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Memoria recobrada (1931-1939) XXXIV


Continuación de las entregas XXXII y XXXIII

Voluntades contrapuestas en las formaciones políticas y en las facciones militares del Frente Popular
En Madrid, a febrero de 1939, Segismundo Casado y Manuel Besteiro, los respectivos actores protagonistas del estamento militar y la población civil, deseaban acabar la guerra, pero no con una rendición incondicional sino con una especie de capitulación honrosa para los perdedores, eludiendo la dualidad de vencedores y vencidos, unida a un ofrecimiento mutuo de condiciones equivalentes y seguridades; en resumen, una componenda política más favorable a los derrotados que a los vencedores, y con la única intervención de los militares como autoridad legítima en los dos bandos.
    Esta fue el criterio que defendió Casado en Valencia el día 10 de febrero, bajo la presidencia del general Miaja, y la comparecencia de los también mandos militares Matallana y Menéndez. Se solicitaba de Miaja, en calidad otorgada en ese acto de Jefe de Gobierno militar, la creación del Consejo Nacional de la Defensa, asumiendo todos los poderes gubernamentales con el apoyo de las fuerzas políticas republicanas que abominaban del Frente Popular dirigido por los comunistas.
    Pero Juan Negrín, el todavía presidente del Consejo de Ministros del Frente Popular de la República, desplazado a Francia, regresó el día 9 con la decisión de su Consejo de Ministros de negar cualquier viabilidad a la rendición: había que seguir la guerra. Desde Alicante, llegado en avión desde Toulouse, ese 10 de febrero se trasladó a Valencia causando gran sorpresa en Matallana y Miaja, que si ya estaban cerca del acuerdo con Casado ahora, desconcertados por la perentoria demanda de Negrín para mantener candente la guerra, auxiliado por los comunistas, no ofrecieron una postura decidida a nada. Negrín volvió a tomar la iniciativa para ganar su adhesión y en los periódicos del día siguiente, 11, aparecían publicados los nombramientos de Miaja como general en jefe y de Matallana como jefe del Grupo de Ejércitos (GERC). Acelerando las acciones, aunque con nula efectividad legal, Negrín convoco un Consejo de Ministros en la capital del Turia ese día 11, al que no asistieron ni el Presidente de la República, Azaña (instalado en París), ni el de las Cortes ni la mayoría de los ministros.
    El 14 de febrero, Negrín viajó a Madrid para con su regreso, y la publicación en la Gaceta, demostrar que el Gobierno y el Banco de España habían vuelto para esta vez quedarse. A consecuencia de ello terminó formalmente el acuerdo entre las organizaciones componentes del Frente Popular. Casado unió su criterio a los anarquistas de Cipriano Mera (quien sostenía que la dictadura comunista resultaba peor que la fascista) y para abandonar la lucha armada y enfrente, como era previsible, remanecieron los comunistas con las soflamas habituales proclamando que continuaba la guerra con las muchas reservas que disponía el territorio que todavía ocupaban. De esta controversia y ruptura entre los otrora aliados nace  la hipótesis del intento de Negrín por enlazar la guerra en España con la que se intuía inminente en toda Europa.
    En gran, o plena, medida la decisión de seguir o acabar la guerra dependía de los comunistas. Pero éstos buscaban satisfacer dos objetivos prioritarios e irrenunciables desde el principio: absorber al PSOE e implantar una dictadura soviética titulada del proletariado; contando con el socialista Negrín como artífice comanditario de los mismos. Por su parte la III Internacional o Komintern (Comintern o Internacional comunista), correa de transmisión de las consignas del Kremlin estalinista, ordenó la vuelta a España de sus delegados para, en efecto, continuar la guerra: Togliatti, Stepanov e Ibarruri, alias La pasionaria, obedecieron y aterrizaron en España el 15 ó 16 de febrero.
