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Estudio sobre la frase. Felipe Picatoste Rodríguez

Periodista, político, historiador, matemático y literato, Felipe Picatoste Rodríguez nació en Madrid el año 1834. Cultivó materias y campos tan diversos como la matemática, la historia general y de la ciencia, la política, el periodismo, la literatura y la pedagogía.

    De su obra Las frases célebres. Estudio sobre la frase en religión, ciencias, literatura, historia y política, publicada en Madrid el año 1879, extraemos en resumen intencionado el texto siguiente.

“La frase, dice el Diccionario de la Academia Española, es ‘una locución enérgica y por lo común metafórica, con que se significa más de lo literalmente expresado u otra cosa de lo que indica la letra’.

    Siendo muy difícil dar una buena definición de la frase, admitamos ésta como buena a falta de otra mejor, porque tiene tal generalidad al sentar que la frase puede significar otra cosa de lo que literalmente dice, que en rigor cabe dentro de esta explicación cuanto acerca de ella sea posible escribir.

    La frase, en la significación que aquí le damos, y que se sale fuera de los límites de la gramática, es lo que el vulgo llama dicho, agudeza, ocurrencia, chiste o retruécano; lo que los antiguos llamaban jugar del vocablo; lo que los literatos llaman pensamiento, los poetas inspiración, los moralistas sentencia y los artistas genio.

    Claro es que dentro de esta latísima acepción hay muchas gradaciones de la frase por su origen, por su forma y por su objeto, como que abraza desde los más picarescos chistes hasta el idealismo místico; desde las aberraciones hasta la delicadeza; desde la pobre concepción del mundo antiguo hasta la mecánica física; desde el epigrama al poema épico; y desde el insulto más grosero hasta la cortesía más perfecta.

    Vamos a tomar la frase en su más noble y profunda significación, como recuerdo de un hecho notable, como pintura de una época o de una situación, como reflejo de algo grande. Y, en este sentido, es el resumen o condensación en breves palabras de un gran pensamiento o de una profunda observación; es un rayo de luz arrojado sobre la inteligencia, la imaginación o el sentimiento; es en el lenguaje lo que la fórmula algebraica en las matemáticas: una ley del mundo psicológico o material encerrada a veces en una palabra; una comparación que deslumbra o una verdad que ilumina.

    Así considerada, resúmense en ella las incógnitas y misteriosas leyes de la inteligencia, desde las delicadezas del presentimiento hasta las marrullerías de la experiencia: tiene todo el rebuscamiento de los símiles y alguna vez toda la dificultad del jeroglífico, la acerada punta de la sátira y la belleza de la galantería, la prontitud del rayo y la luz del sol.

    Abraza todos los afectos del alma y los hiere profundamente: unas veces da en el blanco como un dardo, otras penetran con la suavidad y curvatura de la víbora o como un volador de fuego haciendo estragos.

    Tiene de la fotografía no sólo la exactitud, sino la instantaneidad; no sólo la reproducción, sino la fuerza de luz que le da origen, iluminando el dibujo y ennegreciendo fuertemente las sombras. Toma las infinitas formas del pensamiento, de la oportunidad y del tiempo; se viste con todos los colores del espectro solar y sus combinaciones; usa todas las armas ofensivas y defensivas, desde la cota de malla hasta el veneno, y representa todos los papeles desde el de ángel hasta el de demonio.

    Y del mismo modo que hay flores que nacen y mueren sin que nadie recoja su perfume, que viven acariciadas y se deshojan en un seno o una cabeza amada y otras que el mundo aspira; así también hay frases que nacen en el desierto de un alma sin que nadie las escuche; otras que nacen y viven para una sola persona, y otras que penetran en todas partes y son repetidas por todos los labios.

    Su influencia es a veces decisiva: puede ser una losa que caiga sobre un nombre o un eco de la trompeta de la fama. A veces es injusta, es cruel, injuriosa y falsa, pero obedece a esa horrible verdad que dice: ‘Calumnia que algo queda?, y suele ser tanto más perversa cuanto mayor es la gracia que la envuelve. Porque el ingenio y la gracia tienen el privilegio, tal vez injusto e inmoral, de encubrir la maldad y de disculparla; vestidura del cinismo y la hipocresía, y de todas las que puede tomar el mal, no hay ninguna más perfecta ni de más perniciosa influencia.

    Así, en la vida pública y en la vida privada, ha habido frases que se han pagado muy caras; frases envueltas en lágrimas y en sangre que han variado un carácter o una vida, y que alguna vez se han levantado contra su autor como un remordimiento o como una expiación. Por el contrario, hay frases que por sí solas han hecho la gloria y la fama de un escritor o de un artista: son triunfos porque arrancan aplausos y coronas; son destellos de genio porque pintan un afecto del alma.

