El Imperio en América: De la Florida al Río de la Plata
El descubrimiento de las cataratas de Iguazú
Personaje de epopeya, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, se enfrentó en su insólita aventura vital a las incertidumbres, terribles padecimientos y enormes dificultades de los conquistadores del Nuevo Mundo, con la fuerza de su espíritu y la determinación del héroe que se sabe humano y dependiente de su voluntad.
Nacido en Jerez de la Frontera en 1507 (algunas fuentes sitúan su nacimiento en 1488, en 1490 e incluso en 1500), descendía del pastor que mostró a los cristianos de Alfonso VIII de Castilla, de Sancho VII de Navarra y de Pedro II de Aragón, el paso libre de enemigos para cruzar Despeñaperros y enfrentarse a los musulmanes en la célebre batalla de las Navas de Tolosa. Recibió una esmerada educación en letras y caballerosa en armas, mostrando ya en aquella época atribuciones de cortesía y virtudes de audacia e inteligencia.
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El viaje al Nuevo Mundo
En 1527 zarpó de Sanlúcar de Barrameda hacia La Española, Cuba y la Florida en la expedición de Pánfilo de Narváez. Álvar Núñez Cabeza de Vaca es el tesorero y alguacil mayor de la expedición que consta de cinco barcos, seiscientos hombres y diez mujeres casadas, con el objeto de poblar la Florida. Llegan a La Española (isla donde se situó el primer asentamiento en el Nuevo Mundo) para proveerse de alimentos y caballos, y a Cuba, habiendo pasado una travesía movida anticipo de las tormentas y huracanes que causaron sesenta bajas y ciento cuarenta deserciones motivadas por las malas noticias que escucharon respecto a una expedición precedente. Corría marzo de 1528 y los barcos no habían podido abandonar Cuba por las inclemencias y las contrariedades. Narváez fuerza la partida en dirección a la Florida harto de esperas y alertado por la desconfianza, y al poco un huracán castigó a los expedicionarios y resto de colonos hasta que a mediados de abril pudieron echar el ancla en la actual bahía de Tampa; quedaban, aproximadamente, cuatrocientos hombres de aquellos seiscientos iniciales.
Narváez ordenó desembarcar en ese territorio desconocido a trescientos hombres e internarse, pese a la oposición de Cabeza de Vaca y los demás oficiales que lo consideraron gravemente peligroso dada la precariedad de medios y el desánimo generalizado, mientras embarcados los cien restantes en los barcos navegarían costeando y en una zona concreta se reunirían.
Era un territorio de pantanos, ciénagas y espesuras boscosas, plagado de insectos y fauna agresiva, con nativos hostiles al acecho. Cumplidas las órdenes de Narváez, los expedicionarios vagaron semanas acosados por los ataques. El 25 de junio de 1528, combate tras combate, el grupo entró en territorio de los apalache, una tribu de agricultores con la que también tuvieron que luchar y en alguna medida entablar negocios para el suministro de alimentos e información.
En vista de la nula prosperidad que ofrecían esos lugares, Narváez decidió marchar hacia el sur en busca del mar. Siguieron atravesando pantanos y sosteniendo escaramuzas con los nativos en su camino a la costa salvadora, a unos diez días de distancia. Pero ni un barco los aguardaba en aquel punto de la costa llamado bahía de los caballos. Era agosto de 1528.
Querían navegar el golfo de México en viaje de retorno a Cuba, casi un imposible, para lo que fue menester construir unas balsas rudimentarias que posibilitaron ir costeando a los doscientos cuarenta y dos hombres supervivientes de la aventura en la península de la Florida. Era septiembre de 1528 y en la tierra pantanosa quedaban luchas, hambre y enfermedades.
