Las embajadas del rey Enrique III de Trastámara
Entre 1403 y 1406 en los dominios de Tamerlán
Mientras las potencias musulmanas se disputaban territorios y primacía en Asia Menor, el rey de Castilla Enrique III, el Doliente, persuadido de la importancia de una acertada y constante política exterior, en el Mediterráneo y el Atlántico, y de proseguir la tarea de reconquista en la Península, desplegaba embajadores ante el sultán turco Bayaceto y ante el emperador de los mogoles, Tamerlán.
El poder de Tamerlán se extendía desde la India al mar Egeo, con capital en Samarcanda, controlando sus tropas las relaciones comerciales entre China y Europa además de fiscalizar o directamente impedir la actividad misionera de los frailes cristianos.
La embajada hacia los dominios de Tamerlán partió del puerto de Cádiz en mayo de 1403. Estaba compuesta por quince representantes del rey Enrique III y portaban obsequios y un mensaje de amistad en respuesta al enviado por Tamerlán un año antes, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid. La misión diplomática la encabezaba el madrileño Ruy González de Clavijo, hombre culto, de confianza, versado en literatura, poeta y camarero real, acompañado, entre otros, por el militar Gómez de Salazar, el religioso fray Alonso Páez de Santa María y el embajador de Tamerlán, Mohamad Alcaxi, de regreso a su corte.
Sucinta crónica del viaje
La nave hizo escala de importancia en Constantinopla (anteriormente Bizancio, posteriormente Estambul), donde González de Clavijo aprovechó para visitar al emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tiempo ha enemistado con el emperador mogol.
Otras disputas fueron fidedignamente recogidas por González de Clavijo en su crónica, tales como las sostenidas por los genoveses de la Señoría y los venecianos de la Serenísima por ejercer el control del comercio en la zona oriental del Mediterráneo; y asimismo los paisajes y arquitecturas, las costumbres, los enseres y las reliquias que pudo admirar, por ejemplo el brazo de san Juan Bautista, las barbas de Jesucristo y el extremo filoso de la lanza con la que Longinos quiso verificar la muerte del crucificado.
También refiere la crónica el naufragio en el Mar Negro, circunstancia que obligó a la comitiva seguir viaje por tierra durante dos mil kilómetros, desde Trebisonda a Samarcanda, la capital del imperio mogol, recorriendo los actuales Estados de Turquía, Irán, Turkmenistán y Uzbekistán, además de sortear o afrontar los numerosos accidentes presentes en la orografía del trayecto.
Al sur del Mar Caspio la ruta de los castellanos coincidió con la famosa de la seda, destacando las páginas de la crónica la opulencia de las ciudades que la atravesaban, en especial Tábriz, y las peculiaridades de las gentes, incidiendo, por llamativo, en la vestimenta de las mujeres: “Todas cubiertas con sábanas blancas, y ante los ojos unas redes de sedas prietas de cabellos; así van cerradas, que no se las puede conocer”.
Y la referencia maravillada a los paisajes, creyendo cruzar ríos que descendían del Paraíso, observada la montaña (el monte Ararat) donde quedó varada el Arca de Noé tras el Diluvio Universal y el primer asentamiento humano edificado al retirarse las aguas venidas del cielo, la hoy aldea de Sumarla, en Turquía; además de constatar, en versión de González Clavijo, la existencia de las amazonas.
Sin faltar en la crónica sobre la marcha las descripciones de aquellos animales desconocidos para los europeos, tales como la jirafa, “de pescuezo muy luengo”, y el elefante, “animal grande cuerpo, equivalente a cuatro o cinco toros grandes, de utilidad bélica”.
Llegados a Samarcanda, la define en sus escritos “con un núcleo amurallado algo mayor al de Sevilla, de una gran extensión en sus arrabales, cubiertos de huertos regados por multitud de acequias”. Buena parte de las recepciones y ceremoniales en que participaron los españoles se desarrollaron en los ordos (campamentos móviles cómodamente dispuestos para alojar y agasajar a los huéspedes). Pero Tamerlán no les causó el impacto presencial que imaginaron: era un anciano de sesenta y ocho años “que no veía, tan viejo era que los párpados de los ojos tenía caídos”.
La embajada española pasó dos meses y medio en la capital del imperio Timurinda (Timur: Tamerlán) bien tratada y atendida en lo preciso. Cumplido el trámite de la entrega de la misiva real, González de Clavijo y sus compañeros de aventura diplomática retornaban a España para dar cuenta del resultado de la misión al rey Enrique.
Por la ruta de vuelta conocieron del fallecimiento de Tamerlán, ocurrido en enero de 1405, justo antes de proceder a la invasión de China, cuyos preparativos estaban muy avanzados.
Tres años de viaje, y entrevistas con personajes sobresalientes como el Gran Maestre de Rodas y el papa Benedicto XIII (Papa Luna) concluyeron el 24 de marzo de 1406 al presentar a Enrique III el balance en Alcalá de Henares.
La satisfacción real concedió al embajador Ruy González de Clavijo nombre y honores.
El periplo viajero fue recogido en una crónica que Ruy González de Clavijo tituló Viaje a Tamorlán, considerada como el primer libro de viajes de la literatura castellana; aunque algunos historiadores atribuyen la redacción de la crónica del viaje al también expedicionario entonces Alonso Páez de Santamaría.
Como fuere, se trata de una obra fundamental que figuró recogida en el diccionario de autores elegidos por la Real Academia Española para el uso de voces y modos de hablar, entre los escogidos para documentar la prosa desde 1400 a 1500.
La primera publicación en español del Viaje a Tamorlán corresponde al sevillano Argote de Molina en 1582, con el título Historia del Gran Tamorlán e Itinerario y narración del viage; obra traducida al ruso, turco, inglés, francés y persa, con lo que adquirió carácter universal.