El gran marino y soldado Luis Vicente de Velasco e Isla, natural de la santanderina localidad de Noja, nació en 1711. Fue admirado por sus enemigos en el cumplimiento de su deber patrio y en la asunción de responsabilidades y entrega que lo elevó para propios y ajenos a la categoría de símbolo que en el presente se añora.
Hijo del teniente de navío Pedro de Velasco y Santalices, a los catorce años de edad sentó plaza de guardiamarina y desde entonces sirvió a España en tierra y por mar. Infatigable y valeroso, apenas figuran periodos de licencia en su trayectoria que inició en el bloqueo de Gibraltar, el año 1727, en la reconquista de Orán en 1732 y en varias campañas contra el corso berberisco en el mar Mediterráneo. Nunca abandonó el servicio activo en los distintos servicios de mar, batallando y protegiendo, desde los que fue ganando galones y prestigio, y con los que labró su carácter, la pericia y el carisma que le brindaron tanta fama como respeto.
Entre 1739 y 1742, época de la guerra del Asiento, también conocida por la Oreja de Jenkins, Luis de Velasco capitaneaba una fragata de treinta cañones en misión de patrulla por las aguas cubanas y mejicanas del Atlántico. Una mañana puesta la proa hacia La Habana, a la altura de Matanzas Velasco divisó una flotilla inglesa compuesta por un navío de dos puentes, con cincuenta cañones, y un bergantín. Sin considerar la diferencia de empaque artillero, enfiló al navío mientras a base de fuego certero mantenía alejado al bergantín; a distancia de tiro efectivo del navío le descargó andanada tras andanada previas al sorprendente abordaje: rindió el navío y a su tripulación que no salías de su asombro. Luego fue a por el bergantín al que también rindió. Estalló la alegría en el puerto de La Habana al ver entrar a Velasco con sus dos capturas.
A partir de 1746 los destinos de Luis de Velasco se vincularon a la isla de Cuba.
En junio de ese año, mandando una escuadrilla de jabeques guardacostas en servicio de patrulla, avistó una fragata de treinta y seis cañones contra la que se lanzó efectuando continuas viradas previas a un abordaje exitoso: captura del barco y su tripulación de ciento cincuenta hombres.
En 1762, con el empleo de capitán de navío, estaba al mando del navío Reina, de setenta cañones, integrante de la Escuadra del Marqués del Real Transporte, cuando España entró en guerra con Inglaterra para ayudar a una Francia desarbolada en sus territorios ultramarinos: había perdido Quebec, Montreal, Senegal y la isla Bella.
La defensa de La Habana en 1762
La mañana del 6 de junio de 1762 apareció frente a La Habana una escuadra de guerra jamás conocida, y que hasta el desembarco de Normandía en 1944 no sería superada. Doscientos cincuenta buques, aproximadamente dos mil trescientos cañones y casi veintisiete mil hombres de infantería y marina.
España sólo contaba para oponerse a la invasión con la Escuadra del Marqués del Real Transporte, formada por doce navíos y seis fragatas, aproximadamente seiscientos cañones y sobre los ocho mil hombres, incluidas las dotaciones navales.
La autoridad militar y la civil, los soldados, marinos, voluntarios y población en general, pese a la abismal diferencia de medios y efectivos, decidieron resistir a toda costa. La primera disposición fue la de nombrar al marino Luis de Velasco e Isla como gobernador del castillo del Morro, la fortaleza señera de La Habana.
Velasco aceptó el destino terrestre y de inmediato ordenó amurallar la puerta de acceso al castillo para evitar tentaciones de huida, parapetar los baluartes, hacer acopio de municiones para los cañones y los soldados, abastecer la fortaleza con lo indispensable para un asedio indefinido y organizó diligentemente las guardias y las descubiertas.
El numeroso contingente inglés desembarcó a espalda del Morro, tomando la posición llamada La Cabaña, que predominaba por el fuego artillero el castillo del Morro.
Luis de Velasco mandó varias salidas a su escasa guarnición, combinadas con refuerzos de La Habana, para arrebatar la posición al enemigo, cosa que fue imposible, pero se consiguió con los acertados disparos desde el Morro impedir el avance invasor durante un mes.
Pasado este tiempo de constante intercambio bélico, la madrugada del 1 de julio de 1762, cuatro navíos de la flota inglesa pusieron proa hacia la cara del castillo asomada al mar; un total de trescientos cañones contra los treinta que disponía el frente marítimo del Morro. Pero al aproximarse al ansiado objetivo, los navíos ingleses descubrieron que perdían ángulo de tiro, convirtiendo en ineficaz la maniobra. Las certeras baterías españolas causaron tanto desperfecto en ellos que, desarbolados y con numerosas bajas, volvieron al punto de partida. Una celebrada victoria para los aguerridos defensores.
A esta derrota, cuarenta y ocho horas después, siguió otro hecho favorable para los españoles, que lo pasaban mal también debido al calor. Los disparos del Morro prendían en llamas los tablones de madera que, a modo de fajas, las fajinas, cubrían el dispositivo artillero inglés en los altos de La Cabaña; el incendio rápidamente devoró parapetos, cureñas y cañones.
No obstante estas victorias, la falta de medios humanos y materiales, debilitaba a diario la defensa. A diferencia de los ingleses, que dispusieron de reemplazos y pertrechos suministrados por las colonias norteamericanas, los españoles nada recibieron ni desde España ni desde los virreinatos en la América hispana. Ante esta precaria situación, los invasores optaron por asaltar el Morro en vez de rendirlo como se pretendía.
Aprovechando que Luis de Velasco había sido evacuado a La Habana para tratarle una herida, horadaron la roca con intención de introducir una mina. A su regreso, Velasco supo de la acción y rechazando el ultimátum enemigo decidió mantener la defensa del Morro hasta el último aliento. La mina estalló el 31 de julio derrumbando uno de los baluartes y socavando una amplia zona de la fortaleza. El asalto sucedió a continuación.
Luis de Velasco elevó la bandera, aprestó a sus hombres a defenderse con sumo arrojo y a la cabeza de los mismos, sable en mano, recibió al enemigo y una bala que le abrió el pecho y al día siguiente causó la muerte.
Admirados y respetuosos con el gobernador del castillo del Morro, los ingleses condujeron al héroe a La Habana para intentar salvarle la vida, y luego suspendieron las hostilidades para que recibiera un digno funeral y entierro en el convento de San Francisco de La Habana, asistiendo para rendirle armas y honores. Cuenta el historiador Jaime Ruiz de Velasco que “hasta hace poco, cuando un navío de guerra inglés navegaba frente a la costa de Noja, localidad natal del capitán Luis Vicente de Velasco e Isla, disparaba salvas en su memoria; y en La Habana cobró fama el siguiente cuarteto:
Al Morro, mas no a Velasco
lograste rendir, oh inglés.
¡Antes un mundo rindieras
que a un soldado como aquel!
Luis de Velasco e Isla
Imagen de Museo Naval de Madrid
El rey Carlos III concedió a su hermano Íñigo José el título de marqués de Velasco del Morro.
Artículos complementarios
La batalla de Cartagena de Indias en 1741
La defensa de La Coruña en 1589
Victorias españolas ante las incursiones británicas