimentos ejecutivos y por la dilatación taimada de los procedimientos jurisdiccionales afectando a los ordenadores de vidas, patrimonios y anhelos.
Y a los examinadores de los proyectos que sirven para sentirse realizado y también destacar por la valía digna y emerger de la fangosa mediocridad.
Nuestro proyecto elude la vigilancia obsesiva de los anuladores de voluntad.
¡Hízose la Luz!
Luz a la que nos hemos afiliado, en la que nos envolvemos para formar parte activa de su concepto. Una energía luminosa al rescate.
Vertiginoso su resplandor, y sin embargo desapercibido. Es una fortuna para nosotros.
Invisible como si nada hubiera sucedido, cuando ha sucedido tanto. Los fulgores de la corriente luminosa permanecen manteniéndola en el punto de mira del observador que sabe lo que busca al haberlo descubierto. Entonces tiene lugar el traslado.
Se ha consumado la certidumbre.
En ese número limitado de aspirantes reacios a sucumbir.
Los que han escogido.
Los que quieren elegir, los despiertos, los reivindicadores de personalidad que saben cuán pernicioso es el conformismo ejemplificado en el acomodo de materia de consumo. Hoy esto, mañana lo otro y así día tras día en una sucesión rutinaria de obligaciones y holganzas; una alternancia sujeta a influencias de transmisión rápida que es la disposición ideal para el poder despótico. Los acomodadizos se pliegan de manera sumisa a la voz imperante dando por bueno lo que se les diga que imiten y sientan; y como es inmensa la fuerza de su número aportan el nutriente indispensable para componer el proceso. Lo de menos es quien lo ordene e incluso la orden misma, lo importante en ese quien poderoso, avalado por una globalidad de poderes en conjunción y sostenido por una plantilla de empleados altamente retribuidos dispuestos a eliminar la disidencia por los cauces previstos, es la consecución del reconocimiento a su autoridad, una fortaleza adquirida por trabajo de zapa que se impone amedrentadora sobre las objeciones. Da igual quién sea la figura en el estrado, lo que importa es que ejerza el poder revestido de ostentosa arrogancia y aparato estridente; una combinación hechicera de poder notorio y de poder secreto confiriendo al engreído en su podio un aura de invencibilidad.
Y aun insuflado de atractivo es vulnerable.
Porque la obra del perfeccionamiento agendado no está concluida. La naturaleza se resiste, la naturaleza exterior y la interior. Falta tiempo, que no ganas, para culminar el despliegue de actores principales y secundarios y para distribuir a los figurantes en una estructura acondicionada a la recepción de migraciones y prodigios tecnológicos. Como ambas naturalezas son tenaces, persisten en su cometido de origen y aguantan, estoicas o desafiantes, las arremetidas del proceso exterminador. El desarrollo de la partida, ya imparable, no atiende peticiones de negociación al alza o a la baja, ni admite treguas: habrá vencedores y habrá vencidos, y en cualquiera de los casos supurará el odio fomentado por los maquinadores del mundo unificado.
Quien pronuncia mil veces seguidas en un espacio público la palabra progreso, audiblemente vocalizada, se convierte en un empleado de la concesionaria prog de su zona, si antes no ha muerto por atragantamiento. La lista de solicitantes al puesto que se les ofrezca es larga como una noche fría a la intemperie con el estómago vacío. Una vez aprobado el acceso, los inscritos deben pronunciar con la boca en el altavoz la retahíla de consignas del compendio prog repartido al encomendar voluntad y conciencia en el depósito de pertenencias individuales desechables.
En época de crisis aumenta la cifra de partidarios del corifeo en la zona de reclutamiento. Si la siembra ha sido eficiente y oportunas las técnicas de bombeo, la doctrina fluye biliosa por los surcos del aleccionamiento y la conversión produciendo una cosecha óptima a los recolectores. Primera y segunda fase cubiertas de la revolución decretada liberadora. La tarea de los promotores, ejecutada por el estadio subalterno, sigue con el etiquetado, la tercera fase; el empaquetado, la cuarta fase; y en última instancia por la inserción de las directrices en el memorando de los recién titulados activistas de la liberación, los predicadores de la buena nueva listos para el combate.
Una propuesta liberadora a esa humanidad agobiada por todas las fatigas que acosan su indefensión.
Tan completa es la propuesta que tras su realización desaparecen en aquellos inoculados con el elixir de la felicidad las ansiedades e incertidumbres; borrados de un plumazo los conflictos internos y las páginas de la historia que documentan lo contrario; esfumada la miseria que hiere a cada individuo por la extensión de una miseria comunal. El sometimiento obediente es premiado con estímulos compartidos.
