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La cumbre literaria. Opiniones nacionales e internacionales sobre Cervantes y El Quijote

Opiniones versadas y doctos estudios de eminentes españoles sobre la eximia figura de Miguel de Cervantes Saavedra y su magna obra, recopilados en la edición conmemorativa de Don Quijote de la Mancha para el IV Centenario del nacimiento de Cervantes, por el periodista, investigador literario y lingüista Luis Astrana Marín.

El caballero y el escudero

En Don Quijote se nos representa un valiente maniático, que pareciéndole muchas cosas de las que ve semejantes a las que leyó, sigue los engaños de su imaginación y acomete empresas, en su opinión, hazañosas, en la de los demás disparatadas, cuales son las que los antiguos libros caballerescos refieren de sus héroes imaginarios, para cuya imitación bien se echa de ver cuánta erudición caballeresca era necesaria en un autor que a cada paso había de aludir a los hechos de aquella innumerable caterva de caballeros andantes. La lectura de Cervantes en este género de historias fabulosas fue sin igual, como lo manifiesta en muchísimas partes.
    Fuera de sus manías, habla Don Quijote como hombre cuerdo, y son sus discursos muy conformes a razón. Son muy dignos de leerse los que hizo sobre el Siglo de Oro, o primera edad del mundo, poéticamente descrita; sobre la manera de vivir de los estudiantes y soldados; sobre las distinciones que hay de caballeros y linajes; sobre el uso de la poesía; y las dos instrucciones, una política y otra económica, las cuales dio a Sancho Panza cuando iba a ser gobernador de la Ínsula Barataria, son de tal juicio y hondura que se pueden dar a los gobernadores verdaderos y ciertamente deben ponerlas en práctica.
    En Sancho Panza se representa la simplicidad del vulgo, que aunque conozca los errores, ciegamente los sigue. Pero para que la simplicidad de Sancho no sea enfadosa a los lectores, la hace Cervantes naturalmente graciosa. Nadie definió mejor a Sancho Panza que su amo Don Quijote, cuando hablando con una duquesa, dijo: “Vuestra grandeza imagine que no tuvo caballero andante en el mundo escudero más hablador ni más gracioso que yo tengo.”

Gregorio Mayáns y Siscar, (erudito, humanista, historiador y lingüista). Obra: Vida de Miguel de Cervantes Saavedra. Londres, 1737.

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Variedad y riqueza de lances

Cuatro venteros aparecen en nuestra novela: es muy de notar cómo los diferencia Cervantes. El hijo de Sanlúcar, burlón y desprendido, complace a Don Quijote, le defiende de los arrieros y le perdona el gasto; interesado y vengativo, Palomeque el Zurdo reclama el pago de lo que se le debe, se queda con las alforjas de Sancho y hace causa con los cuadrilleros contra Don Quijote, después de haber apaciguado el buen caballero a los huéspedes que maltrataban al hospedador atrevido.
    El de la venta de los títeres, hombre de carácter sencillo, admira la generosidad del ingenioso hidalgo en medio de sus desaciertos; vano y pegadizo el de la otra venta, en el camino de Zaragoza, pondera la provisión de su casa, donde no hay más que una olla que servir, de la cual participa. Así se diferencia el cabrero amante de Leandra de los compañeros de Grisóstomo y del que pastoreaba su rebaño en Sierra Morena; así el despechado basilio, de Camacho, el espléndido; así el Canónigo del cura, y el barbero Nicolás de su necio cofrade; así el caballero del Verde Gabán descuella entre todos, porque es en efecto la figura más noble de la varia galería que en el Quijote nos presenta Cervantes.
    La misma riqueza y variedad ofrece en los lances: muchos, demasiados parecen a ciertos críticos los que se amontonan en la venta cercana a la sierra; yo diré, con Cervantes, que lo bueno jamás se hace mucho.
    La grave lectura del Curioso impertinente se interrumpe con la catástrofe de los cueros de vino, precursora de la catástrofe de Anselmo, de su esposa y su amigo: a la relación del cautivo Rui Pérez, de novedad grandísima; a la dulce historia del Mocito de mulas, suceden el pleito de la albarda y la riña con los cuadrilleros. Aquí hallamos una descripción halagüeña, un diálogo delicioso allí, después un razonamiento elocuente; de sorpresa, con la risa en los labios a cada momento, con inquietud y con lástima no pocas veces, acompañamos a nuestro aventurero desde que le ciñen la espada, una jornada de su pueblo, hasta que le vencen en la playa de Barcelona; y llegándonos más a él en sus postrimeros instantes, riegan nuestras lágrimas el lecho en que espira (entiéndase expira).

Juan Eugenio Hartzenbusch, (literato, filólogo y crítico). Obra: Prólogo al Quijote. Edición de Argamasilla de Alba, 1863.

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Carácter verdadero del Quijote

De censurar Cervantes en el Quijote un género de literatura falso y anacrónico, no se sigue que tratase de censurar ni que censuró y puso en ridículo las ideas caballerescas, el honor, la lealtad, la fidelidad y la castidad en los amores y otras virtudes que constituían el ideal del caballero, y que siempre son y serán estimadas, reverenciadas y queridas de los nobles espíritus como el suyo. No hay, en mi sentir, acusación más injusta que la de aquellos que tal delito imputan a Cervantes.
    Don Quijote, burlado, apaleado, objeto de mofa por los duques y los ganapanes, atormentado en lo más sensible y puro de su alma por la desenvuelta Altisidora, y hasta pisoteado por animales inmundos, es una figura más bella y más simpática que todas las demás de su historia. Para el alma noble que la lea, Don Quijote, más que objeto de escarnio, lo es de amor y de compasión respetuosa. Su locura tiene más de sublime que de ridículo. No sólo cuando no le tocan en su monomanía es Don Quijote discreto, elevado en sus sentimientos y moralmente hermoso, sino que lo es aun en los arranques de su mayor locura.
    ¿Dónde hay palabras más sentidas, más propias de un héroe, más noblemente melancólicas que las que dice al caballero de la Blanca Luna, cuando éste le vence y quiere hacerlo confesar que Dulcinea del Toboso no es la más hermosa mujer del mundo? “Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo: Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad; aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra”. Ni del caballero que estas palabras dice, ni de los sentimientos que estas palabras expresan, pudo en manera alguna burlarse Cervantes.
    Cervantes era un gran observador y conocedor del corazón humano. Sin duda, cuanto había visto en su vida militar, en su cautiverio y en sus largas peregrinaciones, y las personas de toda laya con quienes había tratado, le dieron ocasión y tipos para inventar y formar unos personajes tan verdaderos como los del Quijote; pero hay una enorme distancia de creer esto a creer que todo es alusión en dicho libro, y a devanarse los sesos para averiguar a quién alude Cervantes en cada aventura, y contra quién dispara los dardos de su sátira. Si él hubiera tenido la incesante comezón de injuriar a sujetos determinados, lo hubiera hecho de otra suerte y no trocando una creación poética de subidísimo precio en un ridículo y perpetuo acertijo.
    El comentario filosófico es el que resueltamente no puedo aprobar, si por él se trata de persuadirnos de que un libro tan claro, en el que nada hay para dificultar y que hasta los niños entienden, encierra una doctrina esotérica, un logogrifo preñado de sabiduría”.

Juan Valera, (literato y diplomático). Obra: Discurso académico. Madrid, 1864.

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Génesis del Quijote

La obra de Cervantes no fue de antítesis ni de seca y prosaica negación, sino de purificación y complemento. No vino a matar un ideal, sino a transfigurarlo y enaltecerlo. Cuanto había de poético, noble y hermoso en la caballería, se incorporó en la obra nueva con más alto sentido. Lo que había de quimérico, inmoral y falso, no precisamente en el ideal caballeresco, sino en las degeneraciones de él, se disipó como por encanto ante la clásica serenidad y la benévola ironía del más sano y equilibrado de los ingenios del Renacimiento.
    Fue de este modo el Quijote el último de los libros de caballerías, el definitivo y perfecto, el que concentró en un foco luminoso la materia poética difusa, a la vez que, elevando los casos de la vida familiar a la dignidad de la epopeya, dio el primero y no superado modelo de la novela realista moderna.
    Los medios que empleó Cervantes para realizar esta obra maestra del ingenio humano fueron de admirable y sublime sencillez. El motivo ocasional, el punto de partida de la concepción primera, pudo ser una anécdota corriente. La afición a los libros de caballerías se había manifestado en algunos lectores con verdaderos rasgos de alucinación y aun de locura. […] Si en estos casos de alucinación puede verse el germen de la locura de Don Quijote, mientras no pasó de los límites del ensueño ni se mostró fuera de la vida sedentaria, con ellos pudo combinarse otro caso de la locura activa y furiosa que don Luis Zapata cuenta en su Miscelánea como acaecido en su tiempo, es decir, antes de 1599, en que pasó de esta vida. Un caballero, muy manso, muy cuerdo y muy honrado, sale furioso de la Corte sin ninguna causa, y comienza a hacer las locuras de Orlando: “arroja por ahí sus vestidos, queda en cueros, mató a un asno a cuchilladas, y andaba con un bastón tras los labradores a palos”. Todos estos hechos, o alguno de ellos, combinados con el recuerdo literario de la locura de Orlando, que Don Quijote se propuso imitar juntamente con la penitencia de Amadís en Sierra Morena, pudieron ser la chispa que encendió esta inmortal hoguera.

Marcelino Menéndez y Pelayo, (erudito, docente, historiador y bibliófilo). Obra: Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del Quijote. Discurso en la Universidad Central, Madrid, 1905.

