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Diplomacia humanitaria (y III)

La intervención española contra el genocidio de los judíos en Europa

El interés del Gobierno español y sus diplomáticos para en lo posible proteger a los judíos ante el plan de exterminio nacionalsocialista en la Europa bajo su dominio, al principio se orientó hacia los de origen español, los sefarditas. Pero dada la magnitud del genocidio, España extendió su ayuda —la que podía dispensar desde su neutralidad en aquellas circunstancias de guerra mundial— a todos los judíos con independencia de su origen y nacionalidad.

    Es el caso de Italia, en concreto de la ciudad de Roma. El embajador español Domingo de las Bárcenas obró cuanto le fue posible para impedir la entrega de judíos que exigían a los italianos los alemanes en Italia.

Domingo de las Bárcenas era el embajador español en Roma cuando en 1943 la situación de Italia y la del Vaticano eran inciertas y peligrosas. El gobierno de la República Social Italiana, pro nacionalsocialista, agonizaba mientras las tropas norteamericanas avanzaban hacia la capital romana.

    Las organizaciones caritativas españolas preparaban aceleradamente envíos de socorro para la población refugiada en el Vaticano. A mediados de octubre, Bárcenas fue informado de que 3.000 judíos habían sido detenidos por los aún dominantes nacionalsocialistas alemanes dando inicio a los asesinatos en las Fosas Ardeatinas; entre ellos no había sefarditas, por lo que el embajador español no pudo alegar la nacionalidad de los judíos detenidos y conducidos a la muerte o a los batallones de trabajo. Bárcenas visitó a Pío XII el 26 de octubre para, en nombre de España, cooperar en el mantenimiento del estatus de ciudad abierta para Roma, aunque el papa dudaba fuera respetado; para ratificar su pesimismo, el 6 de noviembre cayeron algunas bombas de la aviación norteamericana cerca de la Basílica de San Pedro.

    En diciembre, el general Gámbara, gobernador militar de Roma y afín a los nacionalsocialistas alemanes, pero en realidad a título casi personal, se entrevistó con el embajador Bárcenas para informarle de un cierto número de judíos casados con italianas que temían ser detenidos por los nacionalsocialistas alemanes, solicitando a Bárcenas que posibilitara su refugio en casas de religiosos españoles. El embajador español hizo cuanto pudo y de esta manera algunos padres jesuitas que ya actuaban en operaciones similares, aunque no siempre coronadas por el éxito, aceptaron intervenir dando cobijo a quienes lo demandaban. De todos los ayudados, sesenta o setenta fueron detenidos por la Policía italiana adscrita en las últimas fechas a Roma por la falta de efectivos en la ciudad, logrando esconderse o escapar los restantes; ningún atropello ni coacción sufrieron los religiosos.

    Domingo de las Bárcenas escribió en víspera de la Navidad un telegrama al ministro español de Asuntos Exteriores, conde de Jordana, describiendo la situación con esta frase lapidaria: “Recrudecimiento de la inquietud y el miedo”.

En los Estados balcánicos las gestiones de los diplomáticos españoles resultaban muy arriesgadas. El canciller de la embajada española fue represaliado por las autoridades de ocupación nacionalsocialistas debido a la protección que dispensaba a los judíos. El encargado de negocios Julio Palencia, en función de cónsul y embajador español en Bucarest, capital de Rumanía, adoptó como propios a los hijos de un periodista sefardí asesinado por los nacionalsocialistas alemanes; le sustituyó con rango de embajador Eduardo Gasset, que venía actuando de tal guisa en Grecia, llegado a Bucarest en junio de 1943 para encargarse de la representación española en Rumanía y Bulgaria.

    En el artículo El Ángel de Budapest, el primero de esta serie de tres correspondientes a la actividad humanitaria del Gobierno español y su diplomacia durante la II Guerra Mundial, se trata en exclusiva de la ingente tarea realizada en Hungría, y en especial su capital, Budapest, por el embajador español Ángel Sanz Briz.

    Los gobiernos satélites de Rumanía, Bulgaria y Hungría, entregaban a sus judíos para que fueran utilizados en los campos de trabajo establecidos por los nacionalsocialistas alemanes. El 16 de marzo de 1943, el representante español en Sofía, la capital búlgara, obtuvo información del primer ministro de que en abril comenzarían las deportaciones de judíos a Polonia; una comunidad de la que formaban parte aproximadamente trescientos españoles que hasta entonces gozaban de protección diplomática. Julio Palencia recomendó a Francisco Gómez-Jordana Sousa, conde de Jordana, vicepresidente del Gobierno y ministro español de Asuntos Exteriores, la evacuación de los judíos de origen español y éste le remitió la orden para ello con los visados el 18 de mayo.

    La embajada española en Bucarest había podido desempeñar su labor de protección hasta febrero de 1943.

    Jordana advirtió el 6 de agosto a los representantes españoles en Bucarest y Sofía que los visados se tramitaban en Berlín, lo que causaba que las autoridades alemanas en esos países se negaran a autorizarlos aun incumpliendo la promesa de hacerlo.