Siempre y cuando se cumpla estrictamente el programa de mantenimiento.
Para lo cual es imprescindible un mecanismo de control específico. ¿Cómo si no asegurarse el resultado de la enorme inversión en tiempo y recursos? Un mecanismo supervisor a la vez que corrector de las deficiencias.
Y penalizador de las desviaciones.
Condena y sanción, en efecto. La misión de los jueces en el sistema caduco pasa al desempeño de juzgadores extraídos de la esfera política o en nómina de la política dominante, acompañados en funciones de vigilancia por instructores organizados especialmente para un fin y recogidos del mismo semillero. El código que rige las conductas permitidas y las prohibidas se sitúa en un plano inapelable que sólo admite su exacta aplicación.
A propuesta completa, código completo. Occidente, la franja del planeta que ha implantado el Estado de derecho y la prosperidad de la elección en sus habitantes, se pone la soga al cuello y maniata, enajenados por convulsiones sus pilares se desmoronan a la par que acoge desde sus instituciones y organismos con voluble entusiasmo la esclavitud del ideario prog.
En la vía hacia el paraíso publicitado, alojado en un horizonte de utopía prog, los marchantes en cabeza, tronco y cola deben cumplir los mandamientos de la alianza fantasmagórica eliminando a golpe de agenda las relaciones sociales de uso tradicional y el sistema productivo. En la dirección opuesta, despejado de reparos su avance, los regímenes totalitarios de corte socialista y los regímenes integristas de inspiración teocrática o asimilada, emparentados con los dirigentes progs en el absolutismo de sus guiones y prácticas, ignoran despreciativos, burlones e igualmente demagogos, los compromisos suscritos en las cumbres que sacian con humo y parodia a los informadores enviados para la ocasión.
Es otra de las vertientes del negocio. Como la de operar al despiste.
Como la de incentivar el legado del miedo, probablemente la estrategia más cruel discurrida. Refractarios a esa programación, sabemos por experiencia y estudio que con el miedo se consigue esclavizar a las sociedades que una libertad al cabo meramente nominal, vaciada de contenido a fuerza de habilitaciones normativas en correlación de intereses, ha convertido en un rebaño cobarde y en consecuencia adocenado e inerme. A través de un contagio metódico de pánico e inseguridad que un día comenzó entreteniendo, poco controvertido, que en breve se popularizó alcanzando las máximas cotas de audiencia y que después de penetrar a fondo con el terreno allanado dio en inseminar las modificaciones, el objetivo está conseguido. Ha sido asombrosamente fácil a la órbita prog suprimir los conceptos de esencia y trascendencia en los individuos de la especie humana; esa especie catalogada inteligente.
La erradicación de las virtudes trae consigo el fomento de los defectos.
Es incongruente, y por esa deriva lo destacamos, que un individuo —léase asimismo grupo, sociedad, civilización— que se siente atrapado en una red o en un sistema de captación, lo que viene a ser equivalente, pretenda liberarse del mal abrazando fervorosamente la esclavitud. Paradójico, peliagudo, querer fugarse de la cárcel ilusoria de la propaganda, querer liberarse de una dependencia administrada en dosis crecientes, de la inercia, de la confusión diseminada y de la ausencia de perspectiva, tapando unos ojos ya con la visión borrosa.
El precio de las cegueras que la psique en su justificación entiende como aceptaciones, según se mire, valga la ironía, es barato: a la credulidad se la ceba con dádivas. La credulidad de apreciar la cárcel como un espacio protegido y por ende protector; la dádiva de una promesa a futuro sin fecha, pero incuestionable para quien la da y para quien la recibe.
Llega un momento a nosotros y a todos, es únicamente cuestión de sentirlo, que nada pervierte y perjudica en mayor grado que sumergirse en el engaño; y llegado ese momento de loable ufanía en el que se rompen las cadenas, se derriban los muros y se sacuden las rémoras de los condicionantes, aparece descubierta la escapatoria.
Atrás queda el cenagal de falacias y coacciones desde ese momento reactivo.
La reacción provoca que despierte la toma de conciencia de una situación real y opresora que hasta entonces no se consideraba así por los motivos individuales y agremiados que fueren. Desaparecida la ignorancia gracias al soplo de la voluntad que arrastra al vertedero una existencia ciega e innecesariamente condicionada, fenece la ocultación y aparece el ansia de libertad en su dimensión de elegir.
Reavivada la conciencia de su inicua postración en la victoria del espíritu sobre la materia. Una justicia de estilo poético si no fuera porque el castigo por su pérdida, o desaparición temporal, ha de atribuirse al usurpador en idéntica proporción que al cedente.
