El Imperio en Norteamérica: Los esclavos de las colonias británicas escapan para refugiarse en territorio español
Las colonias inglesas en constante crecimiento tras la fundación en 1670 de Charles Town, en la costa de Carolina del Sur, representaba para La Florida española una amenaza continua. En la península de la Florida había progresado desde su descubrimiento, aunque lentamente, la penetración evangelizadora y colonizadora. Alrededor del 1700 se contaban una cincuentena de misiones franciscanas y treinta y cuatro ranchos ganaderos en tres zonas principales: el norte de la ciudad de San Agustín, la primera de Norteamérica, en la costa atlántica; y las regiones de Timucua y Apalachee (Apalache, en español), al oeste ambas de la península. Además se había iniciado la construcción de la ciudad de Penzacola (Pensacola) y su fuerte, y llegaban nuevas familias para asentarse.
La vida era difícil en todo el territorio, y aún lo fue más con la vecindad de la colonia inglesa de Jamestown en Carolina del Sur.
En previsión de los conflictos que sin duda iban a surgir, los españoles sustituyeron la estructura de madera del fuerte de San Marcos de Apalache, principal bastión defensivo en La Florida, ubicado en la demarcación de San Agustín, por otra de recio material de concha marina. Los británicos ambicionaban las tierras cultivadas españolas, los sólidos edificios y los nativos cristianizados para esclavizarlos en las mismas condiciones que los negros traídos a la fuerza del continente africano.
A finales del siglo XVII y en adelante se reiteran los ataques a las posesiones españolas. El más importante por su violencia lo dirigió el gobernador de Carolina James Moore, que asoló San Agustín pero sin expugnar el fuerte de San Marcos, lo cual representó de hecho un fracaso que provocó su destitución. Ya desposeído del cargo, pero de acuerdo con la Asamblea de Carolina, provisto de hombres y pertrechos de guerra, lanzó incursiones destructivas para las misiones y los poblados de la región de Apalachee y Timucua, adentrándose también hacia el mediodía de La Florida. Sólo San Agustín con su fuerte de San Marcos resistió los fieros embates.
La rivalidad de españoles y británicos procedía de la esclavitud. El siglo XVIII enmarcó una lucha sostenida por conservar los españoles sus posesiones y el trato a los indígenas y por aumentar las suyas y el número de esclavos los británicos.
La cuestión de la esclavitud fue decisiva, por encima de la extensión del territorio y el aprovechamiento de las riquezas naturales de haberlas.
España se basaba en la legalidad de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio y los principios católicos, aplicando una doctrina humanitaria sobre los nativos, considerándolos personas, que rechazaban los británicos al considerarlos mercancías; los españoles consideraban a los nativos sujetos de derechos libres para ser propietarios, formar familias y expresar sentimientos religiosos. Precisamente estas consideraciones, pronto conocidas, atrajeron incesantemente hacia el territorio español de La Florida a los esclavos de los colonos británicos residentes en las plantaciones de Carolina del Sur. La primera emigración tuvo lugar en 1687, siendo seis los hombres, dos las mujeres y un niño los que llegaron a San Agustín en una canoa, recibiendo inmediata autorización para asentarse oponiéndose la autoridad española a las reclamaciones de los ingleses perjudicados por la huida.
Siguieron otras llegadas de esclavos huidos en número creciente. En vista de los acontecimientos, el rey de España Carlos II oficializó el derecho de asilo mediante un edicto real donde proclamaba que la política española hacia los fugitivos sería la de “dar libertad a todos, tanto hombres como mujeres, para que por su ejemplo y mi liberalidad todos hagan lo mismo” (recogido de Borja Cardelús en su obra La huella de España y de la cultura hispana en los Estados Unidos). Cumpliendo el edicto, Manuel Montiano, gobernador de Florida, publicó un decreto declarando la libertad de todos los esclavos procedentes de Carolina, ofreciéndoles en 1738 un poblado a dos millas al norte de la ciudad de San Agustín llamado Gracia Real de Santa Teresa de Mose, o abreviando fuerte Mose. Los ya libertos, capitaneados por el bautizado Francisco Menéndez, con experiencia militar en su haber, juraron defender la Corona española y la fe católica hasta la última gota de su sangre, para lo que formaron un cuerpo militar. Se entrenaba diariamente esta milicia junto a la milicia de negros y mulatos establecida en San Agustín el año 1683.
El fuerte Mose contaba en su origen con algo más de un centenar de vecinos agrupados en veinte casas, lo que significó el primer asentamiento de negros libres de Norteamérica; de las razas mandingo, Congo, carabalís, minas, gambias, lecumis, sambas, araras y guineanos, según exponen Fernando Martínez Laínez y Carlos Canales Torres en su obra Banderas lejanas. Esta comunidad variopinta creó una cultura sincrética reuniendo tradiciones de África Occidental, España y Gran Bretaña.
Informa Borja Cardelús en su citada obra que el palenque de antiguos esclavos fue un reclamo para las escapadas y para levantamientos masivos como el de Stone, en Carolina del Sur, que pudo ser sofocado por los ingleses.
En el ámbito de la denominada “Guerra de la Oreja de Jenkins”, los británicos idearon una alianza con las tribus creek, chickasaw y cherokee para conseguir una fuerza importante que atacara los dominios españoles en La Florida. Y aunque la acción ofensiva lanzada a principios de 1740 con el grueso de tropas escocesas de Georgia, los Highlanders Regiment Foot (llamados la Guardia Negra, Black Watch)y el Regimiento 42 de regulares británicos, supuso llegar en mayo a las puertas de San Agustín no pudieron expugnar el fuerte de San Marcos que aguantó treinta días de cañoneo por tierra y por mar (provenientes los disparos de la flota británica). Pasado este tiempo y con la llegada de refuerzos procedentes de Cuba, el 15 de junio los españoles, sus aliados de nuevo cuño, los milicianos negros, que también habían defendido heroicamente San Agustín, nativos de La Florida y las milicias criollas, hasta sumar trescientos efectivos, consiguieron forzar la retirada del ejército invasor, mandado por James Oglethorpe, recuperando todo el territorio perdido, poblaciones incluidas, y devolviendo a sus legítimos habitantes, los esclavos liberados, el fuerte Mose el 26 de junio de 1740.
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