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Luisiana española. La batalla de San Luis y el dólar español

El Imperio en Norteamérica: La soberanía española en el inmenso territorio de Luisiana

Por el Tratado de Fontainebleau, firmado en el castillo homónimo el 13 de noviembre de 1762, el reino de Francia cedía a perpetuidad al reino de España el territorio al oeste del río Misisipi (Mississippi) en Norteamérica; lo que significaba para España la posesión de Luisiana (actual Estado de Luisiana en los Estados Unidos de Norteamérica) y la gran ciudad e isla de Nueva Orleans. El año 1764 es cuando se produjo el verdadero cambio en la estructura administrativa del territorio hasta entonces francés y fronterizo con la expansión británica hasta la orilla izquierda del río Misisipi.

    La Corona española de Carlos III actuó con prudencia y respeto hacia los intereses de los colonos bien asentados, la situación económica e industrial y la calidad de la relación con las tribus nativas. Oficialmente la colonia otrora francesa debía ser entregada a las autoridades españolas el 4 de febrero de 1765; para entonces ya sabía todo el mundo la noticia y, como era de esperar, cundía el temor por los presumibles cambios en todos los órdenes.

    El primer gobernador de la Luisiana española fue el marino y científico Antonio de Ulloa, personalidad admirada en Europa. Establecido en la isla de Cuba, el gobernador Ulloa no modificó el estatus de Luisiana tal y como lo gestionaron los franceses. A principios de 1766 el gobernador Antonio Ulloa visitó Luisiana, recibiendo en su capital, Nueva Orleans, una fría acogida por parte de los criollos franceses. En aquel momento, el último gobernador francés, Aubry, se hallaba en el puesto de Balize; allí se dirigió Ulloa para izar la bandera española, igual que hizo en los puestos del interior a la vez que comunicaba a los presentes el cambio de soberanía. Los militares y comerciantes franceses colaboraron de inmediato con la nueva autoridad española; aunque no faltaron pronto quienes maquinaban apoderarse con un golpe de mano de Luisiana al calor de los cambios y relevos.

    Mientras, en Cuba se formaba el Regimiento Fijo de Luisiana, tropa encargada de la seguridad del territorio, como su nombre indica.

    A principios de 1769, España disolvió el Consejo Superior francés de gobierno y adaptó el propio del Cabildo, compuesto por seis regidores perpetuos que elegían dos alcaldes ordinarios, un síndico y un superintendente de la propiedad pública, el mayordomo de propios, nombrado cada año. La autoridad civil y militar la dirigía el gobernador, que presidía las sesiones del Cabildo asistido por dos tenientes para cada uno de los nueve distritos en que se configuraba el territorio de Luisiana. Las leyes emanaban directamente de España y eran promulgadas por el capitán general de Cuba y La Audiencia de La Habana, la capital cubana, y correspondía al gobernador su anuncio y puesta en práctica.

    A pesar de la dificultad que suponía la ausencia de los límites geográficos concretos de Luisiana con el territorio británico, el gobernador Ulloa los fijó y estableció un fuerte (puesto fortificado y con guarnición militar estable) cerca de la localidad de Burtville en la frontera con la entonces Florida occidental británica (posteriormente España recuperó íntegramente La Florida).

    El 23 de marzo de 1769, la Corona española prohibió el comercio entre Luisiana y el resto de colonias francesas en el continente. La medida resultó impopular y dañina para los intereses de los colonos y los comerciantes, lo que supuso una revuelta que logró desplazar de la autoridad efectiva al tándem Ulloa-Aubry. La situación pudo ser irreversible con la marcha forzada del gobernador, pero tanto Francia, al no apoyar el levantamiento de franceses y alemanes residentes en Luisiana, como España, al decidirse por fin a tomar las riendas del territorio nombrando al teniente general Alejandro O’Reilly nuevo gobernador de Luisiana. El 6 de julio de 1769 puso pie en Nueva Orleans, luego en Balize, y confirmó su autoridad en compañía del ejército. La normalidad volvió a la colonia y la economía a prosperar, permitiéndose la venta de alcohol en algunos locales y abriéndose la primera farmacia de Nueva Orleans; unido a ello la aplicación de las ordenanzas de gobierno y la impartición de justicia, destacando la prohibición de esclavizar a los nativos (indios) y la edificación de la Casa Capitular.

