El Imperio en los mares: Amenazas marítimas por Levante y Poniente en el primer tercio del siglo XVII
Francisco de Rivera y Medina, Juan Fajardo de Tenza y Fadrique Álvarez de Toledo Osorio y Mendoza
La constante pugna de los Países Bajos contra la dominación marítima de la Armada española ocasionó una porfiada y sangrienta guerra. La Marina de guerra holandesa, en constante actitud de ataque y captura, provocó el desvelo de la española en el siglo XVII más incluso que las reiteradas incursiones inglesas-británicas, siendo idénticos los objetivos contra España de una y otra.
La Armada española debía acometer la doble misión de protección de las rutas comerciales, y por ende la comunicación entre territorios, con el imperio ultramarino y, además, la defensa de las amenazadas costas nacionales; a lo que se unía una tercera obligación, cual era la de perseguir y derrotar a los piratas berberiscos. Y detrás de las acciones de unos asomaban en su aliento y apoyo los británicos, fundamentalmente ingleses.
En el año 1603, a poco de estrenado el siglo, el gran prior de San Juan, don Diego Brochero, había derrotado a una escuadra holandesa a la altura del cabo de San Vicente, destinada a interceptar los galeones españoles procedentes de Hispanoamérica; en este combate los holandeses perdieron siete navíos, apresados por los españoles, quedando el resto de la flota en malas condiciones de navegación y mermada de efectivos.
Un año después, en 1604, recibían la desagradable visita de un corsario inglés las costas de Portugal, Galicia y Andalucía; eran sólo dos navíos, pero buenos conocedores del oficio causaban temor y daños en los buques que surcaban aquellas aguas de tránsito.
A la erradicación de este peligro fue encomendado el entonces joven marino, de impecable trayectoria, Antonio Oquendo, al mando de también dos navíos que como mucho igualaban al enemigo. El 15 de julio salió de las aguas del Tajo el pequeño contingente, recorriendo la costa hasta Cádiz, bien atendidos los cabos de San Vicente y Santa María; pero hasta el 7 de agosto no se avistó al enemigo en el Golfo de Cádiz, y al punto comenzó la batalla con fuego de cañones y mosquetería. Una maniobra de riesgo e indudable valor, llevó la capitana inglesa contra la española, logrando abordarla con un centenar de hombres, al cabo rechazados, reemplazados por sucesivas oleadas asaltantes, despedidas una tras otra con valerosa y metódica actitud. Vencidos los intentos, la siguiente fase del combate condujo a Oquendo a tomar preso al corsario poniendo así fin a la insistente amenaza.
La proeza fue atendida por el rey Felipe III, quien escribió a Oquendo de su puño y letra agradeciéndole el servicio, que tres años después, en 1607, mereció para el reconocido el mando de las Escuadras de Vizcaya y del Cantábrico (que integraba a las flotas de guerra de los señoríos de Vizcaya y Guipúzcoa y las Cuatro Villas cántabras: San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro Urdiales).
A continuación de la victoria que Antonio de Oquendo había logrado frente a los corsarios holandeses en agosto de 1604, Luis de Fajardo en 1605, comandando una división de la Armada española, hizo lo propio contra el mismo enemigo en las Salinas de Arraya, hundiendo diecinueve navíos.
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Como si no bastara la coacción perenne en el océano Atlántico, la Armada española tuvo que contender también en aguas del mar Mediterráneo contra la no menos persistente amenaza turca y bereber.
En 1605, Pedro de Toledo, marqués de Villafranca, apresó once corsarios turcos en el Estrecho de Gibraltar.
Luis de Fajardo salió de Cádiz en 1609 con doce navíos y en las aguas de La Goleta destruyó una armada otomana, hizo presas muy ricas y limpió el Mediterráneo de corsarios. A la par, Pedro de Leiva, General de las galeras de Sicilia, y el marqués de San Germán, General de las tropas de desembarco, se apoderaban de Larache en la costa occidental del reino de Marruecos; fortificaron los españoles esta plaza y dejaron guarnición suficiente para protegerla.