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Psicología del Quijote y el Quijotismo

Más de una vez me he preguntado: ¿por qué Cervantes no hizo cuerdo a su héroe? La defensa briosa y elocuente del realismo en la esfera del arte, no exigía necesariamente la insania del caballero del ideal Convengamos, empero, en que un Quijote meramente filántropo, aunque apasionado y vehemente, no habría abandonado de buen grado la blandura y regalos de la vida burguesa para lanzarse a las arriesgadas y temerarias aventuras. Y aun dado caso que la codicia de gloria y el ansia de justicia fueran poderosas a sacarle de sus casillas, llevándole a militar denodadamente contra el egoísmo y la perfidia del mundo, ¿habrían dado pie sus gestas, en tanto que materia de labor artística, para forjar los épicos, maravillosos y sorprendentes episodios que todos admiramos en el libro inmortal y que tan alto hablan del soberano ingenio y vena creadora del príncipe de nuestros prosistas?
    Sin duda, a causa de esta obligada anormalidad mental de Don Quijote, que le llevaba a provocar las más descomunales e imposibles aventuras, el tono general de la novela es de honda melancolía y desconsolador pesimismo. En vano el lector, emocionado, pretende serenarse haciéndose cuentas de que Cervantes no personificó en el Caballero de la Triste Figura sino las desvariadas, inconsistentes e inverosímiles composiciones caballerescas. Arrastrados, a nuestro pesar, por la tendencia generalizadora de la razón, nos asalta el temor de que el anatema que en la obra de Cervantes pesa sobre el arte romántico, se extienda a dominios ajenos al designio del soberano artista. Y nos preguntamos, con inquietud en el alma y lágrimas en los ojos; ¿Cómo? ¿Estarán también condenados a perecer irremisiblemente todos los altos idealismos de la ciencia, de la filosofía y de la política? ¿Reservado queda no más a la demencia afrontar los grandes heroísmos y las magnas empresas humanitarias?
    Y esta emoción melancólica y deprimente llega a la agudeza de ver cómo, a la hora de la muerte, el loco sublime convertido ya en Alonso Quijano el Bueno, recobra bruscamente la razón para proclamar la triste y enervadora doctrina de la resignación ante las inquietudes del mundo. En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño, nos dice con voz desfallecida, en que parecen vibrar estertores de agonía. ¡Arranque de infinita disolución, que nos anuncia cómo el paraíso de paz y de ventura y la ensoñada edad de oro que la humanidad anhela para el presente o para no muy alejado porvenir, representa un remotísimo pasado que ya no volverá!… Necio fuera desconocer que, no obstante la nota general, hondamente poética, campea y retoza en la epopeya cervantina un humorismo sano y de buena ley.  ¿Qué otra cosa representa el donairoso y regocijador tipo de Sancho sino el artístico contrapeso emocional del quejumbroso y asendereado Caballero de la Triste Figura?
    Reflejo fiel de la vida sucédense en la inmortal novela, como en el cinematógrafo de la conciencia humana, estas dos emociones antípodas y alternantes: el placer y el dolor. Pero, al modo de esos frutos de dulce corteza y amargo hueso, en la creación cervantina la acritud es interna y el dulzor externo. Cierto que hay peripecias y coloquios de una vis cómica incomparable; mas, a despecho de la intención piadosa del autor, bajo la ingenua y blanca careta del gracioso, corren calladas las lágrimas, cual silencioso arroyuelo que bajo la soleada nieve se desliza.
    ¿Cómo se forjó, allá en la caldeada imaginación cervantina, tan felicísimo y artístico contraste? ¿En virtud de qué condiciones psicológicas escritor tan sereno, quijotil y optimista puso en su obra ese dejo de tristeza y de amargo pesimismo? Cuestiones arduas y dificilísimas, para cuya solución fuera imprescindible conocer todos los repliegues y recovecos de la complicada mente de Miguel, amén de los choques, episodios e incidentes emocionales que la conmovieron y adoctrinaron durante los tristes años precursores de la genial concepción.
    Con todo esto, no faltan valiosos materiales que permitan, si no resolver el problema, formular al menos alguna posibilidad más o menos plausible. Estos datos, acarreados por los penetrantes análisis de nuestro primer crítico Menéndez Pelayo, por la diligencia y saber de Revilla y Valera, por la reciente labora, tan copiosa, artística y evocadora de Navarro Ledesma, por los atisbos felices de Unamuno, Salillas y otros muchos expertísimos y devotos cervantistas, nos enseñan que Cervantes, salvo el paréntesis realista durante el cual planeó y escribió el libro inmortal, fue siempre quijote incorregible en la acción y poeta romántico en el sentir y pensar.
    ¿Qué ocurrió, pues, para que el manco de Lepanto abandonara el culto de sus ideales artísticos? Fácil es adivinarlo, y, por otra parte, consignado está en no pocos estudios críticos.
    Nació y creció Cervantes con altas y nobilísimas ambiciones. Héroe en Lepanto, soñó con la gloria de los grandes caudillos; escritor sentimental y amatorio, ansió ceñir la corona del poeta; íntegro y diligente funcionario, aspiró a la prosperidad económica, o cuando menos al aurea mediocritas; enamorado de Esquivias, pensó convertir su vida en perdurable idilio. Mas el destino implacable trocó sus ilusiones en desengaños, y al doblar de la cumbre de la vida se vio olvidado, solitario, pobre, cautivo y deshonrado.
    Los grandes desencantos desimantan las voluntades mejor orientadas y deforman hasta los caracteres más enteros. Tal le ocurrió a Cervantes. De aquel caos tenebroso de la sevillana cárcel, donde se dieron cita para acabar de cincelar el genio cuantas lacerías, angustias y miserias atormentan y degradan a la criatura humana, surgieron un libro nuevo y un hombre renovado; el único capaz de escribir este libro.
    ¡Obra sin par amasada con lágrimas y carne del genio, donde se vació por entero un alma afligida y desencantada del vivir!
    Sus páginas son símbolo perfecto de la vida. Como en el corte de un bosque, abajo vemos las negruras del humus vegetal formado con detritus de ilusiones y despojos de esperanzas (propio alimento del genio literario); sobre la tierra, erguidos y mirando al cielo los robustos tallos de las ideas levantadas, de los propósitos nobles, de las aspiraciones sublimes; y arriba, bañadas en la atmósfera azul, las frondas del lenguaje natural, castizo y colorista, la delicada flor de la poesía y el acre fruto de la experiencia.
    Se ha dicho por muchos que la suprema creación cervantina es el más perfecto, el último, el insuperable libro de caballerías. Mas en juicio semejante, a primera vista paradójico, y en pugna con la finalidad confesada de la obra, y las explícitas declaraciones del mismo Cervantes, yo sólo acierto a ver la tácita afirmación de que la figura del protagonista está tan soberana, tan amorosamente sentida y dibujada, que por fuerza el autor debió de tener algo y aun mucho de Quijote. No salen de la pluma tan vivos y perfectos los retratos humanos si el pintor no se miró muchas veces al espejo y enfocó los escondrijos de la propia conciencia. Pero después de reconocer este parentesco espiritual entre Don Quijote y su autor, es forzoso convenir también en que en la incomparable novela, a vueltas de algún retornado a las antiguas caballerescas andanzas, campean y se exteriorizan con elocuentes acentos el desaliento del apasionado del ideal, el doloroso abandono de una ilusión tenazmente acariciada, el mea culpa un poco irónico quizá, del altruismo desengañado y vencido.
    Para conservar serena la mente y viva y plástica la fantasía, menester es que el poeta desgraciado evoque de cuando en cuando imágenes risueñas capaces de ocultar y engalanar el fondo tenebroso de la conciencia al modo como la irisada espuma disimula el oscuro e insondable piélago. Compensación emocional de este género, representa, en mi sentir, el humorismo de Sancho Panza. En tan felicísima encarnación de la serenidad y de la bondad de alma, halló Cide Hamete el sosiego y la fuerza indispensables para proseguir su labor creadora y descartar visiones sombrías y punzantes remembranzas.
    En las páginas de la imperecedera epopeya, Sancho Panza simboliza no sólo la estéril meseta del sentido común, el saber humilde del pueblo acuñado en refranes, el lastre, sin el cual el hinchado globo del ideal estallará en las nubes. Es algo más y mejor que eso. Con sus gracias, socarronerías y donaire, solazó el espíritu de Cervantes, haciéndole llevadera la carga abrumadora de angustias y desventuras. Por Sancho amó la vida y el trabajo, y pudo, tiempos adelante, y curado de enervadores pesimismos, retornar a los románticos amores de la juventud componiendo Persiles, verdadero libro de caballerías, y el Viaje del Parnaso, admirable y definitivo testamento literario. Sancho Panza, beleño suave de su sensibilidad sobreexcitada, salvó al genio, y con él su gloria y nuestra gloria.
    Más de una vez, deplorando la amargura que destilan las páginas del libro cervantino, he exclamado para mis adentros: ¡Ah! Si el infortunado soldado de Lepanto no hubiera devorado desdenes y persecuciones injustas; si no llorara toda una juventud perdida en triste y oscuro cautiverio; si, en fin, no hubiera escrito entre ayes, carcajadas y blasfemias de la hampa sevillana, en aquella infecta cárcel donde toda incomodidad tenía su asiento…, ¡cuán diferente, cuán vivificante y alentador Quijote hubiera compuesto! Acaso la novela imperecedera sería, no el poema de la resignación y de la esperanza sino el poema de la libertad y de la renovación. ¡Y quién sabe sí, en pos del Caballero de los Leones, otros Quijotes de carne y hueso, sugestionados por el héroe cervantino, no habrían combatido también en defensa de la justicia y del honor, convirtiéndose al fin la algarada de locos en gloriosa campaña de cuerdos, en apostolado regenerador, consagrado por los homenajes de la historia y el eterno amor de Dulcinea…, de esa mujer ideal, cuyo nombre, suave y acariciador, evoca en el alma la sagrada imagen de la patria!…
    Pero en seguida, al dar de esta suerte rienda a mi desvariada fantasía, atajábame una duda inquietante. ¿Estás bien seguro —me decía— de que en un ambiente sereno y tibio, exento de pesadumbres y miserias, se habría escrito el Quijote?
    Y de haber visto la luz en menos rigurosas condiciones de medio moral, ¿fuera, según es ahora, resumen y compendio de la vida humana, y visión histórica fidelísima, donde, simbolizadas en tipos universales y eternos, se agitan y claman todas las lacras, pobrezas, decadencias de la España vieja?
    ¡Quizá el privilegiado cerebro de Cervantes necesitó, para llegar al tono y hervor de la inspiración sublime, de la punzante espuela del dolor y del espectáculo desolador de la miseria!
    Hora es ya de decir algo del quijotismo. Cuando un genio literario acierta a forjar una personificación vigorosa, universal, rebosante de vida y de grandeza, y generadora de la esfera social de grandes corrientes del pensamiento, la figura del personaje fantásticos e agiganta, trasciende los límites de la fábula, invade la vida real y marca con sello especial e indeleble a todas las gentes de la raza o nacionalidad a que la estupenda criatura espiritual pertenece. Tal ha ocurrido con el héroe del libro de Cervantes.
    Muchos extranjeros y no pocos españoles, creyendo descubrir cierto aire de familia entre el citado protagonista y el ambiente moral en que fue concebido, no han reparado en adjudicarnos, sin más averiguaciones, el desdeñoso dictado de quijotes, calificando asimismo de quijotismos cuantas empresas y aspiraciones españolas no fueron coronadas por la fortuna. Complácense en pintarnos cual legendarios Caballeros de la Triste Figura, tenazmente enamorados de un pasado imposible, e incapaces de acomodación a la realidad y a sus útiles y salvadoras enseñanzas.
    No seré yo, ciertamente, quien niegue la complicidad que, en tristes reveses y decadencias, tuvieron la incultura, así como la devoción y apegamiento excesivos a la tradición moral e intelectual de la raza; pero séame permitido dudar que la ignorancia, el aturdimiento y la imprevisión constituyan la esencia y fondo del quijotismo. O esta palabra carece de toda significación ética precisa, o simboliza el culto ferviente a un alto ideal de conducta, la voluntad obstinadamente orientada hacia la luz y la felicidad de la humana colmena. Apóstoles abnegados de la paz y de la beatitud sociales, los verdaderos Quijotes siéntense abrasados por el amor a la justicia para cuyo triunfo sacrifican sin vacilar la propia existencia, cuanto más los apetitos y fruiciones de la sensibilidad. En todos sus actos y tendencias ponen la finalidad, no dentro de sí, en las bajas regiones del alma concupiscente, sino en el espíritu de la persona colectiva, de que se reconocen células humildes y generosas.