    El 25 de noviembre de 1769 se aprobó el denominado Código O’Really, un conjunto de instrucciones con normas de conducta civil, procedimientos judiciales y adaptación de estos preceptos a la Nueva Recopilación de Castilla y a las Leyes de Indias. Ya estabilizada la colonia, a finales de 1769 fue nombrado gobernador de Luisiana Luis de Unzaga y Amezaga, permaneciendo O’Really en su cargo de capitán general unos meses.

    La eficaz actuación de Alejandro O’Really y el nuevo gobernador Luis de Unzaga, aseguraron la soberanía española en un territorio que con el paso del tiempo se distribuiría en nada menos que trece Estados de los Estados Unidos de Norteamérica, a saber: Iowa, Kansas, Nebraska, Wyoming, Montana, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Oklahoma, Minnessotta, Louisiana, Mississippi, Missouri y Arkansas.

Imagen de lhistoria.com

La extensión hacia el Norte del territorio y el aseguramiento de las fronteras

Controlado el gobierno de las principales ciudades de Luisiana, con Nueva Orleans a la cabeza, era preciso establecer un eficiente control en las fronteras. Pero la vastedad del territorio de Luisiana, por aquel entonces desde el golfo de México a la actual frontera con Canadá, dificultaba la tarea a extremo. No obstante, fue posible reforzar los puestos del interior y por ende la soberanía española. La capital de Luisiana era Nueva Orleans y San Luis, a dos mil kilómetros remontando el río Misisipi, era la plaza más importante de la Alta Luisiana.

    En pocos años la benéfica influencia española y unas leyes de carácter liberalizador, convirtieron a Luisiana en una colonia de lo más próspero. Fue esencial, también, el apoyo de aquellos comerciantes, militares y plantadores que sostuvieron la causa española durante los años de la revuelta creole; y éstos, en lógica reciprocidad, recibieron prebendas y concesiones de mutuo interés. Poco a poco Luisiana acogió una importante emigración de nativos (indios), negros libres, esclavos y mulatos, de angloamericanos procedentes de las vecinas Carolinas, Georgia, Maryland y Virginia, y de españoles naturales de las islas Canarias, que se incorporó a la población de franceses criollos, acadianos, alemanes, austriacos y suizos; una variedad que confirió al territorio una imagen distintiva de personalidad propia.

    Cabe citar que la primera escuela pública de la ciudad de Nueva Orleans la abrió Andrés López de Armesto en 1772, siendo el idioma docente oficial el español aunque parte de las clases se impertían en francés. La agricultura cobró auge con el cultivo de productos desconocidos en Luisiana hasta entonces, como la naranja y la fresa; y las plantaciones de algodón se extendieron. En Nueva Orleans floreció la cultura, el comercio y la industria, convirtiendo la ciudad en una referencia con un atractivo similar al de La Habana.

    Las autoridades españolas dispusieron que en vista de las buenas relaciones de los criollos franceses, ahora magníficos aliados y súbditos de la Corona, con los emigrantes españoles, éstos no se establecieran únicamente en Nueva Orleans, sino que se asentaran en puntos clave como la ciudad de San Luis, en la Alta Luisiana (actualmente Estado de Missouri), núcleo comercial frente al que nació Nuevo Madrid, que resultó ser la primera colonia europea en el territorio al este del río Missouri. La presencia española continuó tierra adentro, penetrando e influyendo en las Dakotas (del Norte y del Sur) y en las Grandes Llanuras.

La prosperidad de Luisiana, convertida en una joya de la Corona española, corría solamente un riesgo: la insurrección de los colonos americanos al otro lado de la inmensa frontera protagonizando lo que desembocaría en la Guerra de Independencia Americana; en la que España combatió al lado de los norteamericanos en contra de los británicos.

