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Origen de la entidad política nacional de España

Reinados de Leovigildo y Recaredo


La Crónica de Hidacio expone que en el año 411 los bárbaros, invasores de la Hispania romana, se repartieron por sorteo las provincias donde habitaría cada uno de los pueblos llegados a la península (Iberia-Hispania). La provincia romana que comprendía la actual Galicia, más otros territorios de astures y leoneses y del norte de la actual Portugal, correspondió a los vándalos asdingos y suevos; las provincias de Lusitania y Cartaginense, a los alanos; la Bética, a los vándalos silingos. En definitiva, resume la Crónica, los hispanos se sometieron al poder de los nuevos dominadores.
    La provincia Tarraconense quedó bajo el mando de los rebeldes romanos alzados contra el emperador Honorio, personaje que había franqueado a las bandas germánicas el paso a Hispania; fue el caudillo de la resistencia a los invasores godos el general conde Constancio, fiel al Imperio.
    Así el panorama, la cuestión de fondo, primordial en la historia de España, es que por aquel entonces de invasión bárbara y resistencia hispanorromana a inicios del siglo V d.C., el pueblo visigodo, que desempeñaría un papel decisivo en la configuración de España como entidad política nacional, se encontraba desde la segunda mitad del siglo III d.C. asentado en la antigua provincia romana de la Dacia (territorio entre la cordillera de los Cárpatos y el río Danubio, en los actuales Estados de Rumanía y Moldavia).

A lo largo del siglo V fue desmoronándose la autoridad de Roma, lo que supuso, paulatinamente, el auge de los regionalismos bajo la égida de las diversas aristocracias autóctonas. A la par, los pueblos germánicos invasores, principalmente y por orden cronológico vándalos y suevos, extendieron su acción militar por Hispania mientras los visigodos, asentados en las Galias, realizaban incursiones de asentamiento en la Península Ibérica, estableciendo unas incipientes guarniciones y centros de poder. Por último, la ocupación de la provincia Tarraconense por el rey Eurico significó la definitiva implantación del dominio visigodo en España.

Conquistada la mayor parte de las Galias por el rey franco Clodoveo a principios del siglo VI, desapareció el reino tolosano. Pero la intervención del rey Teodorico, gran monarca ostrogodo de la península itálica, aseguró la pervivencia de un reino visigodo desplazado a la Península Ibérica que, durante dos siglos, protagonizará la historia de España.
    Hasta mediado el siglo VI, el reino visigodo español experimentó la influencia ostrogoda y, acto seguido, el Levante español estuvo dominado por el Imperio bizantino.
    El último cuarto del siglo VI contempló el establecimiento de la capital del reino visigodo en Toledo, extendiendo su poder sobre toda la Península por obra del rey Leovigildo, que se anexionó del reino suevo de Galicia. Su hijo, Recaredo, promovió la conversión al catolicismo, dando inicio a la monarquía visigodo-católica que se prolongó hasta el siglo VIII; concretamente hasta el año 711 con la invasión musulmana.
    A lo largo del siglo VII floreció la cultura en España, con Isidoro de Sevilla como máximo exponente; también de suma relevancia fueron los aspectos constitucional, con la institucionalización de la monarquía electiva, eclesiástico, por la serie de concilios toledanos, y jurídico, por la promulgación de un código de legislación civil.

Reinado de Leovigildo
Leovigildo unificó los reinos de la Península Ibérica, concentrando en su persona, con excepcionales dotes de guerrero y estadista, el gobierno de los visigodos hispanos.
    Lo cuenta Isidoro de Sevilla en su Historia de los godos:
“Leovigildo se apoderó de los cántabros, tomo Aregia, sometió a toda Sabaria. Sucumbieron ante sus armas muchas ciudades rebeldes de Hispania. Dispersó también en diversos combates a los bizantinos y recuperó, mediante la guerra, algunas plazas fuertes ocupadas por ellos. Venció además, después de someterle a un asedio, a su hijo Hermenegildo, que trataba de usurparle el mando. Finalmente llevó la guerra a los suevos y redujo su reino con admirable rapidez al dominio de su nación. Se apoderó de gran parte de España, pues antes la nación de los godos se hallaba recluida entre unos límites angostos.”
    En 577 culminó el afianzamiento del dominio visigodo en Hispania.