Santiago Ramón y Cajal, (médico histólogo, científico e investigador). Obra: Discurso pronunciado en el Colegio de Médicos. Madrid, 9 de mayo de 1905.

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La primera crítica

En el tiempo que floreció Cervantes y después hasta casi nuestra edad, hubo alguno que otro que le igualase en elevación y amenidad de ingenio; pero ninguno que le aventajase.; en verso no menos que en prosa fue de los más disertos, fáciles y elegantes. Muchos libros nos dejó que, en verdad, son muy estimados por los que anhelan ejercitarse en el campo de nuestra literatura; y, en general, todo el mundo se regocija con la festiva invención de sus Novelas (casi todos los europeos proseen las principales traducidas en sus idiomas), las cuales son llevadas en palma, y con razón celebradas. Un modo de decir fácil y agudo, en que tanto se distingue el autor, y que está como empapado de admirable belleza y elegancia, y un exquisito decoro, mantenido, ante todo, hacen que estas obras superen a las demás de este género. DON QUIJOTE DE LA MANCHA, festivísima invención de un héroe, nuevo Amadís a lo ridículo, agradó tanto que oscureció todas las bellezas de las antiguas invenciones de esta clase que, por cierto, no eran pocas.

Nicolás Antonio, (erudito y bibliógrafo). Biblioteca Hispana Nova. Roma, 1672-1679.

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Excelencias de la narración del “Quijote”

Los críticos distinguen dos especies de orden en la narración: uno natural que comienza por el principio, a que siguen el medio y fin, y otro artificial, en el cual el medio está colocado antes del principio. Conforme a esta división es artificial el orden de la narración en la Odisea y natural en la Ilíada. Cervantes eligió con mucha propiedad el orden natural en el QUIJOTE, como más acomodado a su asunto llano y popular.
    Con este orden dirige todos los acontecimientos de la fábula y todas las acciones y discursos de los interlocutores al punto preciso de su objeto, preparando de antemano los sucesos con la mayor naturalidad, variando las pinturas y situaciones con singular destreza, aumentando sucesivamente el interés del lector de aventura en aventura y dejándole siempre columbrar lo lejos de otras más agradables para incitar su curiosidad y llevarle insensiblemente hasta el fin de la fábula.
    Todos los acontecimientos raros y extraordinarios del QUIJOTE los previno Cervantes con igual destreza. La historia del desencanto de Dulcinea, tantas veces nombrada, y que merece serlo por su singularidad, está encadenada desde el principio hasta el fin con mucho arte y habilidad. Los juicios y disposiciones de Sancho durante su gobierno, que parecen a primera vista inverosímiles y superiores a sus talentos y capacidad, los preparó de antemano Cervantes en el coloquio del canónigo de Toledo, el cual, hablando con sancho sobre el mejor modo de gobernar, le asegura que lo principal es la buena intención de acertar, porque así suele Dios ayudar al buen deseo del simple, como desfavorecer al malo del discreto. El ardid con el que le precisaron a dejar el gobierno es muy verosímil, porque está naturalmente prevenido con la carta anterior del duque. La graciosa manera de hacerse pastor en que dio Don Quijote, después que se vio precisado a dejar la caballería y las armas, la indicó igualmente el autor en el escrutinio de la librería, cuando la sobrina rogó al cura quemase las poesías pastorales juntamente con los libros caballerescos, no fuese que sanando su señor de una dolencia diera en otra. Estos ejemplos manifiestan suficientemente el orden y naturalidad con que Cervantes dispuso y enlazó los hechos en la narración de su fábula.
    La variedad que tiene en las pinturas y situaciones es igualmente arreglada y fecunda. Las descripciones están sembradas por toda la obra de modo que la hermosean sin confundirla ni embarazarse unas y otras. Corriendo la vista por todo el lienzo de la fábula se descubren colocadas simétricamente, y distribuidas de trecho en trecho, la pintura de los estudios, amores y desastres de Grisóstomo, la de los desdenes y condición de Marcela, la del carácter y circunstancia de Dulcinea, la del alba, la de la noche, del rumor que causa el viento en los árboles, y del tenebroso ruido de los batanes, la del desasosiego de los bandoleros y la de la mañana de San Juan. Entre ellas se verán también agradablemente interpuestas las descripciones de las aventuras caballerescas, la que hace Don Quijote de sus imaginados ejércitos, la del ameno sitio donde se divertían cazando las pastoras, y, finalmente, entre otras muchas, la del desencanto anunciado por Merlín en aquella selva, pero exenta de la inverosimilitud que con tanta razón han objetado a este admirable y excelente poeta.

Vicente de los Ríos, (militar, biógrafo y estudioso cervantista). Análisis del Quijote. Madrid, 1780.

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Estilo del “Quijote”

El principal mérito del estilo de Cervantes es la pureza y propiedad de la dicción, y la claridad y hermosura de su frase; calidad apreciable que le hace comprensible y agradable a las gentes más ignorantes y rudas. Esta general aceptación comprueba que su estilo es llano, natural y conveniente a la materia de su fábula; sin tocar en ninguno de los vicios con quienes tiene afinidad; es sencillo sin languidez, llano sin bajeza y popular sin indecencia.
    Verdad es que el QUIXOTE abunda de objetos muy familiares; pero Cervantes sabe pintarlos con cierto decoro (que es la gran dificultad), sin salir jamás del estilo llano, de este estilo que no encubre el menor defecto; muy al contrario del sublime, donde la grandeza de las mismas cosas y la nobleza de la metáfora o la vehemencia de las figuras, disimulan muchos descuidos.
    En el estilo del QUIXOTE se vio trocada la hinchazón y gravedad de nuestras antiguas fábulas en simplicidad y solidez, la grosería en decoro y el desaliño en compostura, la dureza en elegancia y la aridez en amenidad. Cervantes supo sazonar sus cuentos muy oportunamente con todas las galas del estilo urbano, y con todas las gracias del festivo, y sin afearlo con bufonadas y chocarrerías indecentes. Pinta los defectos ajenos con toda la viveza de la ironía más fina y salada. Cuando hace hablar a su héroe ridículo heroicamente, entonces levanta de punto su estilo por un tono magnífico y pomposo. Cuando el rústico y simple escudero se descose en decir indiscreciones, habla con una naturalidad que encanta. En ninguna obra están mejor aplicados los modos de hablar familiares y los refranes: en aquéllos se renueva la primitiva pureza y casta de la lengua; y en éstos, por su espíritu y discreción, se hermosean y suavizan los preceptos de la moral.
    Tampoco carece el estilo del QUIXOTE de una grata y fluida armonía, cuya dulzura y nobleza es en algunos lugares incomparable: en donde se hace alarde, no sólo de la afluencia, riqueza y numerosa grandiosidad de la lengua castellana, sino de la gala y bizarría de figuras elocuentes con que realza el tono de su elocución. Esto se siente y gusta con mayor eficacia y sabor en ciertas prosopopeyas cuando personifica las cosas inanimadas, en los razonamientos ya serios ya irónicos; y en las descripciones, donde la propiedad y viveza de las imágenes, aunque por un término poético, preocupan al lector y le embelesan.

