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Memoria recobrada (1931-1939) XLV


Continuación de las entregas números XIIXLIII y XLIV

Resumen comentado del testimonio documental de Félix Schlayer, titulado originalmente Diplomat im roten Madrid (Diplomático en el Madrid Rojo), publicado en español por Ediciones Áltera con el título Matanzas en el Madrid republicano, cónsul y encargado de Negocios de Noruega en la capital de España al inicio de la guerra civil y hasta mediados de 1937.
Iniciadas arbitrariamente las sacas de las prisiones, la conducción de los presos era un misterio para quienes sobre ello se interesaron, como Félix Schlayer; el destino que les reservaba su salida de las cárceles aún era desconocido para todos los que no formaban parte de la trama que había decidido asesinarlos. Fueron miles, casi plenamente documentados, los trasladados en sacas generalmente nocturnas de las prisiones, oficiales u oficiosas, hasta los dos lugares especialmente elegidos para asesinarlos y enterrarlos: Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz, ambas localidades al Noroeste de la provincia de Madrid.
    Insistentemente preocupado por el traslado de los presos en la Cárcel Modelo, Schlayer, quien no podía imaginar los crímenes que se estaban llevando a cabo con la mayor celeridad, acudía a diario a solicitar información veraz desde las primeras sacas al responsable del centro penitenciario.
“El director [de la Cárcel Modelo], con el fin de justificarse ante mí, me enseñó un papel en el que el Subdirector de la Dirección General de Seguridad le ordenaba por escrito, con su firma, que entregara al portador de dicho documento los novecientos setenta presos que éste le indicara, a efectos de su traslado a la prisión de San Miguel de los Reyes, en Valencia  Tuve conocimiento de que dicha orden se la había dado verbalmente al Subdirector el Director General de Seguridad [Santiago Carrillo Solares] en la noche del 6 al 7 de noviembre, antes de su huida, y que tal fue el precio que ese canalla de Director General pagó a los comunistas, que le vigilaban, para que le dejaran huir.”
    Los revolucionarios comunistas a cargo de las sacas, los traslados y los asesinatos, iban acompañados de policías pertenecientes a la Brigada de Investigación Criminal que dirigía el miembro del PSOE Agapito García Atadell desde la checa en la calle Martínez de la Rosa número 1 de Madrid. Estos policías reclutaban entre los guardias de la cárcel a voluntarios, o forzados, para disparar a los presos una vez en el lugar previsto para matarlos. Las prisas venían porque, según los organizadores del plan criminal, había poco tiempo para ejecutarlo y mucha gente a la que liquidar.
“En los días que siguieron iba tomando cuerpo la verosimilitud de un crimen de dimensiones inauditas. Recogí información en otras prisiones y pude comprobar que en San Antón y en Porlier se habían producido asimismo sacas sospechosas.”
    Con paciencia, pese a la urgencia, insistiendo en la reclamación de informaciones, el cónsul de Noruega llegó a la conclusión de que se había asesinado a mil doscientos detenidos que ocupaban las cárceles Modelo y de Porlier, sólo librándose aleatoriamente de la muerte algunos de los trasladados desde la cárcel de San Antón.
    Prestando oído a lo que se rumoreaba en cuanto al lugar de traslado y suerte corrida por los presos, Schlayer se dirigió con el Delegado de la Cruz Roja Internacional, George Henny, a Torrejón de Ardoz, a veinte kilómetros de Madrid en la carretera de Alcalá de Henares, donde conocía a un agricultor que podía informarle; pero al que habían asesinado a un hermano. El resto de habitantes guardaba un silencio de miedo y muerte.
“El hombre no quería hablar. Estaba sobrecogido por el terror reinante, y me dijo que a él mismo se lo habían llevado ya para matarlo y que sólo debía la vida a la intervención casual de otros; que se lo habían quitado todo y que apenas se atrevía a pisar la calle.”