Del año 578 al 581 es el momento cenital del reinado de Leovigildo: concluido el asentamiento visigodo, imperaba la paz en todos los territorios del reino visigodo. La consecución de la unidad en los campos territorial, religioso y jurídico había inspirado las empresas políticas de Leovigildo. Aunque en materia religiosa el intento de Leovigildo por lograr la unidad con el arrianismo fracasó, sí pudo alcanzarse con su heredero, Recaredo, pero con la fe católica.
    Así mismo, la unificación social, en paralelo a las empresas descritas, pudo llevarse a cabo con una legislación tendente a constituir un solo pueblo hispano-visigodo. La legislación del Codex Revisus (Código revisado) promulgado por Leovigildo era de ámbito general, antecedente del Liber Iudiciorum Lex Visigothorum de Recesvinto promulgado el año 654, para que fuera el único cuerpo legal utilizado por jueces y tribunales.

Reinado de Recaredo
Recaredo fue el sucesor de Leovigildo, su padre.
    La necesidad de una pacificación social y, especialmente, religiosa en la España visigoda, determinó la política emprendida por Recaredo. De él cuenta Isidoro: “Estaba dotado de un gran respeto a la religión y era muy distinto de su padre en costumbres, pues el padre era irreligioso y muy inclinado a la guerra, mientras él era piadoso por la fe y preclaro por la paz; aquél dilataba el imperio de su nación con el empleo de las armas, éste iba a engrandecerlo más gloriosamente con el tesoro de la fe. Fue [Recaredo] apacible, delicado, de notable bondad, y reflejó en su rostro tan gran benevolencia y tuvo en su alma tan gran benignidad que influía en los ánimos de todos e, incluso, se atraía el afecto y el cariño de los malos; fue tan liberal que restituyó a sus legítimos dueños los bienes de los particulares y las propiedades de las iglesias, que el error de su padre había expoliado y entregado al fisco”. Isidoro no está exento de partidismo en su definición de Recaredo, aunque cabe analizar esta decantación al hecho de querer presentar a Recaredo como alguien sin condicionamientos pretéritos que buscaba el entendimiento y la conciliación.
    Recaredo derrotó por la fe a los arrianos y por las armas a los francos, cerca de Carcasona, en la región de la Septimania, que pretendían invadir la Península para destronarlo.
    La conversión de Recaredo al catolicismo ocurrió el año 587. Lograda la reunión de los hispanorromanos y los hispano-godos, las dos etnias cohabitando en España, en una fue común, quedaba establecer una legislación igualmente común para ambas: lo que se llamó un gobierno conjunto. Tal acuerdo se alcanzó mediante la fórmula legislativa y ejecutiva de mantener el gobierno activo en manos de los godos mientras que la inspección y el control recaía en los hispanorromanos. La efectiva vigencia del sistema, y la consiguiente moderación en los tributos, dependía de los concilios provinciales, que adolecieron de la debida regularidad.
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Con el nacimiento del reino godo de Toledo se forja la independencia de la Península Ibérica y su autogobierno. El mestizaje entre los pueblos bárbaros del Norte de Europa y los hispanorromanos cristalizó en la realidad que pervive tras quince siglos de historia.
    Los españoles adquirieron conciencia de unidad gracias a Roma, pero Roma no configuró Hispania porque no creó una conciencia nacional. Fueron los godos quienes lo consiguieron, y ellos, ya como hispanos, mantuvieron la unidad de Hispania desde el fin de la Antigüedad hasta la Edad Media. Ellos unificaron el territorio, instauraron una corona única, la monarquía visigoda, una religión común, el catolicismo, un derecho propio y también común, la unidad jurídica, y, en definitiva, un legado cultural sobre las bases grecorromanas y germánicas.


Artículos complementarios

    San Isidoro de Sevilla

    Liber Iudiciorum

    Testamento de Isabel la Católica


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