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Las Flotas de Nueva España y de Tierra Firme

El Imperio en el mar: Combates de Cabañas

La potencia de fuego de los galeones españoles impresionaba a todas las flotas equiparables. Su artillería montada y el efecto de la mosquetería y arcabucería de los soldados y marinos embarcados lograba superar el ataque de un enemigo aun en condiciones manifiestas de inferioridad numérica. Indisolublemente unido a lo anterior fue la pericia, el valor y la tenacidad de los capitanes que nunca se arredraron ante ese enemigo fuera cual fuese el pabellón izado, las clases de dotaciones y las características de los buques.

    Es el caso que en breves líneas a continuación presentamos, referido por el historiador naval Agustín Ramón Rodríguez González, donde, además, se hizo patente “el fino detalle psicológico de terminar de hundir la moral de combate del enemigo con desafíos gallardos”: los de Carlos de Ibarra.

Desde las recién conquistadas bases en Brasil, en 1638 los holandeses prepararon una escuadra de veinticuatro buques, al mando del corsario y almirante Cornelius Jol, apodado Pata palo al haber perdido una pierna en un combate con los españoles. Buscaban la captura de las Flotas de Nueva España y Tierra Firme para hacerse con el botín de productos americanos que trasladaban a España los galeones.

    Fueron a controlar todas las posibles rutas que permitieran la interceptación, pero los temporales invalidaron las maniobras, anunciando, de paso, el peligro que suponía la escuadra holandesa dividida para abarcar más superficie náutica. Enviado por la autoridad española un patache, al mando del práctico Francisco de Poveda, confirmó la invasión de aquellas aguas en una arriesgada travesía hasta Veracruz burlando a cinco buques perseguidores. De esta manera la Flota de Nueva España permaneció amarrada a puerto.

    Sin embargo, el aviso no llegó a Cartagena de Indias, de modo que considerando a un enemigo corsario superable zarpó la Flota de Tierra Firme mandada por Carlos de Ibarra, Capitán de Mar y Tierra y Consejero de Guerra del Rey, nacido en la guipuzcoana villa de Éibar en el último tercio del siglo XVI, veterano orlado por el éxito en las acciones emprendidas, siendo la última hasta la fecha presente la limpieza de piratas en la isla de la Tortuga; llevaba como segundo a Pedro de Ursúa.

    La Flota de Tierra Firme la componían siete galeones entre convoy y escolta, un patache, una urca mercante proveniente de Honduras y tres fragatas mercantes; en todos los barcos escaseaba la tripulación y el armamento. Pese a las informaciones que negaban el peligro de un ataque, Carlos de Ibarra ordenó prevenirse, disponiendo protecciones de cables gruesos en las bandas, material sanitario, pólvora a punto en cartuchos y cubos de agua suficientes para atajar los incendios.

    La noche del 30 de agosto se divisaron diecisiete velas enemigas que al amanecer rompieron fuego sobre los barcos españoles. Fiados a la superioridad evidente, los holandeses atacaron cada barco español con dos o tres propios, aguardando el momento del abordaje.

    Ibarra siguió la táctica española de esperar al máximo el embate enemigo para romper fuego contra los asaltantes. Su capitana barrió a la holandesa y los cuatro buques de acompañamiento. Recibiendo de pleno las andanadas, los holandeses se retiraron manteniendo el duelo de artillería a distancia.

    La capitana española fue acribillada, incendiada y sufrió su tripulación muertos, como su comandante Bartolomé de la Riva, y heridos múltiples y graves, empezando por Ibarra. Todos los barcos españoles entraron en combate, y durante seis horas lo sostuvieron en inferioridad logrando que la escuadra holandesa abandonara el escenario bélico.

    “Varios días quedaron frente a frente las dos fuerzas enemigas”, hasta que el 3 de septiembre retomaron los holandeses el combate. Esta vez eran trece buques contra los ocho galeones españoles más la urca y el patache; las fragatas se habían dirigido a México. Tampoco ahora llegaron los atacantes al abordaje, sosteniendo el duelo artillero a media distancia con poca relevancia pese al mayor número de bocas de fuego.

    Mientras a la flota enemiga se unían buques, la Flota de Tierra Firme reunía su consejo para decidir si dirigirse a Veracruz o a La Habana con los buques averiados y las dotaciones diezmadas. En vista del incremento enemigo, la opción elegida fue la de Veracruz, donde además se hallaba la Flota de Nueva España. Pero incluso antes de poner rumbo al puerto mexicano, la escuadra holandesa de Jol dio nuevas muestras de querer rehuir el combate dándolo por perdido pese a la superioridad: veinticuatro barcos a nueve.

    “Viendo la indecisión enemiga, Ibarra se sintió más seguro, desafió al enemigo deteniendo su escuadra para esperarlos e incluso encendió los fanales de noche para indicar la posición”. Al amanecer no había rastro de la escuadra holandesa.

La primera noticia de la victoria de Cabañas la dio un capitán inglés que arribó a Sanlúcar en noviembre de 1638. En Holanda consternó la derrota ante un enemigo mermado y tan inferior en número.

    Por fin, las Flotas de Nueva España y de Tierra Firme zarparon hacia Cádiz en 1639, arribando en julio con su preciosa carga.    

Artículos complementarios

    Control marítimo en el siglo XVII

    El navío Glorioso

    El granadero Martín Álvarez

    Antonio de Oquendo

    Campañas marítimas en el siglo XVI

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