    El 20 de junio de 1943, el embajador Eduardo Gasset se hizo cargo de las representaciones españolas en Bulgaria y Rumanía; en Rumanía había 65 sefarditas y en Bulgaria 44 deseando salir. En esas fechas, el Comité Central Israelita de Montevideo se dirigió a la embajada española para solicitar que la embajada española en Sofía hiciera lo imposible para evitar la deportación de judíos a campos de trabajo. El diplomático Agustín de Foxá recomendó al conde de Jordana que se actuara en consecuencia, retomando la política de protección a los sefarditas.

El 2 de octubre de 1944 el Congreso Judío Mundial, celebrado en Nueva York, acordó agradecer al Gobierno español sus gestiones en favor de los judíos; así se lo transmitieron al embajador español en Washington, Juan Francisco de Cárdenas. El ministro español José Félix de Lequerica comunicó al embajador Cárdenas que, aunque los alemanes nacionalsocialistas no reconocían a España otra competencia que la referida a los sefarditas, se intentaría extender la protección a todos los judíos.

    El 26 de octubre, el embajador Cárdenas telegrafiaba pidiendo intervenir en favor de 16.000 judíos lituanos que habían sido trasladados a Alemania. El ministro Lequerica respondió afirmativamente, haciendo cuanto estuviera en manos del Gobierno español; pero también presentaba la queja del Gobierno español por los ataques que la prensa internacional, incluyendo la controlada por judíos, dirigía contra el Régimen nacional.

    Este es el documento cursado el 28 de octubre de 1944 por el ministro Lequerica al embajador Cárdenas (tomada del historiador Luis Suárez Fernández en su obra Franco. Crónica de un tiempo, tomo II) para que le diera traslado a la Organización judía que demandaba la ayuda española: “Desde hace tres años España viene accediendo reiteradamente y con la mejor voluntad, a cuantas peticiones presentan comunidades judías, directamente o a través de VE o del embajador en Londres [el duque de Alba] o de otros jefes de misión en América, habiendo dado ello lugar a enérgicas intervenciones no sólo en Berlín sino en Bucarest, Sofía, Atenas, Budapest, etc., con desgaste evidente de nuestras representaciones diplomáticas y llegándose en algunos momentos a discusiones enérgicas por defender nosotros esos intereses.  Gracias a estas gestiones, numerosos israelitas de Francia han podido pasar nuestra frontera y continuar su viaje adonde desearan, otros se han visto eficazmente protegidos durante todo el tiempo de ocupación alemana en Francia, Holanda y otros países, y gran número de sefarditas han visto mejorado considerablemente el trato que sufrían en campos de concentración y aun han podido salir de éstos recuperando la libertad al entrar en España. Con el mismo criterio estoy dispuesto a seguir interviniendo con referencia a su telegrama núm. 1034 por motivos humanitarios a los que España en ningún caso deja de hacer honor. Pero siendo ésta la situación, no puede menos de causar profundo sentimiento el Gobierno español el advertir que por empresas periodísticas, de radio, o de difusión de noticias controladas por elementos israelitas, especialmente en Estados Unidos, se hacen intensas y reiteradas campañas calumniosas contra España como la que en momentos actuales está en curso, por lo que debe VE convocar a cuantos se han interesado por estas cuestiones ante VE ahora y en tiempos pasados para manifestarles el vivo deseo de España de que la comunidad israelita interponga toda su influencia para que esa campaña cese, esperando que, como temerosos de Diosa y partidarios de la verdad, hagan cuanto sea posible para que evidentes calumnias faltas de todo fundamento, se sigan difundiendo por organismos de información en que ellos puedan tener influencia y especialmente por aquellos controlados por israelitas en Estados Unidos. Sírvase VE poner en esto el máximo celo y actividad, por ser incomprensible que reiterados y eficaces esfuerzos de España no hayan dado lugar a muestra alguna de reconocimiento por parte de esas comunidades”.

    En el mes de noviembre de 1944, un destacado miembro del Comité judío en Estados Unidos volvió a la Embajada española para solicitar la mediación conjunta de España y la Santa Sede, por su representante en Washington,  a fin de que la Alemania nacionalsocialista accediese a un intercambio de ancianos, mujeres y niños judíos con prisioneros de guerra y para que los demás miembros de la comunidad judía recluidos en campos de concentración fuesen tratados de acuerdo a las convenciones internacionales. En esa misma entrevista, el representante del citado Comité informó al embajador Cárdenas de aproximadamente doscientos cincuenta judíos residentes en Polonia antes de la guerra con documentación de Estados hispanoamericanos, rogando en lo posible la intervención española reclamándolos como suyos.

El embajador español en Berlín, Ginés Vidal y Saura, magnífico exponente de la labor humanitaria emprendida y desarrollada, con sus únicos medios, por España, para salvar la vida de los judíos amenazados y deportados en la Europa dominada por el nacionalsocialismo alemán, quiso en un postrer gesto que resultó inútil otorgar la protección de España a esos 16.000 judíos lituanos trasladados a Alemania y a esos otros 250 polacos con pasaporte hispanoamericano que pedía con urgencia el embajador Cárdenas; las autoridades alemanas a punto de caer el telón, como documenta el historiador Ricardo de la Cierva, se negaron a aceptar la demanda española.



Artículos complementarios

    Diplomacia Humanitaria I

    Diplomacia humanitaria II    


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