La epopeya americana hasta 1536 por territorios inexplorados
Las cinco balsas, atestadas con aproximadamente cincuenta hombres cada una, recorrieron el litoral sur de Norteamérica, a bordo todos famélicos, sedientos y hostilizados por los indios y las inclemencias atmosféricas. Seiscientos cuarenta kilómetros durante seis semanas, hasta alcanzar la desembocadura del río Mississippi, a la altura de la hoy ciudad de Galveston, en una pequeña isla que Cabeza de Vaca bautizó con el nombre de Malhado; pero la fortísima corriente del río arrastró mar adentro a dos de las balsas, una de ellas la de Narváez, que murió. La tercera barca volcó, la cuarta zozobró y la quinta embarrancó en la ribera, que es donde iba Cabeza de Vaca. Pero esta vez la tribu de los charenco acogió benéficamente al náufrago. En el poblado indio se reunió Cabeza de Vaca con los capitanes Alonso del Castillo Maldonado, salmantino, Andrés Dorantes de Carranza, onubense, y el moro Estebanico, asistente del capitán Dorantes, nacido en Sevilla de padres moros esclavos, considerado el primer hombre “negro” que pisó América (y posteriormente alcanzó las Montañas Rocosas, muriendo a manos de los indios en la expedición organizada por Marcos de Niza en busca de Cíbola). Son ochenta supervivientes en noviembre de 1528 que se organizan en condiciones más que precarias, pero infructuosamente, pues al cabo quedarán primero dieciséis, asolados por el hambre y las enfermedades, y al final los cuatro destacados.
El territorio en el que residían tras su peripecia estaba habitado por multitud de pequeñas tribus, diferenciadas entre sí y enemistadas a muerte. La vida de los españoles es de esclavitud. Cabeza de Vaca logró huir, pero lo que consiguió es cambiar de dueño al ser esclavizado por otra tribu, aunque logrará transformarse en comerciante entre tribus enemigas llevando mercaderías de un poblado a otro.
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Fueron ocho años y más de diez mil kilómetros por el sur de lo que actualmente es territorio de Estados Unidos y el norte de México, entre la península de la Florida por Levante y San Blas en el Poniente, del océano Atlántico al Pacífico, anduvieron los cuatro esforzados, partiendo de la Florida y Río Grande para atravesar los territorios-provincias de Texas, Coahuilas, las áridas mesetas de Chihuahua, Arizona-Sonora y Sinaloa, descender por la margen del Pacífico a través de la provincia de Sonora, siguiendo la costa hasta alcanzar Monterrey y lo que años después sería San Blas (el apostadero de San Blas en Nayarit), dirigiéndose a continuación, rumbo Sureste, hacia la capital de México, Ciudad de México, y del virreinato de Nueva España.
Cabeza de Vaca, Del Castillo, Dorantes y Estebanico acabaron por huir de sus captores y aquella intermitente esclavitud y acogida, desapareciendo en Texas, Nuevo México, Arizona y el noroeste de México. Viajan por esos territorios inexplorados sin mapas ni referencias, recorriendo los ignotos parajes en círculo y sobreviven gracias a los conocimientos médicos de Cabeza de Vaca que aplica su sabiduría básica a los españoles y a los indios, y su gran predicamento sobre éstos; de modo que la fama de los extravagantes viajeros creció por toda la inmensa región, tratándolos los indios como si fueran magos (los indígenas consideraban a Cabeza de Vaca un chamán, un curandero). Mientras Cabeza de Vaca dispensa cuidados médicos, Del Castillo predica la fe católica. De esta guisa, a los cuatro españoles se va sumando un séquito de indígenas que alcanza en ocasiones las tres o cuatro mil personas. Este conjunto de personas, que sirve de protección a los españoles, sin embargo debe alimentarse y se le debe mantener en orden: un contingente promedio de 600 nativos.
Así fueron localizados por un destacamento español en las proximidades de San Miguel de Culiacán, en Sinaloa, costa mexicana del océano Pacífico, el año 1536. El gobernador de la región, Nueva Galicia (reino autónomo dentro del Virreinato de Nueva España, formado por 3 provincias que abarcaban la Provincia de Nueva Galicia (Nayarit y Jalisco), la Provincia de Los Zacatecas (Aguascalientes y Zacatecas), y la Provincia de Culiacán (Sinaloa), Nuño de Guzmán, les proporcionó caballos y vestimenta para que los náufragos aventureros llegaran a Ciudad de México y explicaran al virrey de Nueva España, Antonio de Mendoza y Pacheco, su increíble aventura.
