Hay a quien le cuesta ponerse en marcha, queriendo dar el paso adelante; en cambio, hay a quien nada le supone dar un paso adelante, pero asimila al cabo del tiempo que es el primero de un recorrido pocas veces corto y oportuno, muchas veces largo y de difícil control. En tercer lugar de exposición, hay quien toma conciencia de su deber, nacido de la voluntad, tras una reflexión activa, siempre en un movimiento evocador de la flecha del tiempo; y en cuarto lugar, hay quien nunca abandonará su estancamiento ni le faltarán argumentos para sostener la defensa de tal postura quietista.
Esta última actitud afincada en el punto muerto, de súbito, en un improviso desconcertante, puede variar hacia el avance o el retroceso desde un plano teórico con la pregunta de ¿hacia dónde? ondeando en las ráfagas de viento.
El resto de actitudes cree por naturaleza y discernimiento en la aventura de ser, de estar y de seguir el propio impulso o la inercia, que ambas fuerzas empujan en el llano y la pendiente.
Con la impulsión de un deseo que larvado ha ido cobrando forma y una vez manifiesto caracteriza al titular de su obra aventurera —que busca en otros semejantes la ratificación y acierto del propósito—, el camino si no más corto sí dibuja atractivos que ayudan, tanto como incitan, a hollarlo también en sus recodos y a rechazar con el ánimo henchido de energía los obstáculos en un panorama de zigzagueos y desniveles.
Mientras la tierra y el cielo permanezcan en sus respectivos espacios y día y noche alternen su protagonismo tradicional, qué importará una vuelta más o menos en el camino elegido si la vida, con su vocación de noria, da muchas vueltas, y con su inclinación a mercadear cuanto pueda ofertarse da instrucciones a todos los públicos.
Andando el camino se descubre si es de tránsito limitado o de afluencia masiva, si es de pasar lento, como al cruzar una aduana, o de pasar rápido por su traza vertiginosa. Andando el camino se descubre la distancia que separa los extremos, una distancia que oscila entre el recuerdo y el olvido; visto en perspectiva, recuerdo y olvido caminan juntos un trecho: el que va de la mirada afectiva, nostálgica, al de la espalda alejándose de la intersección.
¿Hacia dónde ir o dejar de ir?, se pregunta el que no ceja de interrogarse para mantener el ancla echada.
Donde me lleve el instinto, responderá un viajero con la prisa justa para eludir el contagio de la parálisis. Donde me dé la gana, espetará un viajero en aceleración harto de los atascos. Donde me guíen las señales, comentará el viajero receptor de emisiones deteniéndose un momento para dejarse ver en toda su dimensión. Instinto, apetencia y señales desmontan la excusa del peyorativo buen conformar.
Al llegar a una plaza concurrida de fiesta grande, el viajero que celebra ese encuentro, que le trae sensaciones reconfortantes, y presume, con legítimo orgullo, de venir de lejos y de ir aún más lejos en su caminar elegido, sube al carro del homenaje a compartir experiencia, criterio y proyecto bien acompañado por los que viven la aventura de ser, estar y seguir camino adelante.