El Imperio en el Mediterráneo y el Atlántico: Campañas del almirante Gravina
Nacido en Palermo, capital de la isla de Sicilia, en 1756, Federico de Gravina es un marino español que en 1775 sentó plaza de guardiamarina en Cádiz, y un año después tomaba parte en las expediciones contra las colonias portuguesas de Brasil, y sucesivamente contra los corsarios argelinos en 1778, en el bloqueo de Gibraltar en 1779 y en la conquista de Menorca en 1781.
Con sólo 36 años, en 1791 fue promovido al grado de General jefe de la Escuadra a las órdenes del Teniente general de la Real Armada José de Mazarredo y Salazar.
En su meritoria carrera militar destacan las acciones de Gibraltar, Tolón, Cádiz y las Antillas, episodios que convirtieron a Gravina en un competente y prestigioso marino.
Ya como jefe de la Escuadra española, participó en el infausto combate de Trafalgar, acaecido el 21 de octubre de 1805, a las órdenes del errado y vanidoso vicealmirante francés Villenueve. En el consejo de guerra previo a la acción quiso convencer a Villeneuve para que modificara su a todas luces catastrófico plan de batalla, pero no lo consiguió y el resultado además de darle la razón supuso una derrota mortal para España y sus heroicos marinos. Pese a batirse con valor y honor hasta lo imposible, a bordo del navío Príncipe de Asturias, que arbolaba su insignia, contra un enemigo muy superior en número, Gravina cayó herido y a consecuencia de ellas falleció en Cádiz el 2 de marzo de 1806.
Campañas de Federico Gravina en América
La historiadora María del Carmen Fernández de Castro ha publicado una memoria sobre las campañas de Gravina en el continente americano, que a continuación resumimos.
El primer destino en la Armada de Gravina lo trasladó a América. Tenía diecinueve años, y con el empleo de alférez de navío embarcó a bordo de la fragata Santa Clara, una de las naves que formaba parte de la expedición al mando del general Pedro de Ceballos, que viajaba al Nuevo Mundo a recuperar las posesiones españolas ocupadas por la escuadra y nueve regimientos a las órdenes del ministro portugués marqués de Pombal. Una vez en la isla de Santa Catalina, que los españoles la recuperaron en una sola jornada, Gravina fue el responsable de intimar la rendición al castillo de la Ascensión que enarbolaba la bandera portuguesa. Poco más hubo en esa guerra de avistamientos y soslayos. Gravina embarcó en el navío San Damaso, como ayudante de la Mayoría General y sin otro incidente acabaron las hostilidades con la vuelta a la situación precedente y una nueva negociación de paz en el lugar de los acuerdos.
El segundo contacto de Gravina con América careció de belicismo. En esta ocasión su encomienda fue la de transportar a Cartagena de Indias al jefe de Escuadra Joaquín Cañaveral, nombrado gobernador de aquella plaza sustituyendo a Raimundo de Buonacorsi. La fragata elegida fue Nuestra Señora de la Paz, dotada con 34 cañones, que mandada por el capitán de navío Gravina, luego de partir de Manila, llegar a Cartagena y salir hacia La Habana, completó el periplo en un tiempo inédito de setenta y siete días, de los cuales en quince imperó la calma chicha. La navegación de Gravina resultó modélica, sin hacer capa ni acortar vela, afianzado en el punto de longitud calculado por los relojes Arnold y comprobado con las observaciones del Sol y la Luna; tampoco se registraron bajas en la tripulación, apenas variada, durante el extenso viaje que iniciado en Manila tocó los puertos de Cádiz, Cartagena de Indias, La Habana y otra vez Cádiz para el desembarco final.
La controversia de las factorías
En 1790 surgió una controversia con tintes de guerra entre Inglaterra y España por el derecho de ésta a establecer factorías en las costas de América del Norte. Ante lo que pudiera desencadenarse, de Cádiz partió una escuadra hacia esa dirección, al mando del marqués del Socorro, en la que el brigadier Gravina embarcaba como capitán en el navío San Francisco de Paula. Aunque no hubo guerra como tal, en la bahía-ensenada de Nootka, en la costa occidental americana del Pacífico septentrional, los españoles procedieron a capturar unos barcos ingleses allí recalados; que tras las oportunas negociaciones quedaron libres, los españoles con el derecho al establecimiento de factorías y aquí no ha pasado nada.
