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La Escuela de Traductores de Toledo

El primer conato de humanismo que se desplegó en las universidades europeas fue posible gracias a la Escuela de Traductores de Toledo, que conduciría al mundo a la revolución copernicana y al cambio de paradigma de pensamiento durante el Renacimiento. Como apunta con rigor el historiador José Javier Esparza, la Escuela de Traductores no existió como tal institución, si no que tras la reconquista de Toledo en el siglo XI, los reyes, abades y obispos iniciaron el patrocinio de la traducción al latín de obras judías, arábigas y persas, para que el poder cristiano contara en su saber los antiguos conocimientos de tales ámbitos culturales y civilizadores: el conocimiento significaba poder.

La génesis de la Escuela de Traductores de Toledo se sitúa cuando el monje cluniacense Raimundo de Sauvetat, natural de la Gascuña, llegó a España por deseo expreso del arzobispo de Toledo, Don Bernardo. Pronto, Raimundo fue nombrado arzobispo de Osma y arzobispo de Toledo al fallecer su patrocinador Don Bernardo. El desempeño clerical y político de Raimundo fue sobresaliente: emprendió las obras hidráulicas para fertilizar las vegas del río Tajo, nombrado Gran Canciller de Castilla de 1130 a 1150, partícipe activo en las disposiciones de las Cortes, también protagonista en la coronación del rey Alfonso VII en León el año 1135, y decidido impulsor de la empresa de traducción que permitió el diálogo entre cristianos, hispanoárabes y sefardíes.

    Consciente Don Raimundo con la escasez de obras de consulta y las limitaciones del material adecuado para la investigación habidas en el continente europeo, y constantemente en pugna por la supremacía de su sede, tuvo la idea de emplear a sus clérigos mozárabes en calidad de traductores de los manuscritos que circulaban en Al Ándalus (el territorio peninsular de España dominado por los árabes), bajo la dirección de sabios judíos o de extracción judaica, logrando en 1128 que el clero regular de su sede toledana quedase exento del servicio de las armas. Siglos atrás, en Toledo ya circulaban valiosos manuscritos griegos, coptos, sirios, indios, chinos, mongoles y, entre otros, malayos, otorgando a lo que entonces era reino de taifa y después capital cristiana un cariz de cultura excepcional. Pasados dos años de la iniciativa comenzaron a conocerse las obras que introdujeron la ciencia oriental en Occidente. Esta Escuela difusora del conocimiento atesorado de la Antigüedad, la Escuela de Traductores de Toledo, fue dirigida por Don Raimundo desde 1139 hasta el año de su fallecimiento, 1187.

    El grupo organizado por Don Raimundo con ese loable propósito cultural trabajó denodadamente para alcanzarlo. Don Raimundo, valiéndose de intérpretes judíos anónimos, encabezados por el judeoconverso Juan Hispano (Iohannes Avendehut Hispanus), de sus clérigos y de un equipo internacional de traductores donde descollaban Abelardo de Bath, Domingo Gundisalvo (Dominicus Gundissalinus), el escocés Miguel Escoto (Michael Scotus) y el cremonense Gerardo de Cremona (Gherardus Cremonensis), procedió al trasvase de conocimientos que en el futuro sería un legado cultural clave.

    A consecuencia de esta ingente tarea, el cristianismo medieval se enriqueció con las aportaciones del neoplatonismo de Ibn Sina, el aristotelismo de Al-Farabi, el sufismo de Al-Gazzali y el emanatismo de Ibn-Gabirol. Las versiones surgidas de la Escuela de Traductores cruzaron enseguida la cordillera pirenaica para constituir el alimento espiritual de personajes como Alberto Magno, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino y demás eminentes pensadores.

    A la muerte de Don Bernardo la actividad de la Escuela decayó, aunque cabe destacar la traducción del Salterio a la lengua romance: se romancearon o vulgarizaron los salmos, siendo la primera obra en que se utilizaba el castellano hablado, vernáculo o romance, derivado del latín. El 47 por ciento de las obras traducidas fueron de cálculo y astronomía, el 21 por ciento de filosofía, el 20 por ciento de medicina, el 8 por ciento correspondió al conjunto de disciplinas como la religión, la física y las ciencias naturales, y el 4 por ciento restante a las obras de alquimia y ciencias ocultas.

El segundo periodo de la Escuela de Traductores de Toledo dio inicio en 1252 y se prolongó hasta 1287, supervisado por el rey sabio Alfonso X. De igual modo fue intensa y apasionada la labor de adquisición de conocimientos determinantes para la humanidad. Se dejó de actuar en la traducción como en la primera época en la que un judío o cristiano, conocedor del árabe, traducía oralmente la obra original al romance ante un sabedor del latín, que iba redactando en esta lengua lo que escuchaba; después la revisaba un solo enmendador. Ahora se trabajaba eligiendo políglotas reputados que buscaban manuscritos para cotejar la tarea, a continuación revisada por varios correctores.

    En este periodo se hizo patente el interés por la filosofía de la Naturaleza, motivado por la necesidad de armonizar la razón con la fe. Fueron traducidos y divulgados comentarios y tratados de matemática, geometría, trigonometría india, árabe y griega, astronomía mesopotámica y egipcia, física, alquimia, junto a textos literarios, metafísicos y religiosos de mucho valor. Salieron a una luz mayor y cobraron fuerza definitiva para Occidente las obras de Aristóteles, Platón, Tolomeo, Euclides, Avicena, con su Canon, Galeno, con su Arte y Avicebrón, el sistema sexagesimal, el guarismo y el uso del número cero, los descubrimientos astronómicos de Alfonso X desde su observatorio en el toledano castillo de San Servando y publicados con el título de Libro de las Tablas Alfonsíes: un completo tratado de astronomía elogiado tres siglos después por Copérnico. Cabe citar que ya entonces en España se utilizaba el papel para escribir e imprimir, introducido por los árabes que lo habían tomado de China; el libro de papel más antiguo que se conserva en Occidente es un misal toledano del siglo XI.

    Alfonso X quiso incluir el nombre de cada sefardí en sus traducciones, compilaciones y capitulaciones, y éstos inclinaron al rey al empleo de la lengua romance en vez del latín, con lo que el castellano adquirió la categoría de lengua científica. Alfonso X quería que sus súbditos entendiesen de ciencia y que si era preciso se crearan nuevas palabras para definir los conceptos y allanar su comprensión.

Artículos complementarios

    Alfonso X el Sabio

    Origen de la entidad política nacional de España

    La primera gramática de la lengua española

    Una lengua universal


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