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El Camino de Santiago

Columna vertebral de Europa, el Camino de Santiago nació hace un milenio.

    Alrededor del año 814, reinando Alfonso II el Casto en Asturias, un suceso extraordinario conmovió la diócesis gallega de Iria Flavia. El ermitaño Pelayo, habitante solitario del paraje boscoso de Libredón observó en el cielo un intenso resplandor que descendía sobre los árboles mientras voces angelicales surgían de la misteriosa espesura. Pero el ermitaño no fue el único testigo: todos los feligreses de la iglesia de San Félix de Solobio contemplaron el fenómeno. Pelayo acudió raudo a contar a Teodomiro, obispo de Iria Flavia, lo visto y escuchado; Teodomiro emprendió una investigación en el bosque que dio como resultado el descubrimiento de un viejo cementerio que presentaba destacado un túmulo funerario. Teodomiro juzga que los restos corresponden al Arca Marmárea, sepulcro del apóstol Santiago junto a sus discípulos Teodoro y Anastasio. El papa León III aprobará el hallazgo y el dictamen.

    Teodomiro comunicó al rey Alfonso II la buena nueva y éste se aprestó a convertirse en el primer peregrino, al tiempo que mandaba erigir una iglesia en la zona de la revelación: el primer templo dedicado al apóstol Santiago con fecha del siglo I, y asimismo el primer centro de peregrinación.

Aparece entonces la figura de Santiago en defensa de los cristianos en su labor de reconquista por tierras de España. El año 844 decide la batalla de Clavijo a lomos de su caballo blanco.

    La cordial relación entre Alfonso II y Carlomagno, en su época principal monarca de la cristiandad, propició el conocimiento en toda Europa de que en el extremo occidental, allá donde señalan las estrellas de la Vía Láctea (que es la otra denominación del Camino de Santiago), se sitúa la tumba del apóstol Santiago. De inmediato comenzaron las peregrinaciones, y con ellas Santiago de Compostela, ciudad a la que fue destinado el obispo Teodomiro, se convierte en el epicentro de la cristiandad. Pronto una remozada catedral, más grande y hermosa que la precedente, consagrada a Santiago señorea la ciudad y el final gozoso del camino.

    A Santiago llegan personalidades ilustres, personajes curiosos y gentes corrientes, atraídos por el milagro de venerar en su reposo terrenal al apóstol.

    Pero también llegó el afán destructivo del canciller del Califato de Córdoba, el caudillo musulmán Almanzor, que en 977 arrasó Santiago destruyendo la catedral y llevándose las campanas, como gran prueba de su victoria, que retornará el rey Fernando III el Santo transcurridos dos siglos; sin embargo, dejó intacta la tumba del apóstol, por lo que su culto se mantuvo incesante.

    El 1703 el obispo Peláez inició la construcción de la tercera catedral, que es la presente.

La peregrinación y culto jacobeo se afianzó enseguida. La orden de Cluny promovió las peregrinaciones desde toda Europa, mientras los monarcas hispanos y galos las apoyaron con señalizaciones en las rutas, apertura de caminos, construcción de puentes y edificación de hospitales y albergues.

    A lo largo del siglo XI quedó consolidada la peregrinación: por los pasos de Roncesvalles (en Navarra), Somport y Jaca (en Huesca) afluyen peregrinos de Italia, Suiza, Francia, Alemania y Holanda, y los británicos alcanzan Santiago por mar. En toda la longitud del camino se erigen iglesias de diferente tamaño y estilo. Son 800 kilómetros de esta primigenia vía jacobea jalonados por ocho catedrales, un sinfín de iglesias, espléndidos edificios civiles, obras de ingeniería y ciudades que fueron surgiendo cual hitos en el Camino de Santiago.

    Con la peregrinación del papa Calixto II en 1109, Santiago obtiene el privilegio del Año Jubilar (al coincidir la fiesta del apóstol, que el 25 de julio, con u domingo).

    En el siglo XII se calcula que visitaron la tumba de Santiago doscientos mil peregrinos, una cifra fabulosa. En este siglo vino a confeccionarse el atuendo del peregrino: la esclavina, el bordón o bastón, la calabaza-cantimplora y la concha de vieira, que se entregaba en Santiago al final del viaje en calidad de acreditación.

    La primera guía para peregrinos, el Codex Calistinus, se debe al monje cluniacense francés Aymerich de Picaud; la guía convertida en referencia fundamental para los peregrinos es del sacerdote español Elías Valiña, titular de la parroquia de Cebreiro, que con su obra Guía del Camino ha impulsado un decaído Camino revitalizándolo hasta el auge actual y con su proyección asegurada por lo menos hasta las postrimerías del siglo XXI.    

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