Mala cara en un cuerpo malo arrastraba cada uno de los vecinos afectados por la epidemia de incivilidad. A simple vista era notoria la degradación del ambiente y el deterioro de la convivencia en su barrio. Si dentro de las viviendas pasaban miedo, en la calle era pánico lo que sentían a diario esos vecinos; si en el refugio masticaban una papilla de indignación, al raso era de asco e impotencia la que mordían, además de la lengua, esos vecinos no pocas veces señalados burlona o amenazadoramente por sus agresores. Salir a tomar el aire, dar un paseo, en el barrio suponía correr un alto peligro de contagio nocivo para la salud, mientras que ir a comprar el alimento diario representaba con demasiada frecuencia perder el dinero o las mercancías por robo o sufrir daños físicos de diversa consideración por la violencia desatada, incluso con riesgo vital. Pero no todos los vecinos del barrio, ni los comerciantes, aunque afectados en apariencia, compartían...
Los Oliver-Palau siempre han sumado un perro a la familia. Desde que se casaron los iniciadores de la saga y hasta el momento presente, a la familia Oliver-Palau se la ve en los espacios públicos al aire libre con un perro al menos. Padres, hijos y nietos, en sus respectivos lugares de residencia, pasean con traza y afición al perro que con ellos comparte hogar y época; unos perros que a la vista de todos resultan de carácter apacible, morigerados en sus maneras y con el instinto obediente. —¿A la calle? —Vamos. El perro del matrimonio Oliver-Palau sale tres o cuatro veces al día a recorrer y olfatear el mundo —el pequeño, gran y único mundo—, salvo inclemencia atmosférica o fuerza mayor que reduce más la duración que el número de las salidas, cogido delicadamente por el arnés y la correa. El tiempo de paseo es variable dentro de una pauta que establece la necesidad, ese mismo factor de amplio concepto que deter...