Entre 1611 y 1613, los triunfos contra las naves de la Media Luna fueron notables. En 1612, el marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán y Benavides, el duque de Osuna y virrey de Sicilia, Pedro Téllez-Girón y Velasco, y el virrey de Nápoles y conde de Lemos, Pedro Fernández de Castro, consiguieron importantes victorias sobre los mahometanos; el marqués, al mando de las Galeras de Nápoles, quemó en el puerto de La Goleta una escuadra de once velas y desembarcó en la isla de Querquens; por su parte, la Armada de Nápoles exterminó los piratas, desembarcó tropas en la costa de Berbería y tomó el lugar de Cireli, defendido por los turcos. Y en 1613, Octavio de Aragón, comandante de las galeras de Nápoles, batió una escuadra que los turcos enviaron contra ese reino; y después navegó toda la costa de Berbería y de la península itálica persiguiendo a los piratas para asegurar la navegación por el Mediterráneo.
Álvaro de Bazán y Benavides
Pedro Téllez-Girón y Velasco
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Pedro Fernández de Castro
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Ya corriendo el año 1614, el duque de Saboya había establecido alianza con los enemigos de España para introducir un ejército en el Milanesado.
Raudas acudieron las fuerzas españolas a evitar la ocupación. El marqués de Santa Cruz, General de las galeras de España, desembarco sus tropas en las costas del Piamonte y se apoderó de Oneglia, defendida por el marqués de Bogliani. En acción coincidente, Octavio de Aragón arrojaba de la isla de Malta un cuerpo turco que había allí desembarcado para quedarse y destruyó la escuadra de transporte y apoyo. Mientras, Luis de Fajardo, infatigable en su cometido contra los berberiscos, se apoderaba de la fortaleza de Mamora, situada a cinco leguas de Tánger.
Si gloriosa era para España la guerra de Italia en tierra, tanto o más lo era en el mar contra el poder de la Puerta Sublime.
En 1617 envió el duque de Osuna a Juan de Vibero con dos galeras para perseguir a los corsarios turcos. Después de haber conseguido una gran presa en la isla de Creta, la flota española se adelantó hasta las costas de Chipre, y en las inmediaciones de la punta de Trevisol entabló combate con dos galeras turcas que transportaban al bajá de esta isla a las que derrotó.
Los otomanos armaron en 1619 una escuadra de cien galeras para atacar las costas de Calabria y Sicilia, a la que se opuso el duque de Osuna con una división de seis galeones al mando de Francisco de Rivera y Medina, célebre marino, quien después de haber efectuado varias presas, y destruido en Las Salinas diez naves enemigas, recorriendo las costas de Sicilia hasta las de Caramania (o Carmania, en Asia Menor), encontró a la altura del cabo de Celidonia a la armada turca compuesta por cincuenta y cinco galeras. Tres días duró el combate, momento en que los españoles hundieron la nave capitana de los otomanos; pérdida que sumó a las cuatro galeras hundidas y las treinta y dos con tales desperfectos que resultaron inutilizadas.
Este mismo año de 1619 contempló el ataque victorioso del navío San Julián, al mando de Manuel de Meneses —que una tormenta había separado de la escuadra que partía de Lisboa hacia la India Oriental—, contra cuatro buques piratas ingleses.
Fadrique Álvarez de Toledo Osorio y Mendoza había sido nombrado en 1617 Capitán General de la Armada del Mar Océano, destino con el que afrontó numerosos combates contra holandeses, ingleses y berberiscos.
El año 1621 hubo una tentativa de saqueo de las costas españolas por parte de la armada de las Provincias Unidas de los Países Bajos, en la que se contaron treinta y un buques con proa a Gibraltar.
