La figura de Benedicto XIII fue destacada, además de por su protagonismo en el Gran Cisma y de su brillante actividad diplomática y política, también por su apoyo a las artes y su amor por el conocimiento.
Pedro de Luna contaba con una extraordinaria biblioteca, de las más importantes de su época, con volúmenes de teología, filosofía y literatura.
Benedicto XIII apoyó económicamente la creación de diversas obras de arte, entre las que sobresalen las obras del cimborrio de la catedral de la Seo de San Salvador, en Zaragoza, la creación de un claustro en la catedral de Huesca o diversas ejecuciones en el convento bilbilitano de San Pedro Mártir. También costeó la ejecución de varios bustos-relicario, custodiados en la catedral de Zaragoza, representando efigies de santos y apoyó e impulsó varias universidades, como la de Salamanca o la de Glasgow. El propio pontífice realizó algunos escritos, como su famoso Consolaciones para la vida humana, un tratado que pretendía servir de guía para enfrentar las adversidades de la vida.
Pedro Martínez de Luna nació en la localidad zaragozana de Illueca en 1328.
En la adolescencia fue enviado a estudiar derecho canónico a la universidad de Montpellier, donde al correr del tiempo llegó a ser profesor de prestigio.
Sus primeras dignidades eclesiásticas fueron la de canónigo de Tarragona, de Vic, localidad barcelonesa, y de Huesca, arcediano de Huesca y de Tarazona, localidad zaragozana.
En 1367 Pedro Martínez de Luna auxilió a Enrique de Trastámara, entonces derrotado por su hermano en la batalla de Nájera, convirtiéndose en el guía que lo trasladó hasta suelo francés. Pero como la pugna en el linaje Trastámara acabó inclinándose del lado de Enrique, aquel favor sirvió de mucho al futuro Papa Luna.
Hombre inteligente y resuelto, la fama precedía a Pedro Martínez de Luna. En 1375 el rey aragonés Pedro IV el Ceremonioso solicitó al papa Gregorio XI el nombramiento de un cardenal aragonés, sugiriendo el de Pedro Martínez de Luna; aprobación que se produjo el 20 de diciembre del año en curso, asignándole el título de la basílica romana de Santa María in Cosmedin. Tras su nombramiento, Pedro Martínez de Luna se dirigió a la ciudad francesa de Avignon con el papa, pero aquella primera estancia fue breve pues Gregorio Xi tuvo que regresar enseguida a Roma: los Estados Pontificios habían entrado en lucha con Florencia. Tal era la situación que el papa optó por volver a la sede de Avignon; decisión que no pudo completar al sufrir un atentado, que sin llegar a matarlo, aceleró una crisis de salud que causó su defunción en la localidad de Agnani.
Rápidamente los cardenales, entre ellos Pedro Martínez de Luna, organizaron un cónclave sucesorio. Al deseo se opusieron los intereses en liza; los romanos no querían que el nuevo pontífice retornara a Avignon ya que perdían los beneficios que supone tener al papa en sus dominios: demandaron un papa romano o al menos italiano. El colegio cardenalicio sintió el aliento de las amenazas y la brusquedad de las turbas bajo los balcones y a las puertas, lo cual arredró a la mayoría que se decantaba por liquidar el asunto con una elección a la carta, y que huyó a la fortaleza de Castel San’t Angelo al invadirse las dependencias del cónclave. El resultado de la presión fue el nombramiento del arzobispo de Bari como para Urbano VI.
El recién electo pronto se manifestó excéntrico y displicente, un fiasco contrario a sus propios cardenales, quienes a su vez no tardaron en arrepentirse de su elección y proceder a encontrar un sustituto más adecuado a la dignidad del cargo. Las deliberaciones en Agnani, también precipitadas, concluyeron declarando ilegítimo a Gregorio XI y la sede pontificia vacante. El papa ultrajado, Urbano VI, pasó a la ofensiva nombrando de golpe a 29 cardenales, pero como los que anteriormente le nombraron a él ya se habían anticipado a cualquier previsible oposición salió elegido nuevo para Roberto de Ginebra, Clemente VII, declarando la escisión en la Iglesia con dos papas: el Cisma de Occidente.