    Así como los afectos personales o las costumbres, las nacionalidades, los caracteres y las profesiones se pintan a veces con una sola frase.

    Las situaciones críticas de la vida, los momentos de peligro, las revoluciones, todo lo que es capaz de conmover profundamente el corazón humano, produce frases que la historia suele recoger ávidamente como otras tantas bellezas.

    Si se estudiara detenidamente el carácter español, que tan poco han comprendido cuantos extranjeros han tratado de describirlo, sería muy fácil, probablemente, explicar su indolencia habitual, su ordinaria apatía, y su actividad y grandeza en las situaciones extremadas, por esa necesidad que tienen los ánimos no vulgares de circunstancias extraordinarias. Póngasele ante un mundo y brotarán los héroes como Hernán Cortés y Francisco Pizarro; amenácesele con la esclavitud y aparecerán los vencedores de Bailén y los defensores de Zaragoza y Gerona.

    Lo que a otros pueblos abate y desanima a nosotros nos da aliento, vigor e inspiración. Las heridas nos excitan, la persecución nos levanta, las contrariedades nos fortalecen; y por el contrario, el triunfo nos aplana, nos divide y nos debilita. Somos fuertes luchando y débiles venciendo. La sangre española late generosa al calor de las grandes ideas y de los grandes sacrificios.

    La frase corresponde también a cierto estado del ánimo. La emoción, la pasión, los hechos que conmueven profundamente exigen un estilo cortado, un periodo breve y compendioso, porque entonces el labio no puede pronunciar palabras meditadas ni cláusulas compuestas. Es preciso que en pocas articulaciones se resuman todos los sentimientos que agitan el alma. El sentimiento en el orador y en el cómico debe tener un límite; uno y otro deben sentir la situación, pero no impresionarse, porque el exceso de sentimiento hace difícil la expresión.”

“El vulgo, que corrompe las palabras corrompe también las frases llegando a hacerlas ininteligibles. Otras veces pretende expresar en frases los hechos y los sentimientos, o traduce a su modo las más bellas expresiones dándoles una forma del más pésimo gusto.

    El pueblo hace refranes, que son hijos del tiempo y de la experiencia, hace alguna vez frases, hijas de su imaginación; pero casi nunca da forma culta o literaria a sus conceptos. Algunas veces resume su pensamiento en breves y enérgicas palabras, creando modismos: los saludos son modismos y costumbres y alguna vez frases; también suelen ser protestas, juramentos, profesiones de fe y símbolos de afinidad política o religiosa. Los partidos políticos, las conspiraciones, las sociedades secretas, las guerras civiles han tenido sus saludos que solían ser juramentos, esperanzas o sangrientas alusiones; el santo y seña de las guarniciones y de los campamentos no es otra cosa.”

“Hija de la inspiración, la frase rompe alguna vez la gramática y desconoce sus leyes. Por esto es imposible estudiar gramaticalmente la estructura de la frase. Nombres, pronombres, adverbios… son clasificaciones de la arquitectura y anatomía de las palabras, que no pueden dar a conocer su significación combinada. Ningún gramático, sólo por serlo, es escritor, como ningún albañil es arquitecto, ni ningún rimador poeta. Una trasposición que jamás se ocurrirá a un gramático, y que tal vez le asustase, es una belleza, es una frase, quizá una inspiración. El que siguiera ciega y servilmente las leyes gramaticales haría del lenguaje lo que los dialécticos hicieron del pensamiento con las formas del silogismo: un árido esqueleto, una de esas figuras anatómicas en que sólo se descubren los nervios y los músculos. Ni el pensamiento tiene troquel, ni las ideas viven geométricamente.

    Las irregularidades de una lengua, los tiempos dobles de los verbos, las concordancias absurdas, no pueden explicarse solamente por las reglas gramaticales: hay que buscar un origen más alto y más profundo; ya sea en la historia de las vicisitudes del idioma, o en la libertad del pensamiento que se emancipa de toda traba.

    Los que han dicho que el estilo es el hombre, han dicho solamente una cosa discutible desde que hay quien sostiene que el lenguaje ha sido dado para disfrazar el pensamiento. Pero se han olvidado de la frase, que, sin el descuido de la palabra, sin la meditación de la cláusula escrita y sin la forma sentenciosa del refrán, es generalmente más que el estilo y más que el libro como reflejo del hombre.

