Hubo controversia. El carácter fuerte de las tres amigas solía discutir por causas mayores en sus respectivos ámbitos de convivencia, pero de vez en cuando, sin desbarrar, se abocaban a un tira y afloja entre ellas queriendo imponer la idea propia: dos contra una o tres contra tres, echando jugosas tajadas de carne en el asador que luego comían divertidas en el posterior banquete de la concordia a rodaje finalizado. Aquí no ha pasado nada, los alicientes pintan de muchos colores, quien tiene un amigo disfruta de un tesoro y a otra cosa, daban por sentado con esos títulos de sugerencia cinematográfica. No en vano eran actrices.
La controversia había surgido espontánea al llamar Andrea resort a lo que Cris y el idioma español llaman complejo turístico y que Marité, ecléctica en materia de bautismos, define como un asueto maravilloso en un espacio ideal: los únicos aspectos que le importaban eran el nombre del establecimiento, el lugar y el precio.
El sincretismo de Marité radicaba en sus genes; de hecho, sus hermanos obraban de modo parecido ante las vicisitudes cotidianas. Pero influida en más o en menos por la genética, Marité actuaba con rigor escéptico y distancia especulativa debido a lo que califica de una experiencia negativa en serie con la mayoría de sus parejas. Lo cierto es que por fas o por lefas le duraban poco las relaciones que afanosamente perseguía consolidar. Andrea le decía que las agotaba por exigir imposibles y por su insistencia en tropezar con la misma piedra; Cris le decía que lo de recaer en el error era cuestión de apreciaciones, la naturaleza de Marité era perfeccionista en un sentido absolutamente subjetivo y eso, demostraba el análisis de las sucesivas historias que publicaba inmediatamente, le acarreaba un conflicto entre la pasión y el deseo en el que se colaba a tirones el juicio realista; un caos sentimental, en definitiva. Andrea resumiendo y Cris explayándose, recomendaban que se dejara llevar hasta cierto punto y después mantuviera vigente el espíritu de las referencias que aplicaba rigurosamente en su otra vida. Sonaba melodiosa la teoría a Marité, se esforzaba en aprenderla y comentarla sinceramente abundando en los detalles, aunque su sino lo escribieran los fracasos que, estaba segura, al cabo le ofrecerían en bandeja de plata la victoria final.
Déjate llevar, aconsejó Cris a Marité. No te dejes llevar, le regañó Cris a Andrea, y en esas saltó la disputa entre ambas de la que participó solidaria y en su línea discrecional Marité.
La manía de arrumbar la lengua propia, la más perfecta de cuantas pueblan el universo mundo, la que en más naciones es la propia, otorgando patente de corso a palabras y frases del inglés enfadaba a Cris.
—“Riiiiisor” —pronunciaba burlona—. Complejo turístico: “riiiiisor”, balneario: “riiiiisor”, un hotel con actividades y entretenimientos: “riiiiisor”, el paraíso en la Tierra: “riiiiisorolincludin”.
El uso de anglicismos que corrían de boca en boca, deformados algunos, lo consideraba Andrea un fervor cosmopolita en una sociedad globalizada de la que no pretendía sustraerse. Nadaba a favor de corriente.
—Lo importante es entenderse y tú me entiendes.
Marité alternaba el original con su traducción y se las apañaba a su gusto: ni esnobistas ni retrógrados. Le atraía la idea de una feliz estancia en un palacete remodelado con una oferta digna de aprovecharse.
—Yo te agradezco que hayas pensado en nosotras, Andrea. Me apunto.
Tirando de flecos que al alcance de su mano colgaban provocadores como piñatas repletas de golosinas, Andrea había conseguido a precio muy asequible una habitación doble con cama supletoria. Las tres en una salía más barato.
—Alojamiento, desayuno, terapias de agua y animación de nivel diez para suscitar envidias a raudales —enfatizó Andrea—. Las ocasiones se cogen al vuelo y yo pego unos saltos de aúpa.
Hay quien daría un riñón por sacarse una foto en aquel marco y lucirla hasta la náusea en sus redes sociales.