La vieja historia sólo tolerada como fábula con o sin moraleja.
Mandato y obediencia son actos sucesivos. La apertura y el cierre, y viceversa, de objetos o situaciones también lo son.
Hubo un principio.
El del ideal alcanzable que unos pocos esgrimieron posible y cerca a muchos prestos a rendir pleitesía a la tentación expuesta por la parte dominadora en el contrato de conformidad. Las actualizaciones del convenio son periódicas, unilaterales y ejecutivas, abarcando en sus cláusulas de la generalidad al pormenor, para no dejar ni un fleco, ni un hilo del que sacar el ovillo entre el presente y el futuro, para dificultar la delación el día de mañana con grietas en el entramado.
Un adepto pasado a la herejía es un peligro andante.
Precisemos. Un iniciado en los misterios de la traslación, el relevo y la confidencia, ha de estar atado muy en corto o se corre el riesgo de perder mucho de lo ganado.
No todo, por supuesto.
No nos engañamos. Es imposible recuperar todo lo perdido, desde el tiempo a la confianza. Pero sí que es posible rescatar la memoria, el libro de los recuerdos, de la sima del olvido, y con ella la regeneración del tejido corrupto.
Un renacimiento de calidad espiritual.
Metafóricamente hablando, el resurgir a la vida una vez los muros de la censura derruidos, clausuradas las celdas de aislamiento con la dependencia en red propiciadas por la tecnología del comercio verificador, la escombrera de ignorancia barrida y, lo esencial, con la libertad de actuación por bandera.
Los rebeldes contra la doctrina salvífica ondeando su bandera de guerra en los eriales de la anomalía y la amoralidad. ¡Cuán épico el cuadro!
Imaginemos al pintor y a los modelos plasmando en un lienzo de materia indeleble la batalla universal por la aniquilación de la incultura y la corrección de la impersonalidad. A su lado, en labor consonante, un fedatario para que nuestro arte cobre la mayor relevancia.
Y pase honrosamente a la posteridad.
Modestia aparte.
Impelidos por el afán de conocimiento nos fascina el origen de las ideas, ya sea el documentado por la ciencia ya el que una suerte de intuiciones y deducciones de estirpe visionaria registra en los anales de las doctrinas.
La escala evolutiva a la que nos atenemos en síntesis brota del sentido a la vanguardia de los cinco en el episodio original, los restantes cuatro acudirán a la posterior llamada al ser requeridos; adviene después el entendimiento, que es una potencia del alma; a continuación la memoria, que es una facultad psíquica; sigue el examen analítico y luego, sucesivamente, la facultad del juicio y la concurrencia reflexiva. La conexión de los elementos define el conjunto. De los referidos estados despunta una controversia sentimental, esquematizada por parejas. Del amor al odio hay un paso, un gran paso; de la atracción al rechazo media la senda del desengaño, similar a una falla geológica; de la esperanza al desánimo transita un caudal de emociones litigando; del miedo a la renuncia sólo pende fronteriza una ligera impresión. Producto de potencias, facultades y estados dimanan las nociones, abstractas y concretas, de número y de identidad, junto a la percepción de los factores endógenos y exógenos en su nivel agudo de condicionamiento. Por ejemplo, la esperanza es la invocación a un ente ajeno, un ruego a terceros, en cuanto individuos con potestad, o a factores exógenos en plano cenital a la veleidad humana, para la solución de un problema que afecta gravemente y del que no se sabe escapar o se rehúye el enfrentamiento. Por el despliegue de los sentidos quedan reveladas las dimensiones corporal y espacial. Con la orquesta a punto la solista invitada es la conciencia.
Hemos de aludir a la sensibilidad en el inventario.
Con mucho gusto citamos esta facultad descubridora del mundo y de discernimiento de los objetos y los tráficos en el colofón de la experiencia vital.
Nos dotamos de un manifiesto. Con un encabezamiento sonoro y una redacción exenta de ambigüedades característica de quienes no han hecho de la política cotidiana un modo de vida lucrativo.
La contraprogramación de la lógica revolucionaria.
Es un claro manifiesto por la libertad individual, la propiedad privada, la iniciativa personal y la memoria propia; sin resquicio a interpretaciones torticeras de uso habitual en los coloquios que llenan las parrillas de aleccionamiento ideológico con un eficiente aparato represivo ubicuo en labores de condena, acoso y apartamiento como sanción menor e inmediata.
La lógica revolucionaria es la lógica del terror.