Los reinos cristianos fueron posicionando sus simpatías en uno u otro para. Así pues, Inglaterra, Polonia, Flandes, Hungría, Portugal y los territorios de la península itálica se decantaron por Urbano VI; mientras que Francia apoyó a Clemente VII y Castilla, Aragón y Navarra apostaron por la neutralidad. En este panorama de intrigas se movió Pedro Martínez de Luna, al cardenal de Aragón, demostrando su gran valía estratégica y diplomática.
Habiendo recibido poderes especiales de Clemente VII para ejercitarse convenientemente, el cardenal de Aragón se entrevistó con los reyes de Castilla, Juan I, y de Aragón, Pedro el Ceremonioso; éste se mantuvo neutral hasta su muerte, mientras que el rey castellano se inclinó hacia Clemente VII en 1380, y los mismo el de Portugal dos años más tarde, y en 1387 el sucesor del Ceremonioso, Juan; por último Navarra dio su conformidad a Clemente VII en 1390, por mediación de Pedro Martínez de Luna.
Un año antes de este cierre de filas de la península ibérica en torno al papa Clemente VII, había fallecido Urbano VI, el papa romano, a quien le sucedió Bonifacio IX.
Cumplida exitosamente la misión, Pedro Martínez de Luna, el cardenal aragonés, regresó a Avignon convertido, además, en legado para Flandes, Francia e Inglaterra. Desde allí intentó encarecidamente conquistar nuevos apoyos para Clemente VII, pero advirtió en sus negociaciones que nada se conseguiría efectivo y duradero para el bien de la Iglesia católica si no se ponía remedio al Cisma, y ello no sería posible, a su juicio, sin lograr la renuncia de los dos pontífices actuales.
A Clemente esta propuesta le disgustó, provocando el distanciamiento entre ambos. Pedro Martínez de Luna se trasladó a París y después a Reus, localidad en la provincia de Tarragona, donde recibió la noticia del fallecimiento del papa Clemente VII.
Con este óbito surgía una oportunidad para terminar con el Cisma, en opinión de los que apoyaron a Clemente; cuestión que no se suscitó entre los cardenales del finado que reunidos en cónclave el 28 de septiembre de 1394 eligieron por abrumadora mayoría, veinte de veintiún votos, a Pedro Martínez de Luna como el papa Benedicto XIII.
Una vez con la tiara en su cabeza, el Papa Luna modificó su postura favorable a la renuncia de los dos pontífices para finalizar con el cisma. En lugar de la via cessionis, la citada renuncia, propuso la via Iustitiae, consistente en un encuentro al mismo nivel entre los dos pontífices y sus cardenales. El Papa Luna era docto en derecho canónico, lo que le daba ventaja en cualquier encuentro presidido por la legalidad.
Por su parte, el monarca francés había organizado una embajada a Avignon, apoyada por los cardenales de Benedicto XIII ansiosos de acabar con el cisma; pero el Papa Luna apostaba fuerte por la via Iustitiae, al fin y al cabo su propuesta, pese a las protestas y revueltas aguantó cuatro años asediado.
Desde 1378 el Cisma asolaba la cristiandad. En 1395, al poco del nombramiento de Benedicto XIII como nuevo pontífice de Avignon, el clero francés se reunió para buscar una salida al conflicto. El rey Carlos VI envió una embajada a Benedicto XIII para informarle de la decisión tomada: lograr la renuncia de los dos papas en liza, él y Bonifacio IX. Pero como el español estaba disconforme con aquella solución, y aunque mostrándose partidario de valorar otras opciones, rechazó la de renunciar. Esta actitud fue mal recibida por el monarca francés, así que los ánimos se exaltaron y la población de Avignon protagonizó revueltas contra el pontífice. Pero Benedicto no cede, convencido de estar en posesión de la verdad. Dado el enroque mutuo, el rey francés declaró en julio de 1398 que Francia retiraba su obediencia al Papa Luna, pidiendo a todos los religiosos que abandonaran al pontífice español. Dieciocho cardenales acatan la voluntad real y trasladándose a Villeneuve. Entonces comienza el asedio.