En esta época es cuando escribe Cabeza de Vaca su libro, que es, en definitiva, la primera narración histórica sobre los Estados Unidos.
El viaje por América del Sur
El 10 de abril de 1537, se embarcó en Veracruz don destino a España: sufrió una tormenta que obligó a refugiarse en La Habana, reemprendió el viaje en junio y soportó otra tormenta a la altura de las islas Bermudas, luego fue atacado por un barco francés a la altura de las Azores y hasta el 9 de agosto no pudo atracar en Lisboa. Recibió el título de Segundo Adelantado del Río de la Plata al solicitar proseguir las exploraciones en el Nuevo Mundo. Zarpó en 1540 hacia el sur del continente americano. La flota fue desviada por las tormentas, el implacable enemigo de Cabeza de Vaca, hacia la isla de Santa Catalina, en Brasil, donde conocieron que Mendoza y su ayudante Juan de Ayolas habían perecido a manos de los indígenas. Núñez decidió alcanzar el Río de la Plata por tierra y en el camino, que recorrió en compañía de numerosos colonos y ganado, descubrió la maravilla natural de las cataratas de Iguazú.
Instalado en Asunción del Paraguay, exploró la Sierra de la Playa hacia Potosí y el Río de la Plata en esa demarcación. En su puesto de gobernador, ejerció con justicia en nombre del emperador Carlos I y favor hacia los indígenas, pero entró en conflicto con los colonos, apreciándolo ellos demasiado inclinado hacia los indígenas, quienes lo derribaron cuatro años después. Regresó a España en calidad de preso, juzgado por el Consejo de Indias y desterrado a Orán por ocho años. Una vez perdonado por el rey Felipe II se estableció en Sevilla dedicándose a impartir justicia, en calidad de juez, y luego, ya retirado de la actividad pública, como prior de un monasterio hasta que murió en 1559.
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Naufragios y Comentarios
La obra de Álvar Núñez Cabeza de Vaca que recoge su experiencia en el continente americano, destaca por su calidad literaria. Narrada en primera persona como un libro de viajes pletórico de aventuras ciertas y personajes reales, es la crónica, original y sincera en la transcripción de los sentimientos, del hombre europeo que descubre al hombre indígena y viceversa, y ambos, en convivencia de impresiones y prejuicios surgidos, padecen de los mismos males, se atienen a los mismos sentimientos y sufren las mismas penalidades.
La crónica escrita entre 1537 y 1540, Naufragios, promovió y facilitó la exploración de las provincias de Arizona, Nuevo México, Kansas y Colorado, integrantes del gran virreinato de Nueva España. Es una de las más hermosas crónicas de la extraordinaria aventura hispana en el Nuevo Mundo, testimonio personal sobre el norte del continente americano, con detalladas descripciones de sus pueblos y paisajes; una fuente etnográfica magnífica y veraz de las poblaciones indígenas del sur de los Estados Unidos de América y el norte de México, del Atlántico al Pacífico. También aparecen por primera vez en el idioma español palabras tomadas de las lenguas americanas. Es, en puridad, la primera narración histórica sobre el territorio actual de los Estados Unidos y sus pobladores: semínolas, calusas, ais, cheroquis, muscogis, alabamas, chicasas, chatcas, ocalusas, apaches, amasis, charenco, hopis y zuñis. La mayoría de los pueblos que informa la obra han desaparecido. Asimismo, en la crónica cita las fabulosas ciudades de Cíbola y los igualmente portentosos territorios de la Gran Quivira y de la Gran Chichimeca.
Otra relación del mismo autor, dirigida a la Real Audiencia del Consejo de Indias, sirvió de base al cronista Gonzalo Fernández de Oviedo para escribir su Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano.
Los naufragios, publicada en Zamora el año 1542, de inmediato despertó en toda Europa, al punto que tras la edición impresa conjuntamente con sus Comentarios (relación de su paso por la extensa provincia del Río de la Plata, en épocas futuras virreinato del Río de la Plata o de Buenos Aires) en Valladolid en 1555, fue traducida en primer lugar al italiano e inglés y posteriormente a otros idiomas del viejo continente.
Monumento a Álvar Núñez Cabeza de Vaca en Houston.