    Las autoridades españolas impulsaron la red de informadores, agentes y espías, operando en las colonias británicas de Norteamérica y las de Bahamas, Jamaica y demás lugares del Caribe, a fin de tener conocimiento de causa. Y se reforzaron los puestos del río Misisipi y los del interior de Luisiana para afirmar la presencia española. Organizó y dirigió estas medidas el coronel del Regimiento de Infantería Fijo de Luisiana, Bernardo de Gálvez, convertido el 19 de julio de 1776 a raíz de la declaración de independencia de las colonias norteamericanas (las trece colonias) en gobernador interino de la provincia de Luisiana, cargo confirmado de pleno derecho a partir del 1 de enero de 1777, dependiendo, no obstante, en los asuntos militares de la Capitanía General de Cuba.

    España se posicionó inmediatamente al lado de los insurrectos norteamericanos.

La defensa de Luisiana

Las operaciones británicas y de sus aliados nativos en el septentrión de los dominios españoles, la zona de los Grandes Lagos, provocaron un estado de beligerancia continua sobre los colonos franceses bajo soberanía española desde 1765 y los pocos soldados españoles que defendían la frontera. En palabras de Fernando Martínez Laínez en su espléndida obra Banderas lejanas: “Fue una guerra ignorada y salvaje, llevada a cabo por patrullas de largo alcance que en marchas de centenares de kilómetros por la nieve, en el hielo, soportando la lluvia y el barro, atacaban fuertes y puestos comerciales lejanos y en los que el enemigo surgía insospechadamente. Esta guerra, que se extendió en un gigantesco arco que va desde Arkansas hasta Michigan, enfrentaría a los españoles con tribus de nativos a los que jamás habían combatido, como los sioux y los fox, en lugares remotos”.

Tropas españolas en Luisiana

Imagen de pinterest.es

La batalla de San Luis

Fernando de Leyba Vizcaigaña, nacido en Ceuta el año 1734, en funciones de gobernador y como jefe militar del territorio de la Alta Luisiana, defendió su capital, San Luis (situada en el actual Estado de Misuri y en la orilla derecha del río Misisipi), del ataque de las tribus nativas (tribus indias) agrupadas y dirigidas como fuerza de asalto por decisión de la autoridad británica.

    Fernando de Leyba salvó el tránsito por el río Misisipi de vituallas, suministros de armas y demás medios de combate, con su victoria en la ciudad de San Luis el 26 de mayo de 1780, lo que permitió a los españoles mantener la ayuda a los norteamericanos en su Guerra por la Independencia de Gran Bretaña y a éstos seguir avanzando en el propósito. Con la batalla de San Luis, España protagonizó una hazaña que contribuyó al nacimiento de los Estados Unidos.

    Fernando de Leyba había iniciado su carrera militar como cadete a los 16 años, y ya como capitán en 1769 llegó a Luisiana; su primer destino lo condujo al arriesgado fuerte de Arkansas, después quedó instalado en San Luis en funciones de gobernador de la plaza. Era el máximo responsable civil y militar y de las obligaciones aparejadas por ambos cargos en el momento del ataque, pese a su deficiente estado de salud. A favor de los españoles aislados en la inmensidad de la Alta Luisiana jugaba la actividad exitosa del general George Rogers Clark, que había conquistado al frente del Ejército Continental del Oeste para los incipientes Estados Unidos (nos referimos a la fuerza armada de las Trece Colonias) la mayor parte del territorio al oeste de la cordillera de los Apalaches; de ahí que Fernando de Leyba pudo disponer de ese apoyo norteamericano que, previamente, se había ganado con creces antes del comienzo de las hostilidades contra los británicos facilitándoles armas, suministros y dinero.

    España declaró la guerra a Gran Bretaña en 1779, aunque antes venía dispensando colaboración eficaz, pública y notoria a las Trece Colonias insurrectas. Como respuesta, el mando británico organizó una doble ofensiva para conquistar el valle del Misisipi: desde el sur, el general John Campbell debía apoderarse de Nueva Orleáns; desde el norte, una serie de acciones bélicas contra los puestos españoles promovidas en la región de los Grandes Lagos y ejecutadas por las tribus nativas a las órdenes de la autoridad británica. Arrebatar la ciudad de San Luis, que era punto decisivo para el control de la navegación por el Misisipi, figuraba como prioridad. La consecución de las dos fases del plan permitiría alcanzar la ciudad de Natchez, a trescientos kilómetros al norte de Nueva Orleans, culminando la operación de embolsamiento.