    Entre los mandos militares republicanos de la zona frentepopulista cundía la incertidumbre y el temor a dar un paso que les acarreara peores consecuencias para un futuro que divisaban borroso. Miaja parecía dar una de cal y otra de arena a la figura y órdenes de Negrín; de hecho, y para lavarse las manos según cual fuera su decisión última, envió a entrevistarse con Azaña en París a su ayudante el capitán López Fernández (que ya había estado en Toulouse para recabar las opiniones de los allí situados Juan Negrín y Vicente Rojo), para que diera su conformidad a entablar negociaciones con los nacionales. Azaña le dijo que Negrín ya no era presidente del Consejo porque había desobedecido el mandato de que dimitiera, pero, cual en anteriores ocasiones, se abstuvo de comentar y se inhibió de cualquier actuación; que Miaja obrara según su criterio, pero que a él lo dejaran al margen. Otro que se lavaba las manos, y desde hacía tiempo.
    Ante esta postura, Casado calificó a Manuel Azaña de “monstruo abominable”.
    No obstante, el último acto de Azaña cumpliendo su cargo de Presidente de la República tuvo lugar en la Embajada de España en París con asistencia de los ex presidentes del Gobierno, salvo Largo Caballero, para explicar que había dado orden a Negrín de capitular.

La conspiración entre civiles y militares para desactivar el Frente Popular marxista revolucionario.
Siendo militares los protagonistas republicanos del golpe para sacudirse el yugo comunista y marxista-revolucionario, convenía enlazar esa aspiración con la demostrada por el elemento civil y alguno de sus destacados representantes políticos. Segismundo Casado solicitó la intervención pública de Julián Besteiro, a través del socialista Pedrero, jefe en Madrid del S.I.M. (Servicio de Información Militar), a lo que el también socialista Besteiro accedió, teniendo lugar el encuentro para acordar el plan de acción el 3 de febrero.
    Julián Besteiro deseaba el fin de la guerra tanto como la eliminación de la hegemonía comunista; desde el año 1937 lo intentaba a través de la cancillería británica; pero la inhibición de Azaña, presidente de la República, a enfrentarse contra Negrín, apoyado por los más radicales socialistas y los comunistas, destituyéndolo como presidente del gobierno, impidió esa transición de gobiernos que hubiera permitido a Besteiro encabezar unas negociaciones de paz.
    El que fuera sucesor de Pablo Iglesias y máxima figura en el PSOE y la UGT, Julián Besteiro, estaba desde hacía tiempo superado por los partidarios de los procedimientos violentos para acceder y al poder y en él perpetuarse, y al margen de la dirección del socialismo. Su independencia, demostrada y mantenida durante el directorio militar de Primo de Rivera, en la composición de nombres para la conjunción republicano socialista que empujó a las calles la II República, con el pronunciamiento militar de Jaca y la fecha golpista del 14 de abril de 1931, además de condenar la deriva radical del socialismo en los sucesos de octubre de 1934 y a partir de febrero de 1936 como epílogo a la obra orquestada desde el exterior y el interior, le elevaban a la categoría de representante válido para los que desde las filas del ahora denostado Frente Popular anhelaban poner fin a la guerra con un apoyo político importante.
    Buena parte del socialismo a estas alturas de la guerra giraba hacia el tándem Casado-Besteiro. Pero no todo el socialismo, como posteriormente recordarán los comunistas a través del informe enviado por la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista Obrero Español al Buró de la Internacional Obrera Socialista, subrayando “la conveniencia de seguir apoyando al Gobierno Negrín para ir preparando la salida de los responsables socialistas cuya vida era útil salvar para el partido”. El 14 de febrero el diario El Socialista abogaba por la continuación de la guerra con “la fusión de todos y la abnegación unánime en la resistencia”.
    Los comunistas, sustentadores del gobierno Negrín, y del propio personaje, confesarían el aislamiento en que se encontraba el partido en la capital de España y su oposición a Casado. El día 13 fue retirado el periódico Mundo obrero por atentar en un suelto contra el orden establecido; la medida no causó efecto en las ventas.
