El Imperio en América del Norte y Central: Soldados presidiales de cuera
Desde mediados del s. XVIII a 1821
El brigadier Pedro Rivera, el virrey marqués de Casa Fuente y el virrey Gálvez
Uno de los aspectos menos conocidos de nuestra historia en América es la referente a los territorios del norte de México, desde la actual Coahuila y Sonora a Texas, Arizona o Nuevo México. Sabemos bastante de las misiones californianas de la Florida o de Nueva Orleáns, pero poco de Tucson, Santa Fe o San Antonio de Béxar.
Esos inmensos territorios fueron defendidos, prácticamente hasta la independencia de México en 1821, por unas escasas fuerzas, pero que frenaron a los llamados “indios bárbaros”, apaches chiricauas, apaches mescaleros, comanches, navajos y otros, así como las incursiones de franceses, ingleses o, posteriormente, norteamericanos.
Expone el estudioso del tema Carlos Juan Gómez, que el sistema de defensa consistía en una serie de poblaciones, cuyo número fue cambiando con el tiempo, llamadas presidios, fortificadas con paredes de adobe o similar de unos 120 metros de lado y con fortines en las cuatro esquinas para poner pequeños cañones. Dentro de estos espacios vivía la guarnición con sus familias, amén de indios leales; en el entorno se levantaban haciendas y ranchos cuya defensa dependía de estas instalaciones. Nunca hubo demasiadas fuerzas para defender esos inmensos territorios y las más importantes fueron las tropas presidiales, esencialmente los Dragones de cuera (o soldados presidiales de cuera), encargados del control de esa vasta zona.
En 1724, Pedro Rivera, brigadier general, recorrió más de 12.000 kilómetros, tardando 3 años y medio en visitar los presidios emitiendo un informe al virrey marqués de Casa Fuente, quién dictó normas para poner orden en aquellas lejanas guarniciones. En 1772, se estableció un nuevo reglamento de presidios, creándose los más avanzados, Santa Fe (Nuevo México) y San Antonio de Béxar (Texas).
La defensa de esos territorios estaba ya encargada a la mencionada unidad a la que ahora se le dio una reglamentación de uniformidad y armamento. El uniforme estaba compuesto por “una chupa corta de tripe, o paño azul, con una pequeña vuelta y collarín encarnado, calzón de tripe azul, capa del mismo color, cartuchera cuera y bandolera de gamuza, en la forma que actualmente la usan, y en la bandolera bordado el nombre del presidio, para que se distingan unos de otros, corbatín negro, sombrero, zapatos y botines” (Reglamento de 1772). La cuera era un abrigo largo, sin mangas, constituido hasta por siete capas de piel, lo que frenaba los flechazos de los indios y que sustituyeron a las antiguas corazas. Debido a que eran muy pesadas, a finales de siglo habían quedado reducidas desde las rodillas hasta la cintura, tipo chaquetón. Debido a esa indumentaria, fueron conocidos como Dragones de cuera
Respecto al armamento usaban “espada ancha, lanza, adarga, escopeta y pistolas” (Reglamento de 1772). La adarga, que a veces era una rodela, se componía de dos círculos traslapados, fabricados en piel y bordados, normalmente, con el escudo de España y algún motivo local.
Se ha señalado que el armamento de estas tropas era muy ligero, en tiempos en que la organización militar y el armamento era ya bastante complejo. Pero no debemos olvidar que aquellos soldados mantenían una guerra de guerrillas contra partidas de indios y, en algunos casos, europeos e indios, pero siempre en extensos territorios donde toda impedimenta de más era un obstáculo. Por ejemplo, el uso de la lanza era mejor que el de la escopeta, pues los enemigos eran más rápidos lanzando flechas que los soldados disparando, por la dificultad de recargar las armas de fuego del momento. Eso llevó a que muchos dragones usaran arco y flechas. También la espada era eficaz en el cuerpo a cuerpo.
Debido a que la movilidad era fundamental, los dragones disponían de seis caballos, un potro y una mula, pues en las persecuciones muchos animales caían reventados, por lo que habían de disponer de cabalgaduras de reserva. Como vemos, todo muy semejante a lo que la caballería estadounidense llevó a cabo 50 o 60 años después.
El número de dragones fue pequeño, prácticamente una compañía por presidio, más cierto número de auxiliares de las tribus aliadas, nunca más de unos 100 en cada acantonamiento; y en todo el período, desde mediados del XVIII hasta 1821, el número total no rebasó los 1.500, desde California hasta Luisiana. En la Alta California había unos doscientos contra más de 200.000 indios.
Los Dragones de cuera eran soldados regulares, firmaban por diez años prorrogables y estaban formados por criollos, esencialmente, peninsulares y mestizos. Los oficiales eran no sólo españoles; los había irlandeses, valones, italianos, y de otras nacionalidades en menor medida. El propio virrey Gálvez los distinguía como fuerzas de elite -diríamos hoy día-, frente al resto de las tropas virreinales:
“Los soldados presidiales son del país, más aptos que el europeo para esa guerra, siendo preocupación de los últimos creer que a los americanos les falta el espíritu y la generosidad de las armas y si es esta una verdad incontestable, es precisa consecuencia que deban ser fuertes, aguerridos unos hombres que nacen y se crían en medio de peligros.”
A lo largo de su existencia fueron muchos los éxitos con que jalonaron sus actuaciones, desde la defensa de Tucson frente a los apaches hasta los combates de Columbus (Nebraska) en 1720; el aplastamiento de la rebelión Pima en 1752; la campaña del Río Rojo, en 1759, contra los apaches; la resistencia de tres dragones contra 600 indios en San Diego (California) en 1775, etc. Guerreando infatigables a lo largo de toda la frontera y, pese a su escaso número, no cedieron territorio ni a indios ni a europeos. Ese era el espíritu y la fuerza que animaba a los Dragones de cuera, símbolo de nuestra real y permanente defensa de América frente a nuestros enemigos y epítome de las virtudes militares españolas.