Como tampoco pasó nada perjudicial, y entonces por la inteligencia de Gravina, con el proyecto de conquistar la isla de Trinidad de Barlovento. La orden real para esta acción, fechada el 1 de febrero de 1798, llegó en forma de oficio a la escuadra de Mazarredo, cuyo segundo jefe era Gravina; y en ella constaba que había de partir rumbo a América una escuadra compuesta por seis navíos y dos fragatas con tropas destinadas allá y el objetivo de tomar la isla de Trinidad de Barlovento; recaído el mando en Gravina, y Cosme Damián Churruca había de integrarse en la expedición, a preferencia de Gravina, por su conocimiento de aquellas aguas cuya carta había levantado. El rey confiaba en Gravina, pero él nada podía garantizar sin el número suficiente de efectivos; cosa que transmitió a Godoy en una carta donde expuso que, dado el interés de los ingleses por conservar la isla de la Trinidad, a buen seguro la habrían fortificado y guarnecido convenientemente, por lo que el número de cinco mil hombres para su reconquista parecía corto. La respuesta de Godoy se ajustó a las órdenes que Gravina había recibido anteriormente; a lo que este replicó con otra misiva cuya respuesta le confirmó el temor que le rondaba: el rey de España desistía de la conquista.
Expedición a Santo Domingo en auxilio de Francia
España y Francia acordaron la Paz de Amiens en 1802; feliz noticia para las armas españolas. Pero como al gobierno francés interesaba el apoyo militar de los españoles, el primer cónsul Bonaparte, aduciendo el vigor del Tratado de San Ildefonso (el doble tratado, de 1796 y 1800), pidió una flota de cinco navíos españoles que acompañara a la escuadra francesa en su misión de sofocar la rebelión de los negros en la isla de Santo Domingo.
Gravina, a la sazón Comandante General de la Escuadra, se resistía a zarpar con unos barcos inadecuados y unas tripulaciones mal equipadas y alimentadas. Y aunque su oposición fue tenaz, más aún impresionó al embajador español en París, Nicolás de Azara, las amenazas de Bonaparte; de modo que Gravina puso rumbo a Santo Domingo, embarcado él en el navío Neptuno, con su capitán de bandera Cayetano Valdés.
No eran baladíes las quejas que elevó a Godoy por el estado de las naves; de hecho, tuvo que variar la ruta para recalar en El Ferrol en procura de reparaciones urgentes, que se prolongaron durante catorce días. Pasados los cuales puso proa al punto de encuentro con el grueso de la flota, el cabo Samaná, dirigiendo personalmente la derrota en colaboración con Valdés.
El 29 de enero de 1802 llegaban a Panamá, anticipándose a la escuadra del almirante Villaret. En aquellas aguas esperaban los contralmirantes franceses Latouche-Tréville y Delmotte; Villaret, con el general en jefe Leclerc, cuñado de Napoleón y responsable de sofocar la revuelta, arribó al día siguiente y de inmediato comenzó la acción de aproximación y desembarco a la costa de Santo Domingo. Escribió Gravina a Godoy al respecto de la operación conjunta: “Yo he tenido la satisfacción de que en la mañana del 5 [febrero] vinieran a bordo de este buque [Neptuno] el general en jefe Leclerc, acompañado de dos ayudantes, a darme las gracias por lo bien que se ha conducido nuestra oficialidad y por la inteligencia y prontitud con que ejecutaron el desembarco, añadiéndome que nuestras embarcaciones menores eran las que más se habían distinguido. Y persuadido yo de que V.E. oirá con igual gusto los elogios que públicamente ha dispensado y dispensa a nuestra oficialidad un general en jefe extranjero, he creído propio de mi obligación dar cuenta a V.E. de ello, para que lo eleve a la noticia de Su Majestad [Carlos IV]”.
Regresó Gravina con su escuadra, tras una estancia en La Habana para cargar caudales, con el presentimiento que el desembarco en Santo Domingo no suponía el final del conflicto: “Esta expedición en lo venidero podrá costar al Gobierno francés una larga guerra, mucha sangre e inmensos tesoros si los negros no deponen las armas”.