    La pugna entre los antiguos aliados crecía, marcándose los bandos. Cuando el 16 (fecha de la famosa reunión en el aeródromo de Los Llanos) tuvo lugar una asamblea de representantes del agónico Frente Popular, tanto socialistas como republicanos manifestaron su crítica.
Esta división en lo que restaba de zona frentepopulista-republicana, venía también apoyada en lo que ha dado en calificar Luis Romero en El final de la guerra como grupos intermedios, configurados por gentes de orden, un número significativo de estudiantes integrados en organizaciones progresistas, militares retirados, personas afines a la democracia que están desengañados y probablemente algunos masones, que suelen a conveniencia tapar su pasado como su presente y aspiraciones futuras.
Segismundo Casado recibía el día 15 y dentro del marco de los intentos de negociación con el bando nacional, carta de su amigo el general Barrón según minuta de Francisco Franco. En la misiva, y entre otros asuntos de calado, Barrón se interesaba viva y sinceramente por la salud de su viejo amigo Casado, exhortándole a que “tuviese fe ciega en el tratamiento que había de curarle de su enfermedad”. Casado se mostró conmovido por estas frases de aliento personal y comunicó el emisario, Diego Medina, que “todo estaba preparado para el asalto de los reductos comunistas, al grito de ¡Viva España y muera Rusia!”
    Casado no pudo, sin embargo, frenar la acción propagandista ni los movimientos de Negrín, su guardia comunista y los ministros que le seguían. En un informe enviado a Burgos, capital del Gobierno Nacional, el día 16, por Julio Palacios dando traslado literal a las palabras, Casado daba garantías personales de que en su sector, la zona centro, no habría ofensiva republicana, tal y como dejó caer la propaganda gubernamental, y que de intentarse por otro frente él mismo lo desbarataría en tres jornadas, ayudado por varios ministros. Además, esperaba la inminente constitución del gobierno Besteiro en el que figuraría él con la cartera de Guerra. Y si tal plan no se materializaba, nada había que temer ni recelar puesto que él mismo se ocuparía de barrer los obstáculos.

La reunión de Los Llanos
Antes de la reunión en el aeródromo de Los Llanos, próximo a la ciudad de Albacete, que tuvo lugar el día 16 de febrero de 1939, el gobierno suizo reconoció al nacional de Francisco Franco, y con esta decisión, Suiza devolvía la propiedad de los cuadros del Museo del Prado depositados en Ginebra. Al mismo tiempo, el gobierno francés ya no trataba a Manuel Azaña, instalado en París, como presidente; el gobierno británico se decantaba por Franco y en Madrid, Segismundo Casado recibía en la “Posición Jaca”, su cuartel general, el pliego con las condiciones de capitulación que exigían los vencedores.
    El día 15 habían despachado Negrín, presidente del Gobierno, y Casado, jefe del Ejército del Centro; al término de la reunión, en absoluto cordial, el político convoca al general para el día siguiente en el aeródromo de Los Llanos. Iban a viajar juntos, pero los comunistas decidieron que no. En el Consejo de Ministros que Negrín preside la tarde del 15 en el Paseo de la Castellana número 3, informa de las nada halagüeñas relaciones entre los mandos militares desafectos con el comunismo y el Gobierno sostenido por los comunistas de dentro y fuera.
La reunión de Los Llanos básicamente fue un consejo militar, en el que la mayoría de los asistentes aceptaba la rendición. Pero José Miaja, aureolado por su memoria como un héroe de la resistencia, e indeciso por su juego con dos barajas, adujo enrevesadamente a favor de la propuesta de Negrín, apostado en una finca del término municipal de Elda que se llamó “Posición Yuste”. La mayoría de los militares presentes acusaron a Negrín de liquidar los recursos indispensables para sostener la resistencia que auspiciaba con los comunistas. Vicente Rojo (que en otro escenario y por carta  a Miaja y Matallana el 23 de febrero pedirá que Negrín delegue la negociación de paz en los militares, por ellos representados, además de solicitar su fusilamiento) echa en cara al político que persiste en su consigna de resistencia su negativa a entregar medios para conseguirlo, mientras que los habidos en Francia, de todo tipo y en abundancia, han sido liquidados por orden del mismo. Segismundo Casado, por su parte, insiste en la tesis compartida de que Negrín “mantuvo la consigna de resistencia a toda costa por su miedo cerval a contrariar los deseos de la Unión Soviética”, puesto que el gobierno del Frente Popular que presidía Negrín era “una dictadura al servicio de una potencia extranjera”.
