El Imperio en Sudamérica: La defensa de Buenos Aires en 1806 y 1807
Santiago de Liniers nació en Niort, Francia, en 1753. Su nombre era Jacques Antoine Marie de Liniers et Bremond. Sus antepasados pertenecen desde siglos a la Orden de San Juan de Jerusalén; con doce años ingresó en la escuela militar de la Orden de Malta; sirvió en el ejército francés como oficial de Caballería.
Desatada la revolución en Francia, Jacques Liniers se trasladó a España para servir a la Corona y a su fe católica. Pidió ingresar en la Armada, para lo que tuvo que examinarse como guardiamarina; en 1775 el ya Santiago de Liniers recibió el grado de alférez de fragatas y acto seguido desempeñó brillantemente los cometidos que le asignaron, tan diversos como distantes entre sí: combates en Santa Catalina y Colonia del Sacramento, enmarcados en la guerra contra Inglaterra de 1779; actuaciones en el sitio de Mahón, en la conquista de Menorca y en Gibraltar, donde apresó a un corsario inglés.
En 1788 la Corona lo envía a América para organizar una flotilla de cañoneras en el Río de la Plata o Mar del Plata.
Santiago de Liniers
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En Argentina empeñó todo su esfuerzo y capacidad para cumplir lo mandado. Organizó satisfactoriamente la flotilla de cañoneras y dirigió la fortificación de la plaza de Montevideo, motivos para su promoción a jefe de la escuadrilla española en la zona, luego a gobernador de la provincia de Misiones y después a jefe de la estación naval de Buenos Aires.
Pero una mala relación personal con otros oficiales, que no se le puede atribuir, aun cuando estaba afectado por haber enviudado dos veces en catorce años y la traición de su hermano, conde de Liniers, que pactaba con el enemigo inglés el ataque a Buenos Aires, lo relega al mando menor de la ensenada de Barragán. Y precisamente contra los ingleses escribiría Santiago de Liniers su página más gloriosa en favor de España.
En 1806 una poderosa flota británica a la orden del comodoro Home Popham puso rumbo al estuario del Plata desde Ciudad del Cabo. Liniers los descubre a tiempo desde su puesto avanzado de Barragán y de inmediato cursa el pertinente aviso al virrey Rafael de Sobremonte (buen administrador y pésimo militar), marqués de Sobremonte, quien creyendo que el ataque será contra Montevideo equivoca su reacción.
El virrey Sobremonte contaba aproximadamente dos mil efectivos para la defensa; el ejército embarcado británico sumaba, aproximadamente, mil seiscientos efectivos. A este contingente invasor profesional se opuso una tropa voluntaria de seiscientos hombres mandada por el coronel Pedro de Arce.
Inutilizada la resistencia, los británicos tomaron Buenos Aires con relativa facilidad al haberse retirado por orden del virrey los dos mil efectivos veteranos, de modo que el general William Beresford, jefe del ejército embarcado, se convirtió en dueño de la ciudad. A todo eso el virrey Sobremonte había huido a Córdoba, ciudad en el interior argentino, mientras que Santiago de Liniers acudió a Buenos Aires para explorar la situación, comprobando que hay patriotas dispuestos a resistir y echar a los invasores; el cabecilla es el criollo de origen alavés Martín de Alzaga (o Álzaga su apellido) y bajo su mando agrupa en secreto a un pequeño ejército en el que destacan como jefes Felipe Sentenach, Gerardo Esteve, José Fornaguera y Juan de Dios del Pozo. Es lo que necesitaba Liniers para la reconquista de la plaza.
Es la información que transmite al gobernador de Montevideo, de quien recibió armas, municiones, un refuerzo militar modesto pero aguerrido y embarcaciones. Santiago de Liniers juró ante la Virgen del Rosario, patrona de Buenos Aires, virgen que posteriormente se denominaría Señora de la Reconquista y la Defensa, ofrecerle las banderas inglesas si le acompaña la victoria.
El criollo Juan Martín de Pueyrredón reunió un millar de paisanos y los concentró en la Hacienda de Perdriel hasta recibir las órdenes de marcha sobre Buenos Aires. El 4 de agosto, la fuerza expedicionaria enviada desde la Banda Oriental al mando de Liniers desembarcó en el fondeadero del río Las Conchas; allí se unieron al ejército trescientos marineros al mando del brigadier Juan Gutiérrez de la Concha, de tal manera que el número de soldados con que cuenta Santiago de Liniers asciende a casi dos mil.