    A fuerza de sonsacarle e infundirle confianza en la seguridad de que cuanto dijera no llegaría a más oídos, el hombre dijo que algunos autobuses se dirigieron al río Henares mientras otros circulaban hacia Paracuellos de Jarama.
    De comprobación en la cárcel de Alcalá, Schlayer encontró al encargado de negocios de Argentina, Edgardo Pérez Quesada, con quien compartían tareas humanitarias. Ampliada a tres, la pequeña comitiva se encaminó al puente sobre el río Henares, distante dos kilómetros desde Torrejón de Ardoz. Reconociendo la zona ribereña en coche y a pie, preguntaron a cuantas personas vieron en el lugar, pero las respuestas, aunque confirmando la presencia de autobuses cargados de gente, únicamente indicaban la dirección seguida. No fue hasta dar, en una casa solitaria, con una mujer igualmente sola que habló de lo sucedido: “El domingo por la mañana pasaron un buen número de autobuses que, llenos de hombres procedentes de Madrid, torcían para entrar en el camino rural”, que llevaba al castillo de Aldovea en la orilla del río. La mujer escuchó un tiroteó que se prolongó toda la mañana de ese domingo; y el lunes se repitió la llegada de otro autobús.
    En el castillo de Aldovea quedaba de retén un miliciano armado con un fusil que se prestó a enseñarles el lugar exacto, que ellos no pudieron averiguar sin esa ayuda, donde habían sido fusilados y enterrados los trasladados en los autobuses desde Madrid. Ante una zanja profunda y seca, otrora acequia, a ciento cincuenta metros del castillo, observaron su fondo de tierra removida. El miliciano dijo “aquí empieza”, el lugar de la matanza y presurosa sepultura, imperando el olor a putrefacción de cadáveres y la visión de restos. La zanja medía trescientos metros y era la tumba de quinientas a seiscientas personas. El miliciano les explicó el procedimiento de descarga, traslado y asesinato de las víctimas: grupos de diez en diez, atados dos a dos, robadas sus pertenencias, dirigidos a la improvisada fosa y disparados, así sucesivamente, apilándose unos encima de otros, muertos, moribundos y mal heridos.
    Este procedimiento criminal fue el asimismo aplicado a los destinados para morir en Paracuellos.
    La investigación de Schlayer en Paracuellos de Jarama reveló que el sábado, y no el domingo como él pensaba por coincidir lugares y fechas, fueron asesinadas un gran número de personas trasladadas en autobuses desde Madrid, en el paraje de Cuatro Pinos. Un testigo relató que más de seiscientas personas llegaron allí. “Todo el día estuvieron viniendo autobuses y todo el día estuvimos oyendo las ametralladoras”.
    Presto a comprobar la información, Schlayer y sus compañeros se dirigieron al paraje señalado pero no pudieron acceder porque lo custodiaban tres milicianos armados. “Por ello mandé conducir despacio a lo largo del río, y vi claramente dos montones paralelos de tierra recién removida que iban desde la carretera hasta la orilla, cada uno de los cuales tendría unos doscientos metros de largo”.
    Las zanjas tanto en Paracuellos como en Torrejón fueron hechas anticipadamente, siguiendo el plan de exterminio; y tuvieron que ser los habitantes de ambas poblaciones quienes taparan con tierra los cadáveres amontonados sin distinguir entre muertos y heridos.
    Félix Schlayer acababa de descubrir las matanzas, con sus fosas inmensas, en Torrejón de Ardoz y Paracuellos de Jarama. Pero también, al cabo, las sucedidas en las cercanías del pueblo de Barajas, probablemente por falta de espacio o de tiempo para llegar a donde se pretendía. Corrían los primeros días de noviembre de 1936.
    Los días 15 y 16 de noviembre comenzó la evacuación de presos de la Cárcel Modelo, ahora ya situada en el frente de guerra, a las otras cárceles de Madrid. En la Modelo se habían atrincherado los brigadistas internacionales y bajo un control férreo de cuanto sucedía en el recinto y alrededores, les fue imposible a Félix Schlayer y al Delegado de la Cruz Roja Internacional, doctor Henny, recuperar las pertenencias de los presos trasladados, así como el fichero.

