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Memoria recobrada (1931-1939) XXXVI


Continuación de las entregas XXXIIXXXIIIXXXIV XXXV

Los dispersos representantes del vacío institucional
El 27 de febrero de 1939, el Gobierno Nacional, sito en Burgos, es reconocido por los de Gran Bretaña y Francia. Ante tal situación, el Gobierno del Frente Popular de la República, presidido por Juan Negrín, y la Jefatura de la propia República, recaída en la figura de Manuel Azaña, carecían de la necesaria representación jurídica internacional para contar en los Gobiernos europeos y extranjeros en general, salvo los de la Unión Soviética y México; añadido a ello que el aparato político del Estado y el Parlamento, entre otras instancias ejecutivas y legislativas, habían desaparecido o se habían difuminado hasta la irrelevancia. Por lo que Azaña, el presidente de la República recluido en Francia, además de su inoperancia en la lejanía se veía privado de los órganos de consejo y de acción indispensables para ejercitar su cargo. Así de lacónico y, no obstante, contundente, se expresaba Azaña en la renuncia que telegrafió a Diego Martínez Barrio, presidente de las Cortes ese mismo día 27.
    El texto del telegrama es (extraído de las Memorias de Diego Martínez Barrio):
“De Collonges-sous-Salève. Martínez Barrio, 89 Avenue Neully sur Seine. Seine. Envío esta noche al embajador pliego para usted con dimisión. Saludos. Azaña.”
    El texto de la carta es (extraído de las Memorias de Diego Martínez Barrio):
“Excelentísimo Señor: Desde que el general jefe del estado mayor central, director responsable de las operaciones militares, me hizo saber delante del presidente del Consejo de Ministros que la guerra estaba perdida para la República, sin remedio alguno y antes de que, a consecuencia de la derrota, el gobierno aconsejara y organizara mi salida de España, he cumplido el deber de recomendar y de proponer al gobierno, en la persona de su jefe, el inmediato ajuste de una paz en condiciones humanitarias para ahorrar a los defensores del régimen y al país entero nuevos y estériles sacrificios. Personalmente he trabajado en ese sentido cuanto mis limitados medios de acción permiten. Nada de positivo he logrado. El reconocimiento de un gobierno legal, en Burgos, por parte de las potencias, singularmente Francia e Inglaterra, me priva de la representación jurídica internacional necesaria para hacerme oír de los gobiernos extranjeros con la autoridad oficial de mi cargo, lo que es no solamente un dictado de mi conciencia de español, sino el anhelo profundo de la inmensa mayoría de nuestro pueblo. Desaparecido el aparato político del Estado, Parlamento, representaciones superiores de los partidos, etc., carezco, dentro y fuera de España, de los órganos de consejo y de acción indispensables para la función presidencial de encauzar la actividad del gobierno en la forma que las circunstancias exigen, con imperio. En condiciones tales me es imposible conservar, ni siquiera nominalmente, un cargó al que no renuncié el mismo día en que salí de España porque esperaba ver aprovechado este lapso de tiempo en bien de la paz. Pongo, pues, en manos de Vuecencia como presidente de las Cortes mi dimisión de presidente de la República, a fin de que Vuecencia se digne darle la tramitación que sea procedente. Collonges-sous-Salève, para París, 27 de febrero de 1939. Manuel Azaña. Excelentísimo señor don Diego Martínez Barrio, presidente de las Cortes de la República Española. París”.
    Sin embargo, el texto del telegrama según Cipriano Rivas Cherif, cuñado de Azaña y cónsul en Ginebra, es (extraído de su obra Retrato de un desconocido):
“Oída la opinión del general Rojo [Vicente Rojo], jefe responsable de las operaciones militares, en presencia del Presidente del Consejo [Juan Negrín], de que la guerra está perdida; y en vista del reconocimiento del general Franco por los gobiernos de Francia e Inglaterra, vengo en dimitir la Presidencia de la República.”
El día 28 Martínez Barrio envío sendos telegramas a Azaña, acusando recibo de su renuncia, y a Juan Negrín, anunciándole que procedía a tramitar la crisis con la mayor rapidez y cuyo resultado le sería oportunamente comunicado.
    Martínez Barrio intentó reunirse con Negrín en Orán (Argelia), pero éste excusó el encuentro con una respuesta por telegrama, enviado el 1 de marzo desde Madrid, exigiendo la presencia del presidente de las Cortes en la zona Centro para, en intención de Negrín, aglutinar allí los restos del aparato republicano en aras a simular una apariencia de legalidad y firmeza ante los españoles y los extranjeros. Martínez Barrio optó en detrimento de la demanda del presidente del Consejo por convocar en París, en el restaurante Lapérouse, a la Diputación Permanente de las Cortes el día 3 de marzo, donde procedió a la lectura del escrito de renuncia de Manuel Azaña.