Antonio de Capmany, (militar, filósofo, historiador, economista y político). Teatro histórico-crítico de la Elocuencia española. Madrid, 1788.

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Finalidad del Quijote

El fin principal que se propuso Cervantes fue, como él dice: deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tenían los libros de caballerías. Para conseguirlo finge un caballero andante maniático que, agitado de estas ideas caballerescas, sale de su casa en busca de aventuras, con la manía de resucitar la orden ya olvidada de la caballería: y para ridiculizar más plenamente estos mismos libros, ridiculiza al mismo héroe disponiendo que las acciones y aventuras, que en los demás caballeros se representan,  serias y graves, surtan en Don Quixote un efecto ridículo, y terminen en un éxito jocoso. De suerte que Don Quijote de la Mancha es un verdadero Amadís de Gaula, pintado a lo burlesco; o, lo que es lo mismo, una parodia o imitación ridícula de una obra seria. Con efecto, se hallan en esta fábula la imitación fiel, la fina ironía, la oportunidad, la naturalidad y la verosimilitud, que son los requisitos que se piden en las parodias ingeniosas y picantes. Este artificio de representar por una parte a este héroe estrafalario con serios coloridos respecto a él mismo, que se contempla siempre valiente y afortunado, y por otra, con los coloridos de la burla y del donaire respecto a los lectores, que miran sus sucesos como son en sí, y como dignos de risa, es nuevo en este género de libros, y es ingeniosísimo, que abre al poeta camino desembarazado y campo espacioso para esparcir y derramar por el de su Historia un caudal inmenso de sales, gracias y jocosidades.

Juan Antonio Pellicer, (erudito, bibliógrafo y cervantista). Discurso preliminar. De su edición del Quijote. Madrid, 1797.

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El espíritu del “Quijote”

El QUIJOTE es una mina inagotable de discreciones y de ingenio; y esta mina, aunque tan beneficiada en el presente y en el pasado siglo, admite todavía grande laboreo. ¡Es mucho libro este! Comúnmente se le tiene por un libro de mero entretenimiento; y no es sino un libro de profunda filosofía.
    El QUIJOTE encierra en sí gran misterio; aún no se ha descifrado bien el primor de su artificio; lo menos es ridiculizar los desvaríos de la caballería andante; ésa, ya tan sabrosa, no es sino la corteza de esta fruta sazonada del árbol provechoso de la sabiduría: su meollo es mucho más exquisito, regalado y sustancioso.
    En efecto, era todavía más trascendental la idea del superior talento de Cervantes: Cervantes no trató en el QUIJOTE de corregir de sus fantasías sólo a los españoles, sino de corregir a la Europa de su siglo. El espíritu caballeresco y fantástico era general en aquel tiempo: los pueblos cristianos, desde las empresas entusiásticas de las Cruzadas, exaltadas las imaginaciones con el influjo oriental,  en las peregrinaciones a la Tierra santa, y adoptadas ciegamente las fantasmagorías de la magia y los encantamientos que trampantojando portentosas visiones contra toda ley y orden natural, ensanchaban ilimitadamente, con el horizonte de lo factible, la esfera de la credulidad, cebándose sólo en lo maravilloso y exótico, menospreciaban todo lo que tenía la sencillez de la naturaleza. Y Cervantes, con ingeniosa traza, ideó una inventiva en que la prosa y la poesía de la vida humana, lo fantástico y lo real, simbolizados por lo vulgar y lo caballeresco, estuviese en sensible contraste y acción continua, a cuyo efecto creó dos personajes característicos que figurasen esta contraposición. Tales son Don Quijote y Sancho.
El QUIJOTE, además, es libro que arguye, en quien lo escribió, un caudal de lectura y erudición romántica que asombra: por eso gusta más a quien más sabe de nuestra romancería y libros caballerescos, a que hace continuas y finas alusiones, cuya gracia picante no puede sentir quien no está en antecedentes.

Bartolomé José Gallardo, (bibliófilo y periodista). El criticón, n.º 1. Madrid, 1835.

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La originalidad del “Quijote”

No se sabe qué admirar más en DON QUIJOTE, si la fuerza de fantasía que pudo concebirle o el talento divino que brilla en su ejecución. Cuando en la conversación llega a mentarse este libro, todos a porfía se extienden en su elogio, y el raudal de sus alabanzas jamás se disminuye, como si saliera de una fuente inagotable. El uno ensalza la novedad y felicidad del pensamiento; el otro, la verdad y belleza de los caracteres y costumbres; éste, la variedad de los episodios; aquél, la abundancia y delicadeza de las alusiones y de los chistes; quién admira más el infinito artificio y gracia de los diálogos, quién la inestimable hermosura del estilo y la propiedad de su lenguaje.
    Todas estas dotes que, esparcidas hubieran hecho la gloria de muchos escritores, se encontraron reunidas en un hombre solo y derramadas con profusión en un libro. Y no deja de entrar a la parte de la moravilla la consideración de la época. Pues aunque el siglo XVI sea por tantos respetos acreedor a nuestra admiración y gratitud, ni el carácter que entonces tenía la ilustración, ni la calidad y méritos de los autores que a la sazón sobresalen entre nosotros, ni, en fin, el tono general de nuestras letras, ni aun de nuestros gustos y usos, podían prometer una producción tan original y tan brande, y al mismo tiempo tan graciosa. Ella a nada se parece ni sufre cotejo alguno con nada de lo que entonces se escribía; y cuando se compara el QUIJOTE con la época en que salió a luz, y a Cervantes con los nombres que le rodeaban, la obra parece un portento y Cervantes un coloso.
    Empéñense en buena hora los que se precian de críticos en analizar las bellezas de esta fábula y examinar cómo el escritor supo hacer de su héroe el más ridículo y al mismo tiempo el más discreto y virtuoso de los hombres, sin que tan diversos aspectos se dañen unos a otros: como en Sancho empleó todas las formas de la simplicidad; qué de recursos se supo abrir en estas variedades imperceptibles, sin ofender a la unidad de los caracteres; cómo supo enlazar a su fábula los lances que parecían más lejanos de ella: y hacerlos servir todos para realzar la locura del personaje principal, de donde aprendió a variar las situaciones, a contrastar las escenas, a ser siempre original y nuevo, sin desmentirse ni decaer nunca, sin fastidiar jamás. Todo esto pertenece al genio, que se lo encuentra por sí solo, sin estudio, sin regla y sin ejemplares.
    Así aparece tanto más vano por no decir inoportuno, el empeño de los hombres doctos que se han puesto a desentrañar las bellezas de este libro, ajustándolo a reglas y a modelos que, no teniendo con él ni semejanza ni analogía alguna, de ningún modo pueden comparársele. Si su autor pudiese levantarse del sepulcro, y viera a los unos apurar su ingenio, a otros su erudición, a otros su cavilosa metafísica y a todos sudar por hacer del QUIJOTE una obra a su modo, quizás les dijera con compasión y risa: “En balde os afanáis, si con esa disposición doctrinera pensáis gustar de mi libro ni hacer entender lo que vale. ¿Qué hay en Homero de común conmigo, ni en Aquiles con Don Quijote, ni qué tiene que hacer aquí Macrobio y Apuleyo, Aristóteles y Longino? Todo ese aparato de erudición y principios podrá servir a vuestra ostentación; más, para explicar mi obra, es del todo insignificante y superfluo. La Naturaleza me presentó a Don Quijote, mi imaginación se apoderó de él y un feliz instinto hizo lo demás. Así, cuando habláis de imitaciones épicas, de intenciones metafísicas y sutiles, de artificio y pulimento, me asombro de ver que haya en mi libro tantas cosas en que no pensé, y que sea menester tanto trabajo para descifrar y dar precio a lo que a mí no me costó ninguno…”
    No es posible, ciertamente, hablar de esta obra singular sin una especie de entusiasmo, o, si se quiere, de intolerancia, que se rebela contra toda idea de crítica y de examen. Por eso causa tanta extrañeza, y no sé si diga ira, la gravedad impertinente con que algunos desdeñan este libro, tachándolo de frívolo y de insípido a boca llena.
    Todavía es más infeliz el anhelo de los que poseídos de la rabia gramatical o de la manía de singularizarse, pretenden hacerse valer, buscando y señalando lunares en lo que admiran los demás. ¿Y qué es lo que consiguen, al fin, con sus miserables reparos y con sus quisquillas pueriles? Los pasajes notados como defectuosos, hacen con su donaire salir la risa a los labios de los oyentes; el descuido, aunque lo haya, se cubre con la magia del talento; la gracia triunfa, y la crítica desairada y corrida se ve reducida al silencio.

Manuel José Quintana, (literato, jurista y político). Vida de Cervantes. Apud Obras Completas. Madrid, Rivadeneyra, 1852.

