Culmen en España del nacionalismo musical, Manuel de Falla, continúa la recuperación para la música culta de las formas y el espíritu del folclore español tradicional, iniciada por Isaac Albéniz y Enrique Granados a instancias de Felipe Pedrell, que fue el precursor.
Manuel de Falla
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Manuel de Falla y Matheu nace en Cádiz el año 1876 con ascendientes directos vinculados a la música culta, cantantes e intérpretes de ópera y obras de Beethoven y Chopin que acompañan su introvertida infancia. Tampoco le faltaron en su ciudad natal profesores, músicos de prestigio, como el violoncelista Salvador Viniegra, y otros aficionados que le proporcionaron una instrucción suficiente para que sintiera el aliento que le condujo firmemente desde entonces por ese derrotero. Pronto surgieron sus primeras composiciones que interpretaba al piano, en ocasiones acompañado por su madre, y nuevas a continuación que evidenciaban el talento del joven Falla.
A los 17 años, en 1893, Manuel de Falla decide que la música va a ser su vida.
En plena adolescencia, viaja repetidamente a Madrid para estudiar con José Tragó, el mejor pianista español de la época. Completó en dos años los siete cursos exigidos por el Real Conservatorio de Música y Declamación, obteniendo el primer premio de piano.
Finalizado este periodo de aprendizaje retoma la composición con una melodía para violoncelo y piano, una serenata y cinco obras de zarzuela, dos de ellas en colaboración con Amadeo Vives, de las cuales es La casa de tócame Roque, de 1900, la que más agrada al autor.
En 1901, y durante dos años, Manuel de Falla acude como alumno al magisterio de Felipe Pedrell, quien le revela la tradición de los polifonistas españoles del siglo XVII y le transmite la necesidad de crear una escuela de música nacional española.
Al cabo de esta experiencia docente, compone su primera gran obra, La vida breve, fechada en 1904, ópera en dos actos con libreto de Carlos Fernández Shaw con la que participa y gana el concurso de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; y también participa y gana el premio de piano Ortiz y Cussó, ambos en 1905. Pero hasta noviembre de 1914 no se estrenó la ópera en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.
Una compañía de mimo en gira por Europa le contrata y así llega a París en 1907; y avalado por Dukas, a quien impresiona La vida breve, se queda y aprende de tan reputado maestro. Pronto conoce a Fauré, a Debussy, que alaba la obra de Falla, y a su compatriota Albéniz, que fallece en 1909.
También conoce al pianista Ricardo Viñes, gran intérprete de Debussy y Ravel, en cuya obra descubre su carácter típicamente español “logrado por el libre empleo de las sustancias rítmicas, modal-melódicas y ornamentales de nuestra lírica popular”.
En París los apuros no remiten y su salud se deteriora, lo que no obsta para que a base de impartir clases y traducciones consiga salir adelante y publicar las Cuatro canciones españolas; composición que ya tenía avanzada antes de abandonar Madrid y que gracias a una beca concedida por el rey Alfonso XIII pudo concluir y estrenar en París en 1909 y en Madrid en 1912.
Por fin estrena La vida breve, primero en Niza, en abril de 1913, y luego en París, en enero de 1914. Un resumen de la crítica sobre la ópera expresa: “La impresión de la tierra de España, el sentimiento del paisaje, del cielo, del día, de la hora, envuelven en todo momento la acción y los personajes como una atmósfera sutil. Ningún exceso de color, ninguna búsqueda del efecto brutal, fina sobriedad, matices delicados y precisos, discreción, selección y buen gusto”.
El estallido de la Gran Guerra marca su retorno a España.
Instalado en Madrid, culmina su obra Siete canciones populares españolas que estrena en enero de 1915 en la capital de España; de la que Strauss dijo que por ellas merecía Falla pasar a la historia de la gran música.
Tres meses después se representa en el Teatro Lara de Madrid El amor brujo; luego en Barcelona, cosechando mejores críticas. Permanece un tiempo en Sitges, acogido por el pintor Santiago Rusiñol, y en esa localidad completa Noches en los jardines de España, suite de tres nocturnos para orquesta y piano solista, dedicada al pianista Ricardo Viñes, cuyo estreno tuvo lugar en el Teatro Real de Madrid en 1916.
Por esta época, Diaghilev, que en diversas ocasiones había pedido a Falla una obra para sus Ballets Rusos, alcanza un acuerdo de composición para adaptar El sombrero de tres picos, ballet estrenado en 1919 en el Alhambra Theatre de Londres (que Falla posteriormente completa con dos suites, la número y la número 2, ambas de 1921), en una versión mímica titulada El corregidor y la molinera, estrenada primero en Madrid en 1917, bajo la dirección de Joaquín Turina, y posteriormente, con Diaghilev, en Londres, el año 1919.
Tras la muerte de sus padres Falla se instala en Granada. Trabaja en dos encargos: uno del pianista Arthur Rubinstein, Fantasía bética, de 1919; el otro una ópera para representar en el teatro de títeres de la princesa de Polignac, El retablo de Maese Pedro, entre 1919-1922, inspirada en los capítulos 25 y 26 de la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, donde se cuenta la historia de Melisendra.
Con estas obras Falla consigue un ascenso nacional a su música y se adentra en un camino de mayor rigor, tensión y despojamiento expresivo, en busca de una música de valores más universales.
En 1922 compuso por encargo del diplomático Ricardo Baeza, Canto de los remeros del Volga, en homenaje a los refugiados rusos huidos del sistema comunista; en 1926 el Concierto para clavecín y orquesta de cámara, obra de extraordinaria profundidad y ascetismo; y en 1927 compuso Soneto a Córdoba para la conmemoración del tercer centenario de Luis de Góngora y El gran teatro del mundo para la representación en Granada del auto sacramental de Calderón de la Barca.
Con la salud delicada, pero aún animoso, emprende viaje a Argentina invitado por el Instituto Cultural Español de Buenos Aires, para el concierto conmemorativo del vigésimo quinto aniversario de la fundación de la entidad. Al que siguieron más y con tal éxito que decide prolongar su estancia ultramarina; hasta que le sorprende la muerte en 1946.
El discípulo más destacado de Manuel de Falla es Ernesto Halffter, que terminó la obra La Atlántida, última e inacabada de Manuel de Falla, estrenada en el Liceo de Barcelona en 1961.
Entre sus títulos y reconocimientos figuran el de académico de honor de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y de las Artes de Cádiz, académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes de Granada, miembro de The Hispanic Society of America, vocal de la Junta Nacional de Música de España, Caballero de la Orden de Alfonso X el Sabio y el de hijo predilecto de la Iglesia.