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Expedición Hidrográfica del Atlas de la América Septentrional. Cosme Damián Churruca

“Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto”


Patriota con ejemplo diario, eminente cartógrafo y matemático, intrépido explorador, brillante y heroico militar integrado en la oficialidad de la Armada Española denominada “de los científicos” y comandante de la Expedición Hidrográfica del Atlas de la América Septentrional, Cosme Damián Churruca y Elorza, natural de la Guipuzcoana villa de Motrico, nació en 1761. Su ardua labor en los ámbitos de la navegación exploradora y el estudio científico contribuyó al avance de las nuevas ciencias y técnicas de la Marina nacional, revitalizada con el impulso de los ilustres José Patiño y Rosales y Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada.
    Salido de su villa natal con vocación marinera, primero fue a cursar humanidades (estudios de bachillerato) en el seminario de Burgos, ingresando en 1776, con quince años de edad, en la Academia de Guardiamarinas en Cádiz; dos años después finalizó su carrera en El Ferrol con el despacho de alférez de fragata.
    Una vez licenciado, actuó embarcado a bordo del navío San Vicente y la fragata Santa Bárbara contra los británicos en varias campañas, la postrera en esa época en el asedio de Gibraltar entre 1779 y 1783, a las órdenes del general Martín Álvarez de Sotomayor, con los reputados marinos Juan de Lángara, Luis de Córdova y Antonio Barceló, y junto a Federico de Gravina, con quien alcanzaría honores en Trafalgar. Acto seguido, habiendo cumplido con lo que se le encomendaba, solicitó y obtuvo plaza en el curso de estudios sublimes en El Ferrol, de reciente creación, destinado a los oficiales con mejores dotes cuyo objetivo era el de conseguir una Marina óptima para la defensa de los territorios nacionales, el aseguramiento de las rutas comerciales para el comercio ultramarino y el envío de expediciones científicas de buen provecho. En esta etapa amplió sus conocimientos de matemáticas, física y astronomía, presentando a la imprenta un trabajo que resultaría de los más considerados de su producción: Instrucciones sobre puntería para los bajeles del rey.
    Infatigable en la observación astronómica, dedicando gran interés práctico a la medición de los astros, fuente primordial para la correcta navegación, dio entusiásticamente en participar en distintas empresas militares y no menos fervoroso en la colaboración con instituciones de la Marina queriendo revertir su evidente decadencia.
    La misión inaugural de Churruca lo llevó al Estrecho de Magallanes (Estrecho de la Madre de Dios, en tiempos de Pedro Sarmiento de Gamboa), zona de interés geoestratégico y comercial pese a su intrincado acceso y frecuentes inclemencias, para completar su cartografía y las especiales características de sus fieras aguas; el diario de navegación fue publicado en 1793 como apéndice a la edición de Fernando de Magallanes, y también dio a conocer su Relación sobre la Tierra de Fuego, elaborando a la par multitud de mapas y estudios de la inhóspita región. Con Churruca embarcó su compañero del curso de estudios superiores Ciriaco Ceballos, ambos encargados prioritariamente de las tareas astronómicas y geográficas. Superadas a duras penas las múltiples dificultades, los resultados del viaje sobre las circunstancias de la navegación en aquellas remotas latitudes: corrientes marinas, fuerza de los vientos, altura y frecuencia de las olas, impacto de las mareas, sirvieron para establecer un paso más seguro y definitivo entre los océanos Atlántico y pacífico y para demostrar la solvencia de la ciencia hidrográfica española en manos, cabeza y espíritu de los muy bien formados marinos.
Cosme Damián Churruca
Imagen de foros.todoavante.es