—Yo siempre tengo mi equipaje preparado —redundó Cris deleitándose con el guion de los días venideros—. Palacio balneario “riiiiisor” acógenos en tu exclusivo seno.
La oferta era de lunes a jueves, recepción jovial el lunes y despedida lacrimosa el jueves, durante febrerillo el loco.
—¿Quién pone el coche? —preguntó Andrea. Era partidaria de la autonomía que para los desplazamientos da el vehículo privado.
—¿Por qué no vamos en tren y en taxi? —propuso Cris. Ella prefería un transporte que no necesitara conducir para llevarla a su destino, del que no pensaba moverse, y devolverla al origen, rememorando los días de gloria sin preocuparse de la carretera.
—La segunda opción gana puntos en la ida y los pierde en la vuelta —valoró Marité balanceando despacio la cabeza.
Sopesaron con ilusión contagiosa los pros y los contras de las dos opciones.
Un dulce holgar las contemplaba tumbadas en sendas hamacas, absorbiendo los débiles rayos del sol crepuscular, en el jardín del hotel palacete balneario. El siguiente plano de la película las mostraría empapadas en agua termal, recibiendo chorros masajeadores y vaivenes terapéuticos con el placer que se interpreta una escena redonda.
—Esto es vida —murmuró Andrea ciñéndose el albornoz.
Cris paladeaba una infusión a la temperatura justa.
—La cara amable de la vida —puntualizó.
El suspiro de Marité les hizo volverse y sonreír.
—Ahora sé que lo necesitaba.
Inspiradas por esa concordia de vaho purificador, en orden espontáneo fueron intercalando episodios en parte o por completo todavía ocultos. La concatenación de relatos —a los que probablemente se añadía un condimento picante— discurría en andas de nubes felizmente orondas, hasta que, traído desde un confín inquieto, sonó en los seis oídos el clarín del cambio de tercio. Punto final a los recuerdos improductivos.
—Centrémonos en el presente —aconsejó Andrea.
Su idea primordial en adelante tendía al embadurnamiento de cuerpo y mente con un paquete de terapias novedosas, irresistibles alegaba.
—En mí se ha despertado el apetito de la cocina excéntrica. Quiero degustar fusiones y miniaturas —confesó Marité.
Cualquiera de los planes que concibieran debía incluir de manera destacada un recorrido gastronómico. El dinero que habían ahorrado con la oferta bien pudiera emplearse —la ocasión lo merecía, qué caramba— en el descubrimiento y evaluación de manjares que tentando la curiosidad estimularan los sentidos.
—Yo deseo perpetuar la calidez del ambiente en el interior, gastos aparte, y la gratuita felicidad que me proporciona el Sol en esta época del año.
A la inconformista Cris le gustaba el calor en invierno y a la contestataria Cris el frío en verano.
Las tres acordaron solemnemente reprimir los caprichos y las calorías al límite de lo tolerable en una coyuntura proclive al exceso. El tercer planeta del sistema solar situado en un brazo espiral de la Vía Láctea no las iba a sorprender ahítas de goces mundanos apagando su vigor el jueves a partir de las doce horas.
—Los vigilantes cierran la playa —anunció Marité.
La zona termal clausuraba la jornada a las veintiuna horas.
—Vámonos con la música a otra parte —se desperezó Andrea.
—Temo haberme relajado en demasía —dijo Cris amagando un bostezo.
Distraídas las tres con la dicha reinante camino de la habitación, el mundo de aquende, el pañuelo que concita fragancias y humores, las sorprendió con intensidad mayúscula.
El ojo avizor de Andrea, la más nerviosa por carácter de las tres, captó un estereotipo inesperado al que tras un exabrupto coloquial entre asombrado y confuso en su traslación al momento puso nombre:
—¡Es Jojo!
Marité y Cris enfocaron en dirección a la ráfaga señalizadora.
—Pues sí que lo es —confirmó Marité no dando crédito a esa casualidad.
No le resultaba un personaje televisivo grato ni ingrato, era simplemente un comodín que utilizaba dentro de su autonomía tanto como podía utilizarse.