La decidida y personal intervención de Schlayer para evitar el asesinato de los presos varones hacinados en las cárceles madrileñas, tuvo su réplica en la cárcel de mujeres, instalada en el Convento de la Plaza del Conde de Toreno, para la salvaguarda de las presas que habían sido señalados para morir acribilladas. “Dios nos lo envía, suba usted a mi despacho”, le dijo una funcionaria de la improvisada cárcel. Eran diecisiete las mujeres con la sentencia firmada, pero el resto, hasta mil doscientas, formaron una muralla defensiva en su defensa y los milicianos, que las reclamaban para darles el “paseo”, tuvieron que desistir del propósito no sin antes encargar a un grupo de milicianas que actuaran dentro de la cárcel con el mismo fin. Tras un ímprobo tira y afloja, fue posible arrancar de algunos responsables la promesa de que “no se cometería el crimen y que se rechazarían las amenazas que vinieran de fuera”. Como este centro penitenciario también se hallaba en la línea de frente, las presas fueron trasladadas al asilo de San Rafael para niños escrofulosos, incluidas las directamente amenazadas de muerte.
    Félix Schlayer recoge en su obra la memoria escrita de un reportero español, del que no cita el nombre, que en febrero de 1937 publicó el siguiente texto:
“Empezaron a progresar los traslados de las cárceles [octubre y noviembre de 1936], y con ello también los asesinatos. Dado que la cárcel de mujeres, situada en la calle del Conde de Toreno, se encontraba en la zona de guerra, hubo necesidad de trasladarlas y por ello las milicias se presentaron en el lugar para ejecutar la orden. El propósito que con ello perseguían parecía el mismo que cuando vaciaron la Cárcel Modelo. La fina percepción femenina lo presintió y las mujeres se negaron a abandonar el edificio. Las amenazaron con disparar, pero no les hizo impresión. Había, pues, que buscar un medio para sacar a las presas. Se procedió a deliberar. Sólo había una persona que en el transcurso de la revolución había destacado como un apóstol, y en el que las presas tenían una confianza ciega: el Dr. Schlayer, representante de Noruega en España. A él es a quien había que llamar. Después de haber obtenido garantías solemnes de que se respetaría la vida de todas las presas, les dio a éstas su palabra de honor de que podían, sin temor, abandonar la prisión, para sr conducidas al asilo de San Rafael, en Chamartín, que se había acondicionado al efecto. Los dirigentes de la chusma, que seguían las directrices de Moscú, tuvieron que pasar por la vergüenza de que fuera un representante extranjero quien asegurara el traslado de las presas. Pero las acciones emprendidas por este hombre [Félix Schlayer] no se detuvieron ahí. Con camiones y automóviles que había pedido a sus colegas [embajadores y cónsules de las legaciones diplomáticas en Madrid], transportó aquel día más de mil colchones a fin de que aquellas sufridas mujeres tuvieran donde dormir. Incluso, de los víveres almacenados en su Legación tuvo que llevar unos cuantos sacos de patatas para que tuvieran algo de comer, ya que nadie se había preocupado de esos detalles. A su actuación se debe que no se repitiera el horrible espectáculo de los días anteriores.”
    Los siguientes meses la tarea de salvación de las mujeres encarceladas continuó por medio de intervenciones directas del cuerpo diplomático.
    Concluye Schlayer este episodio humanitario: “En la primavera de 1937 se prohibió a los diplomáticos que visitaran las cárceles. A pesar de ello pude, gracias a mis buenas relaciones con el personal obtener más de una vez acceso a ellas, hasta que finalmente, en junio de 1937, me quedaron prohibidas también a mí las visitas. Se trataba de una prohibición expresa contra mí”. Personalmente comprobada.
* * *

Félix Schlayer averiguó, denunció e intentó parar la práctica de las detenciones arbitrarias que recluían a sus víctimas en las checas, los “paseos” con resultado de asesinato, las sacas de las prisiones y las matanzas en Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz de los allí trasladados. Con el propósito de no olvidar lo sucedido ni que el tiempo y la política ocultara a los responsables, escribió su testimonio.
* * *

El Delegado de la Cruz Roja Internacional, doctor George Henny, provisto de la documentación que informaba de las acciones criminales del Frente Popular, emprendió vuelo hacia la Sociedad de Naciones en Ginebra para denunciarlas y con ellas al Gobierno que las secundaba y permitía. Ante este riesgo, el Gobierno del Frente Popular, controlado y asesorado por los consejeros soviéticos de Joseph Stalin, organizó un ataque aéreo para derribar al avión con tan comprometido testimonio, cosa que lograron, matando a cuantos pasajeros y tripulantes viajaban en el avión francés. En el siguiente enlace se narra este episodio: Memoria recobrada (1931-1939) III  

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