Era por aquel entonces General de la Armada española del Mediterráneo don Fadrique Álvarez de Toledo Osorio y Mendoza, que pudo oponer únicamente nueve buques a la amenaza, aunque la fuerza expeditiva se la dio su determinación de aparecer en son de guerra ante la escuadra holandesa. En vista de la audacia española, los holandeses frenaron su ímpetu dando media vuelta hasta, en breve, reunir a otros seis navíos para encarar el combate que se llamó la batalla naval de cabo San Vicente. En estas aguas los españoles propinaron una severa derrota a los holandeses, que perdieron veintiuna de las naves. Destacaron en la batalla los capitanes Ibarra, Hoyos y Mogica, así como las acciones decisivas del galeón Santa Teresa.
Transcurridos dos años volvieron a encontrarse los mismos protagonistas, esta vez en el Canal de la Mancha, que dio nombre a la consiguiente batalla naval; y no difirió el resultado, pues los de Álvarez de Toledo Osorio y Mendoza, de nuevo derrotaron a los holandeses, además de bloquear el Canal seguidamente con lo que la flota española impedía el acceso a las costas de los Países Bajos.
El rey Felipe IV se dio por muy satisfecho, otorgando a don Fadrique el título de Capitán general de la gente de guerra del reino de Portugal.
Y a no mucho tardar, se apuntó otro triunfo contra una armada bereber en aguas gibraltareñas.
Fadrique Álvarez de Toledo Osorio y Mendoza
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Antes de estas acciones victoriosas contra los holandeses, hubo otra este 1621, de iguales características y con los mismos contendientes, protagonizada por Juan Fajardo de Tenza, marqués de Espinardo.
Avistada desde las atalayas del monte Hacho, en la plaza de Ceuta, una escuadra holandesa compuesta por sesenta barcos, salió a su encuentro la mandada por Juan Fajardo, aunque reducida en naves sólo a veinte. La escuadra española bordeó el Estrecho de Gibraltar en dirección a Tánger, luego regresó por Ceuta y Gibraltar, para recoger tropas, y desde este último puerto puso proa al de Fuengirola, donde además de recalar dio combate al enemigo que al cabo perdió dos barcos, que fueron a pique, y cuatro muy dañados, dados de baja para la guerra.
También en el año 1621 se constituyó una alianza de ocasión entre holandeses y moros para sitiar la plaza de La Mamora (o La Mámora), situada en el norte de Marruecos, que había sido conquistada precisamente por Juan Fajardo en 1614. Pero la intervención de Alonso Contreras (Alonso de Guillén, militar, corsario y escritor) obligó a los aliados a levantar el sitio con notorias pérdidas.
Alonso de Contreras
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En 1622 derrotaba Francisco de Rivera y Medina, de quien ya se ha resumido la acción del cabo de Celidonia contra los turcos, a una escuadra argelina que había puesto rumbo a las costas españolas para desembarcar una numerosa tropa.
En 1624 contempló el Mediterráneo otra victoria naval contra la marina berberisca.
Antonio Alonso Pimentel y Quiñones, conde de Benavente, atacó con quince galeras una escuadra de seis navíos berberiscos cerca de la costa de Sicilia, resultando pronto muerto por lo que fue sustituido en el mando por Francisco Manrique, quien destruyó la nave capitana berberisca y apresó a las cinco restantes.
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Carlos I de Inglaterra y de Escocia accedió al trono británico en 1625, y no tardó en demostrar su enemistad hacia España enviando una flota de ochenta velas para hostilizar sus costas.
La flota británica se presentó ante Lisboa con intención de poner pie en tierra, pero las bien apostadas defensas de la ciudad invitaron al desistimiento. Siguió rumbo a Cádiz la pretensión bélica, bahía en la que entró la flota invasora, y puerto donde se procedió al desembarco de diez mil hombres el día 2 de noviembre del citado 1625, tomando el fuerte del Puntal. Pero la determinación de los defensores de la plaza y las disposiciones del VIII duque de Medina Sidonia y conde de Niebla, Manuel Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, que con presteza reunió un cuerpo de ejército que frenó la expansión enemiga, forzando a continuación el abandono del fuerte ocupado y el reembarque; con un saldo de treinta y dos naves perdidas y el equivalente humano en la tropa de infantería.