Ante una fotografía de carácter específico, con el protagonismo de una persona, lugar o grupo, o genérico, estampa social, artística o industriosa de muchos ingredientes, el observador deduce su vida o la muerte y el tránsito propio y ajeno a velocidad alternada entre ambas estaciones opuestas.
Si el observador respira, parpadea y mueve su cuerpo es que vive y, en consecuencia, ha escapado de esa instantánea representando la felicidad, la tragedia, el compás de espera al que sucede la indefinición de los actores o las circunstancias; el telón sigue izado. Si respiración, parpadeo y movilidad brillan por su ausencia allende la instantánea es que el observador ha sido despedido o se ha despedido del escenario; cae el telón.
Según la época de revista, la fotografía en mano y en mente cuenta situaciones distintas; pero sólo una de las versiones es la verdadera, la única que debe ser válida, el epítome quizá de una vida o el motivo de la muerte. Una versión que retorna lenta o presurosa una vez despejada la pátina de tiempo, de memoria confundida en un laberinto pasional, de intenciones desechadas de grado o por fuerza.
—¿Te acuerdas?
—No mucho.
—Lo recuerdo perfectamente.
—Se me va…, y viene…
—De algo me acuerdo.
—Sin embargo, eres tú.
—Soy yo.
—Era yo.
—No sé quién era yo entonces; ahora estoy más seguro de mí. Pero ya es tarde para corregir errores.
—Aún es posible rectificar el curso de los asuntos pendientes.
—Demasiado tarde, demasiado equivocado.
—Yo tenía razón.
—Hice lo que me dio la gana.
Muertos y vivos en el presente del observador. Ha pasado tanto o tan poco, se piensa. Hubo en esa captura del pasado una disposición al encuadre, o fueron pillados en una relativa sorpresa, pues sabía del audaz al ingenuo que iba a perpetuarse el momento, derivada en rasgos espontáneos, en sugerencia harto elaborada, en contorsionismo de pose. Todos identificados por una actitud a veces exclusiva.
Aunque la fotografía tomada en un momento álgido derroche vitalidad y aporte sensaciones gratas al observador, es inexorable el paso de los años en actores y paisajes. La percepción de los remanentes humanos ha ido cambiando al término de cada etapa, cuya duración aleatoria en definitiva marca las épocas de una vida. Los remanentes de aquella instantánea transitan entre la nostalgia por lo desaparecido y la satisfacción por lo consumado sin resquicio a un apunte en el debe por esa ocasión perdida.
—Salió bien.
—Puedes decirlo con la boca grande.
—Ya es mucho poder decirlo.
—Nunca sabremos qué hubiera resultado…
—De haber seguido adelante.
—O de haber variado el rumbo.
—Nunca lo sabremos.
Ciertas imágenes reflejan acontecimientos venideros con una fiabilidad que estremece; sin idealizaciones trasladan al futuro con garantía de verosimilitud. Son expresiones que plasman una consecuencia deseada, señal de acierto en la comisión de la empresa, o indeseable, signo precursor de tragedia.
En el aire solemne de la reflexión queda flotando la disyuntiva entre lo que fue y lo que pudo ser; y en segundo plano, el que mira a lo concreto, la capciosa analogía entre lo que se ve y lo que se cree distinguir. Entre la conjetura y la sentencia media la constatación de la realidad en curso.
—De vuelta a las nubes.
—Así parece.
No obstante, escapado del inmutable retrato.
Cada quinquenio desde que idearon ese plan, la familia Liaño Torner, una familia numerosa en miembros y convencional en aficiones, revisaba exhaustivamente cuanto se había acumulado en casa —el domicilio paterno— durante el ejercicio, aportado de manera individual y conjunta. La costumbre trascendió de los residentes habituales, en declive, a los esporádicos con la raíz preservada, en aumento, y los gustos cambiantes, las modas siempre pasajeras aunque rotatorias por ciclos, y los caprichos que alegran la existencia mientras desprenden esa embriagadora fragancia de objetivo alcanzado.
Cabe reseñar que la influencia de la propaganda en la familia Liaño Torner era mínima, casi imperceptible, prácticamente residual; y aun así causó alguna perturbación de origen generacional, sobrellevada con sosiego, con veteranía, con raciocinio de ida y vuelta y sin exceder el ámbito dialéctico.
En los exámenes quinquenales, motivo aprobado de reagrupamiento familiar, se evaluaba individual y conjuntamente —una persona, una opinión y un criterio— el acervo perteneciente a todos, que la herencia de lo no donado en vida distribuirá con la misma equidad. Las fotografías, a las que tan propensos eran los Liaño Torner de todas las edades, eran parte esencial de las revisiones periódicas y catalizador de los más chispeantes comentarios. Las fotografías recientes y las antiguas se contemplaban despacio, se pasaban de uno a otro con acotación de palabra, con gesto evocador, con aliento que escribe un diario de lectura íntima. Indefectiblemente, el repaso a lo genuino impreso en el papel fotográfico revelaba la afirmación de un episodio.
Y la superación de otro de alcance mundial que produjo un acentuado punto de inflexión en las postrimerías de la segunda década del siglo XXI.
—Nos estamos librando del virus asesino.
—Quisiera que también nos libráramos de los asesinos que envían los virus a correr mundo.
Las fotografías de pacientes ingresados en las unidades de cuidados intensivos no tenían sitio reservado en los álbumes.
Fueron prudentes en su cotidianidad los Liaño Torner, a la par que incrédulos en la recepción de las informaciones, deformadas con interés falsificador por el cauce político, difundidas en línea artera de portavocías gubernamentales a una audiencia ávida de remedios eficaces y duraderos.
Las ramas viejas del tronco Liaño Torner empleaban en su argumento la pedagogía condicional.
—Si anuncian que el virus apenas va a afectar, prepárate para una pandemia mortal en cualquiera de los órdenes.
—Si con desdén apuntan la ineficacia de los medios de protección personal, aplícatelos a rajatabla y hasta ostentación.
—Si escuchas que los casos serán insignificantes, elévalos en el cómputo a la enésima potencia.
—Si aseguran que nadie va a quedar atrás, abrúmate al echar una ojeada con el recuento imparcial de víctimas.
—Si prometen una actuación justa y proporcional en la tarea ejecutiva y legislativa, tiembla con la plaga del abuso de poder.
La ausencia de protagonismo en fotografías mostrando la enfermedad y la muerte colmaba de felicidad a los revisores.
Otras fotografías ausentes del extenso muestrario complacen, incluso con alarde, a quienes rehúsan el goce vacacional en esos lugares que el sarcasmo califica de paraísos socialistas, cantados por la propaganda de los regímenes allí instalados y de las multinacionales y gobiernos que negociaban con ellos el porcentaje de satisfacción mutua.
—En el anverso oropeles y abalorios de zona restringida, la ficción que compra el vil metal; en el reverso de circuito cerrado la tríada del miedo, la miseria y la muerte civil y física.
—Mi dinero no cruza ese muro.
La tentación del precio, como la del exotismo, la del idioma, el carácter y la costumbre, y, puestos a justificar la debilidad, la de un aporte de divisas orientadas a paliar las carestías, chocaba con la cruda realidad del pago en taquilla, el casillero oficial, la ventanilla única, el fielato, el tubo, el acceso exclusivo a la habitación arreglada de la vivienda ruinosa.
En la amplia colección de fotografías no asomaba ni en primer plano ni por detrás de facciones divertidas y vistas con encanto publicitario el desespero, el miedo, la miseria y la muerte evitables.