—Jojo Basuriento en mis dominios —denunció Cris evidenciando su enojo—. ¿Quién se ha equivocado de sitio?
Un proceso de alquimia inversa, soez en su confección y manipulación, había transmutado el oro celestial en plomo mediático. De repente, un vómito de perfidia ensuciaba el noble marco desluciendo la elegancia, la discreción y el tono cordial de los anfitriones hacia los huéspedes. A Cris se la llevaban los demonios.
—No es para ponerse así —apaciguaba Andrea la hirviente sensibilidad de su amiga.
Marité se preguntaba a qué habría venido Jojo Basuriento y con quién.
—Este nunca aparece en solitario. O trae sirvientes o invitados. ¿Por qué apostáis?
Enseguida averiguaron que su espectáculo se acompañaba de una invitada en la cresta de las redes sociales, pero antes recibieron el saludo personal y enfático de Jojo que nada más verlas acudió al encuentro de la casualidad. La memoria de Jojo era notable, también su desparpajo, y acostumbraba reponerse a mucha velocidad de las sorpresas, quizá por aquello de quien da primero da dos veces. Andrea fue la receptora de su regocijo impostado.
—¡Tú por aquí, querida! —Es a la que mejor conocía de las tres.
—¿Te ha traído una gala?
Con una influencer en toda regla que le había prometido exclusivas de mucho calado por el módico precio de unas horas en televisión realzando su influencia.
—Grabamos mañana.
—¿Nos adelantas algo? —tanteó Andrea.
Marité daba el perfil de oídas y Cris el de conmigo no va ni la “influ” patrocinada ni el que se reboza en una mierda la mar de rentable.
Jojo Basuriento rio entre dientes fingiendo ignorar el desprecio de Cris, actriz de teatro, y la indiferencia de Marité, actriz de series televisadas.
—Hablaremos de tendencias, querida —susurró a la actriz de cine Andrea.
En la habitación que compartían las tres menudearon las opiniones diversas. El provocador Jojo había insinuado con su característica malicia que en el programa especial pudiera caber algún aditamento, pudiera colarse una pieza separada que por su graciosa intercesión —su potestad cubría mucho territorio mediático— acoplaría en el contexto la promoción de otros nombres. Jojo sabía tocar la fibra vanidosa.
—¿A cuánto está el kilo de figurones?
Marité guiñó un ojo al sarcasmo de Cris.
—¿Es cuantioso el botín? ¿Habrá para todos? —preguntó husmeando el aire—. Aún no lo huelo.
Los personajillos que utilizaba Jojo Basuriento en sus programas servían de doble modelo: el ascendido a la celebridad recibiendo un surtido de plácemes y el descendido a la diana impactado por una variedad de dardos venenosos. Los personajillos en el plató y en los escenarios dispuestos para el circo, alternaban los agasajos y los embates de castigo con la inequívoca actitud de contribuir al negocio del que se lucraban todos los participantes.
—Yo creo que las plazas de entrevistados y tertulianos están cubiertas —dijo realista Andrea.
—Hay saturación en el mercado —apostilló Cris con ganas de pasar página y día—. Cosa que augura una lucha a muerte por ocupar una de las sillas y uno de los planos. ¿No os suena la música en el aire? —preguntó estirando cómicamente el cuello. Pero guasas aparte, temía que iba a ser imposible sustraerse al espectáculo que organizaba la productora de Jojo Basuriento.
El asunto espinoso a dilucidar las horas venideras era si una, dos o tres hacían acto de presencia durante la grabación del programa —su emisión en abierto tardaría unas fechas—, dejándose ver como unas ilustres clientas del palacete, en expresión de Marité; acercándose a los ángulos de cámara como unas busconas de notoriedad, en expresión de Cris; compartiendo la gloria de los influyentes como dignas representantes de las pantallas y las tablas, en expresión de Andrea; o si rechazaban involucrarse de la manera que fuera en la carpa y en la pista, igualmente dignas en su protagonismo elusivo.
