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Virtea repertorio: Los doctores hablan

De todo y a todos hablaron los eméritos en el Foro de Ciencias y Humanidades. Los tres invitados, en días consecutivos, aproximadamente durante una hora, que pasó volando, seguida de otra, aún más entretenida, con intervenciones del público presente y del que participaba a distancia por los canales tecnológicos, contaron sus respectivas experiencias —el pasado—, impresiones —el presente— y previsiones —el futuro—, desde la curiosa pasión del estudioso vocacional.

    Los tres impartieron sendas clases magistrales distendidas, similares en su calidad didáctica y en su enfoque lectivo, con la distinción marcada en el ponente. Unas clases que la organización, en palabras de su representante ante los medios interesados en cubrir el programa del foro y presentador del acto, definió de valientes y comprometidas, imprescindibles en una época que, destinada a ese fin totalitario, coartaba la libertad de cátedra, de enseñanza, de pensamiento y de obra.

    Ninguno de los tres omitió su parecer sobre los asuntos individualmente expuestos, aquellos preparados con suficiente antelación y esos que surgen sobre la marcha para disfrute y esparcimiento del orador y su audiencia.

De carácter irónico y echado para delante con el debido respeto a la situación, para inaugurar las conferencias del terceto el doctor Julián Dávila trajo a la palestra el obsceno pugilato entre legisladores, diputados y senadores, judicatura, jueces y magistrados, y ejecutivo, alianzas de gobierno, guardadas a duras penas las apariencias de cara al ciudadano de a pie para moderar su instinto de protesta y resarcimiento de daños, poderes a la greña avivada, como en una adaptación cinematográfica, desde la influencia mediática, el cuarto poder tan intrincado como manifiesto. En el fondo, y en la superficie, es un combate de legalidades y legitimidades apropiados sectaria e ideológicamente los conceptos. Y eso que la primera andanada de un juez independiente de la presión política, que los hay, o de un letrado con la ley en la mano, que también existen, escobaba la marea infecciosa. Saltaban chispas incendiarias de los ojos atónitos, enfocados por las cámaras, y de los comentarios, registrados por los micrófonos, en los opuestos inconciliables mientras los brazos no sufrieran una torsión. A pesar de las aguas remansadas por diques de contención institucionales, en cualquier momento descuidado o cuidado ardería el terreno donde aguardaba su ignición un rayo latente; y sopla que te sopla de aquí y de allá, el vendaval quemaría hasta el infierno. Pero luego se dirá con encendida oratoria en la travesía del espectáculo que la culpa es de una combustión espontánea, porque el recurso al descargo es un ingrediente indispensable del condumio y el titular de prensa la munición para la siguiente batalla en el pactado escenario de las contiendas. Demandantes y demandados, asomando por turno desde el respectivo hornabeque, confían unos en la legislación vigente al grito de ¡cúmplase la ley!, para quedarnos como estamos, y en las modificaciones o derogaciones prontas los otros, al grito de ¡cámbiese la ley!, para ganar esta y las demás partidas. Sobre el tablero de juego lengüetea cual llama ansiosa, también cual serpiente advirtiendo e indagando, un conflicto a dos bandas genéricas: la de la acción y la de la omisión dolosa o imprudente, ambas causa del delito. Un delito protestado y un delito reclamado en la misma longitud de onda descrita por la contraposición de emociones, pareja al inmiscuirse estorbador de los intereses en liza, que incrementa a diario la angostura, degenerada en atrofia, del intelecto. Estirando al límite de la quebradura cualquier dialéctica que gane posiciones negociadoras, pero sin romper la cuerda que lía el atado. Todos, entiéndase los opuestos, andan en la maroma, y aunque parece que todo se quema no todo arde, ni la insulsa vulgaridad se consume en su propia miseria. La agremiación de los sandios en la exaltación de la estolidez acarrea pingües beneficios que entroncan con el materialismo dialéctico. Una malicia a tres bandas, las dos por donde compiten los actores con su protagonismo versátil y la tercera en la que pace el espectador y muñe su refrendo, instrumentada para gobernar la deriva.