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Universalidad del Quijote

¿Quién podrá ponderar el mérito y llegar ahora al término de la alabanza que pide la grandeza de esta producción, verdadera fábrica y monumento que descuella en la española literatura, de suyo rica y majestuosa? Las hipérboles y los mayores extremos de elogios dejan de serlo cuando se aplican a este prodigio del arte humano llamado el QUIJOTE. Un soldado inválido, un ingenio lego sueña un pobre hidalgo de un mísero lugar de la Mancha. Le arma de una visera de papelón, de una lanza y escudo tomados de orín y llenos de moho, le sube sobre un rocín flaco, le hace seguir de un rústico sin sal en la mollera, caballero sobre un rucio, y le pone en el campo de Montiel en la madrugada de un día caluroso del mes de julio, para que marche a la aventura, a donde quiera su caballo, sueltas las riendas y dueño de su voluntad. Va en busca de aventuras; y sus aventuras son dormir a cortinas verdes o en fementidos lechos de ventas en despoblado, topar con arrieros, pelear con yangüeses por culpa de Rocinante, medir la tierra con su cuerpo a cada instante, pasar hambre y sed, sufrir calor y frío, ser apedreado por galeotes, apuñeado por cuadrilleros y cabreros, colgado por damiselas, enjaulado por sus vecinos y derribado, en fin, por bachilleres o amigos disfrazados. Ama a una aldeana a quien nunca ve, sueña imperios y batallas y palmas y laureles, y sin embargo, muere pobre y melancólico en el lecho de su casa de la aldea. Esta es la historia, ni más ni menos.
    Esta es la invención del Manco de Lepanto en la apariencia, en lo visible. Había un gran diluvio de libros caballerescos, dicen los eruditos, y Cervantes hizo una parodia del famoso entre los famosos: el Amadís de Gaula. ¿Y qué tiene que ver el mundo, qué tiene que ver la humanidad con parodias de Amadises? Los libros caballerescos, dicen otros, eran abortos de escritores que no sabían lo que es arte ni en qué consiste la belleza. ¿Y qué tienen que ver los sabios de todas las naciones con que en España se escribiesen esas monstruosidades? Cervantes, dicen otros, dirigió una invectiva contra los aficionados a esta lectura vana y perniciosa? ¿Y qué tenemos nosotros que ver hoy con esos mal entretenidos?
    Sin embargo, desde que apareció el libro del QUIJOTE, comenzó a extender su imperio en todas las inteligencias, así en la tierna del niño como en la madura del hombre; así en la estrecha del vulgo como en la vasta y extensa del hombre ilustrado, y atravesó las fronteras de su patria; y La Mancha y el loco a latere corrieron la Europa llamando la atención de todos, altos y bajos, nobles y plebeyos, soldados y togados, jurisconsultos y publicistas, y todos veían en el loco caballero y en el escudero mentecato algo de la composición y alquimia de su propia índole y naturaleza; y escuchaban sus diálogos como de hombres extraordinarios, como de un Sócrates con Platón; y oían sus sentencias como de oráculos, y sus lecciones como si la experiencia hablase por sus labios; y veían sus aventuras como las aventuras del alma humana, y sus deseos como los deseos del hombre sobre la tierra, y sus caídas como las caídas de nuestras ilusiones, y sus desengaños como los desengaños de nuestro corazón. ¿En qué consiste este secreto? ¿Cómo en dos seres, en dos individuos, está la materia humana en todas sus formas? ¿Qué arte ha podido dar ese relieve, ese contorno, esa verdad, esa universalidad de expresión a dos figuras únicas?
    Estos son los secretos del genio. Nosotros, pobres profanos, sólo podemos vislumbrar que fermentan en la cabeza del loco un pensamiento sublime, una locura divina, la locura de la humanidad que desea el triunfo del bien y el reinado de la justicia. Este es el exequátur que los naturaliza en todas las naciones y razas, en todos los ámbitos y en todos los tiempos. El secreto es muy sencillo. Es un hombre que nos e propone aumentar su estatura, ni acumular riquezas, ni conquistarse reinos, honores ni dignidades. Su propósito no es egoísta. No va a resolver el problema de su felicidad. Se propone simplemente, inversos los términos, alcanzar la felicidad y el bien de sus semejantes. ¿Y cómo, con qué medios? No tiene más que sus débiles brazos, un lanzón, una mala cota y un peor caballo; pero tiene una fuerte voluntad, una gran fe, un amor grande hacia la virtud y la verdad, un entusiasmo ardiente por la belleza. Los medios son incongruentes: con una lanza no se redime el mundo; la fuerza del mal es superior a estos remedios. El mundo entero llama a esto locura, y con razón. Cervantes no dejó esta calificación en duda. Pero, en cambio, la humanidad, siquiera por agradecimiento, por curiosidad, porque se trata de un interés general, se interesa en la peregrinación de este loco extraordinario y sigue sus pasos, y observa sus movimientos y parece querer investigar cuál es la resistencia que se le opone, en qué consisten los obstáculos, dónde están los escollos; porque, al cabo, el pensamiento es generoso y propio de un alma grande, y un buen pensamiento, una noble intención, siempre hallan hueco en los humanos corazones.
    Verdaderamente, es esto un argumento admirable; argumento para un gran genio y sobre todo para un genio como Cervantes, para un hombre que por el bien de sus hermanos había expuesto su vida a crueles tormentos, y por la gloria hubiera expuesto mil vidas si mil vidas tuviera. Él solo tenía el temple necesario para acometerlo, en su mente los ideales con que componerlo y en su corazón los colores con que pintarlo. Pero no bastaba esto: era necesario unir, al idealismo más sublime, el realismo más grosero; a la contemplación más pura, las pasiones más bastardas; a la poesía más elevada, la prosa más baja; al espiritualismo más refinado, el más refinado materialismo; a la óptica de las ilusiones, el primor de la experiencia; a las aspiraciones al bien, las tendencias al mal; y poner en continuo juego y encuentro la sinceridad con la malicia, el interés con la abnegación, la codicia con el desprendimiento, la castidad con la concupiscencia, el valor con la cobardía, la nobleza con la bajeza, la energía con la pereza, la fortaleza con la debilidad. En una palabra: todos los contrarios en lucha, todos los extremos en oposición; y de esta lucha había de resultar lo cómico en la acción, sin perjudicar lo elevado del pensamiento.
    Que Cervantes se hallaba a la altura de este plan colosal lo muestra su ejecución. El QUIJOTE parece, en efecto, como ha dicho Quintana, hecho con la voluntad. Pero hacen estos prodigios como la luz, a un fiat, cuando existe esa consubstancialidad, si nos es permitido usar de esta voz, del genio, del pensamiento y de la forma, cuando se ha agitado el espíritu divino dentro de la mente y llega el tiempo de la plenitud de su calor, la época de crear los mundos en la esfera del arte. Cervantes se hallaba en este periodo, en esta edad dorada de su inspiración cuando engendró el hijo seco y avellanado, esa figura escuálida, espiritada, que, subida sobre el alto Rocinante, parece querer subir a región más diáfana donde vivir la vida del espíritu que representa. A su lado va su eterno compañero Sancho, como enterrado en la materia de que es genuino representante. Ambos son opuestos en naturaleza, en inclinaciones y en objeto. Ambos están en continua lucha con el espíritu y la materia, y, sin embargo, el uno no puede vivir sin el otro, y se buscan y se aman y se creen parte integrante de su ser, de tal manera que Don Quijote no puede estar sin Sancho ni Sancho sin Don Quijote; pintura exacta de la unión y oposición de los dos elementos de la naturaleza humana. ¡Qué desarrollo tan vasto de un elevado plan! ¡Qué conocimientos de su trascendencia hasta a los más mínimos detalles y muy ordinarios fenómenos y manifestaciones de la vida! Allí está la biografía del cerebro en la fuerza de la más intensa fiebre por lo ideal y lo puro, por lo celestial y bello; del cerebro en el orden de sus extravíos y en el concierto y lógica de sus visiones y delirios; porque la locura que se llama discreción y buen sentido, porque el alma ahoga su energía, mata su iniciativa y se ajusta al movimiento de los intereses del mundo; y allí está también maravillosamente sorprendido el punto de contacto, la conjunción de ambas fuerzas y el orden alternativo con que ceden o vencen la sabiduría del mundo y la sabiduría del sabio, la ciencia del vulgo y la ciencia del hombre superior que busca la verdad sin consideración a tiempos ni lugares. Sancho vence por lo común: el elemento, la atmósfera de Sancho es el hecho. Él avisa a Don Quijote, puesto en los miradores de su fantasía, que los molinos no son gigantes sino molinos; que las ovejas no son caballeros, sino ovejas.

Nicolás Díaz de Benjumea, (filósofo, estudioso y escritor). La verdad sobre El Quijote. Madrid, 1878.


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Opiniones versadas y doctos estudios de eminentes voces internacionales sobre la eximia figura de Miguel de Cervantes Saavedra y su magna obra, recopilados en la edición conmemorativa de Don Quijote de la Mancha para el IV Centenario del nacimiento de Cervantes, por el periodista, investigador literario y lingüista Luis Astrana Marín.

Recomendación del “Quijote”

El Quijote de Cervantes es un libro que puedo leer toda mi vida sin que me canse un solo momento. De todos cuantos libros he leído, DON QUIJOTE es el que me gustaría haber compuesto; no hay ninguno a mi parecer, que pueda contribuir mejor a formarnos un buen gusto en toda suerte de cosas. Admiro cómo, en boca del hombre más loco de la Tierra, Cervantes ha encontrado el medio de mostrarnos el hombre más juicioso y más inteligente que imaginar se pueda.

