La cruzada del papa Calixto III contra el imperio otomano
Siglo XV: Las disputas entre Alfonso V el Magnánimo y el papado
Los Borja, más conocidos entre el público en general como los Borgia, eran una familia aragonesa afincada en Valencia que llenó páginas de historia y a ésta dio nombres y hechos que perduran. Por ejemplo, el de Alfonso de Borja, nacido en Canals, provincia de Valencia, el año 1378 (precisamente cuando comenzó el Cisma de Occidente).
Ordenado sacerdote amplió conocimientos estudiando leyes en la Universidad de Lérida. Vistos sus progresos, el papa Benedicto XIII, Pedro de Luna, afincado en Avignon, lo promovió para el cargo de canónigo de Lérida. Pero esta etapa concluyó pronto puesto que el rey Alfonso V de Aragón, apodado el Magnánimo, lo llamó para que, en base a sus merecimientos, le asistiera como jurista, secretario y consejero privado.
Percibida y ejercitada su habilidad para las negociaciones y el servicio de la tarea encomendada, la primera misión política de Alfonso de Borja, dictada por el Magnánimo, trató en conocer y conducir al proclamado papa Clemente VIII, en la línea sucesoria del papa Luna, llamado Gil Sánchez Muñoz, hombre de carácter apacible y poco entusiasmado con la jerarquía que le concedieron el grupo de fieles de Benedicto XIII, sostenido por el monarca de Aragón; aunque tras la proclamación de Clemente VIII figuraba Alfonso V, molesto con las injerencias políticas del papa romano Martín V, proclive a favorecer las pretensiones de Luis de Anjou sobre el reino de Nápoles y cualquier causa contraria a los intereses y deseos de España (algo habitual, y no por ello menos comprensible, a lo largo de la historia vaticana). Alfonso de Borja, delegado máximo, se empeñó en conciliar las adversas voluntades, logrando que Clemente VIII renunciara a su ficticio solio y que cediera la inquina entre el rey magnánimo y el papa de Roma; una carambola a dos bandas que tuvo efecto un tiempo. En agradecimiento a su gestión, Martín V le nombró obispo de Valencia en 1429.
Alfonso V de Aragón, el Magnánimo
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Desde su sede valenciana, Alfonso de Borja participaba con altos poderes en cuantos asuntos le eran demandados. Intervino en la querella por Nápoles y, asimismo, en las difíciles relaciones entre las coronas de Catilla y Aragón; asunto doméstico éste, extranjero aquél. Pero un obstáculo apareció en la buena marcha de las gestiones acerca del rey de Nápoles y en los principios de acuerdo: en Roma se nombró al papa Eugenio IV, quien, en seguida, denunció la concordia con el rey aragonés a propósito de Nápoles, quien a su vez, nuevamente enfadado, incluso agraviado, con la actitud del Estado Pontificio, reaccionó a la contra promocionando a otro antipapa, Félix V.
Alfonso de Borja mediaba como podía, nadando entre dos aguas, para aplacar los ánimos; pero en vano. Alfonso V de Aragón, harto de politiqueos y presencia influyente de los francos en Roma, tomó Nápoles por la fuerza de las armas en 1442, ignorando activamente la aversión hacia su persona de la Santa Sede. Quizá el firme desprecio del monarca aragonés favoreció al cabo una reorientación de la política romana, aunque parcial, que aceptó al asentamiento de Alfonso V como rey de Nápoles y una vía de entendimiento por donde transitaba en ida y vuelta Alfonso de Borja; que esta vez fue recompensado por sus buenos oficios con el capelo cardenalicio.
Conservó la sede valenciana, no obstante su ascenso a la curia, a petición de las partes, frecuentando las provechosas estancias en el Vaticano que le aportaron fama jurídica, diplomática y personal, por sus sencillas costumbres, algo inhabitual, y austero proceder. Iba derecho hacia la cumbre, tal cual había profetizado el luego san Vicente Ferrer, eminente taumaturgo, el primer día que vio a Alfonso de Borja: “Serás papa”.
Calixto III
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Elección que tuvo lugar el 8 de abril de 1445. Alfonso de Borja se convirtió en el papa Calixto III. A su alrededor el mundo se convulsionaba con la caída de Constantinopla, como desastre contemporáneo de mayor enjundia; unido a las inefables intrigas de la política vaticana y el resto en la vieja y disputada Europa, con especial incidencia en la codiciada Roma, suelo de luchas entre los poderosos clanes de los Colonna y los Orsini. Calixto III sucedía a Nicolás V, papa de gustos artísticos e intelectuales.
Al nuevo papa se le reconocía su buen hacer en materia diplomática, lo que le valió el aval de sus colegas cardenales para erigirlo en artífice de concordias y ventajas a la recíproca; claro que los electores no desconocían la avanzada edad del nuevo papa, setenta y ocho años, margen de vida escaso para grandes obras, pero oportuno para el deseado ínterin, entre las que se incluye la revisión del proceso de Juana de Arco que iniciaría la santificación de la doncella de Orleans y la implantación de la oración del Ángelus, al punto horario del mediodía.
Calixto III fue un enamorado de las letras, lo demuestra el inventario de los libros propios que legó al morir; un decidido defensor de Europa frente al expansionismo turco de Mahomed II, lo que dispuso una cruzada que anunció el mismo día en que fue elegido papa y dio forma de bula para su convocatoria poco después; y es notorio su talento militar que concitó la adhesión parcial del rey aragonés —moviéndose en su provecho— y la completa de húngaros y germánicos, amenazados a las puertas de casa por los otomanos.
El caudillo húngaro Juan Hunyadi se erigió, bendecido, como paladín de la cristiandad. Con estrategia y valor, él y su hueste derrotaron en territorio balcánico el año 1456 al ejército turco, más numeroso y mejor pertrechado, además hiriendo al sultán que optó por la retirada a tiro de flecha de Belgrado, llave de varios caminos hacia el corazón europeo. En reflujo el imperio otomano, Calixto III, fervoroso de la oración, medio espiritual de ayuda decisiva a la victoria en la cruzada, celebró el éxito instituyendo para el 6 de agosto la fiesta de la Transfiguración; día en el que casualmente murió el año 1548.
En su pontificado, junto a lo ya expuesto, destacan los nombramientos de tres sobrinos que dieron trabajo a los cronistas y aún más a sus muchos detractores, como señala el historiador Pedro Voltes. Afín a la estirpe, promovió a Rodrigo Borja, antes obispo de Gerona y Oviedo, al cardenalato; luego a ocupar el puesto de vicecanciller de la Iglesia, obispo de Valencia, generalísimo de los ejércitos pontificios y, fuera de la égida de su tío, papa con el nombre de Alejandro VI: el papa Borgia (apellido latinizado). Su sobrino Juan Luis del Milá, obispo de Segorbe, ascendió a la categoría de cardenal. Y Pedro Luis de Borja, hermano de Alejandro VI, recibió el empleo de capitán general de la Iglesia y gobernador del castillo de Sant’Angelo, amén de otras fortalezas de menos renombre y privilegiada ubicación.
Necesario es también citar al francés Jacques Coeur, personaje de confianza para las ambiciones reales franceses, caído en desgracia, que Calixto III sumó a la causa de la cruzada contra los turcos en aguas del mar Egeo en calidad de Almirante; que resultó válido y triunfador. Asegurada la barrera contra el imperio turco, a expensas del belicoso porvenir, Calixto III podía concluir con satisfacción esa parte de su pontificado.
Los restos mortales de Calixto III reposan, igual que los de su sobrino Alejandro VI, el celebérrimo papa Borgia, en la iglesia de Monserrat de Roma.