    Aunque en el estilo hay algo característico, algo permanente, algo idéntico a sí mismo, siempre, como que procede de una misma inteligencia, hay en él la variedad de acentos de una misma voz. Como ésta se modifica con el tiempo varía con las circunstancias, toma nuevo tono con las emociones. El estilo es la voz escrita desde la inteligencia y la costumbre, y nace naturalmente con el sello de su origen por más que se filtre en la voluntad.

    El estilo es la vida ordinaria del lenguaje, la corriente fluida y monótona; pero la frase es uno de sus episodios horrible o brillante. La escritura sólo con frases deslumbraría como una serie de incesantes reflejos. Ni la vista podría resistir éstos ni el espíritu aquellos.

    Los estilistas no suelen hacer frases: prefieren la melodía a la profundidad, porque la frase suele romper la uniformidad del estilo.”

“Una sola emisión de voz puede ser una frase; y entonces, expresión intermedia, considerada gramaticalmente, entre la cláusula y la palabra aislada, encierra a veces como la interjección un afecto del alma en un solo grito. Pero la interjección, aun para los que la consideran una oración completa, vive sola, invariable, inmutable, indeclinable en la proposición gramatical como en el entendimiento. Cuando es frase suele expresar mucho más que la misma oración a que se refiere.

    La interjección es solamente el grito instintivo: es el grito pasivo de la sensibilidad que se escapa de los labios, y la frase es un grito inteligente.  El germen de la interjección se encuentra en todos los animales, mientras que la frase únicamente en el hombre. La interjección es tanto más inarticulada cuanto mayor es la pasión del ánimo de que arranca, y llega a ser un grito salvaje en el exceso del sentimiento, del furor, de la ira o del dolor. Indica un estado privado de razón o de inteligencia. Así, como grito dependiente sólo del instinto o de la sensibilidad, es casi igual en todos los pueblos y en todas las lenguas, y se aproxima a ser una emisión de voz con el impulso sólo del aliento y sin voluntad que la articule.

    No hay palabra que no pueda ser interjección; una cláusula entera puede serlo también, pero el campo de su significación es muy limitado. Suele expresar afectos pasivos o instintivos que viven en la región de la sensibilidad.

    Pero la frase vive en la región del sentimiento; se alumbra con la luz de la inteligencia y con los colores de la imaginación. Asoma en los grandes afectos, pero con una intensidad, con una profundidad de expresión, que no puede tener el grito puramente animal.

    La fisonomía humana puede hacer frases, porque en ella se reflejan las pasiones. La risa es a veces una gran frase. Como todas las expresiones d ellos afectos del alma es interjección en la gramática, frase en el lenguaje. En los niños no hay más que una risa, en los hombres hay tantas como afectos caben en el alma con sus infinitas combinaciones. Risa puede llamarse llanto, insulto, desprecio, horror; es decir, una frase.”

“La frase no es tampoco el refrán.

    Éste lleva consigo algo de la frialdad de la experiencia; algo de la amargura y desengaño de la vida; corresponde a los pueblos viejos y es hijo de la tradición; se aprende y no se inventa, se hace y no nace.

    El refrán es una elaboración, casi un conocimiento científico, tarda en formarse como una consecuencia y después varía de forma hasta llegar a adquirir aquella más sencilla, más breve y más estable. Se llama ley, sentencia o axioma, y no hay leyes ni sentencias que se improvisen. Abraza todo lo que puede ser objeto de la atención, del estudio y de la experiencia, desde las variaciones del tiempo a las menores necesidades de la vida. Busca el modo de grabarse en la memoria independientemente del sentimiento, con el verso, con la rima y cuando menos con el sonsonete que tienen casi todos nuestros refranes; o se divide en periodos y cláusulas armónicas con arreglo a leyes nemotécnicas que existen en la inteligencia y que no han sido formuladas por nadie. Otras veces acude a la antítesis, a la comparación, al dilema para adquirir no sólo una forma breve, sino convincente e irrefutable.

    Tiene casi siempre un carácter local, como las costumbres. Las ciencias, las artes, las profesiones, las virtudes y los vicios; todo lo que es práctico, todo lo que exige reglas, todo lo que necesita ser aprendido es objeto del refrán, que no es en el lenguaje y en la vida más que la expresión de una ley deducida de la experiencia. Es compatible con la ignorancia y con la vulgaridad, hasta el punto de que en rigor no es más que una enseñanza adecuada al vulgo. No hay refrán sin que le preceda una constante observación: se conserva una vez adquirido, los padres lo transmiten a sus hijos y las generaciones lo heredan como un tesoro y una ley del mundo, participa de la educación natural que los padres dan a sus hijos y se aprende con el tiempo y el trato. No era Sancho, sino Cervantes el verdadero costal de refranes, aprendidos en aquella vida aventurera de soldado y de cautivo, de estudiante y de viajero; esas cosas no las escribe ningún inocente de la vida del mundo.

