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El emblema de autoridad

Tiempo, forma y color del emblema de autoridad



Un artículo en el primer número de la revista Policía Española, firmado por el comisario principal honorario don Juan A. Escobar Raggio con el clarificador título: Tiempo, forma y color del emblema de autoridad, junto a otras indagaciones complementarias, proporciona instructivo bosquejo.
La datación histórica se remonta a los, en tantos aspectos, orígenes de nuestra civilización, entreverado el mito, el tan ilustrador mito grecorromano, en los eruditos tratados conservados y convenientemente traducidos a las diversas lenguas vulgares.
Los viejos tratadistas en la materia indican que los romanos usaban el cíngulo como signo de autoridad, “tanto en el estado pacífico como en el militar“. Livio, al igual que Dionisio, Budeo y otros, afirman que quitado el oficio y dignidad debe también quitarse el símbolo de ella. El erudito Bovadilla refiere que “en los primeros siglos en señal de diadema y real poderío, traían los reyes unas lanzas cortas o astas sin hierros, y en observación y memoria de aquel rito se ponían tales astas junto a las estatuas y simulacros de los dioses, jurando todos por el emblema; teniendo tal promesa por muy sagrada e inviolable.
Tal era el poder dimanante de estas varas o bastones de mando que, dícese por transmisión simpática, el cetro usado por el rey Agamenón y otros soberanos de Siria procedía del que Júpiter mandara fabricar al mitológico herrero Vulcano.
Usaron los magistrados y jueces, la autoridad, durante mucho tiempo estas astas por insignia. Cuando se efectuaba una venta a libre empuje, se verificaba la llamada subhastatio (esto es, subasta), por realizarse al pie de las varas. Los egregios jueces Radamanto y Eaco, citados por Platón, también los nombrados en sus crónicas por Livio, Plinio, Papirio y otros las exportaron al correr de las conquistas romanas en señal de imperio y justicia.
En tiempos de Rómulo, aunque el cálculo no sea incontrovertible en años arriba o abajo, aparecieron los lictores: alguaciles de los magistrados, afamados ministros de justicia que precedían en solemne comitiva a los cónsules y a otros magistrados con los llamados haces de varas como insignia del cargo. La jurisdicción y la alteza de las varas son incontrovertibles en todos los ámbitos: hay que ceder ante la potestad y hacer guardar la jerarquía en el orden social y jurídico.
“Ante el juez superior, no podrán entrar en la Sala los demás jueces con insignias”. De este modo, según refiere Alexandro, cuando el procónsul aparecía ante el cónsul, “dejaban los lictores los haces de varas y las regures, y él no iba en el carro de marfil sentado”.

El origen de la vara, o bastón, es antiquísimo, difícil o casi imposible de establecer con rigor. Generalizando, o quizá simplificando, puede considerarse como una secuela del cetro representativo del poder regio; podría de igual modo vincularse a una cosmogonía trazada por la divinidad, insondable y por ende incuestionable, en la que el legado es transferido mística y directamente al elegido y éste protocolariamente a sus sucesores.