    La situación real era que ya ni existía presidencia de la República ni manera de reemplazarla por el cauce constitucional previsto. No obstante, la Diputación Permanente estaba obligada a tomar una decisión, de manera que a instancias del diputado Jáuregui se adoptó lo siguiente:
“La Diputación Permanente de las Cortes ha conocido la dimisión presentada con fecha 27 de febrero último por S.E. el señor Presidente de la República, acordando, vista la posibilidad de reunir de momento el Parlamento pleno, darse por enterada. Declara asimismo, ante la eventualidad de que el señor Presidente de las Cortes acepte la Presidencia interina de la República, previa la prestación de la promesa constitucional, que llegado tal caso se dispone a colaborar en la obra política que por medio de su Gobierno marque, si tiende exclusivamente a liquidar con el menor daño y sacrificio posibles y en función de un servicio humanitario, la situación de los españoles.”
    La noche del 27 se envió un telegrama a Juan Negrín notificándole el acuerdo y pidiéndole una respuesta. Al tiempo, Martínez Barrio, nada deseoso de asumir le presidencia interina y en la línea abstraerse de cualquier situación y acuerdo tomada por Azaña, habló por teléfono con el general Vicente Rojo, en su calidad de máxima autoridad militar de la República del Frente Popular, desaconsejándole éste, de viva voz y por carta remitida el día 4 de marzo, que también prescindía de significarse en cualquier sentido, el viaje a Madrid. La recomendación de Rojo, sumada a la falta de respuesta de Negrín, actuaron como un bálsamo para Martínez Barrio: se veía en “la imposibilidad de decidir sobre la aceptación o no del cargo de Presidente interino de la República”. Julián Zugazagoitia (en Guerra y vicisitudes de los españoles) ironizaba al respecto de la postura final de Martínez Barrio: “Negocio concluido. Tranquilidad de conciencia.”
    La realidad era que nadie presidía la República, ni había Cortes, ni posibilidad de celebrar elecciones; el aparato jurídico, por ende el constitucional, tantas veces invocado durante la guerra, no existía. La Administración se había volatilizado allende la frontera; ni rastro de ministerios, direcciones generales o funcionarios, y no cabía pensar en improvisar todo ello. Pero Negrín se empeñaba en devolver a España la máquina administrativa, por lo que ordenó que, según Antonio Cordón (en Trayectoria) “debían salir para dicha zona los subsecretarios, directores e inspectores generales, los componentes del Estado Mayor Central y los altos jefes militares”. La desbandada había sido casi absoluta y en consecuencia, impensable la vuelta de los huidos.

Los últimos días de febrero           
El coronel Segismundo Casado presumía de su poder ante los emisarios del Gobierno de Burgos. Pero ese poder, supuestamente total en la zona de su incumbencia, estaba repartido entre dos bandos irreconciliables; y ninguno de ellos contaba con suficientes medios para imponerse, ni que fueran absolutamente seguros.
    Lo que restaba operativo del Ejército Popular de la República estaba minado por el Partido Comunista. Sin embargo, dado el rechazo de los ámbitos civil y militar a los comunistas les resultaba imposible adueñarse completamente del poder político y el social. Ni Segismundo Casado podía doblegar a Juan Negrín ni éste con los suyos a aquél y los suyos. Los dos bandos absolutamente irreconciliables carecían de la fuerza indispensable para derrotar al enemigo; por mucho que se esforzara Negrín en declarar la unidad de la zona republicana, de sus políticos y su ejército, la verdad distaba un abismo y los hechos lo confirmaron.
    En uno de los informes remitidos al Cuartel General del Generalísimo en Burgos por los agentes del S.I.P.M. (Servicio de información y Policía Militar) que trataban con Casado se dice:
“A la hora presente puede decirse que los comunistas por un lago, el Gobierno apoyado por los comunistas por otro, la C.N.T. (Confederación Nacional del Trabajo, sindicato de filiación anarquista) por el suyo y los militares profesionales por su parte, intentan acaparar con un golpe de mano el diluido poder que en la zona roja puede lograrse y preparar, en consecuencias, las cosas a la medida de sus deseos. El Gobierno y los comunistas hablando de resistencia para preparar más impunemente su fuga; la C.N.T. para obtener esa que llama capitulación honrosa; los militares profesionales para entregarse en las mejores condiciones posibles.”