    El refrán, como regla, como norma, como consejo, se repite hasta lo infinito aplicándole constantemente. Se refiere a hechos constantes y la frase a hechos extraordinarios o grandiosos: el refrán es una ley del tiempo y la frase un momento de la historia o de la vida.

    La frase, cuando se repite, pierde por lo general su mérito y su espontaneidad, excepto cuando ha nacido para ser repetida como un eco o una amenaza; pero en lo demás degenera en una muletilla enojosa o en una vulgaridad insufrible.

    Las frases suelen conservar el nombre de su autor y la épica de su nacimiento: son demasiado importantes para perder la genealogía y la patria.  En el refrán se desconoce su origen, su historia, su tradición y su autor, porque nace del tiempo y de la observación; se forma y se elabora con la repetición de hechos iguales y en el descubrimiento de la relación de causa o efecto. Los literatos para darle cuna tienen que inventar cuentos, anécdotas y novelas ingeniosas. Ningún hombre se ha hecho una reputación sabiendo muchos refranes, ni ha conseguido con ellos más que caer en el ridículo o demostrar que aplica a los hechos de la vida el juicio de los demás en vez del propio criterio. Pero en cambio en nuestra sociedad hay hombres que se han hecho una reputación, una fama, un nombre, una fortuna sólo con sus frases; hombres tal vez ignorantes pero que saben hacer frases. Con esta llave abren todas las puertas y entran en todas partes: todo el mundo les conoce y nadie sabe exactamente el secreto de su mérito; son decidores y oportunos, y llevando sus frases estas condiciones juzgan los hechos con una vivacidad que a veces reemplaza al más profundo criterio. La inspiración del momento da a sus palabras un mérito que no tiene la crítica meditabunda. Estos hombres, encanto de las tertulias y oráculos en el café, abundan en todos los países de imaginación brillante, como España.

    No, la frase no es el refrán. Nace perfecta, nace completa. Como el relámpago no da tiempo para estudiarla; el que quiera corregirla la desnaturaliza, el que quiera tocarla la marchita.

    Al contrario que el refrán, la frase nace con la naturalidad del sentimiento, con el sello de la oportunidad, con la rapidez de la impresión o de la concepción. No es ni regla ni precepto ni consejo; más que una luz es una ráfaga; más que un fuego es una chispa. Tal vez no enseña, pero deslumbra; no corrige ni advierte, pero conmueve. Brota espontánea donde hay ciencia, ingenio, arte, sentimiento. Se recoge como un suspiro en la boca del moribundo con ese resplandor misterioso que alumbra las últimas visiones de un alma flotando entre la Tierra y el infinito. Se presenta como una imprecación en la ira y en la venganza; como una claridad de la inteligencia en las meditaciones del sabio; como una punzada venenosa en las horribles profundidades de la envidia; como una oración en los labios del santo; como un delirio en los brazos del enamorado; como un desengaño en la vejez; como una constante ilusión en la juventud; como un deslumbramiento ante los grandes sucesos o los maravillosos espectáculos. Nace en todos los sentimientos llevados a lo bello y a lo sublime.”

“Es muy difícil, a veces, sin embargo, distinguir lo que es frase, lo que es refrán, lo que es figura retórica y lo que es modismo.

    Los modismos fueron tal vez frases en el primero que los empleó, convirtiendo una licencia gramatical en una belleza; las figuras retóricas se convierten en refranes y en modismos por el uso. Pero en esta modificación que imprime el uso, la frase pierde su mérito y lo adquiere sólo como oportuna cuando es aplicada convenientemente. Puede ocurrir, no obstante, que la aplicación sea tan brillante que convierta una locución vulgar en una frase notable.

    El número de estas locuciones es inmenso. Las hay tomadas de comparaciones históricas, que vivirán mientras se conozca la historia; hay otras tomadas de la naturaleza o de las costumbres de los animales que gozarán de la misma perpetuidad. La perpetuidad de la existencia del objeto comparado se transmite a la existencia de la frase; son casi iguales en todas las naciones y en todas las lenguas. Otras frases que se han convertido con el uso en refranes viven con cierto sosiego, aunque sólo fueron propias del tiempo en que nacieron y de una sociedad y unas costumbres que han dejado de existir; estas frases pasaron y sólo como figuras retóricas pueden usarse hoy: a este grupo pertenecen todas aquellas que se refieren a costumbres que han desaparecido.