Charles Marguetel de Saint-Denis de Saint-Evremond, (humanista, militar y literato). Carta al Mariscal de Créguy. París, 1671.

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El raro arte de moralizar

Todos los hombres tienen algo de Don Quijote en su condición. No puedo menos de celebrar en Cervantes ese raro arte de moralizar con tan festivo tono. Se ha complacido en hacer de su libro un exacto espejo de la humanidad, en el cual sin acritud muestra a los hombres su mismo rostro, enseñándoles serenamente la forma tal como naturalmente procede de la sustancia.

Peter Motteux, (periodista, editor y traductor). Prólogo a su traducción inglesa del  Quijote. Londres, Sam. Buckley, 1700.

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Don Quijote, héroe único

Los héroes del Tasso y del Ariosto no son tan conocidos en Francia como en Italia. Los de la Astrea, al contrario, son más conocidos de los franceses que de los italianos. Únicamente el DON QUIJOTE, héroe de un género único, es aquel cuyas proezas son tan conocidas de los extranjeros como de los compatriotas del genio español que lo ha creado. Esos poetas cómicos sin modelos, quizá sin genio, viendo que los españoles, nuestros vecinos, eran ya ricos en comedias, copiaron al principio las comedias castellanas. Casi todos nuestros poetas dramáticos los han imitado, hasta Molière.

Jean-Baptiste Dubos (Abad Du Bos), (abad, filósofo, diplomático e historiador). Reflexiones críticas sobre la Poesía y la Pintura. París, 1719.

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Contrastes

Don quijote en una principal parte, es loco; en otras, sabio; pues así son todos los hombres: ninguno es sabio en todas las cosas y en todos los casos. Pero todo este contraste entre la sabiduría y la extravagancia, que con tal destreza y amenidad está conducido; esta mezcolanza de verdad, de error y de verosimilitud, de buen juicio y de extraviada imaginación, de sencillez y de gravedad, nos hace reconocer el flexible, agudo y sensato ingenio del autor, que se sintió capaz para este tal difícil trabajo; pues tanto más arte, ingenio e inteligencia demuestra, cuanto más minuciosas y detalladas son las circunstancias en que coloca a sus personajes, y más peculiar y característica es la luz que los presenta.

Johann Jacob Bodmer, (escritor, crítico y filólogo). Reflexión crítica sobre la composición poética y artística. Berlín, 1741.

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La obra maestra de la agudeza

El Quijote es la obra maestra de la agudeza, e igualmente un festivo hijo del humor y de la sátira. En las Novelas, las manifestaciones del amor son discretas, y las sátiras vestidas suave y apaciblemente. El contenido, en su mayor parte, consiste en sucesos que Cervantes había visto u oído narrar, ya en España ya en Italia, y su elocuencia las ilustró y limó con todo el arte y la experiencia que sus viajes le habían granjeado.

Dietrich Wilhem Soltau, (escritor y traductor). Introducción a la versión alemana del Quijote. Könisberg, Friedrich Nicolovius, 1800-1801.

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Elegancia del “Quijote”

Cervantes es quizá el único hombre que por medio de una invención tan nueva y tan diferente de todo lo que se conocía, ha atraído a sus lectores ha seguir por largo espacio, sin hastiarse, las aventuras de un extravagante. Uno de los mayores encantos de esta obra es la elegancia continua y la feliz mezcla de todos los estilos. Cervantes se eleva muchas veces hasta el tono de la oratoria, hasta el más poético estilo, cuando hace hablar a Don Quijote; emplea el lenguaje llano y vivo de la verdadera comedia en las reflexiones de Sancho; sabe hallar otra manera tan natural, tan animada, pero que no es distinta, cuando presenta en escena pastores y cabreros; y sin aparente transición, suavemente, vuelve a su papel de historiador, en una prosa clara, fácil, algunas veces algo exuberante, pero siempre armoniosa.

Jean-Pierre Claris de Florian, (editor, autor y literato). Obras póstumas de Florian: Advertencia al lector. París, 1793-1799.

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El Quijote no tiene rival

Cervantes publicó su Quijote en 1605. Todos los rayos de su divino genio parecen haberse concentrado en esta asombrosa producción del talento humano. Por su especial ingenio, aguda ironía, riqueza de invención y profundo conocimiento del corazón humano, esta gran obra de un gran maestro permanece sin rival en la historia de la literatura.

Anónimo recogido por Tobias Smollett, (escritor y traductor). Prólogo en su traducción inglesa del Quijote. Glasgow, Chapman & Lang, 1803.

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Ironía insuperable

La Ironía seria del autor del Quijote es una especial cualidad de su genio a que algunos pocos se han acercado, pero que nadie ha podido alcanzar ni con mucho.

Walter Scott, (escritor y editor). Biografías y observaciones críticas de novelistas eminentes. Londres, 1821.

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Contribuyó a la mejora intelectual

Como Cervantes no era enemigo de todas las producciones caballerescas, sólo dirigió sus ataques contra las que no tenían ni sentido común ni ingeniosidad. Podía admitir lo maravillosos pero no lo monstruoso, y contra éste disparó los dardos de su sátira. Sin embargo, aprovechando la oportunidad que se le ofrecía, hizo salir de la caballería a su campeón, no sólo para derribar los absurdos de este género de literatura, sino también para arrollar y abatir toda otra clase de extravagancias que en su camino encontrase, y para difundir la verdad sobre gran diversidad de asuntos. Ridiculizó, pues, de un modo universalmente aprobado, ciertas obras de la literatura que eran del uso general. ¿Y cuáles eran los fundamentos de su anatema? El ser aquéllas falsas e inverosímiles. Así, el extraordinario éxito y popularidad de su sátira contribuyó mucho al progreso general de la mejora intelectual que había comenzado entonces en Europa, y a la introducción de lo que entonces era ciertamente una novedad en el mundo literario: el deleitoso sabor de lo natural y de lo verdadero.

Mary Smirke, (pintura e ilustradora). Prefacio en la versión inglesa del Quijote; arreglo de las anteriores de Shelton, Jarvis, Motteux y Smollett. Londres, T. Cadell & W. Davies, 1818.

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Amor a la humanidad

El prólogo de la Segunda Parte del Quijote es modelo perfecto de suave e inteligible ironía. Dotado Cervantes de igual naturalidad, aunque de mayor elevación que Addison, entreteje, a la manera delicada de Swift, su exquisito estilo copioso y rítmico, contrastando con él por la placidez con que su inteligencia superior observa las extravagancias de la Humanidad, a despecho de la trabajosa vida que le atormentaba, pareciendo siempre impulsado por este único pensamiento: “¡Hermanos míos, os quiero, a pesar de todas vuestras culpas!” Es como la madre que corrige al hijo a quien ama, y, mientras con una mano levanta los azotes que lo castigan, con la otra seca las casas que le hacen derramar.
    Un español de maneras distinguidas, hidalgo fiel a la religión y al pundonor, estudiante primero y luego soldado que perdió una mano en el combate de Lepanto; cautivo que sufrió la esclavitud no sólo con valor sino con ánimo alegre, y por su innata superioridad dominó e infundió respeto a un feroz dueño y al fin llevó a cabo la penosa tarea para la que había nacido: conquistar fama imperecedera.
    ¡Tal fue Cervantes! El mundo fue para él un drama, pinto solamente lo que conocía y lo que había observado; pero la verdad es que conocía y había observado mucho. Su imaginación se hallaba siempre pronta a recomponer y modificar el mundo de su experiencia; y con todo y con novelar las delicias del amor, conservó siempre inmaculados los preceptos de la virtud.

Samuel Taylor Coleridge, (poeta, crítico y filósofo). Estudios de Coleridge. Conferencia dada en Londres en 1818. Nueva York, 1874.

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El hálito del genio

Uno de los mayores triunfos de la habilidad de Cervantes es su éxito en impedir que confundamos los absurdos del guerrero andante con las generosas aspiraciones del caballero. Compadecemos el error, y nos reímos de la situación del hidalgo castellano; pero respetamos su alma noble, a pesar de todos sus toques jocosos, de todas sus locas tentativas; y en cada página sentimos el hálito del genio que se mueve en una esfera demasiado sublime para limitarse a una mera ironía; de quien, finalmente, bajo una máscara de aparente ligereza, aspiraba a discurrir sobre los más nobles principios de la humanidad, y sobre todo, a dar forma y expresión a los más nobles sentimientos del carácter nacional de España.

John G. Lockhart, (literato, estudioso y biógrafo). Ensayo sobre la vida y obra de Cervantes. En la traducción inglesa del Quijote. Londres, 1822.

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La lengua divina de Cervantes

La locura de Don Quijote, por sí misma, es muy divertida; pero, ¿quién duda de que a la larga cansaría y aun entristecería si no se amenizase su curso por medio de lúcidos intervalos, no de pasiva bondad, o de buen sentido vulgar sino de generosidad sublime o de juicio superior?
    La española es la lengua más hermosa que se habla bajo el cielo, desde que la de los griegos ya no suena. Como sus compatriotas lo confirman, el autor de DON QUIJOTE ha escrito divinamente en esta lengua divina; ningún autor de su nación puede comparársele en elegancia, pureza y buen gusto de estilo, en giros fáciles y naturales, y, principalmente, en ese feliz uso de los idiotismos sin el cual ni un escritor tiene fisonomía ni una obra donaire y viveza.
    Habremos de convenir en que el DON QUIJOTE, salido hace dos siglos de la península española para llegar a ser aún hoy día el libro de todos los que saben leer, es al mismo tiempo una de las más asombrosas maravillas del ingenio humano y uno de los más singulares fenómenos de la historia literaria.