La reunión del día 16 de febrero se celebró en un pabellón del aeródromo de Los Llanos, en Albacete, con el nombre en clave de “Posición Lérida”. A ella acudieron el general José Miaja (jefe supremo de las fuerzas de Tierra, Mar y Aire), el general Manuel Matallana (jefe del Grupo de Ejércitos de la Región Centro), los generales Leopoldo Menéndez y Antonio Escobar Huertas (mandos respectivos de los Ejércitos de Levante y Extremadura), los coroneles Segismundo Casado y Domingo Moriones Larraga, marqués de Oroquieta (mandos respectivos de los Ejércitos del Centro y Andalucía), el coronel Antonio Camacho (mando de la zona aérea Centro-Sur), el general Carlos Bernal García (jefe de la Base Naval de Cartagena) y el capitán de navío-almirante Miguel Buiza y Fernández Palacios (jefe de la Flota). La sesión comenzó a las doce horas presidida por Juan Negrín, quien dio a conocer de palabra las gestiones que había llevado a cabo para negociar la paz y expuso su opinión sobre los acontecimientos antes de pedir la de los presentes. Salvo el general Miaja, que sorpresivamente se mostró partidario de continuar la guerra cuando hasta entonces había declarado lo contrario, los militares convocados se manifestaron en favor de una capitulación que sugerían honrosa. Negrín clausuró el acto con la frase: “Como el enemigo no quiere pactar, la única solución es resistir”.
    En la reunión de Los Llanos, los mandos superiores del Ejército, la Marina y la Aviación abogaron por finalizar la guerra. Por lo que para continuarla la solución era sustituirlos por otros mandos de obediencia comunista que aguardaban en Francia la llamada de Negrín. La figura máxima del Comisariado político, el comunista Jesús Hernández, dejó escrito en su libro de memorias Yo ministro de Stalin en España que Negrín debería haber detenido allí mismo a los partidarios de la rendición, pero “cuando quiso hacerlo la medida fue tardía, impolítica e inoperante”. Los mandos de confianza de Negrín aún no se hallaban en España.
Juan Negrín no regresó a Madrid sino que se instaló en una finca próxima a Elda y al aeródromo de Monóvar, la “Posición Yuste”. A todo eso, los militares prosiguieron la reunión en Los Llanos intentando converger todos en el acuerdo para la capitulación ya que “era la autoridad militar el poder legítimo de la Nación”, en palabras de Casado. Se alcanza el acuerdo de un proyecto conjunto para el levantamiento de Madrid, con Casado, Valencia, con Miaja (adherido a la causa de sus compañeros en cuanto desapareció Negrín), Matallana y Menéndez, y Cartagena, con Buiza.
    Julián Zugazagoitia, secretario general del Ministerio de Defensa, y Mariano Ansó, ex ministro de Negrín, asumen la coordinación de los jefes militares para el levantamiento contra el gobierno comunista de Negrín y que daría inicio en Cartagena con la Flota.


Fuentes
Ricardo de la Cierva y Hoces, La victoria y el caos. Ed. Fénix
José Manuel Martínez Bande, La lucha por la victoria. Vol. II. Monografías de la Guerra de España n.º 18. Servicio Histórico Militar. El final de la Guerra CivilMonografías de la Guerra de España n.º 17. Servicio Histórico Militar.
Luis Suárez Fernández, Franco. Crónica de un tiempo. Tomo. I. Ed. Actas
Pío Moa Rodríguez, Los mitos de la guerra civil. Ed. La esfera de los libros.
César Vidal Manzanares, La guerra que ganó Franco. Ed. Planeta.

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