El primer robinsón documentado
Hacia 1540, aproximadamente, el marino Pedro Serrano sobrevivió al naufragio de la nave que embarcaba en una isla de características hostiles a la presencia humana.
Lo cuenta el inca Garcilaso, en fragmento que recoge el historiador Pedro Voltes y aquí transcribimos sin omisiones:
“La isla Serrana, que está en el viaje de Cartagena [Cartagena de Indias] a La Habana, se llamó así por un español, Pedro Serrano, cuyo navío se perdió cerca de ella y él solo escapó nadando, que era grandísimo nadador; y llegó a aquella isla, que es despoblada, inhabitable, sin agua ni leña, ni aun yerba que poder pacer, ni otra cosa alguna con que entretener la vida. Así pasó la primera noche, llorando su desventura. Luego que amaneció volvió a pasear la isla, halló algún marisco que salía de la mar, como son cangrejos, camarones y otras sabandijas, de las cuales cogió las que pudo y se las comió crudas, porque no había candela donde asarlas o cocerlas.
”Así se entretuvo hasta que vio salir tortugas; viéndolas lejos de la mar, arremetió con una de ellas y la volvió de espaldas; lo mismo hizo con todas las que pudo, que para volverse a enderezar son torpes; y sacando un cuchillo que de ordinario solía traer en la cinta, la degolló y bebió la sangre en lugar de agua. Lo mismo hizo de las demás; la carne puso al sol para comerla hecha tasajos, y para desembarazar las conchas para coger agua en ellas de la llovediza, porque toda aquella región, como es notorio, es muy lluviosa.
”Viéndose Pedro Serrano con bastante recaudo para comer y beber, le pareció que si pudiese sacar fuego para siquiera asar la comida y para hacer ahumadas cuando viese pasar algún navío, no le faltaría nada. Con esta imaginación, como hombre que había andado por la mar, dio en buscar un par de guijarros que le sirviesen de pedernal, porque del cuchillo pensaba hacer eslabón, para lo cual, no hallándolos en la isla, porque toda ella estaba cubierta de arena muerta, entraba en la mar nadando y se zambullía. Y tanto porfió en su trabajo que halló guijarros y sacó los que pudo; y viendo que sacaba fuego, hizo hilas de un pedazo de la camisa, muy desmenuzadas, que le sirvieron de yesca.
”Y para que los aguaceros no se lo apagasen, hizo una choza con las mayores conchas que tenía de las tortugas que había muerto, y con grandísima vigilancia cebaba el fuego porque no se le fuese de las manos. Dentro de dos meses, y aun antes, se vio tal como nació, porque con las muchas aguas, calor y humedad de la región, se le pudrió la poca ropa que tenía. El sol con su gran calor le fatigaba mucho, porque ni tenía ropa con que defenderse ni había sombra a que protegerse. Cuando se veía muy fatigado entraba en el agua para cubrirse con ella. Con este trabajo y cuidado vivió tres años, y en este tiempo vio pasar algunos navíos; mas aunque hacía él su ahumada, que en la mar es señal de gente perdida, los barcos no la veían, y se pasaban de largo, de lo cual Pedro Serrano quedaba tan desconsolado que tomara por partido el morirse y acabar ya.
”Al cabo de los tres años, una tarde, sin pensarlo, vio Pedro Serrano un hombre en su isla, que la noche antes se había perdido en los bajíos de ella y se había sustentado en una tabla del navío. Cuando se vieron ambos, no se puede certificar cuál quedó más asombrado de cuál. Serrano se imaginó que era el demonio que venía en figura de hombre para tentarle en alguna desesperación. El huésped entendió que Serrano era el demonio en su propia figura, según lo vio cubierto de cabello, barbas y pelaje. Cada uno huyó del otro, y Pedro Serrano fue diciendo: ‘¡Jesús, líbrame del demonio! Oyendo esto se aseguró el otro, y volviendo a él le dijo: ‘No huyas, hermano, de mí, que soy cristiano como vos’; y para que se certificase dijo a voces el Credo.
”Durante otros cuatro años vieron pasar algunos navíos y hacían sus ahumadas, mas no les aprovechaba, por lo cual ellos se quedaban tan desconsolados que no les faltaba sino morir. Al cabo de este largo tiempo acertó a pasar un navío tan cerca de ellos que vio la ahumada y les echó el batel para recogerlos. Así los llevaron al navío donde admiraron a cuantos los vieron y oyeron sus trabajos pasados. El compañero murió en el mar viniendo a España. Pedro Serrano llegó acá y pasó a Alemania, donde el emperador estaba entonces; llevó su pelaje como lo traía para que fuese prueba de su naufragio y de lo que en él había pasado. Algunos señores le dieron ayuda de costas para el camino, y la majestad imperial, habiéndole visto y oído, le hizo merced de cuatro mil pesos de renta. Yendo a gozarlos murió en Panamá, que no llegó a verlos.”
El inca Garcilaso relató la epopeya de Pedro Serrano no sólo como la extraordinaria a la par que terrible peripecia de un náufrago, sino también como un manifiesto de las enormes dificultades que entrañó el descubrimiento y la conquista de América.
En un banco de arena del mar Caribe, cuyas dimensiones eran de cincuenta kilómetros de largo por trece de ancho, pasó entre siete y ocho años de singular experiencia Pedro Serrano, acompañado al principio de otros dos infortunados, muriendo uno de ellos enseguida. La isla ofrecía exiguos recursos tanto para refugiarse como para que sirvieran de alimento por tiempo indefinido. Cierto día, transcurridos varios meses de aquel extraño confinamiento en la isla-atolón, apareció un bote con dos tripulantes, que también eran náufragos; decidieron los cuatro que un par fuera a por ayuda en el bote, y así resuelto quedaron a la espera Pedro Serrano y uno de los recién llegados. Nunca más supieron de la expedición. Allí atascados, el deseo por sobrevivir superó las numerosas pruebas con que la naturaleza premiaba o castigaba, aprovechando todo lo servible para encender la hoguera, comer y protegerse de las inclemencias. Pasaban las fechas hasta sumar años y navegaban cerca algunos barcos que ellos veían pero a ellos, los tripulantes, no veían; la odisea acabó cuando por el humo de la hoguera un navío los descubrió en su desespero. Y luego llegó lo que cuenta la crónica para recordar la gesta y homenajear a sus protagonistas.
En la actualidad, el islote-atolón-banco, como se prefiera describirlo, se llama em honor del héroe Isla Serrana o Serrana Bank está aproximadamente a doscientas millas náuticas (360 kilómetros) al este de la costa de Nicaragua. Cuenta el historiador José Javier Esparza en el epílogo de su referencia a Pedro Serrano, el Robinson español, que unos cazadores de tesoros en 1990 encontraron en la isla Serrana el túmulo de rocas, corales y conchas que los náufragos edificaron con la intención de reducir el efecto de la intemperie. Una prueba y un monumento a la hazaña.
Los siete u ocho años vividos por Pedro Serrano en la primera mitad del siglo XVI, anticipan con creces en época y duración, la aventura náufraga escrita por Daniel Defoe, por título Robinson Crusoe, novelando la peripecia del pirata escocés Alexander Selkirk que por 1704, y a petición propia, con ayuda de medios básicos de subsistencia, fue a recalar en una de las islas deshabitadas del archipiélago de Juan Fernández, frente al litoral chileno. Otro mito extranjero que bate nuestra prolífica y asombrosa historia.