Louis-Simon Auger, (periodista y dramaturgo). Ensayo sobre la vida y obra de Cervantes. En la traducción francesa del Quijote por Filleau de Saint-Martin. París, Delongchamps, 1825.

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El libro más admirable del mundo

A los veinte años el QUIJOTE me parecía un libro de mero regocijo; a los cuarenta hallé que estaba compuesto con gran ingenio; y ahora, a los sesenta años, le juzgo como el libro más admirable que existe en el mundo.

William Godwin, (político y escritor). El hombre: creencias, naturaleza, obras y descubrimientos. Londres, 1831.

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Engarce maravilloso de la alucinación y la razón

Cuando Cervantes empezó su obra, no tenía a buen seguro en el ánimo más que el designio de ridiculizar la caballería andante y de achacar todas sus extravagancias a un loco; pero también es cierto que su pensamiento se modificó a medida que la composición del libro adelantaba; y, sobre todo, en la Segunda Parte, ya no representa a un simple monomaniático entregado a todas las ilusiones de su inteligencia perturbada; es un hombre loco, es verdad, en cierto orden de ideas; pero dotado, para todo lo restante, de la más sana inteligencia, del más elevado ingenio y del corazón más noble.
    Don Quijote admira a los que le encuentran, tanto por la rectitud de su sano juicio y de su razón como por la extravagancia de sus actos y la singularidad de sus alucinaciones. Semejante concepción era enteramente nueva cuando Cervantes le dio a luz, y, en verdad, es tan profunda como nueva. Pero no es menos cierto que por su intuición, y sin darse de ello clara cuenta, descubrió y empleó uno de los puntos más importantes de la psicología histórica, a saber: la alianza de la alucinación con la razón y la influencia de esta alianza. La alucinación, más o menos complicada, ha representado en los asuntos del mundo un papel mayor de lo que comúnmente se supone. Sabido es hasta dónde llegó esa locura hace tres o cuatro siglos. El espíritu humano recorre su órbita regido por leyes tan constantes como las que gobiernan los fenómenos materiales. Surgen en él visiblemente las perturbaciones, cierto; pero, al fin, después de algunos vaivenes, el equilibrio se restablece y la ley natural lo encamina todo por su vía y hacia su fin.
    Cervantes, pues, adivinó las condiciones psicológicas de una grave e importante cuestión, y puso en juego misteriosamente ocultos poderes que el espíritu humano encubre. Pero, ¿cómo se produjo esta combinación, que contiene alianza tan extraña y curiosa con la realidad? Nació de la naturaleza misma de la materia y de los elementos que encerraba. Un hidalgo enfrascada en la lectura de los extravagantes libros de caballerías era un loco; pero, al propio tiempo, la fama de la caballería era honor y abnegación. Estas dos condiciones se infundieron juntas en el genio de Cervantes, y creó este tipo maravilloso en que la alucinación y la razón se cruzan constantemente sin jamás dañarse.

Emile Littré, (historiador literario). Literatura e Historia. Artículo sobre Don Quijote publicado en Le National en 1837. París, 1874.

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El genio va siempre más allá

En todos los pasos de mi vida me acosaban los espectros del escuálido caballero y de su panzudo escudero, señaladamente cuando ante un camino de dos vías indeciso me detenía.
    ¿Qué pensamiento fundamental guió al gran Cervantes a escribir su gran libro?; ¿propúsose solamente la ruina de los libros de caballerías, cuya lectura en aquel tiempo prevalecía tan obstinadamente en España que las disposiciones eclesiásticas y civiles eran contra ella impotentes? ¿O más bien quiso entregar al ridículo todas las manifestaciones del entusiasmo humano en general, y en especial y primeramente el heroísmo de los espadachines? Evidentemente, sólo tuvo por objeto escribir una sátira contra los mencionados libros proponiéndose, por medio de la manifestación de sus absurdos, exponerlos a la burla universal y conseguir su ruina. Y lo consiguió con el más brillante éxito.
    Pero la pluma del genio es siempre más grande que el genio mismo; siempre va más lejos que sus intenciones del momento, y, sin que de ello se diese clara cuenta, escribió Cervantes la más grande de las sátiras contra el sentimiento humano.
    Cervantes, Shakespeare y Goethe forman el triunvirato de poetas que, en los tres géneros de la poesía, el épico, el dramático y el lírico, han creado lo supremo. Un misterioso lazo parece que une estrechamente estos tres nombres. Un espíritu de afinidad irradia de sus creaciones; en ellas se respira eterna dulzura, como tocada por el hálito de Dios.

Heinrich Heine, (poeta y periodista). Prefacio a la versión alemana anónima del Quijote. Estudio escrito en París, 1837. Stuttgart, verlag der Classiker, 1837.

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El cristianismo en lontananza

De año en año se han ido descubriendo en el QUIJOTE profundidades y originalidades del sentido que no se advirtieron al primer examen.
    Desconocería el QUIJOTE quien no comprendiese que los cuentos episódicos, lejos de distraer el interés de la acción principal, son el fondo del cuadro, cuya aparente realidad sirve sólo para dar relieve a las creaciones de un genio fantástico.
    Hay, además, en toda la obra un admirable claroscuro que deja en lontananza entrever el cristianismo.

Carlos Augusto Hagberg, (Estudioso, crítico y bibliófilo). Cervantes y Walter Scott. Paralelo presentado al Consistorio de la Universidad. Lund, 1838.

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Idea fundamental del “Quijote”

Pues, ¿de dónde, se dirá, ha tomado Cervantes la idea y el modelo de su obra maestra? La extravagante biblioteca de Don Quijote, entregada a las llamas por el cura,  la sobrina y el ama del buen hidalgo, constituye una base muy sólida y muy real de la inmortal sátira.
    La idea fundamental de DON QUIJOTE no es, como se ha repetido tantas veces,  el contraste entre la generosidad heroica e ideal y la realidad prosaica y vulgar. No; la lucha no está aquí. Está en el entusiasmo falso y quimérico de los héroes de la historia; está entre el amor nebuloso y el amor sincero, natural y verdadero. La epopeya cómica de Cervantes era un recuerdo y un retorno a la verdad y al gusto nacionales.

Charles Magnin, (escritor y periodista). De la caballería en España. Ápud Revista de los dos mundos. París, agosto de 1847.

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Grandeza de la fábula y de su autor

Cervantes es también una forma de la burla épica. Ya en 1827 el que escribe estas líneas decía que hay entre la Edad Media y la Moderna, después de la barbarie feudal, y colocados en ese punto para dar fin con ella, “dos Homeros bufones: Rabelais y Cervantes”. Resumir el horror por la risa es verdaderamente terrible. Eso han hecho Rabelais y Cervantes; pero la burla de Cervantes no se parece a la franca risa de Rabelais; es el buen humor del hidalgo detrás de la jovialidad del cura. “Caballeros, yo soy el señor Miguel de Cervantes Saavedra, poeta de espada, y, en prueba de ello, manco”.
    No hay en Cervantes alegría grosera; apenas se ve en él un poco de cinismo elegante. El burlón es fino, acerado, culto, delicado, casi elegante. Habría corrido el riesgo de achicarse con sus coqueterías, si no hubiera tenido el profundo sentido poético del renacimiento. Por eso su gracia no degenera nunca en desenfado. Cervantes padece una obsesión y de ella surgen todas las grandezas inesperadas de la imaginación; añadid a esto una maravillosa intuición de los hechos íntimos del espíritu y una filosofía inagotable en aspectos que parece poseer un mapa nuevo y completo del corazón humano.
    Cervantes ve lo interior del hombre. Esta filosofía se combina con el instinto cómico y novelesco, y de esta combinación proviene lo súbito, apareciendo en cada momento en sus personajes, en su acción y en su estilo. Lo imprevisto constituye una magnífica aventura. Es ley de las grandes obras que los personajes estén de acuerdo consigo mismos; pero que los hechos y las ideas se arremolinen a su alrededor, que se renueve perpetuamente la idea madre y que sople sin cesar el viento que produce los relámpagos.
    Cervantes es un combatiente: apodérase de una tesis y hace un libro social. Los poetas son combatientes del espíritu. ¿Dónde aprenden a luchar? En la lucha misma. Juvenal fue tribuno militar, y Cervantes llega de Lepanto como Dante de Campalbino y como Esquilo de Salamina. Después pasan a otra prueba: Esquilo, Juvenal y dante van al destierro y Cervantes a la cárcel.; así es la justicia con los que sirven a su patria. Cervantes tiene como poeta los tres dones soberanos: la creación, que produce los tipos cubriendo las ideas de carne y hueso; la invención, que hace chocar las pasiones contra los sucesos y al hombre contra el destino, produciendo el drama y la imaginación, que, siendo el sol, hace el claroscuro en todas partes, produce el relieve y da la vida. La observación, aunque se adquiere y en tal respecto es más bien una cualidad que un don, va unida a la creación. Si el avaro no hubiese sido observado, no se habría creado Harpagón (personaje central de El avaro, de Molière).
    Con Cervantes hace resueltamente su entrada un recién venido, vislumbrado por Rabelais, el buen sentido, el sentido común; el cual se percibe en Panurgo y se ve de lleno en Sancho Panza. Llega como el Sileno de Plauto, pudiendo decir como él: “Soy el dios montado en un asno”. La sagacidad aparece muy pronto y la razón muy tarde: así es la historia extraña del espíritu humano. ¿Hay algo más sabio que las religiones y algo que sea menos racional? El sentido común no es la perspicacia ni la razón; participa de ambas con cierta mezcla de egoísmo. Cervantes lo monta a caballo en la ignorancia y al heroísmo en la fatiga, rematando así a un mismo tiempo su profunda ironía, y mostrando y parodiando de esta suerte combinados, los dos perfiles del hombre, sin tener piedad ni de lo sublime ni de lo grotesco. El hipogrifo se convierte en Rocinante. Detrás del personaje ecuestre, Cervantes crea y pone en marcha al personaje asnal. El entusiasmo entra en campaña, pero la ironía detiene sus pasos. El asno, que conoce los molinos, juzga los famosos hechos de Don Quijote, sus espolazos y sus lanzadas. La invención de Cervantes es magistral hasta el punto de que hay adherencia estatutaria entre el hombre-tipo y su cuadrúpedo complementario; el razonador y el aventurero se identifican con sus cabalgaduras d tal suerte, que es imposible desmontar a Sancho Panza y a Don Quijote.
    Cervantes contempla el ideal como Dante; pero juzgándolo de imposible realización, se burla de él. Beatriz se convierte en Dulcinea. La burla del ideal sería gran defecto en Cervantes, pero este defecto no es más que aparente; observad con atención y veréis que en su sonrisa hay una lágrima. En realidad Cervantes simpatiza con Don Quijote, como Molière con Alcestes. Es preciso saber leer en estos libros, y en particular en los del siglo XVI: a causa de las amenazas que pesaban sobre la libertad de pensar, hay en la mayor parte de ellos un secreto que es necesario abrir con una llave que se pierde con frecuencia. Rabelais tiene algo que se sobreentiende; Cervantes tiene un aparte, Maquiavelo un doble fondo, un triple fondo tal vez. De todos modos, el advenimiento del sentido común es el gran hecho de Cervantes.