Gravina fue recibido en España con honores, no sólo por los méritos de guerra, sino también por haber incorporado a los barcos unas “máquinas de purificar el agua” (especie de filtros de purificación), que habían conseguido mejorar sustancialmente la salud de las tripulaciones. Asimismo, fueron publicadas en La Gaceta Las alabanzas de Leclerc y Villaret para público conocimiento de “la lealtad, franqueza y firmeza” de la expedición española tan bien mandada por Gravina. El rey le concedió la Gran Cruz de Carlos III.
Federico de Gravina
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La última expedición americana. Las Antillas
Conoció Federico Gravina de las actuaciones políticas mientras ejerció como embajador de España en París, siendo su mayor éxito el de haber negociado un tratado con Napoleón Bonaparte que dejaba en suspenso las aspiraciones megalómanas del francés.
Ya en España mantuvo una reunión con Godoy que le apremiaba a disponer la Escuadra en función de la alianza que Gravina no podía, ni quería, sospechar en beneficio de los franceses; tal extremo no le pasaba por la cabeza de ninguna manera.
Presto a la obediencia, como había demostrado sobradamente, en Cádiz armó seis navíos, y en el llamado Argonauta, de 80 cañones y muy marinero, embarcó enarbolando su insignia.
El viaje a la Martinica, isla de las pequeñas Antillas, duró un mes. En Puerto Real, en la citada isla, aguardaban los navíos que se desunieron al abandonar el puerto de Cádiz; el capitán Vázquez de Mondragón, al mando del Terrible, dio cuenta a Gravina de la aventura que vivieron antes de llegar a destino, habiendo echado a pique a los corsarios ingleses que se encontraron en la ruta. Escribió Gravina a Vázquez de Mondragón el siguiente texto (un extracto del mismo): “Todo lo practicado por V.S. para reunir los buques separados de mi insignia [los navíos Terrible, Firme, San Rafael, España, América y la fragata Magdalena], por la precipitación de nuestra salida [que Villeneuve encomió con la frase: “Su salida (en referencia a la determinación y presteza del almirante Gravina) equivalía a una victoria”] hasta su llegada a este puerto, es una prueba del acreditado celo, inteligencia y acierto con que en todas ocasiones ha desempeñado V.E. las comisiones que la piedad del rey ha puesto a su cuidado; y el partido tomado con los corsarios ingleses apresados nada me deja que desear: yo tengo la más particular y sincera complacencia en manifestarlo a V.S., para su satisfacción y en respuesta a su oficio de ayer [13 de mayo de 1805] detallándome todo lo ocurrido, y en la primera ocasión que se presente daré cuenta oficial a la superioridad para hacer a V.S. la justicia a que se ha hecho acreedor”.
La Escuadra española participó decisivamente en la conquista del territorio insular ocupado a los franceses por los ingleses; destacando en las acciones de desalojo el ayudante de Gravina, Rosendo Porlier, y el sobrino del almirante, Pedro Rotarbartol, a quien llevó consigo en toda la campaña. La feliz ocasión del triunfo animó a Gravina a solicitar del pusilánime Villeneuve el asalto y toma de la isla de la Trinidad, largamente ambicionada por él, y también, cabe decirlo, por Godoy, y no así por Carlos IV. Y, de nuevo, hubo que dejarlo correr.
De regreso a Europa para entablar nuevas batallas, la alianza naval dio vista y alcance a un convoy inglés, al que cazaron y del que obtuvieron una valiosa información que resultó estéril por la cobardía del francés: Nelson estaba en Barbada con ocho navíos de línea únicamente; una buena oportunidad para derrotarlo. Con alas en vez de velas Villeneuve ordenó poner la proa hacia Europa sin dilación (¿hubiera sido el deseo de Napoleón Bonaparte y su ministro de Marina Decrés este arrebato de escapada, como no lo era de Gravina y los capitanes españoles?), avistando las costas gallegas y luego, en una pésima decisión, fue a encerrarse en el puerto de Cádiz del que salieron las naves para deshacer su poderío en la malhadada batalla de Trafalgar.