A Iberia, a Hispania, la inercial España, la primigenia España, al mixtifori hispánico, en arduo ajuste para duradera formación, llegaron estos signos de autoridad: las varas, de manos de los procónsules y jueces nombrados por el Senado de Roma.
Ahora bien, las usadas por los alguaciles (inspectores de Policía de la época) eran llevadas como insignia de justicia, ya que sus tenedores eran “ramos de la potestad de los corregidores y magistrados“. Especificaban los tratados legales que los alguaciles, investidos de la exigida autoridad para desempeñar el cargo portaban estas varas manifiesto de “potestad del cuchillo y del mero y mixto imperio para apartar el vulgo y hacer plaza y lugar a los juzgadores y juicios”; entendido como el mantenimiento del orden público y el respeto a la Autoridad para el desempeño de la Justicia. Los alguaciles de los magistrados, a modo heredado de los lictores, llevaban como insignia al hombro cuando marchaban en comitiva ante los jueces el haz de varas con el hacha, las fasces y la segur, emblema de autoridad hoy usado por la Guardia Civil.
En Castilla y León la vara de justicia se usaba por los jueces, corregidores y alguaciles desde tiempos anteriores a don Pedro “el Justiciero“. Por su parte, los Reyes Católicos reglamentaron el uso de las varas de justicia y autoridad, disponiendo quienes han de traer varas, esto es: alcaldes, alguaciles mayores (comisarios de Policía hoy) y alguaciles de Justicia. A 20 de noviembre de 1483, dichos soberanos dan una provisión en la ciudad de Vitoria encargando al bachiller Juan Martínez de Albelde que sometiera al corregidor Rodrigo de Mercado y a sus oficiales, reteniendo por treinta días todas las varas de la Justicia en la villa. Por ejemplo la disposición, en Salamanca a 28 de enero de 1487, traslada al doctor de Briviesca Pedro Sánchez de Frías, que someta a juicio de residencia al corregidor García de la Cuadra y sus oficiales, reteniendo por un mes todas las varas de justicia. Otro curioso decreto estampa la firma de la reina Doña Juana en 6 de febrero de 1505, en la ciudad de Toro, ordenando que se dejase usar vara de justicia a los alguaciles, merinos y fiscales del arzobispo Jiménez de Cisneros.
Desde el reinado de Felipe II, todos los funcionarios públicos habían de vestir de negro. Los de Policía usaban cuello blanco, golilla, que era adorno también usado por los ministros togados y demás curiales. Los alguaciles de la Santa Inquisición usaban la cruz verde como distintivo del cargo.
Las varas usadas por los alguaciles debían ser de palo y no de junco en 1638 quedaron prohibidas las varas de junco, no dejando autorizada su venta, por decreto de la Sala de Alcaldes en los años 1649, 1651, 1653, 1657 y siguientes hasta 1680. Los llamados alguaciles de comisión (equivalente a funcionarios interinos) debían llevar en las puntas de las varas un casquillo de hierro para distinguirse de los efectivos, auto de la misma sala en 1667. Cabe destacar, a título anecdótico, que los alguaciles y sus viudas podían arrendar y vender las varas según estipulaciones; que, había alguaciles especiales para los teatros con jurisdicción exclusiva en su interior; que, estaba prohibido llevar en el bolsillo las varas de junco arrolladas mientras la ley las permitió.
Según cuenta Jerónimo de Alcalá en su libro El donado hablador en referencia al calibre de las varas, eran de distinto grueso las usadas por los corregidores de las empleadas por sus agentes.
Curiosidad en lo tocante a cromatismo de la insignia de mando y jurisdicción es la de que la Santa Hermandad -en somera definición: tribunal con jurisdicción propia que perseguía y castigaba los delitos cometidos fuera de poblado- de Castilla y León lució en sus uniformes y banderas, como signo de orden público, la cruz roja sobre fondo blanco; las tiendas de campaña de sus jefes superiores y magistrados eran de color verde.
Entrado el siglo XIX aparece ya el bastón liso o con borlas como signo de mando. También los ceñidores de seda de determinados colores y distintivos denominados fajines. Los corregidores de la época napoleónica usaban fajas celestes. Más adelante en la cronología, el color decidido es el rojo, y hacia la mitad del siglo los comisarios adoptan el fajín de los colores nacionales y el bastón de puño de oro con borlas. Los agentes gubernativos, o de la autoridad, entonces llamados Celadores de Orden Público, portaban bastones sin borlas con el puño de marfil blanco.
Con posterioridad aparecieron los pequeños bastones de bolsillo, y al finalizar el siglo surge la medalla de plata con un gallo en relieve (emblema de la vigilancia) y la inscripción: Inspector o Agente de vigilancia pública. Al desaparecer este emblema, socialmente se echa de menos un signo de rápido reconocimiento, identificador indubitado, con lo que se establece el escudo entre palmas plateado y con las iniciales C. V. (Cuerpo de Vigilancia) enlazadas. Estas letras van sobre fondo verde de terciopelo.
El siglo XX estiliza el distintivo. En el año 1921 se adoptan unas placas con emblemas de mando y el ojo de Argos (que evoca la vigilancia). Argos o Argo o su latinizada forma Argus, personaje mitológico heleno, tenía únicamente un ojo según unos; poseía cuatro, dos mirando hacia delante y dos hacia atrás, según otros; terceras versiones le otorgan el número de órganos visuales que apetezca, cien o más; al hilo de esta atribución múltiple se fundamenta la eficaz vigilancia de Argos, pues aun rendido por la fatiga, siempre tenía igual número de ojos abiertos que cerrados.
Varias décadas de este siglo definieron los colores negro, verde y oro como matiz de Gobernación y del Cuerpo General de Policía.

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