El terror emana del propósito revolucionario con su justificación perenne en el sofisma del interés general, en la falacia del bien común y en la argucia embustera de la paz social; tres denominaciones de altisonancia dramática y salvífica recurrentes en la terminología prog. Un caballo de Troya rodador sobre alfombra roja en dirección al pabellón carcelario, vendido a la opinión pública por los canales de difusión oficiales como el refugio de los males trepadores en la sociedad, mercadeado al mejor postor totalitario en la confianza de expertos negociantes de que el siguiente amo del mundo perdido concederá a los dadores de la clase prog sendas regencias en satrapías confederadas y solidario pliego de paraíso fiscal, exentas de los preceptos ordenados por los socios caciques antiliberales y fundamentalistas.
Las protestas de aquellos irreductibles a someter el cuerpo y el alma, la inteligencia y la voluntad, al trueque abominable surgido para la defenestración del libre albedrío descienden a la sima de las demandas omitidas.
La razón ilustrada en versión prog ha declarado enemiga y perseguible de oficio a la subjetividad.
La adjudicada superioridad moral prog, vértice de la tergiversación subyugadora, dogmatismo reacio a la ética, a los cuestionamientos de ciencias y humanidades y a cualquier supervisión venida de órganos indómitos, sirve como pasaporte, llave maestra y código fuente para el dominio de un mundo al dictado del progreso versátil, adaptativo, funcional, carente de escrúpulos, de razón perturbadora y alienante.
De razón sustraída al bien natural y al inteligente.
Añadamos que se trata de la composición atonal de un hombre desprovisto de su ser, extirpado de voluntad e instinto, presentado nuevo y perfecto cual máquina de última y definitiva horma a prueba de errores.
Nada romántico es el credo prog.
El lenguaje simbólico como recurso de propaganda no nos entraña un problema irresoluble al poder descifrarlo e interceptar la trayectoria de su destino. En cambio, sinceridad obliga, el recurso a la mitificación de personajes aupados a la celebridad por sus dichos y sus hechos es otro cantar para el curso apropiado de nuestras actividades comunicadoras y ejecutivas. Estos personajes alternando las facetas de títere y titiritero, suelen recurrir a tópicos de factoría insertos apresuradamente en el manual de uso, transmitidos al sentido pertinente a velocidad de la tecnología a mano, para contrarrestar una información desestabilizadora o una noticia inesperada de seguro proceloso devenir con el lapso de las horas y las semanas.
Recurso sobre recurso y tiro porque me toca.
El recurso a lo mitificado implica el control de emisores y receptores con un bloqueo de intensidad variable para ir ganando tiempo en el descenso del pesado manto de distracción. La suma en aceleración de estos dos polos captadores de curiosidad desencadena un brusco desvío en el interés de la masa acrítica, objetivo prioritario, a la vez que, en sincronía, suscita el rescate abrumador de los medios afines con un cortafuegos perimetral.
La clave de la idealización prog al contar la historia o partes de ella o capítulos abstrusos e inconexos, que tildan de relato, queriéndolo bautizar con el nombre de verdad y en nombre de la verdad, apela a la visión de la utopía descrita por histriones cuya mágica emotividad encauza ciegamente a las presas hacia el totalitarismo.
El relato político desde las postrimerías del siglo XX ha acentuado su carácter propagandista y confrontador.
Desvirtuada la historia asoma procaz y se asienta firme el relato impuesto.
Este final ahormado de la historia conlleva el origen de la divinización de los guías y ordenadores.
El objetivo anejo a la inversión de la naturaleza de los acontecimientos es el de dotar a una sociedad ya infantilizada y dependiente por las inseguridades adquiridas, fruto de la asociación entre la propaganda y el miedo, de una pasarela asida a extremos candentes por la que marcha sumisa y ofuscada sin mirar atrás, ni siquiera mirando a los lados, sino al paso del individuo precedente, acompasada por un ocio ceremonial a elevado volumen.
La oralidad ha vencido a la escritura impresa en la gobernación del mandatario medroso por incurrir en errores de calado, un mal menor, y cobarde si por un infortunio escurridizo hubiera de enfrentarse a sus mentiras públicas y a la abyección de sus pactos. Mientras que a las palabras se las lleva el viento de los aerogeneradores y el arrastre de la desmemoria, los documentos han de sofocarse con procedimientos expeditivos de remisión al polvo.
Las instrucciones contenidas en el libro de estilo prog fijan las creencias y los ritos, abreviados para la militancia en consignas de memorización asequible.
