Dos instrumentos similares que culminaron su viaje histórico en España configuraron el origen de la guitarra española. A uno se le denomina la guitarra morisca, venido de las culturas caldea y asiria, evolucionado y caracterizado en España; al otro, traído a España desde Asia Menor por los caminos de la Grecia clásica y la Europa medieval, pariente del laúd, se le denomina guitarra latina.
La guitarra morisca presentaba la espalda abombada, el contorno oval y las clavijas laterales o frontales; la guitarra latina ofrecía plano el fondo, estrangulado el perfil y con clavijas en la parte posterior.
En el siglo XV proliferaron las guitarras en manos de los juglares, ofreciendo sus recitales en las cortes europeas, principalmente en las hispánicas. En la época renacentista, la guitarra española consiguió afianzarse tanto en su forma como en su repertorio; había desaparecido la guitarra morisca, sustituida por el laúd, mientras que la guitarra latina derivó en su exterior hacia la familia de la vihuela.
La primera obra impresa para guitarra fue Tres libros de música en cifra, de Alonso de Mudarra, en edición de 1546.
En 1586 apareció impreso el primer método para el instrumento, titulado Guitarra española y bandola en dos maneras de guitarra, de Joan Carles Amat, donde trata de la afinación y de su utilización como instrumento acompañante, indicando acordes y rasgueos.
Finalizada el periodo de consolidación y auge en detrimento de la vihuela, la guitarra perdió apoyo durante el Barroco, dejando de interesar la música culta de guitarra a los compositores barrocos más decantados hacia el arco y la tecla. De esta manera, la guitarra española caló en el acervo popular como elemento de recreo y de manifestación sentimental, aunque un selecto grupo de músicos la mantuvo vigente en la cultura que venía de la tradición; citamos a Francisco Guerau, con su Poema harmónico, de 1694, y a Gaspar Sanz con su Instrucción de música sobre la guitarra española, de 1674. Hasta que con la publicación en 1734 de la obra Pasacalles y obras por todos los tonos naturales y accidentales, de Santiago de Murzia, la guitarra española vuelve a la cima del refinamiento interpretativo.
Ya proyectada definitivamente en la segunda mitad del siglo XVIII, la guitarra española sintió el afecto de Luigi Boccherini, que introdujo la guitarra en su música de cámara, de Mauro Giuliani, compositor de numerosos conciertos, sonatas y estudios para la guitarra española, y Fernando Sors, autor e intérprete magistral. A ellos siguieron, nacidos en el siglo XIX, los maestros Francisco Tárrega, Miquel Llobet, Graciano Tarragó, María Luisa Anido, Regino Sainz de la Maza y Andrés Segovia. Y en el XX, los guitarristas Julian Bream, John Williams, Emili Pujol, José Tomás y Narciso Yepes, entre los más famosos, que han interpretado composiciones de Manuel de Falla, Manuel María Ponce, Heitor Villa-Lobos, Mario Castelnuovo-Tedesco, Joaquín Rodrigo, Benjamin Britten, Alberto Ginastera, Malcolm Arnold, Stephen Dodgson, Richard Bennet y Juan Leovigildo Brouer.
La guitarra española, también denominada guitarra clásica, está encordada con seis cuerdas. Se compone de una caja acústica con una boca u oído central y un fileteado lateral; un mástil, esbelto y rematado por un clavijero, está dividido por trastes metálicos que acortan la cuerda por semitonos al apoyar el dedo sobre el diapasón; el diapasón es una pieza de madera dura colocada en la parte frontal del mástil; un puente plano situado sobre la tapa armónica sujeta las cuerdas que se tensan desde el clavijero; unos arcos laterales y espalda o fondo plano.
La excepcional versatilidad de la guitarra española hace que pueda emplearse en la música clásica, la popular, el jazz o el flamenco; además de facilitar el aprendizaje musical en todas las edades. Su absoluta raigambre culta unido a su uso generalizado, vincula la guitarra española a la mayoría de movimientos musicales con independencia de la moda que los impulsa.