Misionero y explorador al servicio de España, nacido en la portuguesa localidad de Oleiros del Priorato de Crato el año 1580, Antonio de Andrade inició con la siguiente frase su primera carta recogiendo impresiones y descubrimientos a él debidos: “Entre las grandes felicidades del notable año 1625, puede España con razón contar y cantar la alegre nueva del nuevo descubrimiento del Gran Catayo y reinos del Tíbet, cosa tantos años ha de los portugueses deseada, y con tantos trabajos y peligros de los predicadores evangélicos en vano hasta ahora intentada”.
En tres cartas refirió Antonio de Andrade su periplo de exploración y descubrimiento en el Gran Catayo (así denominada entonces una parte de China meridional) y los reinos tibetanos en la cordillera del Himalaya.
La aventura del jesuita Andrade dio comienzo al llegar a India, concretamente a la ciudad de Goa en el SO, el año 1600. Durante veinte años ejerció su misión evangelizadora por territorio indio, hasta que, insistiendo, obtuvo la pertinente autorización para emprender viaje a los inexplorados por los europeos reinos del Tíbet y el Gran Catay; aunque se suponía, erróneamente, que en esos lugares remotos quedaban vestigios de un cristianismo primitivo.
Antonio de Andrade partió de la ciudad india de Agra hacia Delhi, y de allí en ruta septentrional al Indostán. Viajaba con su hermano Manuel Márquez, y ambos se unieron a los peregrinos nativos que acudían al templo de Badre, a orillas del Ganges, y luego, siguiendo su curso entraron en la región del río Indo llegando a la ciudad de Siranagar (Srinagar). Fueron bien recibidos entre los territorios del Punjab y Cachemira. Expuesto el motivo del viaje, tras meses de penosa travesía por la cordillera himalaya arribaron a la ciudad de Caparanga, la capital tibetana. También en el Tíbet fueron recibidos cordialmente por los habitantes y la autoridad: eran los primeros europeos (unos extraños forasteros arribados en son de paz) y aquello merecía celebrarse.
Relató en su carta Andrade de las gentes con las que se cruzaban: “Traen todos grandes relicarios de plata, oro y cobre; y lo que dentro anda por reliquia son ciertos papeles, escritos con palabras santas de sus libros, que les dan sus lamas”.
En 1625 repitió su experiencia avanzando aún más. Así se expresaba Andrade por carta esta segunda vez: “El rey del Gran Tíbet supo de nuestra venida, alegrose mucho y envionos a recibir con sus criados algunos días de camino”. Y de nuevo quiso repetir el viaje en 1627, del que dio cuenta en una carta publicada en Madrid en 1629.
Artículos complementarios
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