Jojo se partiría de la risa si hubiera escuchado el divagar y las elucubraciones de tres albornoces blancos enfundando unos cuerpos nerviosos.
—Sobre la marcha nos decidimos —propuso Andrea vistiéndose para la cena.
Cris ya estaba decidida a marcar distancias con el bufón planetario, rencoroso y vengativo, sus cortesanos —el clan basuriento— y la “influ” de turno.
—Yo no desciendo a los infiernos.
El equivalente prosaico a la frase rezaba: “Yo no me rebozo en el fango por unas monedas ni por un contrato de adhesión”.
La curiosidad de Marité aludía al temario.
—Supongo que tratarán de las especialidades de la “influ” de moda.
Había atinado con la suposición en plural. La influyente Tabita desplegó el abanico de sus conocimientos mundanos en el terreno abonado que le anticipaba Jojo: una panoplia de habilidades manuales para la escenografía doméstica, que avergonzaría a un alumno de primaria, y para las indumentarias de compromiso y estar por casa, que sonrojarían a un aprendiz de costura; una suerte de gastronomía de cuenco y dedos, que al alimón reprobarían un cocinero y un cirujano; de recomendaciones viajeras, de salud y ejercicio físico y mental, aburridas por tópicas; de pericias adivinatorias en combinación, irritantes para brujas, magos y videntes en consultorio de pago; y de posados en escorzo ridículo, hortera el que no era obsceno, que desecharía un artista reputado junto con la modelo palurda.
La crónica del programa no la firmaba Cris, ausente de la grabación y del palacete balneario, sino Marité que se había documentado con los vídeos promocionales de Tabita en sus canales de Internet. La conclusión de la examinadora de dichos y hechos publicados sentenciaba de copiona e insustancial a Tabita, una “influ” por recomendación, que no tardaría en pasar a otros menesteres que le permitirían seguir viviendo del cuento.
Al escuchar el resumen, Cris afirmó que los calificativos a Tabita eran aplicables a Basuriento, y asimismo la forma de obtener pingües beneficios con una actividad de sensacionalismo cotilla, de chismorreo zafio, de amarillismo promiscuo, de intimidad venal. Unas patologías contagiosas, dictaminó el huracán Cris dando la espalda al submundo de la farándula bastarda.
Andrea disfrutó en su papel de espectadora privilegiada por el director y presentador a relacionarse detrás y al lado de las cámaras con los actores desempeñando el reparto de papeles, y con el presentador-director y los actores en los intermedios.
—Quieras que no siempre te atrae algo, siempre hay algo en lo que aún no habías reparado que te incita a experimentar —justificó Andrea su mariposeo alrededor de los destellos que advertía.
Por encima del bien y del mal por él determinados, el divino Jojo se divertía con sus programas, de toma y daca en las entrevistas, de revelaciones punzantes e interrogatorios que sacudían a los aludidos, jugueteando cual marionetista perverso que se regodea con las miserias de un prójimo que controla a voluntad y que por dinero acepta lo que le caiga.
Rencoroso y vengativo en definición de Cris, un a la que salta Jojo, concluido su trabajo, invitó a las tres amigas, como si formaran parte del equipo, a la zona termal que ya por horario estaba cerrada a los clientes. A las tres, mirándolas de hito en hito, para rematar la faena con una puntilla. Sólo Andrea accedió a ese pase privado, y fue la única de ellas a la que el chasquido de una rama quebrada no desveló esa noche.
Hubo desgajamiento, pero no trajo controversia.
La mañana del miércoles lució esplendorosa, febrerillo el loco regalaba caricias de sol y aire limpio con que deleitarse. Las tres amigas exprimieron el tiempo feliz que restaba hasta la vuelta a las obligaciones cotidianas entreteniéndose con el plan conjunto para ese día. El mundo giraba en torno al hoy, ayer ni siquiera tenía cariz de recuerdo y mañana quedaba lejos.
Renació el bienestar en el palacete hotel balneario al desaparecer la marabunta a primera hora.
—Esto es vida —murmuró Cris al eco persistente del chasquido—. Así habla la vida.