Paradójicamente, y como muestra de la respectiva desconfianza y debilidad, uno y otro grupo se relacionan, intercambian informaciones poco o nada fiables, y se tantean. Según Luis Romero (Los últimos días de la guerra), “todos sospechan o están convencidos de que va a producirse un golpe de Estado y que nadie, ni el propio Gobierno, toma las medidas necesarias para evitarlo”. Claro que el golpe es bidireccional, pues lo quieren dar los de Casado y los anarquistas contra Negrín y los comunistas y viceversa, para que sólo quede uno que pueda, libre de obstáculos, cumplir sus expectativas.
    El comunista Enrique Líster en su obra biográfica Nuestra guerra, relata sus andanzas estos días finales del mes de febrero de 1939. En síntesis, cuenta que nada más llegar a Madrid (desde Moscú) se presenta a Juan Negrín, y luego visita a los jefes de Cuerpo de Ejército comunistas (como él, pero de mayor rango), los coroneles Barceló, Bueno y Ortega, al gobernador militar Martínez Cabrera e incluso al coronel Casado; y con el resultado de estos contactos regresará ante Negrín, le informa y pide un mando; a lo que el Presidente del Consejo de Ministros le avanza que está preparando una reorganización general de todo el Ejército en la que habrá cambios importantes y la creación de una Gran Unidad de maniobra. Crédulo a las palabras de Negrín, Líster se dirige a Valencia para hablar con los generales Miaja y Menéndez, inclinados hacia el plan de Casado,  y con los comunistas Francisco Ciutat, teniente coronel y jefe del Estado Mayor del Ejército de Levante, y Francisco Ortega, comisario general de dicho Ejército; de Valencia marcha a Utiel para entrevistarse con el comunista Manuel Cristóbal Errandonea y con el general Ibarrola, jefe del XXII Cuerpo de Ejército, y aún indefinida su postura.
    El 23 de febrero había llegado a Valencia procedente de Francia el capitán López Fernández, secretario del general Miaja, entrevistándose con éste y con el general Matallana esa misma noche para hacerles entrega de sendas cartas remitidas por Vicente Rojo; mientras que la tercera carta que entregó Rojo a López Fernández destinada a Negrín, se la llevó un motorista a su residencia en la finca El Poblet, en Elda, la denominada “Posición Yuste”. López Fernández declaró que la carta del general Rojo a Negrín era para instarle a que abandonara España con sus ministros, dejando que fueran los militares quienes abordaran el asunto de la capitulación; en las cartas a Miaja y Matallana, Rojo escribe “que si el doctor Negrín no facilitaba la labor de los mandos militares del Centro para entablar conversaciones con los nacionalistas, como le había indicado en Francia antes de partir hacia la zona republicana, que sin ningún escrúpulo de conciencia lo fusilasen”, ya que Negrín y sus acompañantes habían ido a España únicamente para “cumplir instrucciones recibidas de la Unión Soviética”, que eran las de resistir y atribuirse, tras la derrota, el mérito de haber luchado hasta el final.
    Por su parte, y con propósito diferente al expuesto por Rojo y López Fernández, y coincidente al de Líster, Antonio Cordón verá en estas fechas de febrero a Negrín en Madrid y también a Casado; posteriormente se trasladó a Elda preparando la ubicación del Ministerio de Defensa, a Murcia y a San Juan en Alicante donde visitará de nuevo al jefe de Gobierno Negrín, y por tercera vez, cerrando febrero, otra vez en la Posición Yuste.
    Ignacio Hidalgo de Cisneros (en Memorias), jefe de la Aviación y afecto a la causa de Negrín, visitó a Miaja en su cuartel general valenciano, encontrándolo “muy agitado”. Refiere que “la enigmática actitud de Miaja para conmigo y el ambiente de nerviosismo y hostilidad contra el Gobierno que prevalecía entre los jefes y oficiales” le preocupó por lo sospechoso que resultaba en aquellos momentos. Rápidamente Hidalgo de Cisneros marchó a Elda para informar a Negrín de las impresiones extraídas en Valencia.