Tras los muros del palacio-fortaleza papal, Pedro Martínez de Luna, el Papa Luna, Benedicto XIII, resiste el asedio de la corte francesa y los cardenales desleales. La tropa del asedio está al mando del mercenario y aventurero Geoffroy Le Meingre, hermano del mariscal de Francia. La tropa que defiende a Benedicto XIII es escasa, alrededor de 275 efectivos, de los cuales la mayoría no son hombres de espada. Sin embargo, a sus 70 años, Benedicto XIII no se amilana y acude a los lugares de más riesgo para animar a sus fieles, incluso fue herido.
Hombre inteligente, Pedro Martínez de Luna era precavido y contaba con aliados, aunque a distancia. El rey Martín I de Aragón, el Humano, envió 18 galeras de guerra y 8 barcos de carga en auxilio de Benedicto XIII, pero la expedición no llegó a su destino.
Por su parte el rey francés estaba empeñado en finalizar a su favor el asedio, así que propuso que el Papa Luna renunciara si su homólogo en Roma moría o renunciaba. Aceptó el aludido a firmar la capitulación que ponía fin al cisma siempre y cuando se cumplieran las condiciones citadas; hasta que un mes después rectificó su postura, alegando el vicio de consentimiento por coacciones previas, y el asedio continuó.
Contrariamente a lo que pudiera parecer, los partidarios de Benedicto XIII crecieron con el castigo que se le imponía, lo cual supuso un revés a las aspiraciones de los asediadores. Fue entonces cuando Martín I renovó su plan de auxilio por medio de su embajador Jaime de Pradés, quien tenía como verdadera misión la de sacar al Papa Luna de Avignon. Lo consiguieron los rescatadores el día 12 de marzo de 1403, habiendo practicado un agujero en los muros para facilitar la huida de la ciudad.
De inmediato Benedicto XIII envió una misiva jocosa a Carlos VI anunciándole su recobrada libertad después de cuatro años de asedio infructuoso. Los cardenales que le habían traicionado se dieron prisa en suplicar su perdón, que el Papa Luna concedió misericordiosamente, al igual que hizo con los otrora soliviantados habitantes de Avignon que ahora, en agradecimiento, restituyeron su obediencia al sumo pontífice.
Seguro de su poder, Benedicto XIII siguió adelante con la via Iustitiae. Mandó una embajada a Bonifacio IX para encontrarse en zona neutral, pero el papa romano declinó el ofrecimiento porque era consciente de su inferioridad. No obstante su negativa, Bonifacio IX dejó de ser un problema al fallecer enseguida, aunque el problema, o sea, el cisma en la Iglesia persistió por el empecinamiento de los cardenales romanos que optaron por escoger un sucesor al finado: le correspondió el papado a Inocencio VII.
Ante la reiteración de sus adversarios, Benedicto XIII pensó en un ataque militar sobre Roma, pero Aragón y Francia no estaban dispuestos a secundar ese plan. Al Papa Luna le trajo sin cuidado la falta de apoyo, y por su cuenta y riesgo comenzó a preparar un ejército en el puerto de Marsella, incluidos corsarios del Mediterráneo. Dispuesto lo que consideraba pertinente, inició la campaña a finales de 1404, con 76 años a cuestas. Mientras la flota, soportando penalidades, navegaba hacia Roma, Inocencio VII falleció. Enterado del suceso, Benedicto XIII propuso a los cardenales romanos que se abstuvieran de elecciones sucesorias por esta vez, prometiendo reconocerlos como cardenales legítimos. Hicieron caso omiso y para cuando Benedicto XIII llegó a Roma ya había otro papa esperando en el trono de Pedro: Gregorio XII. Pero este para, a diferencia de sus predecesores, sí aceptó reunirse con el de Luna a fin de terminar la división de la Iglesia; tuvo lugar el encuentro el 29 de septiembre de 1407 en la ciudad de Savona.