Hagámonos eco de la arteramente denominada superación del conflicto, el conflicto diseñado, aclaremos, en la que el victimario de patente ideológica se metamorfosea en la víctima de represiones ancestrales y con este beneficio accede al puente de mando y a la llave de la sentina; de la adhesión compulsiva e incondicionada de quienes atisban cercana la recompensa a sus servicios; y de la ordenación y modelado de una sociedad que nutre de autoritarios y comparsas a las instituciones rectoras.
El mundo inflamado por el endiosamiento prog ha crecido hasta cubrir la totalidad cósmica, y no es una metáfora si se equipara la dimensión del firmamento a la de una pantalla; no ha quedado una parcela sin la huella ostensible o proclamada de los colonizadores. Por interposición de esta apoteosis transigida se ha modificado la percepción de lo elemental, desechado previamente lo complejo, mediante el estímulo de la experiencia sensible, inmediata y concreta.
Una corriente extraordinaria de energía celestial, incomparable a las registradas, circula en las inmediaciones de la Tierra. Nuestros científicos la descubrieron una memorable jornada, culmen de las tantas en que anduvieron inmersos en la búsqueda de un pasado revelador, pero de esa fase decisiva se hablará cuando sea adecuado, y observándola con absoluta entrega desde entonces nos vaticina un acontecimiento singular y oportuno que debemos aprovechar. Lo que podemos decir es una explicación sencilla y por ahora suficiente que nos instruye sobre el origen del agujero blanco a partir de la compresión límite de un agujero negro, y de su actividad impulsora que no debemos desaprovechar. Respecto a la oscuridad que destila el agujero negro forjado por humanos que nos embarga, reseñamos en la investigación magistral de los síntomas inequívocos la falta de empatía y sentimientos hacia el prójimo, la resolución maquiavélica acoplada al modo narcisista en el obrar diario, la negativa a rendir cuentas por sus acciones y omisiones que atribuye perfeccionadas por su inefabilidad, y la desconfianza progresiva en un entorno confeccionado a medida salvo caso de urgente utilidad. El director de nuestro observatorio confirma que la corriente es Virtea y tan cierta como la ambición por detectarla.
Nuestros humanistas publican con gran esfuerzo y dedicación los documentos que, a la espera de ser exhumados de sus archivos para un alumbramiento esclarecedor, guardan con generosidad y paciencia informaciones veraces. Esta pretensión por sacar del ostracismo el conocimiento liberador no es en vano. Trabajo cuesta, pero lo compensa el contribuir con el instrumento idóneo a las trabas que descomponen la inercia maldita y a una censura no pocas veces autoimpuesta por temor fundado a incivilidades y represalias.
La voz de la conciencia es diáfana y razonable, tan solo enmudece cuando ha expirado la conciencia.
Un suceso inconcebible por lo funesto altera la conciencia. Se pensaba por mucha gente que esos sucesos estremecedores únicamente ocurrían en la ficción, que eran cosa de profesionales del sobrecogimiento habituados a labrar una materia prima terrible, de la que estaban inmunizados. Pero de repente el infierno sempiternamente clausurado en la vida real se abrió y tuvo consecuencias en la conciencia y en el mundo compartido que se comparte. La destrucción que aparecía verosímil en las novelas y los guiones cobraba tintes auténticos en la vida real. Sin solución de continuidad ascendió del abismo la mentira y tras ella, con su intervención ampliada, la pérdida de confianza en el criterio propio y la caducidad del sentido moral. La inercia tironeaba la opinión personal a diluirse en conceptos absolutos de acogida multitudinaria declamados en frases y ripios de disturbio.
La revolución es una patología contagiosa que tiende a extenderse por el terreno abonado de falsedades con una influencia arrasadora. El engaño se había impuesto en las mentalidades antes de asentarse en las instituciones. El artificio empuja a invalidar las lecciones de la historia en cualquier ámbito, de la academia al domicilio hogareño y el intelecto. Nada se libra de la intervención totalitaria; tampoco resuelve nada definitivamente el acuerdo mafioso de pago por seguridad. Cuando el dinero no cumple el encargo de la transacción es turno para las cesiones de todo tipo, hasta que demostrada su inutilidad el último canje es avenirse a una servidumbre jerarquizada. En realidad, una esclavitud de canción y baile loando el mundo feliz auspiciado por los dirigentes plutócratas de la Interprog en su alianza tiránica con los receptores de dinero e industria a cambio de la paz de los cementerios.
El director del observatorio nos invita a participar del mayor espectáculo que concebir quepa: la armonía y belleza del universo. Con su sorpresa estelar.
Frente a esta maravilla, es miserable el culto a la política de la impostura y la imposición.