La audacia guiará al ejército en la burla de la vigilancia de la flota británica: aprovechando un temporal que inmovilizaba a los barcos enemigos atravesó el Río de la Plata y puso camino a Buenos Aires. Corría el 12 de agosto de 1806 cuando los ingleses vieron con pasmo la doble irrupción española: la del ejército de Liniers y la del ejército secreto de Alzaga. El general Beresford presentó la bandera blanca de la rendición y entregó su espada a Liniers. La flota británica levó de inmediato anclas y huyó por el estuario del Plata.
La fulgurante victoria elevó al máximo la admiración en Argentina por Santiago de Liniers; de hecho, fue elegido nuevo jefe militar.
Parecía resuelto el grave incidente con la rendición de los ingleses. Pero como el caballeroso Liniers había concedido una capitulación honrosa a Beresford, permitiéndole alojarse en la ciudad de Luján, dentro de la provincia de Buenos Aires, con el auxilio de dos traidores a la causa española (causa realista), el inglés escapó para reunirse con la renovada flota de Popham a preparar otra invasión; ahora con un total de doce mil hombres a disposición del nuevo jefe del ejército, el general Whitelocke.
Enterado de la noticia, Santiago de Liniers se aprestó a la defensa. El 6 de septiembre de 1806 promulgó el siguiente bando (publicado por el historiador José Javier Esparza en su obra España épica. La gesta española II:
“Para que no decaiga un solo punto la gloria de que para siempre habéis cubierto al suelo americano, para mantener con dignidad la alta reputación de las armas del rey católico, y para asegurar la quietud tranquila de vuestros hijos y la posesión de vuestros bienes, exige el respeto a la religión, la lealtad al soberano y el amor a la patria, de que sois tan dignos habitantes, el que renazcan en América los antiguos e inextinguibles timbres de las provincias de la monarquía española. Vengan, pues, los invencibles cántabros, los intrépidos catalanes, los valientes asturianos y gallegos, los temibles castellanos, andaluces y aragoneses; en una palabra, todos los que llamándose españoles se han hecho dignos de tan glorioso nombre. Vengan, y unidos al esforzado, fiel e inmortal americano, y a los demás habitantes de este suelo, desafiaremos a esas aguerridas huestes enemigas que, no contentas con causar la desolación de las ciudades y los campos del mundo antiguo, amenazan envidiosas invadir las tranquilas y apacibles costas de nuestra feliz América.”
En pocas semanas el ejército de Liniers sumó ocho mil efectivos.
Esta vez los ingleses atacaron primero Montevideo, en la Banda Oriental, el 3 de febrero de 1807, sin que el virrey Sobremonte ofreciera resistencia digna de mención, aunque es de justicia dar cuenta de la que opuso el gobernador Huidobro con sus dos mil efectivos entre soldados y milicianos, no obstante insuficiente para impedir la invasión. Ante tal ejercicio de indignidad a ojos bonaerenses, el Cabildo de Buenos Aires depuso a Sobremonte y eligió virrey del Río de la Plata al héroe Santiago de Liniers.
Diez mil hombres concentró el enemigo ante Buenos Aires; la diferencia numérica y el apoyo de la artillería de los barcos favorecía el ataque a la plaza; sin embargo, cosechó una tremenda derrota merced a la atinada estrategia de Liniers. Previeron los invasores un choque dentro de la ciudad y, por el contrario, inesperadamente, tuvieron que enfrentarse con los resistentes a las puertas de Buenos Aires, y aquellos que pudieron entrar sufrieron una granizada de fuego desde las azoteas y las ventanas, logrando volver a derrotar al envanecido invasor. Con bajas vistas de tres mil hombres.
El 8 de julio el general Whiteloche se rindió aceptando las condiciones impuestas por los vencedores Liniers y Martín de Alzaga.
Los británicos abandonaron vencidos Buenos Aires y Montevideo. Los primeros días de septiembre contemplaron la partida sin retorno de la flota británica. Tuvieron que reconocer los británicos que, en palabras del general Gower, participante en la pretendida invasión de Suramérica, “No creo que haya habido un solo hombre realmente adicto a la causa británica en la América española”.
Al calor de tan formidable acontecimiento, el rey de España, Carlos IV, confirmó a Santiago de Liniers como virrey del Río de la Plata.
Artículos complementarios
Descubrimiento del Río de la Plata
La primera fundación de Buenos Aires
La segunda fundación de Buenos Aires