Benedicto XIII se presentó, cumpliendo su promesa, y Gregorio XII excusó la suya sucesivamente modificando fechas y lugares en un intento de ganar tiempo al anciano.
Este fue el germen para la celebración de un Concilio, auspiciado por el rey francés, en el que Benedicto XIII sumaba el apoyo de los cardenales que abandonaron a Gregorio XII por su actitud cobarde. La fecha impuesta fue la del 24 de mayo de 1408. Al cabo, nada cambió, por lo que Carlos VI declaró su neutralidad ante ambos pontífices; algo que disgustó a Benedicto XIII y le condujo a excomulgar al rey francés con todos sus súbditos.
Pedro Martínez de Luna regresó a la Corona de Aragón, a la par que algunos de sus cardenales se prestaron a organizar un Concilio en Pisa. En tan señalado acto participaron más de mil personas entre cardenales, teólogos, obispos y embajadores, resultando la declaración el 5 de junio de 1409 de que ambos Papas eran cismáticos, herejes y perjuros, siendo, por consiguiente, expulsados de la Iglesia.
Puesto que ninguno de los considerados culpables aceptó el veredicto, ambos mantuvieron la propia consideración de pontífices legítimos. Pasados unos meses, los miembros del Concilio nombraron único Papa a Alejandro V. Pero la realidad era que tres papas contendían por el mismo trono.
Pedro Martínez de Luna. Benedicto XIII
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El octogenario Benedicto XIII vivió la muerte de su aliado Martín I de Aragón, y el de su hijo y sucesor, Martín de Sicilia. Ante esta importante pérdida de apoyo, en 1412 propuso la celebración de una cumbre con los representantes de la Corona de Aragón, de la cual salió elegido como rey Fernando de Antequera, el favorito de Pedro Martínez de Luna.
A todo eso, también había fallecido el papa Alejandro V. Le sucedió Juan XXIII, quien de acuerdo con el emperador Segismundo I, convocó un Concilio en Constanza.
El rey Fernando se reunió con el Papa Luna en la localidad tarraconense de Tortosa para convencerle de que renunciara. No lo consiguió. En cambio, al inaugurarse el Concilio de Constanza en 1414, al que no acudió Benedicto XIII ni sus emisarios, que posteriormente se incorporaron, Gregorio XII y Juan XXIII abdicaron de su condición papal. Benedicto XIII se negó a renunciar, aunque prometió hacerlo si se le retiraban las condenas impuestas en el Concilio de Pisa; y como único cardenal vivo nombrado por Gregorio XI, el último papa anterior al Cisma, recordó que sólo él estaba legitimado para elegir nuevo pontífice.
La disputa de Benedicto XIII contra todos fue aislándolo. En 1416 la Corona de Aragón le retiró oficialmente su obediencia; mientras, en el Concilio de Constanza, que se prolongó hasta abril de 1418, se decidió unánimemente retirarle la dignidad pontificia: la sentencia se publicó en julio de 1417. El papa resultante fue Martín V y con él finalizaba el Cisma.
Pedro Martínez de Luna se trasladó a la fortaleza templaria de Peñíscola, en la provincia de Castellón, sobre un peñón a orillas del mar Mediterráneo. Allí siguió, nonagenario, considerándose el pontífice legítimo.
Y sus contrarios maquinaban no ya convencerlo sino eliminarlo. El legado papal, cardenal Adimari, ordenó a un fraile que envenenara a Pedro Martínez de Luna; este fraile, procedente de la gerundense localidad de Bañolas, entregó el veneno al camarero personal del Papa Luna, de nombre Domingo Dalava. El envenenado enfermó, pero se restableció pronto con gran sorpresa del ejecutor y los intrigantes. La acción criminal fue descubierta y castigado con la muerte el fraile, al tiempo que el legado papal regresaba a Roma.
Falleció el Papa Luna el 23 de mayo de 1423, a los 95 años de edad, habiendo nombrado a cuatro cardenales con el encargo de elegir a su sucesor: Gil Sánchez Muñoz, Clemente VIII, quien renunció al papado en 1429.