    El 24 se habían entrevistado con Negrín dirigentes del Buró comunista, con Dolores Ibarruri al frente, instándole dada la gravísima situación a que tomara las medidas adecuadas que figuraban en el documento que le entregaron. Ese día se celebró el último Consejo de Ministros en Madrid; Negrín partió hacia Elda abrumado por los acontecimientos, presionado por los comunistas y temeroso de las acciones de Casado. Cuenta el hispanista Stanley Payne (en La revolución española) que Negrín se evidenciaba “aturdido, desgarrado por sentimientos encontrados, profundamente comprometido por la política de resistencia a toda costa”; y según el también hispanista Gabriel Jackson, la mayoría de las decisiones tomadas por Negrín eran “meros reflejos”, porque todas sus contradicciones abundaban en una “sorprendente pasividad”.
El día 23, casi con toda seguridad, Juan Negrín, que ya ha decidido abandonar definitivamente Madrid, acude a entrevistarse con el jefe anarquista Cipriano Mera en Alcohete, cuartel general en el frente de Guadalajara, que había solicitado la reunión; Casado acompaña a Negrín para fortalecer la opinión del anarquista que expone: “No son las fortificaciones las que podrán hacer el milagro [de parar la ofensiva del enemigo]. La moral de los hombres no ha dejado de resentirse ante el espíritu de derrota que reina entre la población y al comprobar la desorganización del propio Gobierno republicano, si existe”. Negrín escucha pasivamente las opciones que contempla Mera: retirada escalonada hacia Cartagena, dar paso a una futura guerra de guerrillas contra los vencedores o una rendición incondicional. Negrín sólo ve la salida de la resistencia a ultranza. Ya no va a quedar rastro de Gobierno en Madrid.
    Negrín se instala en la “Posición Yuste” (finca de El Poblet, en la localidad alicantina de Elda, con el aeródromo de Monóvar a 7 kilómetros y la Base Naval de Cartagena a 135 por carretera). En esta posición, obviamente defensiva, se situó el aparato político del Frente Popular sostenido por la Unión Soviética, aunque carente de fuerza ni representatividad no obstante contar un formidable contingente militar de protección. Para lo que sirvió este aparato político fue para actuar administrativamente expidiendo a espuertas pasaportes a civiles y militares, como lo recordarían en sus memorias los socialistas Indalecio Prieto y Trifón Gómez: “El juego estaba descubierto por mucha gente y cada día que pasaba nos acercábamos a pasos agigantados a la catástrofe” Indalecio Prieto). “Si se adoptaba la posición numantina, que la mantengamos todos, y en ese caso no se puede seguir dando pasaportes y hay que recoger los que ya se han dado” (Trifón Gómez).
El último día de febrero, Juan Negrín llega pasadas las ocho de la noche al Gobierno Civil de Alicante; allí conferencia con los titulares de Gobernación y Trabajo y con las autoridades civiles y militares de Alicante. Tras este encuentro, Negrín y sus ministros se trasladaron a un lugar no anunciado de la provincia (cabe suponer que la “Posición Yuste”) para celebrar un Consejo de Ministros con los miembros en presencia restantes del Gobierno.
    En este Consejo se trató con urgencia y protagonismo casi único la dimisión de Manuel Azaña y el movimiento opositor a los planes de Negrín encabezado por el coronel Segismundo Casado con el anarquista Cipriano Mera y el político socialista Julián Besteiro “el enemigo situado dentro de la plaza”, como eran definidos por los medios de comunicación afines a los comunistas y el diario aún partidario de Negrín y su ejecutiva El Socialista. Ese 28 de febrero, o quizá un día antes o después, Antonio Cordón habló en persona con Negrín quien iba a anunciarla sus proyectos inmediatos: “Me habló también de que con Miaja y Casado había que actuar con cautela. Su idea era que debían ser removidos de sus cargos, pero en forma conveniente. Pensaba nombrar a Casado, después de haberlo ascendido, jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, sustituyéndolo en el mando del Ejército del Centro por Bueno [comunista]; a Miaja designarlo inspector general, con su Estado Mayor y con todos los ayudantes que pidiera. Me dijo que había pensado hacer los nombramientos por etapas”.


Fuentes

Ricardo de la Cierva y Hoces, La victoria y el caos. Ed. Fénix
José Manuel Martínez Bande, La lucha por la victoria. Vol. II. Monografías de la Guerra de España n.º 18. Servicio Histórico Militar. El final de la Guerra CivilMonografías de la Guerra de España n.º 17. Servicio Histórico Militar.
Luis Suárez Fernández, Franco. Crónica de un tiempo. Tomo. I. Ed. Actas
Pío Moa Rodríguez, Los mitos de la guerra civil. Ed. La esfera de los libros.
César Vidal Manzanares, La guerra que ganó Franco. Ed. Planeta.

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