    El uso, muestra despótica del lenguaje, así como en algunas concordancias rompe las leyes de la gramática, da a algunas frases una significación exactamente contraria a la que deben tener. Hay otras frases que sin llegar al absurdo son inexactas ante el rigor de la ciencia o la genuina significación de la palabra. El lenguaje científico es tan riguroso que en la conversación pierde generalmente la exactitud, en gracia de la brevedad o la elegancia, y por esta razón abundan las locuciones viciosas en este punto.”

“Todas las religiones tienen en sus dogmas y en sus libros grandes frases, que responden al carácter de los pueblos y de los tiempos.”

“La historia de las ciencias encierra notabilísimas e inmortales frases, que han brotado en el solitario cuarto de estudio, ante la resolución de un problema o contemplando las maravillas de la naturaleza. La ciencia, no sólo en su forma, sino en el desarrollo y en sus vicisitudes, se presta admirablemente a la frase porque encierra la inspiración, el martirio, el drama y la historia. La grandiosidad de la ciencia habla a un tiempo al entendimiento y a la imaginación. Observar y estudiar es crear. Inventar es encontrar.”

“En literatura es donde la frase vive más libremente y como en su propia atmósfera; con menos fama individual tal vez que en la historia y en la ciencia, porque no resume una época ni un hecho culminante, sino un afecto o un pensamiento; pero con mayor encanto, presentándose ya engarzada en el estilo ya como desarrollo de una idea en una obra. Tenemos que reconocer la inmensa importancia de la frase en literatura porque es quizá lo más original que en ella admiramos.

    Donde haya literatura estará el hombre en su fondo.

    A veces una frase necesita una oración, una novela un libro entero, para ser explicada. Hay cuentos, anécdotas, obras voluminosas que no tienen más objeto que venir a parar a un pensamiento, a una conclusión moral o científica, que no es más que una frase que impresionó a su autor y que fue el germen fecundo de un mundo de pensamientos y de emociones. Hay poemas nacidos de una frase, así como hay en la vida conversiones, arrepentimientos, propósitos inquebrantables que no tienen tampoco más origen que una frase oportuna o deslumbradora. Hay también obras literarias que se conciben por el fin, que suele ser una frase.

    Esta poblada república de las letras en España, nos haría escribir mucho si hubiéramos de darla a conocer en sus frases.”

“En la frase histórica no puede buscarse ni la verdad que en la científica ni la belleza que en la literaria. Su objeto es simplemente un juicio, una opinión; y su mérito consiste en la significación. Toda la historia del género humano podría escribirse en pocas de esas frases que resumen una época.

    La frase histórica tiene un carácter especial, hijo de múltiples causas, que no le permite a veces expresar sinceramente las circunstancias del momento, sino por medio de la interpretación.

    Seguir una por una las frases históricas es seguir la historia de los pueblos y de los hombres; es escribir todas las vicisitudes, los heroísmos y los vicios de cada siglo.”

“En política las frases tienen una existencia breve y fugaz; pero como hijas de la pasión, del rencor y de la oportunidad, llevan en su seno una fuerza y una intención asombrosas. Es una frase de condiciones especiales por su origen, por su forma, por su objeto, por su existencia y por su muerte. Los que las hacen se equivocan con frecuencia: unas veces creen causar gran efecto y salen muertas de sus labios, otras son inocentes en la pluma del que las escribe y la interpretación les da celebridad. A veces necesitan la autoridad para adquirir importancia; y, a veces, siendo buenas, son importunas. Toman su colorido en la intención y envuelven una política completa.

    Nacen el Parlamento, en el salón de conferencias, en los cafés, en las redacciones, y cuando lo merecen pasan a las columnas de los periódicos, dan nombre a los partidos, a los grupos, a los gobiernos y a los hombres políticos. Muchas aparecen sin saber de dónde vienen y llevan el sello vox populi.

    No perdonan ni respetan nada: invaden la vida privada, la intención y la conciencia; buscan siempre el corazón o la cuerda más sensible para hacer sangre o herir; respiran como ninguna otra odio, rencor, veneno y venganza. Tampoco suelen reparar en el procedimiento: hieren unas veces frente a frente y otras por la espalda, son aventureras o traidoras. Lo que a veces no han conseguido furibundos artículos y entonados discursos, lo ha conseguido una sola frase oportuna, graciosa o intencionada.”

Artículos complementarios

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