    La teoría era clara, pero la práctica la dejó en evidencia. Por el sur, los españoles al mando del gobernador de Luisiana, Bernardo de Gálvez, se adelantaron a los británicos con una ofensiva en 1779 que conquistó los fuertes de Manchac, Baton Rouge y Natchez, a orillas del Misisipi, y la plaza de Mobila, en el golfo de México; y en 1781 se ganaría la ciudad de Pensacola, con lo que el golpe a los británicos fue demoledor.

    A la par, en la Alta Luisiana, advertidos los españoles de los movimientos, Fernando de Leyba comenzó en abril de 1780 los preparativos para defender San Luis. Hizo traer cinco cañones de un viejo fuerte ubicado en la desembocadura del Misuri y consiguió el apoyo de los colonos establecidos en la zona. Aproximadamente trescientos efectivos, de los cuales apenas una treintena eran soldados, constituían la defensa armada de San Luis e inmediaciones. Mandó levantar al oeste de la ciudad una torre de aproximadamente diez metros, estructura central del llamado fuerte de San Carlos (en honor al rey Carlos III), donde quedaron emplazados los cañones. El fuerte, pagado por Leyba, lo que le costó la ruina, se terminó a mediados de mayo, a falta de los parapetos, tarea que imposibilitó la irrupción del enemigo la jornada del viernes 26 de mayo de 1780. Frente a San Luis aparecieron en son de guerra aproximadamente novecientos nativos (indios) de las tribus sioux, winnebago, menomini, sauk y fox; con el respaldo de trescientos soldados regulares británicos y algunos canadienses. A la vista de los vigías, avanzaron por terrenos agrícolas matando a los campesinos que encontraban. La variopinta tropa de San Luis se aprestó a la defensa; Fernando de Leyba, enfermo, fue conducido al fuerte en una silla de manos. Las mujeres y los niños fueron conducidos a un refugio previamente dispuesto y custodiado por una veintena de fusileros españoles al mando del segundo de Leyba, y que en caso de necesidad lo sustituiría, el teniente Silvio Francisco Cartabona.

    Los nativos al servicio de los intereses británicos se lanzaron a un asalto furioso. Los españoles respondieron desde el bastión defensivo que eran sus dos trincheras con fuego de mosquetes, los infantes, y de cañón, el de las cinco piezas, una sorpresa harto desagradable para quienes no esperaban tamaña resistencia. «Así la tropa como el paisanaje mostraron el más bizarro espíritu», relataría posteriormente la Gaceta de Madrid. Detenido el ímpetu invasor, el combate tuvo lugar en el extramuros, y fuera de la protección los nativos pudieron ensañarse, hasta la mutilación en vida, con aquellos que carecían de defensa y servían como reclamo humanitario para una salida a campo abierto. Leyba ignoró la añagaza, impidiendo el acceso del enemigo al interior de la plaza, y de esta manera firme evitó perder San Luis que era el objetivo principal. El contingente de tribus nativas a las órdenes de Gran Bretaña no sostuvo más tiempo la lucha, aceptando la imposibilidad de tomar la ciudad, y desistió en retirada.

    Continúa Fernando Martínez Laínez: “A pesar de la victoria, Leyba estaba inseguro. Temía que la desorganizada fuerza británica, con los indios enloquecidos, intentase atacar de nuevo la ciudad. La única solución era perseguir al enemigo y destruirlo para impedir regresar. En una conferencia con el coronel Montgomery, del Ejército Continental en el Oeste, se acordó formar una fuerza conjunta hispano-norteamericana y lanzarse tras los británicos y sus aliados indios en retirada. Con un total de 300 hombres, 200 del Ejército Continental y milicias norteamericanas, y el resto topas españolas y voluntarios franceses súbditos de España, se inició la persecución en la que sólo encontraron campamentos y aldeas indias abandonados. El 20 de junio de 1780, Leyba escribió una carta a Bernardo de Gálvez comunicándole la victoria obtenida y la persecución a las tropas en retirada; también le mencionó su mala salud”. Fue la última carta de Fernando de Leyba.