    Curtido en mil batallas contra feroces enemigos apostados por doquier, acostumbrado a lidiar en tendidos a oscuras sin el apoyo de la cuadrilla, la figura del doctor Cristóbal Romero desprendía una serenidad retadora con su verbo extenso. Ni las victorias aplastantes ni las derrotas pasajeras variaban su semblante porque no las traslucía, buen sabedor de que nunca cesa lo que en origen no se corta. Plantados sus reales en el sitial correspondiente le dio por enumerar a las monstruosas hidras, gorgonas, arpías y medusas, y algunos personajes de la Plataforma Instructiva de Oligarcas Confederados, nombres en mayor o menor grado publicitados mundialmente, que se agrupaban en el círculo areópago de los plutócratas del progresismo aventando las cenizas del totalitarismo en tiempos marxista. Con derroche de valor y las facultades aptas para la esgrima del ataque y defensa sincronizados, sin ceder un ápice de espacio a los dicterios y a las diatribas de la claque bien pagada, el efecto dominó tira las fichas y sólo queda en pie, mirándolas de arriba abajo, el que firma la crónica y se atreve a contarla. Los cadáveres insepultos, muestrario del fracaso, se apilan en la dependencia subterránea de la última órbita, la más distante del núcleo gravitacional, afeados e inermes, con una identificación en clave consignada en el estadillo de servicios elaborado por el guardián asesor en pronósticos; a la espera que desespera y suele rematar. Los prebostes de la Plataforma se reúnen con periodicidad aleatoria en conciliábulo secreto a maquinar con sus latos poderes el gran plan mundial, la solución definitiva, a redactar las tablas de la ley a posteriori de todo lo hasta la fecha conocido y ocultado. Cada ejercicio finalizado, cuya duración viene determinada por el alcance efectivo de las conquistas, abre el siguiente con la designación del cabeza de lista que aparecerá dosificadamente y como referencia de seguimiento preceptivo en los medios audiovisuales del orbe. Este elegido de fuste, una vez confirmada su pericia, será el portavoz que habita en la inmensa sombra de sus electores; aspecto que, por secundario, quién de entre la infinidad espectadora anónima o insignificante se va a fijar en el taimado movimiento de la sombra, no le resta importancia de cara a la galería. El mensaje del portavoz ha de calar hasta en el oído de los sordos, y con ese logro que en la práctica resulta factible de la noche a la mañana, la parte dura del trabajo está salvada. Atrás, perdidos allende el más lejano horizonte, enterrado con su recuerdo, quedan los tiempos en que la ciencia infusa era concepto de uso peyorativo, la improvisación y la magia el vil efugio en la tarjeta de haraganes y listillos con escaso acomodo, el carisma un término sacro y la palabrería de sofistas y demagogos un recreo para sacudirse la modorra. Esta solución definitiva del plan máximo es el procedimiento infantiloide aplicado por los agentes bienhechores a una sociedad en grado posmoderno infantilizada a extremo de anulación: la leyenda remota actualizada para los esclavos de la disciplina tecnológica que manda, a partir de frivolidades y entretenimientos, olvidar lo que se sabe y el deseo por aprender; en resumen, es, simple y llanamente, la actualización de aquella ancestral leyenda que habla de las divinidades progenitoras transmitida por imperativo factual en escuelas, academias y universidades. Cuenta esta historia, remozada a propósito, que los hacedores de una creación de nueva planta han dotado de una capacidad limitada, de funciones básicas, de comportamiento mecánico, a los seres humanos por aquello de no incurrir en el error pretérito, y ahora indisculpable, de otorgar libertad de pensamiento, credo e iniciativa, movimiento y relación, a las criaturas orientadas a la dependencia. Los formadores de humanos para la era del progreso, el segundo peldaño de la escala superior, avisados de antiguo, evitan con las direcciones únicas y las orejeras de diseño encasquetadas, la desmedida ambición del ser humano original por alcanzar el título de hacedor y formador por sí mismo. De ahí vienen los recortes de cualidades innatas, de la razón, la inteligencia y el discernimiento. Este nuevo orden es, y vale la comparación, una lobotomía por conducto sensorial de eficacia harto probada en el proceso de manipulación y falsificación de la realidad. La realidad enemiga, se sobrentiende.

    Grave, solemne y conciso en voz y acto, el doctor Sancho Carvajal, afamado corrector de dislates, culminó de manera esperada las exposiciones del trío docente. Cargó con vehemente denuncia contra el relativismo que desprecia y, en el siguiente estadio, mata el pensamiento y la ciencia. La autoridad de un nombre, no un nombre cualquiera, por supuesto, basta en el relativismo propagado para negar la ardua comprobación experimental, la capacidad observadora y predictiva, el razonamiento estructurado y la deducción de principios y leyes generales. Le basta y sobra al relativismo progresista para negar validez, además de competencia, al informe científico. La autoridad nominal conferida es suficiente razón para cuestionar principios y teorías, llegando aceleradamente a negarlos después de un proceso desintegrador, igualmente rápido. La autoridad nominal de los elevados al mesianismo vierte a raudales y de uno a otro confín la tesis sentada en cátedra de que todo, salvo ese postulado magistral, es susceptible de ponerse en cuestión desde la perspectiva contraria, de que toda percepción falsea la realidad divulgada por el iluminismo emergente y sostenido, de que todo juicio y toda afirmación es arbitraria si quien los expresa no pertenece al grupo dirigente, la cadena de producción con derechos únicos de explotación, que marca el paso del humano espectador y a veces expectante. El postulado es una fábula, pero se sabe que las fábulas gozan de gran predicamento entre la gente. Los postulados encadenados se sustentan en palabras repetidas hasta la saciedad, palabras que por sí mismas devienen en conceptos fabulosamente exprimidos por esa autoridad mundial que no admite réplica ni discurso correctivo; a eso se ha abocado la simplificación auspiciada por los constructores de la posmodernidad. Un futuro a la vuelta de la esquina, quizá ya eclosionado en los laboratorios de diseño, inmerso en la nesciencia. Al lenguaje y a la ciencia enemigos de la artera transformación se les ha batido pervirtiéndolos; ni el artero lenguaje comunica ni la mercadeada ciencia resuelve en ese fementido progreso.

En el balance ofrecido a los interesados, el Foro de Ciencias y Humanidades resultó exitoso y multitudinario. Aunque las poderosas agencias que copan el panorama de la propaganda ignoraron adrede su celebración bajo el lema recurrente, y subvencionado, de lo que no se ve no se compra.

 

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