Víctor Hugo, (Dramaturgo, poeta y crítico). William Shakespeare. París, 1864.

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La lágrima del “Quijote”

Si queremos obrar con verdad al juzgar el QUIJOTE, es preciso secar esta lágrima que de algún tiempo a esta parte se ha querido unir a la sonrisa, o cuando menos, es menester decir para que el mundo lo sepa: Esta lágrima se la hemos puesto nosotros, porque creemos que le sienta mejor.

Charles Augustine de Sainte-Beuve, (crítico literario y escritor). Don Quijote. Ápud Les neuveaux lundis, Volumen VIII. París, 1864.

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La verdad de Cervantes

¡Es decir, que el autor del QUIJOTE habría causado la decadencia que quiso conjurar! ¡Sería el autor de ella porque fue su testigo! ¡Por haberla previsto, la habría causad! No; ya hemos visto las obras de su primera época, enteramente caballerescas. Cervantes no era, como Byron, un gran señor disgustado de su patria, que, al reclamar para Don Juan privilegios de casta, se imagina reclamar la libertad.
    Nada había en él de las envidias y de los odios que en todos los tiempos y sitios dejan tras sí las convulsiones sociales. Habla de la nobleza con justicia; de la caballería con la elocuencia de un amor burlado, y de su país, con tal ausencia de odio, que su cordial jovialidad le granjea toda la patria.
    Cervantes lucha por la verdad, que cree más bella que la misma belleza.

Émile Chasles, (historiador, estudioso y editor). Miguel de Cervantes: vida, tiempo, obra política y literaria. París, 1886.

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Designio del sublime español

El DON QUIJOTE no tuvo por designio desacreditar los libros de caballerías, ni matar el espíritu caballeresco. Lector, tal vez entusiasta de ellos, Cervantes pensó un día en el cómico efecto que en la España de los Felipes II y III produciría el hombre que acometiese la tarea de resucitar las hazañas y el modo de proceder de los caballeros andantes. De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso. La concepción primitiva de Cervantes no fue positivamente sino la de una chistosa parodia, sin que le moviesen ni las ridículas intenciones alegóricas de que le quieren hacer responsable sus comentadores, ni el intento de acabar con los libros de caballerías, como él mismo alegó para alegar algo que se adaptase a la tradicional gravedad de los prólogos de su siglo; ni mucho menos aún, el de matar el espíritu caballeresco, del cual él, Cervantes, era, sin duda alguna, un legítimo representante.
    ¡Fuera, fríos comentadores! Vuestras necias teorías y vuestras pedantes suposiciones! ¡Imagináis que Cervantes se entretuvo en el silencio de su gabinete, o de su cárcel, fabricando dos figuras mecánicas que representasen ésta la poesía, aquélla la prosa, una el espíritu, la otra la materia, o que estuvo imaginando el símbolo de la sabiduría para encarnarlo en la figura de Dulcinea! ¡Suponéis que estuvo, según unos, tratando de presentar la fórmula del verdadero caballero andante; según otros, de dibujar su caricatura, como su remedador Avellaneda o como su castísimo imitador inglés, Butler! ¡No! Lo que el sublime escritor español hizo fue crear dos figuras profundamente humanas, no por los mecánicos procesos de la alegoría o del arte reflexivo, que nunca puede dar más que títeres, sino por la fuerza irresistible de la inspiración y del genio.

Manuel Pinheiro Chagas, (escritor, periodista y político). Prefacio. En la traducción portuguesa del Quijote. Porto, Vizcondes de Castilho y de Azevedo, 1876.

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La fe en lo eterno

¿Qué representa Don Quijote? Ante todo la fe; la fe en algo eterno, inmutable, en la verdad, en aquella verdad que reside fuera del yo, que no se entrega fácilmente, que quiere ser cortejada y a la cual nos sacrificamos, pero que acaba por rendirse a la constancia del servicio y a la energía del sacrificio.
    La muerte de Don Quijote inunda el alma de indecible emoción. Entonces es cuando el gran carácter del personaje se revela en todas las miradas. Cuando su escudero, para consolarle, le dice que pronto volverán a correr nuevas aventuras: No, responde el moribundo, yo fui loco y ya soy cuerdofui Don Quijote de la Mancha, y soy ahora Alonso Quijano el Bueno! ¡Qué notabilísima palabra! Este nombre evocado aquí por primera y última vez, conmueve singularmente al lector. Todo pasa, dignidades, poderes, genio universal; todo se convierte en polvo. Todo, excepto las buenas obras; éstas viven más que la más fulgurante belleza. Todo pasa, ha dicho el Apóstol, sólo la caridad vivifica.

Ivan Tourgueneff, (escritor, estudioso y bibliófilo). Hamlet y Don Quijote. Ápud Revista Europea, vol. XV. Barcelona, López, 1879.

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Afirmación del ideal

Cervantes, lleno de nobles intentos, perseguido y encerrado en una cárcel, debió de comenzar a hacer profundas reflexiones sobre su propia vida; y entonces se decidió a reírse de sí mismo para idealizar y hacer típico el personaje de Don Quijote. Ninguna obra literaria merece, en este concepto, el más complejo homenaje humano tanto como Don Quijote. ¿Se dirá que el libro intenta destruir el ideal? No sería justo. No sólo afirma Cervantes la existencia del ideal sino que haciéndonos simpático, a pesar de todas las desgracias, al caballero de las causas perdidas, demuestra bien claramente que él, creador de aquel tipo de caballero infortunado, todavía cree en la belleza.
    Es posible, y aun muy probable, que uno de los fines de Cervantes fuese hacer caer en desuso la lectura de los libros de caballerías; pero no es posible que por un solo objeto de polémica literaria compusiese tal obra maestra. Debió de proponerse algo más importante; y si quizás no se puede creer que estuviese dominado por toda aquella filosofía humanitaria con que algunos críticos modernos, anticipando los tiempos, le han adornado, nada nos impide suponer que haya puesto algo personal en su obra, que con el personaje de Don Quijote entendiese hacer un poco de humorismo sobre sí mismo, probando luego a zaherir aquí y allá a algunos de sus enemigos.
    Por tanto, si, con la potencia del verdadero genio, consiguió enseñar a los españoles que su pasión por las novelas caballerescas era vana y obtener que no se volviese a escribir otra alguna, por este grande efecto obtenido no se debe argumentar que sólo a ello se dirigiera Cervantes con su arte.

Angelo de Gubernatis, (literato, editor y filólogo). Historia Universal de la Literatura. Milán, 1883.

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Cervantes y Homero

El DON QUIJOTE es, como la Ilíada y la Odisea de Homero, la más imperecedera obra maestra épica de todas las literaturas.

Schmidt & Sternaur, (editores). Prospecto. De la traducción alemana del Quijote. Por Ernst von Wolzogen. (Crítico cultural y escritor). Berlín, 1884.

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Cervantes se quedó solo

No efectuó la admiración universal del QUIJOTE ningún cambio favorable en la situación del poeta. Era pobre y desvalido, y continuó siéndolo; pues cuanto más profundamente conocía a los hombres, tanto menos conocía el arte de favorecerse a sí propio.
    Por otra parte, y en todo caso, había, sin duda, en la forma de hablar y escribir de nuestro poeta, en su manera de ser, algo mordaz y acre que tenía poco de común con la indispensable diplomacia de la gente del mundo. Precisamente él debía de saberlo por experiencia propia. Sintióse demasiado superior en su obra para dejarse llevar por las reglas del comercio del mundo, y se quedó solo. Son escasos los temperamentos que consiguen que, al pensar en sus obras, los lectores recuerden también al poeta.
    Cervantes enriqueció al mundo y él se quedó pobre.

Ludwig Braunfels, (filólogo, filósofo, abogado, escritor y traductor). Introducción a su versión alemana del Quijote. Stuttgart, 1884.

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Artículos complementarios

    Miguel de Cervantes y don Quijote

    Comentaristas cervantinos

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