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Quien tenga honra que me siga. María Pita

Frustrada invasión inglesa de La Coruña

Del 4 al 19 de mayo de 1589



Antecedentes y objetivos
Hay ambiciones, que a la par son venganzas, que acaban con el actor convertido en víctima y con el propósito de gloria firmado como rotundo fracaso.
Es el caso de otra sonada derrota inglesa a manos españolas, ocurrida en La Coruña justo un año después del fallido intento de desembarco para imponer un severo castigo a la vanidad británica. Entonces no pudo ser: una serie de circunstancias adversas poco o nada contempladas y una ejecución deficiente del plan maestro, dieron al traste con la aventura de la Grande y felicísima Armada. Corría el año 1588.
En 1589, todavía no repuesta del susto y en prevención del siguiente, la corte de la reina Isabel I de Inglaterra optó por anticipar la jugada. Dispuesta una gigantesca flota de guerra, con Francis Drake al mando (hombre cruel y cobarde, enemigo de la ética, la decencia y el recto proceder), el personaje idóneo para satisfacer el ansia de conquista y aniquilación tantas veces declarado, por activa y por pasiva, en la política británica, los objetivos eran cuatro: destruir los galeones de la Armada española apostados en el puerto de Santander para reparar sus muchos desperfectos; capturar las islas Azores y, de paso, como siempre, interceptar los barcos en el tornaviaje con el correspondiente tesoro de Indias; y dirigirse a Lisboa, la segunda ciudad de España en aquella época, para provocar una revuelta que azotara todo Portugal indisponiendo a los portugueses contra los españoles. Un plan completo, de obvias consecuencias negativas para el imperio español de haber tenido éxito.

El desarrollo de los acontecimientos
De lo ideado a la realidad medió un abismo y una tragedia que durante siglos la historiografía británica, tan fiel a su ego, ha ocultado para no tener que rectificar sus pronósticos. No era la primera vez que dando por sentado el triunfo, antes de producirse ya se conmemoraba; ni sería la última.
El corsario Drake puso proa a Santander, pero sólo en el inicio de la travesía. Lo de dar vista a una flota española, aunque estuviera en dique seco y con las tripulaciones licenciadas, le daba miedo; no en balde su carrera, por así llamarla, estuvo plagada de inconvenientes, por así llamarlos, al cruzar su rumbo con el de los marinos españoles. Esa memoria le hizo ser precavido, mas no afortunado; cosas de la vida. Y el olor del jugoso botín salivó sus instintos. Cerró sus oídos a la obediente oposición del general Morris, comandante en jefe del cuerpo expedicionario de infantes y artilleros terrestres (aproximadamente 25.000 hombres), quien optaba por seguir las órdenes de la superioridad y ejecutarlas paso a paso. En vano las réplicas. Drake dirigió sus velas a otro puerto, el de La Coruña, creyéndolo desguarnecido o mal guarnecido, de tropa, artillería y coraje; casi tocaba el anhelado saqueo (y la corte británica su parte alícuota, que para eso daban patentes de corso).
Cercada la ciudad coruñesa por la suma de navíos enemigos y desembarcados numerosos efectivos de asalto y ocupación, el día 4 de mayo de 1589 comenzó el ataque contra las murallas y los baluartes defensivos y de inmediato sobre el resto de la ciudad y sus habitantes.
Pareció fácil a los confiados atacantes la toma de una ciudad con tesoros pero escasa de cuidadores. Craso error. Al ejército profesional se le enfrentó un grupo humano heterogéneo, también integrado por militares profesionales y milicia local, que unidos en la defensa de lo propio y haciendo gala de un valor y una motivación sin fisuras, devolvieron a sus barcos, maltrechos y humillados, a los orgullosos leones ataviados de piratas.
En los combates a pie de calle y cara a cara, las mujeres actuaron no fueron a la zaga de los civiles o de los experimentados soldados y marinos en la plaza, y dos de ellas, en representación de muchas en las cruentas jornadas, María Pita e Inés de Ben, han pasado a la historia con todo merecimiento.
María Mayor Fernández de Cámara y Pita, María Pita, destacó en la defensa de La Coruña por su arrojo y es recordada con un monumento a la heroína. Relata la crónica de esos días, que María Pita, viuda a causa del asalto inglés de su segundo esposo, provista de piedras, cuchillos o arma de fuego (según las fuentes es el medio empleado) hirió o mató al alférez invasor que conducía a un destacamento de atacantes ciudad adentro. Al grito de Quién tenga honra que me siga, María Pita enroló a una multitud que impidió la penetración, primero, y arrojó fuera del perímetro urbano a los invasores, en segundo y definitivo lugar.
Fuerte sería la impresión causada entre los doce mil ingleses, y duros y certeros los impactos, para que recularan como un solo hombre hacia los refugios en el mar.
Acabada la batalla el 19 de mayo, la heroína y otras esforzadas mujeres, documentado por ejemplo el caso de Inés de Ben, herida en la batalla, participaron en el auxilio de los heridos y en la recogida de los cadáveres.

Un largo epílogo
Largaron velas prestos los ingleses ante la acometida ordenada de las fuerzas españolas. Ni botín ni victoria ni supuesta honra en las salas palaciegas. Drake había fracasado en su delirio conquistador y dejaba a sus espaldas en La Coruña tres mil bajas: mil muertos y dos mil deserciones.
Pero hubo más relato de frustración y derrota.
Con rumbo a Lisboa, perdidos en refriegas intestinas, faltos de suficiente munición y vituallas, la expedición de pillaje, que en eso se iba convirtiendo la megalomanía de Isabel I, volvió a pinchar en hueso. La coalición hispano-lusitana rechazó a los británicos causando bajas y nueva desmoralización que, por ende, impidió la toma de las islas Azores o la captura de los tesoros de Indias.
El balance final habla por sí solo: trece mil muertos, tres mil desertores, doce barcos hundidos por los españoles, otros tantos por las tormentas. Poco más de diez mil hombres regresaron a Plymouth, exhaustos, heridos, enfermos y desnutridos, vacíos de moral y de riquezas.
También quedaron vacías las arcas de la reina y humillados los patrocinadores del gran plan.
Este desastre causó mella pero el silencio y la complicidad lograron pasar página. Hasta que otro mayor, en Cartagena de Indias el año 1741, removió pesares y fatigas. España había infligido dos inmensos castigos al poderío naval inglés y a sus omnipresentes comerciantes; no fueron las únicas victorias españolas, pero quizá de las más sonadas y las que más escocieron a los derrotados.

María Pita casó cuatro veces y tuvo cuatro hijos. Al enviudar de su último matrimonio, el rey Felipe II le concedió una pensión que equivalía al sueldo de un alférez más cinco escudos mensuales y le concedió un permiso de exportación de mulas de España a Portugal.



María Pita

Imagen de mundomilitaria.es



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