    Carlos III premió la gesta de Fernando de Leyba ascendiéndole a teniente coronel al año siguiente, un reconocimiento póstumo, pues había fallecido el 28 de junio de 1780, siendo enterrado junto a su esposa en la iglesia de San Luis.

La expedición al lago Michigan

El 20 de junio de 1789 fue nombrado teniente gobernador (gobernador interino) de San Luis Francisco Javier Cruzat, que llegó a la plaza con refuerzo militar y abundancia de suministros.

    Diligente en su cargo, pues la situación requería presteza y audacia, envió tropas a la lejana posición avanzada en Sac Village (cerca de la actual Montrose, en el Estado de Iowa) y a la también lejana posición avanzada en Peroia, en el territorio de Illinois. Los soldados españoles, mandados por el oficial francés perteneciente al ejército español, Jean Baptiste Malliet, conocedor de aquellos lugares y de probada lealtad, reconocieron el terreno y contactaron con las tribus nativas: sacs, fox, potowtamis y otos. De estas relaciones se dedujo que los británicos planeaban un nuevo ataque, y aún más importante, que la base principal británica estaba en la orilla este del lago Michigan, concretamente en la población de Saint Joseph, cuyo fuerte almacenaba gran cantidad de pertrechos y municiones precisamente para utilizarlos en las campañas contra los españoles y los norteamericanos. Malliet decidió atacar el puesto, aunque era pleno invierno, y destruirlo; pero hasta llegar a él había que recorrer una distancia de ochocientos kilómetros por zonas inhóspitas, azotadas por las ventiscas de nieve y vigiladas por el enemigo.

    El gobernador Cruzat autorizó la expedición. Los soldados partieron de San Luis el 2 de enero de 1781 al mando del capitán Eugenio Pourré: eran 91 hombres de la milicia y 61 indios de las tribus oto, sotú y potutaami. Remontaron el río Illinois en canoa hasta una distancia de 320 kilómetros del objetivo, ya que el hielo impedía seguir remando curso arriba. Tras una marcha temeraria, el 12 de febrero se presentaron los soldados españoles ante el fuerte de Saint Joseph, sorprendiendo a los centinelas; la guarnición fue capturada y desposeída de armamento. La bandera de España se izó en el fuerte.

    Al cabo de un día los expedicionarios españoles iniciaron el regreso a San Luis. En el fuerte de Saint Joseph no quedaron pertrechos ni municiones utilizables, ni alojamientos ni empalizada. El 6 de marzo entraban en San Luis en olor de multitudes. La noticia de la hazaña enseguida se conoció en La Habana y Madrid.

    Gracias a esta acción, los británicos no volvieron a tomar la ofensiva hacia el río Misisipi. Se les había derrotado tanto en el Sur como en el Norte.      

                                                                                                                                                    

La primera moneda de los Estados Unidos: El dólar español

Refiere el historiador Borja Cardelús, que el 10 de mayo de 1775 el Congreso que gobernaba provisionalmente la administración de las Trece Colonias en su guerra por independizarse de Gran Bretaña, adopta el doblón de oro como moneda oficial. Gran Bretaña había cerrado el comercio y privado de moneda a las colonias rebeladas contra su dominio, de modo que el Congreso provisional hizo frente a la carencia de circulante eligiendo como moneda el peso o dólar español, la pieza de a ocho o real de a ocho, que tales eran sus denominaciones, que al cambio con la libra esterlina británica valía cuatro chelines y seis peniques, y que circulaba cual moneda propia en los territorios circundantes a las Trece Colonias y en todo el continente americano.

    En los billetes acuñados por el Congreso resaltaba la siguiente inscripción: “Tres dólares. El portador recibirá tres dólares españoles acordonados de acuerdo con la resolución del Congreso tomada en Filadelfia el 10 de mayo de 1775”. Los primeros dólares, en efecto, se llamaron dólares españoles. Al adoptar la moneda española, los Estados Unidos también adoptaron el sistema decimal monetario.

    El signo del dólar es $ por las columnas de Hércules en el escudo español, enlazadas por una cinta en la que se lee el lema de España: “Plus Ultra”.

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    Antonio de Ulloa

    Bernardo de Gálvez

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