Expedición Hidrográfica del Atlas de la América Septentrional
De vuelta a España fue incorporado al equipo del Observatorio de Marina de Cádiz, y al poco fue nombrado comandante de la ambiciosa expedición al Caribe y América del Norte con el propósito de perfeccionar las cartografías existentes. Se le denominó Expedición Hidrográfica del Atlas de la América Septentrional, siendo en realidad dos expediciones en una, mandadas por Churruca y Joaquín Francisco Fidalgo, con los navíos Descubridor y Vigilante, que zarpó en 1791. La expedición debía recorrer las Antillas Menores, o Pequeñas Antillas (en poder de otros Estados), para comprobar su extensión individual y conjunta, los canales de separación entre ellas y las posiciones astronómicas. No pudo desarrollarse según el plan previsto, pues debían reconocerse también las costas de Cuba y el canal de las Bahamas y después explorar la costa norte del Seno Mexicano desde la desembocadura del río Mississippi a los litorales de Luisiana y Florida. No fue posible. Arribados a la isla de Tobago pusieron proa a Puerto España, capital de la isla de Trinidad, estableciendo aquí el meridiano de referencia para todas las mediciones.
    Churruca y Fidalgo elaboraron una nueva carta náutica en sustitución de la Carta de Trinidad levantada por Cayetano Llorente: ambos marinos se repartieron la cartografía del litoral de Trinidad, incluidos los bajíos y los escollos dificultando la navegación, las poblaciones a la vista y la averiguación de la longitud y latitud.
    La expedición continuó sus observaciones en la vecina isla de Tobago y las islas inglesas de Granada, Granadinas y San Vicente, no pudiendo visitar las de dominación francesa por hallarse en poder de los revolucionarios.
    Se dirigieron a Puerto Rico para reponer fuerzas y encontrar reemplazo a los hombres enfermos y exhaustos tras la penosa navegación de los meses precedentes. Una tarea impedida en gran parte por la situación bélica imperante y la llegada del invierno: circunstancias que pese a lo desfavorable sirvieron, aprovechando el tiempo, para elaborar el plano del puerto de San Juan y desde esta base recorrer las aledañas islas Vírgenes.
    Ante la persistencia de la situación de peligro en el Caribe y a bordo de unos barcos escasamente preparados para llevar a cabo los trabajos científicos y a la par defenderse de posibles ataques, Churruca decidió regresar a Puerto España en Trinidad navegando el exterior de las Pequeñas Antillas, observándolos a medida que por ellas pasaban: San Eustaquio, San Bartolomé, San Cristóbal, Nieves, Montserrat, Dominica y Martinica. Una vez en Trinidad, centro activo de estudios náuticos por aquel entonces de investigación, ordenaron los resultados y en agosto de 1794 recibieron la orden de volver a España para relevar la tripulación; habían transcurrido tres años y cuatro meses desde la partida.
    Tiempo después, Churuca lamentaba y denunció que debido a los cambios políticos se olvidasen sus trabajos sobre unas costas más conocidas por las demás naciones que por la española, declarada no obstante la pretensión de conservarlas. Finalmente, entre 1802 y 1811, varias cartas esféricas y geométricas vieron la luz, entre ellas una de las Antillas y otras de la isla de Puerto Rico, titulada genéricamente Carta esférica de las Antillas y la particular geometría de Puerto Rico, fechada en 1802. Toda la documentación conseguida durante la travesía acrecentó la fama de los resultados científicos de la Expedición Hidrográfica del Atlas de la América Septentrional.
Imagen de sellosdelmundo.com

Cumplía treinta y dos años Churruca en 1793 con los méritos contraídos en la tarea científica, y en premio, pese a su juventud para ello, se le otorgó el mando del buque Conquistador; a sus dotes innatas como jefe se unían las de marino práctico.
    En 1795 fue comisionado para visitar en París lugares donde se desarrollaba su especialidad, amén de ampliar sus conocimientos científicos en beneficio de España; en la capital francesa recibió un trato atento y distinguido, al extremo que en esa fecha el primer cónsul, Napoleón, le hizo entrega de un sable de honor.
    Un merecido periodo de reposo en su localidad natal, dio paso a la incorporación a las armas en 1803, esta vez al mando del navío Príncipe de Asturias; y pasados dos años fue de su responsabilidad el navío San Juan Nepumoceno, del que se ocupó también del armamento y la puesta a punto, y donde falleció, con los entorchados de Brigadier de la Real Armada Española, el 21 de octubre de 1805 en glorioso acto de servicio.
El sacrificio de la gran flota española en Trafalgar es el resultado de la alianza lamentable con la Francia napoleónica, juntas las dos Armadas bajo el incompetente y cobarde mando del almirante Pierre Villeneuve, de infausta memoria.
    Los españoles contaban con magníficos barcos, entre ellos el de mayor tamaño existente, el navío Santísima Trinidad, y unos marinos excepcionales como Federico de Gravina (que perdió un brazo, de cuya resulta murió a los pocos meses), Dionisio Alcalá Galiano (acribillado y decapitado en su puesto de mando por descargas y proyectiles), Francisco Alcedo y Bustamante (destrozado por una bala de cañón) y el propio Cosme Damián Churruca. Éste contemplaba abatido las disposiciones del almirante francés, sobre las que expresó lo siguiente: “Nuestra vanguardia será aislada del cuerpo principal y nuestra retaguardia se verá abrumada. La mitad de la línea estará obligada a permanecer inactiva. El almirante francés no lo entiende. Sólo ha de actuar con osadía, sólo ha de ordenar que los barcos de la vanguardia viren de nuevo a sotavento y se sitúen detrás de la escuadra de retaguardia. Eso colocaría al enemigo entre dos fuegos. ¡Estamos perdidos!” De manera premonitoria, triste y realista, declaró a su genbte que “Antes de rendir mi navío lo he de volar o echar a pique”; y a su entrañable hermano político José Juan Ruiz de Apodaca y Eliza (que rescataría cuanto pudo de la derrota en Trafalgar y llegó a ser Comandante general de la escuadra del Océano, embajador en Londres, capitán general de Cuba y las dos Floridas, virrey de Nueva España (1816-1821) y capitán general de la Armada): “Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto”.
    El navío de Churruca fue rodeado y cañoneado por seis ingleses en el transcurso de la desigual batalla. Acudía presto a donde mayor riesgo se corría para infundir el valor que a los españoles no faltaba y luchar como el primero supliendo las bajas continuas, hasta que recibió el impacto de una bala de cañón que le amputó la pierna. “No es nada, siga el fuego”, animó escapándosele la vida; aún pudo disponer en su agonía que no se rindiera el navío mientras él estuviera vivo. Por su parte, Villeneuve, en consonancia con su actitud previa, se dejó hacer prisionero; aunque acabó suicidándose.
Cosme Damián Churruca
Imagen de elpetatedelmarinero.blogspot.com


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